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Opinión

19 de Abril de 2016

Columna: Sudor, un libro berraco

Susan Sontag era irreprimible y feroz. Hacía preguntas difíciles, odiaba las zalamerías y hablaba con la verdad. A los 14 años se presentó en la casa de Thomas Mann para hacerle preguntas sobre La Montaña Mágica, libro que la había dejado “sin respiración”. Hablaron de música y de traducciones, y tomaron té con galletitas. Cuarenta […]

Sebastián Edwards
Sebastián Edwards
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Susan Sontag era irreprimible y feroz. Hacía preguntas difíciles, odiaba las zalamerías y hablaba con la verdad. A los 14 años se presentó en la casa de Thomas Mann para hacerle preguntas sobre La Montaña Mágica, libro que la había dejado “sin respiración”. Hablaron de música y de traducciones, y tomaron té con galletitas. Cuarenta años después, en el New Yorker, Sontag dijo que la reunión le pareció una intromisión, un acto “ilícito e impropio”. Ya al final de su vida, afirmó que Roberto Bolaño era una revelación y que Nocturno de Chile estaba “destinado a tener un lugar permanente en la literatura mundial”. Dicen que Carlos Fuentes tuvo una pataleta cuando lo supo. Según las malas lenguas, Fuentes –quien se consideraba amigo de Susan– habría preguntado, lleno de rabia, “¿Y yo? ¿Y mi obra?”. Un golpe duro, casi tan brutal como el Nobel para Vargas Llosa.

La nueva novela de Alberto Fuguet, Sudor, trata sobre un escritor casi idéntico a Carlos Fuentes, que escribe libros casi iguales a los de Fuentes y que tiene un hijo muy parecido al hijo de Carlos Fuentes. La historia sucede durante cuatro días y tres noches –del 28 al 31 de octubre del 2013– en Santiago. El narrador es Alfredo Garzón (Alf, para sus amigos), un editor gay de 41 años que trabaja en Alfaguara, casa editorial que se encuentra convulsionada con la visita de la leyenda del boom, el novelista colombiano-mexicano Rafael Restrepo, y su hijo de 24 años Rafa. Los Restrepo visitan Chile para lanzar un libro que combina fotos y escritos, titulado El aura de las cosas. Los textos versan sobre distintas celebridades, incluyendo a Susan Sontag, y son del padre, mientras que las fotos son del hijo.

A pesar de no tener ningún interés por los visitantes y de detestar el libro, Alf termina a cargo de Rafa, y durante tres días funge como su guardaespaldas, dama de compañía y confidente. Lo pasea por la ciudad, le consigue drogas, le presenta a sus amigos y lo introduce a la enloquecida noche santiaguina. Las aventuras del par son cómicas y tiernas, y su relación es un vals de seducción y coquetería. El hecho de que Rafa –al igual que Carlos Fuentes Jr.– sea hemofílico le da un aura de fragilidad a las horas que pasa junto a Alf.

Carlos Fuentes y su hijo sí publicaron un libro con textos y fotos –Retratos en el Tiempo–, y sí lo presentaron en Santiago. Eso fue en 1998, mientras que los acontecimientos narrados en Sudor suceden en 2013. Este es uno de los muchos cambios que Fuguet le introduce al mundo real al urdir un juego de espejos y máscaras.

Con Sudor, Alberto Fuguet está definitivamente de vuelta (si es que alguna vez se fue). Es lo mejor que ha escrito en mucho tiempo; posiblemente lo mejor que haya escrito nunca. Es un libro insolente y rabioso, cómico y profundo, lírico y realista. Un libro crudo y arriesgado. Pero decir que es literatura gay, como algunos han insinuado, es una tontería. Es como decir que Moby Dick es un libro sobre ballenas. Sudor es una novela grande y ambiciosa, que quiebra moldes y que no toma prisioneros. Una radiografía en tres dimensiones del mundo literario chileno, narrada en forma magistral por un narrador complejo y entrañable, que poco a poco desnuda sus distintas personalidades –a veces es un adolescente, mientras que otras es sorprendentemente maduro–, sus miedos y sus aprehensiones. No sé si es “la gran novela chilena” de la primera mitad del siglo 21, pero podría serlo.

Sudor es una novela muy sexual, repleta de sobajeos, penetraciones, baños saunas, masturbación y sexo gay al paso. Pero como en la buena literatura con un alto contenido sexual –pienso en Henry Miller, Anais Nin, Pedro Juan Gutiérrez, Reinaldo Arenas– el sexo no distrae, sino que suma y se transforma en un elemento esencial del tejido de la historia. Un calor desaforado hace que los cuerpos expelan olores profundos y punzantes que erotizan aún más a Alf, quien tiene predilección por las axilas de sus amantes. Durante esos días, dice Alf, “un intoxicante y rico vaho a sudor masculino” invade toda la ciudad. En el mundo real esos días no fueron particularmente calurosos; durante el 31 de octubre del 2013 la máxima apenas llegó a los 15,6 grados. Pero esta no es una historia real, es una novela, y uno de sus aciertos es generar esa delgada línea gris que nos hace pensar que quizás todo lo que se narra sí sucedió.

El narrador se ríe sin compasión de muchas de las figuras del mundo literario latinoamericano. Algunos son nombrados por sus nombres, mientras que otros tienen el nombre cambiado, pero son fácilmente reconocibles. Ariel Dorfman es “imbancable”, Roberto Ampuero es un “latero”, Jorge Edwards es “Pechuguín” y escribe y reescribe sus memorias en distintas versiones. Entre los personajes apenas disfrazados está Augusto Puga Balmaceda, un guapísimo escritor gay del barrio alto. Alf le dice a Rafa que a Augusto “lo puedes seducir rápido. Además es un trepador. Le hablas de traducciones y cae”. Alf afirma que “escritoras sub30 guapas no hay”. Pero no todas son burlas. También hay palabras de admiración para Álvaro Bisama, Germán Marín, Matías Rivas y Mario Vargas Llosa, entre otros. A medida que la historia avanza la ciudad empieza a cobrar protagonismo, hasta convertirse en un personaje vital, como Estambul en las novelas de Pamuk, Lima en las de Alonso Cueto o París en las de Simenon.

Los personajes secundarios están extraordinariamente logrados. Vicente Matamala, el heterosexual que vive con Alf, es adorable, y Renato Adriazola, un chico perdidamente enamorado del narrador es un ser diáfano y querible. Pero, sin duda, lo mejor de este texto es la voz de Rafa. Una voz envolvente y seductora, musical a veces y dura otras, flexible y exigente. Un registro cosmopolita y terriblemente bogotano a la vez (con un toque chilango), con una muletilla que desarma a Alf cada vez que Rafa la usa para confirmar un plan descabellado: “aprobado”. Cuando Rafa conoce a la amante de Matamala, una mujer mayor llamada Chantal, le dice: “La invito mañana a mi lanzamiento. Tiene que ir, debe ir, no me puede traicionar. Aprobado. Elegantísima tiene que ir, lo mismo que usted Vicente, que debe ser un animal en la cama. Su verga, no sé si se ofende, pero se nota madura, grande, como un banano…”.

Sudor es un libro berraco, un cuento absorbente, una fábula chingona. Lo único que cabe decir es: Aprobado.

SUDOR
Alberto Fuguet
Literatura Random House, 2016, 606 páginas

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