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Cultura

7 de Febrero de 2016

Mujeres contra la tiranía de los hijos

En su libro “Contra los hijos”, Lina Meruane defiende el derecho de las mujeres a no ser madres. Eso sirve como punto de partida para que aquí critique el “feminismo soft” de las revistas para mujeres, reivindique la esterilización como método anticonceptivo y rescate el valor de la historia privada de las mujeres solas.

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madres
Hacen malabares para poder escaparse un par de horas esa noche y, después de más de un año sin verse, cuatro amigas treintañeras logran juntarse en un bar cerca de Plaza Egaña. La primera tiene un hijo de tres años, trabaja media jornada en un instituto profesional y está armando una pyme, haciendo estudios, levantando fondos estatales. Se declara agotada pero feliz. La segunda trabaja a tiempo completo, tiene una guagua, una casa enorme y dice que hace meses que no tiene sexo con su pareja. Sus amigas le aconsejan tomar la iniciativa. La tercera les cuenta que se acaba de poner la T de cobre porque dejó de tomar pastillas anticonceptivas después de 20 años, justo se emparejó y no piensa volver a llenarse el cuerpo de hormonas. Dice que la inserción fue dolorosa y que se pone nerviosa cada vez que se acuerda de que tiene una cosa metida en el útero, pero se siente tranquila por tener diez años de anticoncepción asegurados. Y la cuarta, que tiene dos niños, de repente confiesa sin que nadie le haya preguntado:

–Yo antes no entendía a las mujeres que decían que no querían tener hijos, pero ahora, les juro, lo encuentro una opción totalmente válida.

CONTRA LOS HIJOS

La escritora Lina Meruane (44) no tiene hijos. No quiere ni puede tenerlos. Virtuosa sincronía. Después de escribir sobre el tema para la revista Etiqueta Negra, el año pasado publicó en México el libro “Contra los hijos” (Tumbona Ediciones), un ensayo en el que defiende el derecho de las mujeres a no ser madres.

–Decir que no se va a tener hijos y luego, de hecho, nunca tenerlos, te pone en contra de un modelo muy arraigado y por lo mismo genera cuestionamientos. Y sobre todo si eres mujer, eres mucho más objeto de crítica por no someterte a la norma. Me parece notable que una mujer con hijos, como la de la escena que abre esta nota, se atreva a reconocer que o no llegó a pensarlo y la maternidad se le vino encima como un mandato, o que hay justificados motivos por los que una mujer decide no embarcarse en la maternidad. Porque lo que sucede más a menudo es que una madre que experimenta ese sentimiento se lanza furibunda contra la que decidió no tener hijos, porque le recuerda lo que ella siente que ha perdido y eso es difícil aceptarlo. Sería un enorme paso hacia adelante que se validaran todas esas opciones: tener varios hijos, solo uno, no tenerlos– dice.

Para ella, la actual moda de los partos con dolor, la leche materna hasta que las guaguas ya caminan, los pañales reutilizables y, en general, la sobreexigencia con la que cargan las mujeres-modernas-trabajadoras-realizadas-esposas-amantes-madres-felices, es un retroceso en los logros alcanzados por las luchas femeninas durante las últimas décadas: “Fui dura en mi libro con la mujer que decide tener hijos pero a la vez no deja su vida independiente, que bajo la presión de un trabajo de tiempo completo y las exigencias propias de la maternidad intenta demostrar que lo puede hacer todo y, por supuesto, siempre está al borde del colapso. No es que no respete su odisea, sino que a ella se le olvida que en realidad ha logrado muy poco: es esclava de un sistema que no la ayuda y no tiene tiempo para sumarse a las exigencias de uno más justo; de una pareja más colaboradora, unos jefes menos castigadores y mejores leyes sociales que hagan posible su rol”.

En el especial del Día de la Madre de la revista Paula venían dos notas grandes: una sobre una pareja de lesbianas que quieren parir una guagua cada una y la primera ya está que explota; y otra sobre una madre que, orgullosa, cuenta cómo superó el terrible dolor que le causó amamantar a su hija gracias a la ayuda de la Liga de la Leche, institución a la cual Lina se refiere en un tono bastante más burlón en su libro. Ella vive en Manhattan, donde enseña Literaturas y Culturas Globales en la Universidad de Nueva York, y no ha leído ese número de la revista, pero de todas maneras se atreve a comentar:

–No hay radicalidad ahí, es de un feminismo soft para una determinada clase. Así y todo, esa es precisamente la clase que toma decisiones en Chile. Entonces, que se ponga en una suerte de igualdad a una pareja de lesbianas-madres y a la vez se hable del dolor de la lactancia de una madre hétero, asistida por la Liga de la Leche de la que en efecto yo me burlo (no por sus auxilios sino por la ideología ultra conservadora de ese grupo de mujeres entusiastas de cierta esclavitud materna), tiene un cierto valor. Esta revista funciona siempre desde lo testimonial, despolitizada y un poco exhibicionista, pero al menos presenta experiencias que tienen poca voz y le pasa el dato a cierta chilenidad que está todavía defendiendo valores decimonónicos.

ESTERILIZARSE

Francy Uribe se esterilizó antes de cumplir los 30 años. Esta periodista colombiana supo desde niña que no quería ser madre y cuando hace un par de años se enamoró de un francés y decidieron venir a probar suerte a Chile, ella pensó que antes tenía que solucionar el asunto. Así que sin complicarse ni un poco hizo una pasadita por el quirófano, vía laparoscopía se ligó las trompas y eliminó para siempre la posibilidad de un hijo o una hija. Nadie se asombró realmente; ella venía anunciándolo hacía tiempo. En Colombia la esterilización se entiende como un método anticonceptivo y, por lo tanto, es un derecho que hombres y mujeres pueden exigir en cualquier hospital. Allá, según datos de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud entregados por la ONG Profamilia –donde se operó Francy–, el 24,2% de las mujeres entre 15 y 49 años está esterilizada y este se ha convertido en el anticonceptivo más utilizado.

Lina no se asombra con esta historia: “Es una opción tan válida como cualquier otra. Lo que nos asusta es la posibilidad de un arrepentimiento, ese fantasma con el que se amenaza tan a menudo a las mujeres-no-madres. Pero en la vida nos pasamos tomando decisiones definitivas”.

Hasta el año 2000, en Chile no se consideró a la esterilización como un método anticonceptivo y no se podía acceder a ella voluntariamente, sino solo por razones médicas. Desde entonces, gracias a un cambio de normativa (la resolución exenta 2.326 del Minsal, que fija directrices para los servicios de salud sobre esterilización femenina y masculina) cualquier mujer debería poder ligarse las trompas cuando así lo decidiera. Aunque hay que aceptar unas consejerías, dar todo tipo de explicaciones y firmar un consentimiento, según los datos más actualizados que dicen tener en el Ministerio de Salud, en 2006 se esterilizaron 18.667 mujeres (y 75 hombres) en el servicio público.
Meruane le da una vuelta al asunto: “Me parece que las cifras dan cuenta de lo conservadora que es nuestra sociedad, que sigue poniendo la responsabilidad de la reproducción-o-no en manos de las mujeres. Esta misma entrevista, el hecho de que yo como mujer haya escrito este libro, peca lamentablemente de lo mismo: la cuestión sigue en nuestras manos”.

Según el ginecólogo del Instituto Chileno de Medicina Reproductiva Cristián Jesam, es muy poco común que mujeres sin hijos se esterilicen en Chile. Él, al menos, no conoce ningún caso. Dice que el método más usado por las chilenas que no quieren embarazarse son las pastillas anticonceptivas, aunque últimamente las jóvenes prefieren otros más duraderos: anillos vaginales, parches o inyectables que duran un mes; implantes subdérmicos que duran de 3 a 5 años, y dispositivos intrauterinos, la famosa T, que dura hasta una década (y arrasa en el sistema público). Pero todos son métodos temporales; nada definitivo ni irreversible.

HERENCIA

El año pasado murió Elsa, que había enviudado hacía décadas y no tuvo hijos. Además de un departamento antiguo en Gertrudis Echeñique con Renato Sánchez, cerca del metro Alcántara, dejó una súper biblioteca que se repartió entre sus parientes. Cuando ya todos se habían llevado los libros de su interés aún quedaban varios, así que sus sobrinas invitaron a algunos conocidos a llevarse los demás. Los visitantes se encontraron con una estantería semivacía que cubría toda una muralla y en la que quedaban principalmente libros de viaje. Elsa, lejos de la imagen de la vieja encerrada y rodeada de gatos, fue una viajera políglota que anduvo sola por Oriente y Occidente, estudiando en detalle los lugares que visitaba. Registraba en diarios las historias de sus viajes y estos fueron mencionados frente a los visitantes, pero no estaban en la estantería y nadie atinó a pedirlos a tiempo.

Finalmente, se fueron a la basura junto con las fotos de Elsa y los libros que nadie quiso.
–Es muy triste la escena… Eso le ha pasado a muchas mujeres que escribieron: nadie pensó que esa escritura tuviera algún valor literario, testimonial o documental. Todo ese conocimiento y ese atrevimiento lanzado a la basura como si fuera un castigo retrospectivo… No sé si hubiera sido distinto si esa mujer hubiera tenido hijos; es difícil saberlo, pero me parece que históricamente no se valora la historia de vida de una mujer sola y los rescates han venido de la mano de hijas, sobrinas, críticas, que como añadido le daban valor a la escritura. Es decir, es menos la existencia de unos hijos la que posibilita el rescate de una vida, que la de alguien que le da valor a la historia oculta de una mujer –remata Lina.

Clases de madre*

En un lado de la vereda continúan, pancartas en mano, las feministas igualitarias: aquellas que defienden (defendemos) no sólo las mismas oportunidades y garantías que los hombres, sino además la misma libertad de decidir sobre el cuerpo propio y la escena materna: la anticoncepción como derecho, la maternidad con facilidades, la colaboración de la pareja progenitora.
A estas feministas-por-la-igualdad las han contrariado, desde hace ya décadas, otras que vieron que eso de ser iguales a los hombres no era tan conveniente y que en la procreación, mujeres y hombres ni éramos idénticos ni podíamos competir del mismo modo: había que legislar esa diferencia, había que valorizar el aporte femenino como una variante necesaria. ¡Iguales pero distintas!
De ese feminismo se escindió un grupo aún más radical en la celebración de la diferencia: las esencialistas. ¡No queremos ser como los hombres! ¡Nos encanta menstruar, nos encanta parir! ¡Lo que más nos interesa en la vida es tener muchos hijos y darles teta! (…) Son ellas las que se opusieron a que las nuevas tecnologías participaran en algo “tan propio de las mujeres” como la gestación y el parto. Son quienes insisten ahora en dedicarle más tiempo a criar a sus hijos: ¡para eso son mujeres! Aplauden la singularidad, incluso la superioridad, del cuerpo femenino en la gesta de engendrar y parir, y volverse el sustento emocional y moral de la familia en la salvación misma de la especie. La retórica esencialista proclama, en ese giro, el retorno a todos los dictados de la naturaleza.
Al parto sin anestesia (¿parirás con dolor bajo la premisa del credo ecologista?).
Al abandono de la mamadera y a la extensión de la lactancia natural (trabajo de tiempo completo).
Al pañal reciclable (lavarlo y relavarlo es otro deber de la madre con conciencia medioambiental).
A la comida orgánica libre de toxinas (comprada en mercadillos al aire libre).
A la abstención de las vacunas (las pestes son obra de la naturaleza y la leche maternal su medicina natural).
A la recuperación (contra el plástico) de los ahora costosos juguetes de madera.
A la realización de actividades educativas y estimulantes y apropiadas para ellos, nunca para sí mismas. (¡Se acabó aquello de mandarlos a jugar con sus amigos a la calle para olvidarse de ellos un rato!)
A la sobreprotección del hijo (como si él mismo fuera una especie en extinción que requiere de cuidados especiales).
Las esencialistas renunciaron a las ventajas y descansos que consiguieron las feministas igualitarias para volver a hacerse cargo de la casa. De tan aparentemente progresistas, ellas, las madres-ecológicas, han dado la vuelta completa al círculo para regresar a la retrógrada ecuación madre=naturaleza, y a las viejas tareas maternas de las que algunas de nuestras abuelas y madres intentaron liberarse para salvarse, ellas.

*Fragmento de “Contra los hijos”, de Lina Meruane.

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