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7 de Febrero de 2016

La guerra que Europa no quiere mostrar

El fotógrafo y periodista Giorgio Bianchi siguió desde el principio la guerra civil en Ucrania, viviendo por meses entre los milicianos prorrusos que luchan por la independencia en las regiones del Este. Sin embargo, en Italia, su país, no le publican las fotos. Le dicen que está cargado hacia Putin. Él cree otra cosa: que la Unión Europea no puede admitir que está apoyando a un bando no solo golpista sino además con fuertes vínculos neonazis, en una guerra extrañísima donde hay muchos locos peleando por su tema.

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Fotos: Giorgio Bianchi

Hace casi dos años se libra una guerra en el corazón de Europa y nadie en Europa quiere hablar de ella. Divide a Ucrania, uno de los países europeos más extensos y ricos en recursos naturales (gas natural y petróleo), y de gran importancia estratégica por su vecindad con Rusia. ¿Por qué, entonces, en los países de la Unión Europea (UE) no se publica sobre esta guerra y casi nadie sabe lo que está pasando? Quizás porque la UE no es neutral en este conflicto, y tampoco quiere saber que podría estar, una vez más, defendiendo lo indefendible.
Eso explicaría que ningún diario italiano haya querido publicar las fotos de Giorgio Bianchi (41), un osado fotógrafo y periodista romano que partió por su cuenta a Kiev cuando escalaron los disturbios, y que luego, desatada la guerra, pasó varios meses en el frente de batalla. A Bianchi le dijeron que sus imágenes le hacían propaganda a la facción prorrusa de Putin, pese a que con ellas ganó diversos premios en Europa por ser un testimonio único de las escenas dramáticas y delirantes que le tocó presenciar. Pero para contarles aquí lo que él me contó, es necesario aclarar algunos puntos.

Antes de la guerra, Ucrania estaba gobernada por Viktor Yanukóvic, un oligarca multimillonario, corrupto y muy amigo de Vladimir Putin. En 2013, mientras Yanukóvic “gobernaba” a la vez que se iba a pasear en su galeón por el Mar Negro, su país vivía un ciclo de prosperidad económica y eso lo tenía ad portas de firmar un acuerdo con la UE que lo integraría a la zona euro. Claro que ese acuerdo no podía gustarle a Rusia, que veía peligrar su hegemonía entre los países del Este europeo.

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El 20 de noviembre de 2013, presionado por Moscú, Yanukóvic suspendió el acuerdo, provocando revueltas en todo el país por parte de los pro-europeos que exigían su dimisión. La policía reprimió con fuerza, pero las protestas se intensificaron. Las más violentas y decisivas fueron en la capital Kiev, justo en la emblemática Plaza Euromaidan. Durante las últimas jornadas de violencia, en febrero de 2014, Giorgio Bianchi se encontraba en el medio de la plaza, entre la policía de Yanukóvic y los manifestantes. Ahí pudo ver lo que los diarios europeos nunca contaron: que buena parte de los manifestantes no eran solo europeístas, sino que también pertenecían a una franja de extrema derecha y nacional-socialista llamada Pravy Sektor (“Sector Derecho”). Y que en realidad fue este el grupo que desencadenó la brutal violencia que dejó más de cien personas muertas. En una foto que Giorgio me enseñó emocionado –y que en Italia tampoco le publicaron–, un joven mira aterrado hacia sus espaldas (ver galería). “Estábamos en la plaza cuando de repente oímos las balas romper el aire, este chico estaba a mi lado y miraba hacia arriba porque de allá venían los disparos”, me cuenta. Eran los francotiradores de Pravi Sektor apostados en el techo del Hotel Ucrania, desde donde dispararon a la policía, a la gente y a sus propios miembros, provocando el desastre.

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Después de Euromaidan se sucedieron la fuga de Yanukóvic a Rusia y la formación de un gobierno ilegítimo y más europeísta –apoyado por la UE y EE.UU.– liderado por Petro Poroshenko. Una vez que este gobierno ocupó los edificios gubernamentales en Crimea y el Este del país, donde la mayoría de la población es rusa o de origen ruso, empezó la guerra civil: los ucranianos de Poroshenko, con capital en Kiev, contra las milicias separatistas respaldadas por Putin y Yanukóvic. Estas últimas formaron dos “repúblicas populares independientes”: la de Donetsk y la de Lugansk. Hacia ellas partió Bianchi con su cámara. Durante abril y mayo de 2014, luego entre febrero y marzo de 2015, vivió en el frente de batalla y conoció a los “brigadistas” y “comandantes” que, tan fieros como idealistas, habían llegado a luchar por las repúblicas independientes.

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En las trincheras se contaban las historias de comandantes como Alexander Bednov, nombre de batalla “Batman”, quien según la leyenda ayudaba a las poblaciones locales robando suministros de Amnistía Internacional, antes de ser asesinado por sus compañeros de armas en enero de 2014 a raíz de unos pleitos internos. O como Igor Strelkov, nombre de batalla “Ghirkin”, el más respetado entre las milicias locales puesto que era un coronel de la KGB.

En cada trinchera, ciudad, checkpoint y punto de artillería que Giorgio visitó, por lo menos la mitad de los milicianos estaban borrachos. Me cuenta esto como si aún estuviera asustado, y no cuesta imaginar lo que puede ser un guerrillero nacionalista ebrio con miles de balas a su disposición. Además, estas tropas no tienen un comando central, no hay generales ni oficiales de carrera, sino más bien perros sueltos allegados a pequeños batallones que se las arreglan gracias al dinero de Yanukóvic y al apoyo de Moscú. Un apoyo apenas disimulado que Giorgio puede notar cuando lo llevan al frente de Lugansk y, a través de los campos de batalla, observa claramente los tanques del ejército ucraniano “decapitados” (sin la cabecera de comando, botada treinta metros más allá), impactados por misiles de alta tecnología que solo el ejército ruso podría llevar hasta ahí.

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Cuando Giorgio llega a Lugansk la ciudad ya está en ruinas. Hay misiles enterrados sin estallar, edificios en llamas, plazas destruidas, gente hambrienta que pide dinero. Irónicamente, el único recurso a mano para estas personas son los combatientes prorrusos que destruyeron su ciudad, luchando contra el ejército de Ucrania por el control del aeropuerto. Según estimaban los propios separatistas, durante esa batalla mataron a más de 2000 soldados de Poroshenko, y al menos a otros 500 de varios ejércitos europeos cuyas tropas regulares entrenan y apoyan a las de Kiev: polacos, alemanes, estonios, lituanos, italianos, ingleses y franceses.

Es la arista “internacional” de este conflicto tan extraño. Porque si ya es confuso el rol de los Estados europeos, de EE.UU. y de los rusos, también están los milicianos “extranjeros” (ni ucranianos ni rusos) que han llegado por las suyas desde todo el mundo a pelear en esta guerra, y que se encuentran en gran número en ambos frentes. Giorgio me habla, por ejemplo, de Andrea Palmeri, un ex ultra (hincha) del equipo de tercera división Lucchese y que combate en el frente prorruso hace meses. Andrea le contó, no sin orgullo, que hay muchos combatientes italianos en ambas facciones y que él está en busca de los suyos para formar un grupo paramilitar de italianos prorrusos. Otro grupo muy famoso está compuesto por ex legionarios franceses, otro por españoles, y así muchos más. En el ejército de Poroshenko, el extranjero más famoso es el sueco Mikael Skillt (47), un francotirador de extrema derecha al que se le atribuyen más de 150 víctimas. Skillt tiene cuenta de Twitter, Facebook y no teme aparecer en público pese a que se habla de un precio de un millón de dólares por su cabeza y es el extranjero más buscado por los rusos; como si en realidad se tratara de un western, él se pasea por Kiev y bebe café en Euromaidan. Todo esto transforma el conflicto civil entre ucranianos en uno completamente internacional, con muchos actores, casi todos en las sombras.

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Concluyo con una noticia reciente. La brigada Dudayev, grupo checheno fundado por un militar islamista amigo de Estado Islámico, se ha unido a las milicias de Pravy Sektor (que luchan por Poroshenko) en el frente de Donetsk, reeditando la alianza nazi-islamista con la cual Hitler conquistó Yugoslavia “liberándola” de los comunistas durante la II Guerra. Ojalá los gobiernos europeos entiendan pronto que apoyar a Poroshenko y sus aliados es un error fatal, que podría costarle a Europa no solo un nuevo papelón internacional, sino el proceso de integración política que lleva adelante con Rusia desde la caída de la Unión Soviética.

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