En su introducción a “Voces de Chernóbil”, la nueva Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich se pregunta si se ha de dar testimonio del pasado o del futuro. Aunque sepamos que la historia se repite como farsa, y que a una catástrofe sigue otra, es imposible testimoniar sobre lo que no ha ocurrido. Y sin embargo […]
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En su introducción a “Voces de Chernóbil”, la nueva Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich se pregunta si se ha de dar testimonio del pasado o del futuro. Aunque sepamos que la historia se repite como farsa, y que a una catástrofe sigue otra, es imposible testimoniar sobre lo que no ha ocurrido. Y sin embargo Chernóbil, dice ella, es un símbolo del futuro, de una nueva historia.
En realidad, lo que esa paradoja comunica es un problema literario tan antiguo como el propio Aristóteles: si acaso se puede ofrecer una representación de los asuntos más serios y dolorosos de la comunidad en una manera artística que permita expiar (catarsis) o redimir las pasiones. Alexiévich, oculta tras los monólogos de quienes sobrevivieron al desastre radioactivo (aunque desde luego ella recogió, estructuró y editó los discursos que hay en el libro), parece descartar de plano la posibilidad de alguna catarsis. Dice: “[Con Chernóbil] Ingresamos en un mundo opaco en el que el mal no da explicación alguna, no se pone al descubierto e ignora toda ley”. Entre la vieja burocracia soviética y la burocracia de la perestroika hay diferencias, pero en lo esencial son iguales. Dice: “Los héroes de Chernóbil tienen un monumento. Es el sarcófago que han construido con sus propias manos y en el que han depositado la llama nuclear. Una pirámide del siglo XX”.
¿Qué héroe erige su propia pirámide? Ninguno: las pirámides fueron construidas por esclavos. Sin un mal visible no hay heroísmo, pues si no ve el mal y solo lo sospecha, ¿no se volcará contra el héroe una comunidad que ve en sus intentos por desafiar este mal invisible una irritación, un loco o un paranoico? Uno de los monólogos lo expresa con claridad: “No necesitamos nada del Estado. Nosotros mismos lo producimos todo. No les pedimos nada. ¡Únicamente que nos dejen en paz!”. ¿Qué puede ofrecerles el Estado? ¿Mayor progreso? ¿Radiación? ¿Más muerte? Para volver sobre la idea de hacer una crónica del futuro, otro testimonio: “Ya no hay respuestas en el pasado. Antes siempre las había, pero hoy no las hay. A mí me destruye el futuro, no el pasado”.
A pesar de que Chernóbil, la ciudad de Pripíat, ya no es un lugar apto para picnics, para sus habitantes no es una metáfora o un símbolo, sino su casa. Su mundo se ha ido (“Nuestro país no existe, pero nosotros sí”). Fue tal la magnitud de la catástrofe, tal el horror que “¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!…” Todas las voces de esta “novela-colectiva” polifónica convergen en la sensación de que están fuera del mundo: su historia, hasta este libro, habían sido acalladas por la razón de Estado, por la burocracia criminal que en nada es mejor que en cuidarse las espaldas.
A muchos les ha molestado que Alexiévich ganara el Nobel con una obra periodística antes que literaria, pero la verdad es que las fronteras entre los géneros narrativos son borrosas, o de frentón ya no existen. Si a los papeles que se recogen del suelo se les puede dar un trato literario, si el collage es una forma de arte totalmente establecida, ¿por qué no es literatura el montaje de unas voces que, de no ser etiquetadas de reales, serían elogiadas casi con unanimidad como grandes logros expresivos? ¿Nos conmueven más estas voces porque se nos garantiza que son reales? El problema de la ficción/no ficción no reside en los mecanismos que el autor emplea para aparecer y desaparecer: eso es tan viejo como el pan. No, no es la arquitectura sino lo de siempre: el tono, el interés humano, la densidad moral.
Si “Voces de Chernóbil” es un gran libro no lo es porque sea real, sino porque busca contar la historia de cada uno de los hombres “de manera que no se pierdan los destinos de los hombres… ni de un solo hombre”.
Voces de Chernóbil.
Crónica del futuro
Svetlana Alexiévich
Debolsillo, 2015, 408 páginas