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Opinión

3 de Enero de 2016

Columna: DÁVALOS, la arista del complot

* Dávalos es hijo de la mujer que más poder ha tenido en Chile, qué duda cabe. Pertenecer al círculo cercano de Bachelet es estar permanentemente con una lupa sobre los actos, sobre cada paso, cada acción y cada decisión. Para quienes conocemos de cerca a Dávalos, eso siempre lo supimos. Hace unos días, después […]

Erika Silva
Erika Silva
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Sebastian Davalos renuncio a su cargo
*

Dávalos es hijo de la mujer que más poder ha tenido en Chile, qué duda cabe. Pertenecer al círculo cercano de Bachelet es estar permanentemente con una lupa sobre los actos, sobre cada paso, cada acción y cada decisión. Para quienes conocemos de cerca a Dávalos, eso siempre lo supimos.
Hace unos días, después de meses de silencio, sale a la luz pública la declaración de Dávalos ante el fiscal jefe de O’Higgins, Luis Toledo. El foco de la declaración está puesto en la orden que dio para eliminar el usuario y password de su computador, pero Dávalos fue más a allá de eso: levantó la tesis de que el caso fue manejado mediáticamente para tapar el caso del financiamiento irregular a través del caso SQM, donde el ex ministro Rodrigo Peñailillo, habría tenido un rol importante.

Dávalos conoce de cerca el poder, cómo funciona la máquina política y nunca tuvo cercanía con ella: “en general, no me gusta cómo funcionan los partidos, yo trabajo para el Gobierno, no para la Nueva Mayoría. Y mi jefe es la Presidenta. Decidí no hacer vida político-partidista”, señalaba Dávalos en El Mercurio en septiembre del año pasado y de seguro eso no le hizo ganar amigos precisamente.

Para conformar su equipo de trabajo su posición fue elegir a los mejores CV que llegaron a su escritorio como directores de las fundaciones y delegar en ellos la responsabilidad de que eligieran, a su vez, los mejores candidatos para cada puesto que debía ser completado. De este modo daba autonomía a los directores, pero al mismo tiempo le transfería la responsabilidad a cada uno de ellos, respecto a cualquier situación que se debiera enfrentar.

De este modo los cientos de CV que llegaban a su escritorio con anotaciones como “es la hermana de”, “es una excelente compañera”, “el partido recomienda a”, fueron derivadas a los directores de las fundaciones, quienes debían poder demostrar que quienes fueran electos, era efectivamente el mejor candidato para cada vacante.

Emblemática fue la presión de un parlamentario socialista que a toda costa trató de imponer a su hermana como directora de Prodemu, aun cuando ella solo tenía educación media y todos los candidatos al puesto tenían estudios superiores. El parlamentario mandaba mails, recados y hasta a otros parlamentarios a la oficina para presionar.

De igual modo no dio un pie atrás cuando un senador alegaba que en su región solo habían puesto a “personas de izquierda” y que él merecía poner a su gente en los puestos claves de Prodemu.
No eran pocas las autoridades que ante la sorpresa de no contar con un puesto en Integra o Prodemu para sus “compañeros” en la región, llamaban a Dávalos diciendo: “no es lo que negocié con Peñailillo”.

Dávalos no cedía, mantenía la posición: se elige al mejor y punto.

Se le critica a Dávalos no tener competencia para ejercer el cargo, sin embargo debe haber sido el único que ocupó ese puesto con un Magíster en Gobierno y además con conocimiento de cómo funciona el poder. Con su influencia logró mejoras para las funcionarias de Integra que permitieron saldar deudas salariales por dos años, alcanzando una de las mejores negociaciones con los sindicatos, que representan a 17 mil funcionarios. Del mismo modo logró que se le reasignara presupuesto al proyecto de telecentros en el ministerio del Interior, cuando este era probable que desapareciera, aun cuando ese era terreno de Peñailillo, no de él.

Dávalos tenía poder y mucho. También mucha información. A pesar de aquello en lo público mantenía relaciones cordiales con los ministros. Poco gustaba de las ceremonias, más le gustaba el trabajo en la oficina focalizado en desatar los nudos que enfrentaba cada una de las fundaciones: sabía con quien hablar, sabía que decir, sabía cómo solucionar.

Todo lo anterior queda en evidencia pues a pesar de que la prensa indagó hasta el cansancio; ninguna falla grave encontró en su gestión.

La situación descrita es atípica, anómala en un sistema que siempre ve el poder como una torta que se reparte a quienes puede fortalecer e incrementarles el poder que se les transfiere. Designar cargos son premios a las lealtades, o compras de lealtades futuras y en esa ecuación no necesariamente se elige a los mejores. Como no se elige a los mejores y como hay un enganche por conveniencia, se defiende a los funcionarios propios, porque es, a su vez, una manera de defenderse a uno mismo.

Dávalos era discreto, públicamente nunca ventiló diferencias con Peñailillo. Sin embargo, como a todos, llamaba la atención la presencia mediática con la que el exministro se posicionaba en la escena pública. Decenas de portadas y entrevistas fueron gestionadas por su equipo para permitirle ganar un espacio. Lo hizo bien, pues es sabido que se gobierna con los medios, ya que son ellos quienes finalmente actúan como puente para terminar apareciendo en las menciones de las encuestas que aseguran estar en la cumbre del poder.

Peñailillo tenía poder, harto poder. Era el tiempo en que todo lo cercano a Bachelet era incontradecible. La voz de Peñailillo era la voz de la Presidenta. No fueron pocos los jefes de gabinete que comentaban que a Peñailillo le gustaba la foto de primer plano y llevarse los créditos de la buena gestión de otros, para aparecer como el mejor de todos. Lo hacía bien en honor a la verdad, su rol lo ejercía con propiedad ante la pica de quienes por años habrían luchado por ese tan codiciado puesto.

Sin embargo, lo bueno duró poco. En febrero de este año, cuando estalla el caso Caval, el buen tiempo se termina. Dávalos y la Presidenta están en Caburgua aislados cuando la revista Qué Pasa lanza la noticia. En Palacio no hay nadie de Presidencia. El único con poder en la Casa de Todos es Peñailillo.

El caso Caval llegó a la portada de los diarios y a todos los noticiarios. Había conmoción nacional por el caso, pero la Presidenta no recibía toda la información de una situación que era a todas luces desastrosa para el gobierno. Peñailillo sabe de sobra que cada hora que se tiene presencia mediática cala profundo en como el país integra la información, sin embargo no le pide a la Presidenta que vuelva de inmediato, ni tampoco a Dávalos.

El escenario es peor, a pesar del hervidero mediático aun nadie retorna a Palacio. La Presidenta solo escucha una versión de los hechos: la de Peñailillo.

Ahí empieza la pesadilla de la Presidenta. Con todas las dificultades ya conocidas la jefa de gabinete de Dávalos se logra comunicar con él y éste señala que hay que hacer “lo que Peñailillo diga”. Era evidente que el manejo comunicacional era precario y que había cero control de daños. Casi parecía a propósito.

Dávalos no miente, dice la verdad cruda. Al día siguiente de haber renunciado asume que se reunió con Luksic. Negarlo sería absurdo, fue una reunión en una oficina, de ninguna forma oculta, ante varios ojos, evidente. Nunca negó haber trabajado en Caval.

Dávalos y su mujer saben de sobra que cada uno de sus actos siempre está siendo observado. La gestión de Caval la llevaba ella misma, no tenía un intermediario. Todos saben quién es ella: siempre se sabe en los círculos de negocios quién es quién.

Cuando gestionó el préstamo con Luksic sabían perfecto lo que estaban haciendo, sabían de sobra que alguien podría decirlo o comentarlo, de lo contrario habría sido mucho más fácil tomar distancia para no ser reconocidos, como lo hacen muchos.

Esta escena a uno le puede gustar o no. Para quienes estamos lejos del mundo de los negocios y somos cercanos al mundo de la política entendemos con claridad la suspicacia que esto puede levantar, pero los hechos están en tribunales y como dijo la Presidenta, nadie está por sobre la ley, ni su hijo. Por lo tanto la vía judicial avanza y saldrá a la luz tarde o temprano la verdad.
Siendo esos los hechos, crudos, duros y dolorosos, Dávalos abre una arista distinta: la del complot.

Él sabe cómo funciona esto, si uno pega, sabe que un golpe vendrá de vuelta. Levantar la tesis de un complot no se hace sin pruebas, más aun siendo él hijo de la Presidenta y tampoco se hace si uno tiene un trapo sucio guardado, pues la historia enseña: se lo van a encontrar.
Su posición es la más peligrosa para el establishment, pues ya no tiene nada que perder. La pregunta que merodea impertinente ante estos casos es siempre la misma: será Dávalos el único, como ha sido apuntado, que en la Nueva Mayoría que ha realizado negocios? ¿El patrimonio económico abultado de muchos parlamentarios, solo ha sido fruto de su capacidad de ahorro? ¿Quién podría responder a rajatabla que todos son blancas palomas? Nadie, estoy segura.

*Ex Jefa de Gabinete de Sebastián Dávalos.

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