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Opinión

27 de Noviembre de 2015

Viviendo tu muerte, Néstor Isella

A Ernesto Díaz Correa, pelota en la red. Vivir es danzar con la Muerte. No bailar. Cualquiera baila. Danzar porque danzar es un arte. Y cuando Vida y Muerte danzan, el corazón del Universo solloza. Vivir es danzar un tango con la Muerte, tenerla apretada contra el cuerpo y soltarla, y al revés. No danzar […]

Erick Pohlhammer
Erick Pohlhammer
Por
Viviendo-tu-muerte

A Ernesto Díaz Correa,
pelota en la red.

Vivir es danzar con la Muerte. No bailar. Cualquiera baila. Danzar porque danzar es un arte. Y cuando Vida y Muerte danzan, el corazón del Universo solloza. Vivir es danzar un tango con la Muerte, tenerla apretada contra el cuerpo y soltarla, y al revés. No danzar con ella –por miedo– es ser un muerto en vida, rechazar a la danzarina. Aceptación es integración; rechazo desintegración. Por eso el que discrimina al otro [por raza por rezo por risa por roto por ruso por árabe por gay o no gay por argentino judío etcétera] está solo y aislado de muerte. Ermitaño de sí mismo. Extranjero de su granja.

Aún, eso sí, Néstor, no sé danzar tu ausencia impensada. Aún no integro tu noche larga a mi corto día, tu luz a mi sombra, aún mi vida no es un todo con tu muerte, que es mi muerte porque eras parte de la pampa y del cóndor y se me parte en tres girones de alas el corazón y se resquebraja por abajo tu tierra trasandina. Aúllo, lobo oscuro, a esta misma y calma luna que admirabas allá, en Estadio Independencia, años 60, de pie, en el fatídico punto penal o a milímetros del banderín del córner, cuando con Tito Fouillioux jugaban de noche contra San Luis de Quillota o Palestino o Magallanes y el Yemo Yávar te marcaba con marca férrea, te mordía como perro los talones. Pero tú eras “caballero pero no imbécil”, como me dijiste en un restorán, y como caballero le dabas un buen caballazo o sacabas tu espada de plata, y si no se alejaba de ti le arrancabas de un tajo la cabeza. Aún estoy aquí ante el mar amargo de plata trémula perplejo, acá en Valparaíso, en tu impensada ausencia, tan herido y bien vivido y sufrido y tan muy querido e inolvidable y sin par príncipe enhiesto de la mirada azul acogedora, Néstor Ítalo Julio Eterno Maravilloso Isella. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¡Nos vemos en el Paraíso apenas nazca una estrella!

***
Era la era de oro del fútbol chileno y no había injuria ni coima ni jadue ni inquina e Isella asume con el 6 en Universidad Católica. Formación de los equipos, la U: Manuel Astorga, Fifo Eyzaguirre, Donoso, Navarro, Peralta, el Negro Hodge, Pedro Araya, Braulio Musso, el Tanque Campos, Rubén Marcos y Leonel Sánchez; por su parte Universidad Católica: Leopoldo Vallejos, Eliodoro Barrientos, Washington Villarroel, Jorge Sullivan, Juan Carlos Sarnari, ¡Nestor Isella!, Rómulo Betta, Ignacio Prieto, Armando Tobar (o Julio Gallardo), Alberto Fouillioux y Fernando Ibáñez (o Chocolito Ramírez).

La era de oro de los clásicos universitarios. Sergio Riesenberg, la reforma agraria, revista Ritmo, Rita Góngora en portada, mijita rica, Herbert Marcuse, Hit Parade. Marcuse fue clave porque contradijo a Marx. Marx decía “la cantidad determina la calidad”; Marcuse, “la calidad determina la cantidad”. Isella fue un cambio estético y pragmático para UC: aportó calidad y cantidad al equipo, estilo y goles.

No es mito: pateaba los penales caminando lento. Por cada diez, nueve iban adentro. “Goooool…pe en el palo” relató Darío Verdugo, que era el vibrante Ernesto Díaz Correa de aquella época dorada: gatilló Isella y rebotó en la base del vertical del arco custodiado por Arturo Palitroque Rodenack. No hay príncipe perfecto, ¿no es cierto Maquiavelo?

Yo jugaba en juveniles de Católica. Cierta tarde Gustavo Laube se arrima y expresa: “le pusieron Néstor por la Ilíada de Homero”.

Un 3 de junio del 2010 lo seguí corriendo por la dura vereda de avenida Tobalaba hasta un Ekono. Dice “cómo le va poeta”; respondo orondo “usted es el poeta: cada pase suyo era un endecasílabo de Petrarca”. En un par de parpadeos entramos a un bar. Tomó una sola cerveza, y en homenaje a Santa Teresa. Alguien le preguntó, “¿cuántos hijos tiene?”. Nueve. “¿Y todos con la misma, don Néstor?”. “No, con el mismo”. ¡Qué semental!

Explicitó el secreto de su éxito en los penales. Textual: “Ponte tú, Erick (era muy respetuoso en el trato), Musimessi se agazapa, apoya palmas de manos sobre rodillas; el pito suena del árbitro y yo, de brazos cruzados o haciéndome el gil” (usaba el giro gil). El cristalino Martín Hopenhayn hinchaba por Wanderito pero admiraba caleta a Isella y “sí, es mejor que Cantatore: más fino en el pase”. Quizá ese aforismo suyo “Con tacto no hay contacto” esté influido por Néstor Isella, cuando este último expresara en Radio Minería y tras cartón en Nuevo Mundo, cuando relataba Nicanor Molinare de la Plaza y vino a Chile Hervé Vilard: “Por tanto pacto con la pelota se pierde el impacto”.

No ejecutaba nunca. Pasaban los segundos, 5, 7, 8, 9, 10 o más, y el guardameta Musimessi (¿lo ubicas?, sí, jugaba en Green Cross) volvía a su postura vertical inicial, y ahí “daba yo dos o tres pasos –máximo– y remataba a un costado y potente. Al poner las piernas derechas y tiesos los arqueros no tenían ya resortes”.

“El fútbol es más inteligencia que músculo”, me advirtió. “Al menos yo no corría, me daba una lata espantosa, o corría poco: Ignacio y Alberto corrían, yo era un patán”. “No: un príncipe, qué patán”, digo yo. “Sí, un patán –reitera–. Pero un patán efectivo”. Evoqué esa frase de Claudio Borghi “correr es de rotos”. “Sí, correr es de rotos”. Los estrellas son así: brillan sin querer brillar.

Y esplenderá en el corazón de los que admiramos su esencia caballerosa, su atildada entrega cool –precisa– que hacía del pasto una mesa de pool, su amplia mirada de tenue celeste, como un cielo sin nubes en Buenos Aires tras lluvia abundante observada por un hincha de River.

Era la era de oro porque el ser humano era muchísimo más valioso que el oro.

Y yo danzaba contigo tangos eróticos y Hey Jude de los Beatles, Elisa, que tenías un póster gigante del rubio Isella, de cuerpo entero, adherido al muro norte de tu pieza oscura pegado con scotch, en esa misma pieza, y te creías la muerte y te morías de risa.

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