Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Uncategorized

23 de Diciembre de 2015

Columna: Las pajas de diciembre

Desde que partió el año que estoy ansiosa por la llegada de fin de año. Así tal cual. Es como cuando suena mi despertador y me levanto con la pura motivación de que faltan catorce horas para dormir de nuevo. Hacer las cosas para terminarlas para volver a hacerlas y así eternamente. Hace poco di […]

Por

navidad2

Desde que partió el año que estoy ansiosa por la llegada de fin de año. Así tal cual. Es como cuando suena mi despertador y me levanto con la pura motivación de que faltan catorce horas para dormir de nuevo. Hacer las cosas para terminarlas para volver a hacerlas y así eternamente.
Hace poco di mi último examen y recién terminé de recibir las notas finales, sobreviviendo con éxito a mi primer año en la universidad e inaugurando así la época más esperada en mi vida: las vacaciones. Como sedentaria asumida, las vacaciones son sagradas para mí y hacer algo vagamente útil con mi vida durante este período está fuera de toda consideración. A los demás, sin embargo, creo que les pasa lo opuesto. Todo parte con la publicación patética en el estado de Facebook ventilando que pasaron sus ramos, que están de vacaciones, que quieren carretiar, que tienen sed o quizás qué otra asquerosidad. “50 créditos aprobados!!! (inserte emoji de brazos flectados y/o emojis sección de cumpleaños) #NadaEsImposible Ahora merecidas vacaciones con las mejores <3 #Ecuador #Pucón #Vichuquén @CompañeraMamona1 @CompañeraMamona2 Hoydía se saleeeeee”. Estos, e incluso peores, rebalsan mis redes sociales. Con tan solo dos cortas semanas de vacaciones, me he dado cuenta de algo: la gente no sabe estar de vacaciones. En el grupo de Facebook de la universidad escribió un weón irritadísimo porque ahora no sabe qué hacer sin clases. Decía que estaba mirando el techo todo el día, que se sentía inútil, que no tenía vida. ¿Acaso no es toda la idea de las vacaciones no tener vida? Puta que me gusta sentir dolor de espalda por estar tanto rato echada en mi cama viendo memes y durmiendo siesta a pesar de haberme despertado a la 1pm. Pero veo que la gente no siente lo mismo, y ahora recuerdo que esto es justamente lo que odio de fin de año: están todos desesperados por contacto humano. Es como si nadie te hubiese visto durante todo el transcurso del año y de repente todos se acordaran de tu existencia. Se ponen a organizar carretes, pascuas de amigos y pres hasta por el culo. Me pregunto si en serio a alguien le gusta tener que levantarse para ir al mall con 50 grados a buscar un regalo mediocre de luca que nadie va a apreciar para quedar bien en un amigo secreto donde ni te tocó un amigo. Agradezco infinitamente ser considerada una eminencia en cuanto a flojera y que, a estas alturas, nadie espere nada de mí, porque francamente es imposible repartirse entre tanto evento ridículo que planean. Entiendo salir de vez en cuando para fingir que uno encaja en la sociedad y que no odias al mundo, pero ese afán de hacer cosas por hacer no me cabe en la mente. Ahora todo se celebra. Como si no bastara con que medio mundo está de cumpleaños en diciembre, a la gente cagavidas se le ocurre hacer despedidas porque se van. No, no se van a la guerra ni a salvar niños a un país desconocido y peligroso. Los muy weas creen que son dignos de hacerse despedidas para ir a carretear a Zapallar o porque se van a Uyuni con las amigas. Chupen el hoyo. Déjenme ver Primer Plano tranquila un viernes por la noche. Por lo menos eso puedo fingir que me interesa, no como sus pres básicos pasados a gonorrea. Ni hablar de Navidad y Año Nuevo. No sé qué es peor. Por un lado, tengo que pretender que me importan las vidas de mis familiares ano que honestamente nunca veo en el año y que con cueva sé cómo se llaman. Agregarle a esto la dificultad de reaccionar ante regalos sin ofender al otro y la real paja de saludar y despedirse de beso de cada puto familiar como si merecieran aquel esfuerzo físico de mi parte. Por otro lado en Año Nuevo tengo que mamarme a cada persona que manda cadena de WhatsApp o evento de Facebook promocionando fiestas culiás que cobran como 180 lucas por una piscola, un cotillón que dice “sin gorrito no hay fiesta” (jaja) y para que te tiren espuma o nosequé weá. Ambos igual de miserables ante mis ojos. Pero como las vacaciones todo lo valen, uno no se deja amargar por weás. A fin de cuentas, en diciembre el tiempo es infinito y se puede desperdiciar tanto hablando con gente latera en carretes lateros como evitando aquellos y viendo la polémica de la Pampita en la tele. El resto del año el tiempo es oro. Basta con imaginarse el cuadro depresivo que generaría una Navidad familiar en pleno periodo de exámenes; hay que admitir que existe cierto equilibrio.

Notas relacionadas