Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

13 de Mayo de 2016

Vicente Ruiz, artista: “Las generaciones nuevas y las viejas ya no tienen posibilidades de encontrarse”

Autor de emblemáticas performances entre los años 80 y comienzos de los 90, socio creativo de artistas como Jorge González o Patricia Rivadeneira, Vicente Ruiz ha dedicado su vida a cambiar de vida, transformarla una y otra vez. Pero hoy tiene una causa pública: llamar a la resistencia frente al proyecto de ley que daría luz verde a la detención preventiva y el allanamiento de morada. No puede concebir que vayamos a aceptarlo. También se entusiasma hablando del abismo cultural entre jóvenes y viejos, de la corrupción en el circuito artístico y de las nuevas formas de perderse en un mundo que hoy permite pensar en lo impensable.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

Vicente-Ruiz-foto-Alejandro-olivares

¿Cómo ves el actual momento cultural y político de Chile?
–Mira, ahora que murió Aylwin me pasó algo muy curioso. Primero, no dejé de emocionarme al ver el momento en que dice en la tele “sí, juro” y Pinochet se saca la banda y se la pasan. Realmente volví a ese momento. Imagínate que cuando empezó Pinochet yo tenía 15 años, viví toda mi juventud desde ahí, parecía que no se iba a acabar nunca. Pero al otro día, cuando vi que iba un cortejo fúnebre para un lado y una protesta de jóvenes para el otro… ¿qué esa incoherencia? ¿Cómo pueden los jóvenes ir para un lado y los viejos para el otro? Porque iban puros viejos, hay que decirlo. Entonces, eso me hizo recordar lo que pasó cuando hicimos la performance en el Museo de Bellas Artes con la Patricia Rivadeneira [en 1992], que después le pusimos “La Cruz y la Bandera” pero en realidad no tenía nombre. Porque ahí a nosotros nos amenazaron de muerte, nos escondieron porque nos iban a allanar…

¿Tanto así?
–Sí. Una persona vino, me sacó de mi casa y ahí me tuvo, uno o dos días. La gente nos llamaba por teléfono, “¡te vamos a matar!”…

Durante esos días…
–No, duró meses. Si revisas los editoriales de los diarios, las apariciones de prensa, fueron como dos meses de escándalo. Íbamos al supermercado y los viejos nos decían “¡antipatriota!”, en fin… Pero lo impresionante es que en simultáneo a todo eso, los jóvenes se nos juntaban alrededor y nos decían “¡gracias, gracias!”. Entonces yo vi ahí una división de época, y es lo mismo que vi ahora con esta bifurcación entre el funeral de una época y la activación de la búsqueda o la confirmación de un derecho. Creo que eso es lo que está pasando en este minuto: se está hundiendo algo que fue, y por otro lado está tratando de confirmarse algo que viene. Ahora, ¿cuáles van a ser las diferencias entre unos y otros? Yo espero que sean muchas. Más de las que imaginamos.

¿Diferencias de qué tipo?
–Por ejemplo, hoy escuché en un auto el discurso de Carolina Goic, pidiendo perdón. “Perdón por como hemos sido los políticos”, “perdón por traicionar la confianza de la gente”, perdón y perdón y perdón. Esa es una acción del pasado, tiene que ver con errores que han durado 40 años y que no son personales, son epocales. Por algo la corrupción política está siendo la misma en todas partes. Estaba leyendo sobre los millones de dólares que gastan las empresas en Washington para hacer lobby, no lo puedes creer. Yo viví en Europa el año 2014 y es la misma crisis, exactamente la misma. Sólo que allá está más sólido el sistema, por lo tanto ahí sí que los jóvenes no tienen ninguna alternativa.

Y frente a eso, ¿qué crees que puede venir desde más abajo, generacionalmente?
–Es que cuando la gente es joven, está nueva, viene ignorante, viene con lo propio. Hasta cierto punto, ¿no? Porque también el joven es un recipiente estructurado de consumo. Fui a un seminario en Padua y una académica española mostró un estudio sobre el movimiento Podemos. Y es un movimiento de marketing. Puede que surja del descontento como emoción, pero es un descontento por el acceso a bienes económicos: la educación, la salud, la casa propia… Tal como nosotros, que queremos la casa propia pero estamos aprobando una ley que permite el allanamiento. Ese aspecto de esta ley corta está intacto, nadie ha hablado de eso.

Y esas dos columnas de jóvenes y viejos, ¿en qué momento se podrán encontrar?
–No, ya no tienen posibilidades de encontrarse. Esta fue la prueba: una va hacia el cementerio y la otra hacia la ciudad, así de claro. Así está el mundo. Unos están siendo enterrados y otros están despertando. Yo trabajé en los últimos años con jóvenes, como profesor universitario, y estoy seguro de que están despertando, rompiendo la narración de la realidad. El mundo ya es bastante mejor a como era. Ningún joven se asusta al ver dos niños besándose, o muy pocos. Pasamos de un mundo heteronormativo a uno donde ya no hay géneros. La gente ni siquiera es gay, ni bisexual. Son polieróticos. Yo era así antes, pero claro, yo era vanguardista, ja, ja, ja.

Una crítica a esta generación es que esa apertura viene mezclada con una actitud de niños mimados, porque crecieron en un mundo de más derechos, con padres culposos, y aprendieron a demandar pero no a hacerse cargo.
–No me parece. Creo que la gente joven tiene mucho más criterio que la de mi época. Es más consciente del otro, de aspectos sociales íntimos, de lo ecológico… Antes, realmente, fue peor. Y si es una época mimada… ¡yo soy un mimado! Soy un bendecido de la vida, porque pude ser joven en los peores momentos de Chile. Anteayer estuve con Jorge González, porque somos muy amigos, y hablábamos de eso. Yo le decía “no recuerdo nunca haber sentido miedo”. Y él me decía que tampoco tuvo un minuto de miedo, jamás. Pudimos hacer arte a pesar de todo, pero no era “a pesar”, era inevitable. El arte es inevitable, la juventud es inevitable, el nacer nuevo es inevitable. Por eso en esta ignorancia se renuevan los valores, las relaciones, el mundo se plantea distinto a lo que fue.

Un problema es que las nuevas generaciones les exigen espacios a los viejos, pero a la vez no aceptan nada que venga de arriba. Quieren entrar, pero sin mezclarse.
–Claro, están tratando de no contagiarse. Pero a la vez se contagian de la peste que el sistema ha transmitido a partir de esta desconfianza mutua. O sea, la selfie actual de Chile es la de Bachelet, como imagen de lo ilícito en el otro: desconfiar de ella, no escucharla, creer que es parte de un plan para defraudar, es la proyección de como vemos al otro en general. Y la masa que sale a la calle actúa con la máscara de un “nosotros” que aparenta haber superado la fobia al otro, pero en realidad oculta los rostros del “uno” y del “otro” detrás de esa máscara, de ese “nosotros” se disuelve con la hora de ir a almorzar.

MEDIDAS DICTATORIALES

En esa línea de intentar responsabilizarnos el uno del otro, ¿cómo has visto el proceso de intentar discutir una nueva Constitución?
–Para mí, el proceso constitucional se niega a sí mismo con la aprobación de estas leyes de control preventivo y allanamiento de morada. Y con la “ley mordaza”. Ni siquiera es un problema metodológico: no se puede crear una Constitución desde la ausencia de derechos constitucionales. Así se generó la de Pinochet. ¿Vamos a crear otra que sea producto de una dictadura? Porque negar el libre tránsito, el espacio privado, la libertad de expresión, son medidas dictatoriales.

¿Da para llamarle dictadura? ¿Crees que en este momento nuestra libertad de opinión está restringida?
–No hoy día, pero claro que puede llegar a estarlo. No sé si tú ves en las redes todas las fotos que saca la gente a carabineros pidiendo carnet. Tres motos con un cabro chico sentado…

A mí también me lo pidieron hace poco, camino al trabajo, sin ningún motivo. Y sin ningún apuro, se tomaron diez minutos para revisar mis datos.
–¡No corresponde! Tal vez no es dictadura, pero sí son mecanismos de abuso de poder. ¿No te parece extremo que puedan llegar dos tipos en la noche a sacarte de la cama porque decidieron allanar tu casa? ¿Y cómo puede ser que la más famosa víctima ante el mundo de los derechos humanos en Chile, Michelle Bachelet, esté patrocinando esto? Esa es la gran pregunta. Y yo me siento en la responsabilidad de tratar de evitar que la historia que viví se repita. Como te decía, a mí me detuvieron por sospecha mil veces y nunca tuve miedo, pero era una privación de derechos. Tú perdiste diez minutos, imagínate lo que es que te suban a una micro por cuatro horas. No quieres volver a pasar por esa calle nunca más, ni volver a vestirte con esa ropa, ni volver a juntarte con no sé quién. Esa es la coerción. Esos cinco gays que vienen curaos de una discoteca ya no van a poder ir vueltos locos por la calle. El que se viste raro, el que tiene cara de flaite, el que anda perdido por Vitacura buscando una dirección para un trabajo, el extranjero que no tiene carnet… Es que no puedo concebir que esto se pueda hacer, que vayamos a aceptarlo. Y que sólo podamos reaccionar para defender los derechos de acceso de bienes materiales.

Ahora se enfrió el debate con el rechazo al proyecto en la Cámara.
–Sí, pero se le va a hacer un reajuste. Por lo tanto, ahora es cuando hay que, realmente, hacer algo.

No cuando vuelvan a votarlo.
–¡No! De partida, está claro que una solución a la delincuencia no es. Y aún si hubiera un millón de delincuentes sueltos, 17 millones de personas no pueden ser tratadas u observadas como sospechosas de serlo. Además, mi enfoque tiene que ver con que estoy trabajando y escribiendo en torno a los dispositivos de reducción, en todas sus variantes: la reducción indígena, la de territorio, la de derechos, en fin. Y el control preventivo es un elemento de reducción del tránsito libre, del espacio público, y de expulsión o retroceso hacia el espacio privado, entendido a su vez como espacio de consumo. O sea, encerrar a la gente a consumir: televisión, Internet, comida, objetos, pornografía, lo que sea.

¿Crees que el objetivo pasa más bien por ese lado?
–Sí, por una economía de la reducción: aislar a la gente, retrotraerla al espacio cerrado, al miedo. Y, por otro lado, tal como ocurrió durante Pinochet, renovar los elementos de control de cara a la apertura de una nueva economía. Porque acabamos de firmar el TPP, este Tratado del Pacífico gigantesco que va a generar grandes dificultades, a todo nivel: el problema del agua, que viene terrible, el de los monocultivos, el de la minería, el de la cesantía. Problemas ecológicos que van a estallar de manera social y que obligarán a buscar maneras de controlar ese descontento. Justo estaba leyendo que en Irlanda, a fines de la Edad Media, hubo una gran sequía y eso generó muchos conflictos entre el poder y la gente. Lo mismo pasó en la Roma decadente, previo a la Edad Media Baja. Es decir, crisis que hoy llamaríamos ecológicas generaron crisis económicas que hubo que ir a controlar, o que bien se descontrolaron y forzaron cambios. Pienso que lo de hoy es preventivo de una crisis de ese tipo.

¿Crees que Felipe Harboe, por ejemplo, está pensando tan lejos cuando defiende estas medidas?
–Por supuesto. O sea, ¿es pensar tan lejos? Si tú miras la crisis subprime, cuando la gente en Estados Unidos tomó créditos hipotecarios que no iba a poder pagar, hoy se sabe que la banca había generado facilidades para obtener préstamos según el grupo social: poca facilidad para el blanco, más para el asiático, más aún para el hispano y las máximas facilidades para el afrodescendiente. Ahí están las pruebas de que las crisis son estructurales. ¿Cuándo empieza el exilio latinoamericano de los 70? El año 46, con la creación de la Escuela de Las Américas. Ahí empieza esta política de transformación. En Europa se aplica el Plan Marshall, que es calcado a lo que ocurrió acá. Entonces, no hay que ser inocente. Harboe es apenas un mensajero de una situación global. Ocupa el lugar del títere que se deja ver. Todo carnaval tiene su Rey Momo.

BUSCARSE LA VIDA

Las marchas del 2011, además de ser manifestaciones políticas, se leyeron como una especie de eclosión cultural, un estallido de creatividad acumulada. ¿Lo viste así?
–Vi que se dijo eso, pero no me interesa.

¿Por qué?
–Porque no creo que sean movimientos espontáneos. Yo hacía clases de danza y veía cómo los profesores de danza de otras universidades llevaban a los alumnos y les enseñaban el “Jota Jota no sé qué”, no me sé los gritos. Vivo a una cuadra del Carmela Carvajal y era la misma onda: los profesores que llevaban a los alumnos. Recién estuve en Cusco y me tocó ver una gigantesca marcha en contra del aborto. Y eran las profesoras que llevaban a los niños, con carteles: “Denme la vida”, “No me maten”. ¿Cómo un niño podría usar esas palabras? Entonces para mí son movimientos instrumentales.

Como intención estética tampoco te interesaron, entonces.
–Es que hubo una especie de expresividad, pero son las nuevas formas de la batucada que se consolidó con Lagos. Ahora toma formas un poco escultóricas, como ese guanaco que marchaba con muchos estudiantes debajo. Pero ya son parte de un folclor, cambian de disfraz. El travestismo está en todos los carnavales, ya es parte de la semiótica carnavalera de la cultura.

Si no ves ahí nuevos lenguajes, ¿lo ves en otra parte? ¿O sólo ves en los jóvenes ganas de expresarse pero con lenguajes viejos?
–No, claro que hay lenguajes nuevos. Sobre todo porque los jóvenes se trasladan mucho más rápido de trabajo, de objetivos, de lugares, de relaciones, de formas, de no-formas. Hay un dinamismo mucho más permisivo, generan enlaces con mucha más propiedad. La globalización, que es el gran problema, también es el gran plano donde se moviliza todo. Cuando ves formas de vida de otros países, o documentales, o pornografía que abre posibilidades, estás más cercano a pensar que lo impensable existe. Entonces puedes buscarte la vida, cambiar de identidad, de sexo, de lengua. Ya hay esa posibilidad innata, automática, de desaparecer en una ciudad como Nueva York y empezar a hablar como un niño que aprende una lengua. Creo que así es mejor. Te hace sufrir menos.

¿Por qué?
–Porque se van en un barco a atender gente en un crucero, y ahí hablan inglés, y bailan de noche, y se ganan la plata y con ella se devuelven, y luego se van a trabajar en un bar en Angola, y se casan con una negra, y luego se separan, y luego se vuelven gays… Pero al final, ¡dio lo mismo! ¡Dio lo mismo todo! Porque da lo mismo: la forma que tome la vida da lo mismo. Y si no admites la plasticidad de esa forma, no estás en el mundo. Hoy día el mundo es performativo, los mecanismos de existencia son actos de habla que se mueven en función de lo intangible. Tomas un seguro por si el avión se cae, por si te da el dengue. Vivimos sobre el supuesto. Y si la realidad se impone, hacemos nuevas reinterpretaciones. Y creo que los jóvenes están más adiestrados en eso de ver el mundo desde el acto de habla. Eso significa que tienes más capacidad de adaptarte a la tragedia del mundo.

¿Tú te sientes libre para transformar tu vida en todo momento?
–La he transformado completamente. Primero fui el joven de las performances. Luego hice un proyecto con mapuches de recuperación de la lengua, junto con ellos. Aprendí la lengua, me metí ahí durante diez años y nada hice más que eso. Luego dirigí una escuela de danza en una universidad, creé un posgrado, toda la formalidad. Después me fui a Venecia a hacer un Máster y ahora estudio los fenómenos migratorios, y a la vez la plasticidad como una manera de nomadismo. He cambiado de amigos, de gente, de idioma, de todo. Por eso cuando me vienen a hablar del performancista, me siento tan extraño. Ahora estoy estudiando ciencias sociales, relacionando la filosofía contemporánea con el arte, son nuevas relaciones. Y las pienso, y soy feliz, más feliz que antes, que ya era feliz, y siempre he sido feliz, ¿entiendes? Suena como naif, pero es así, llegado a esta edad, viviendo como vivo. Lo que no significa que no sea capaz de ser crítico y estar alerta. O de convocar, incluso, a una resistencia frente al dispositivo de reducción que se nos quiere aplicar. Porque tenemos que resistir, no podemos dejar de hacerlo. Y espero que ese sea el espíritu captado de esta entrevista. Estoy llamando a la resistencia frente a un sistema que quiere reducirnos.

LA CORRUPCIÓN DEL ARTE

¿Te interesa lo que hace hoy el Consejo de la Cultura?
–Bueno, yo soy un crítico número uno de la situación de corrupción de la cultura en Chile. Y creo que los estamentos de cultura son unos edificios abandonados, están botados del sistema. Basta ver las autoridades que ponen. Por nombrar un caso, el director del Museo, [Roberto] Farriol. ¿Cómo puede dirigir el Museo de Bellas Artes una persona totalmente denostada por gran parte de la sociedad artística chilena? Hace poco investigué eso y la cantidad de chilenismos y de opiniones críticas en su contra me asombraron. Pero el Museo está abandonado, como la Estación Mapocho…

Concretamente, ¿a qué te refieres cuando hablas de corrupción?
–A la apropiación de los recursos del Estado por un grupo de personas. Y a repartirlos entre ellos.

El amiguismo.
–O coleguismo, como puse el otro día en Facebook. Otro elemento importantísimo que implica corrupción: el Fondart. ¿Cómo entender que algunas personas lo hayan ganado seis o siete veces y otros ninguna, habiendo postulado a diez? ¿Cómo puede ser que el nombre de los evaluadores sea secreto? Todos saben que en realidad no lo es, pero debería ser público. ¿Y qué pasa si se hace público? Veríamos que una persona está en quince comisiones, desde la danza hasta el libro. Otro aspecto: cómo se reinstrumentaliza el GAM. Resulta que el “nuevo GAM” tiene planes “educativos”. Pero el arte no necesariamente es educativo, es arte nomás.

Crees que ese perfil más pedagógico busca ganar masividad a costa del riesgo artístico.
–Exacto, como en la dictadura. Cuando yo era artista de performances, los teatros hacían Shakespeare o “Mama Rosa”, realismo antiguo. El arte era reducido en su potencial, llevado a un lugar cerrado, como la educación.

¿Para allá crees que va el GAM con la salida de Alejandra Wood?
–Y de Javier Ibacache. Ya está pauteado.

¿Desde el Consejo de la Cultura?
–Claro, desde las políticas estructurales de la cultura. Pero arte no es cultura, no son lo mismo. Cultura es fumar, caminar, cantar, hablar un idioma, leer… Arte es iniciación, arte es comienzo. ¿Cómo puede ser que para ganar un Fondart en danza tengan que justificarlo a partir de un guion dramatúrgico? ¡La danza no está condicionada a una historia dramatúrgica! Ni siquiera el teatro. Ningún arte está obligado a la coherencia de una dramaturgia interna. También los obligan a justificar que la obra pueda ser importante para la sociedad, y el arte no necesariamente es importante para la sociedad. Cuando compras un CD o descargas Violeta Parra, es para ti, no es para toda la sociedad.

Y andan todos los artistas pensando en obras compatibles con ese parámetro…
–Porque están obligados. Piensa tú en Matta-Clark. ¿Cómo podría justificar su creación en un Fondart? “Quiero cortar un edificio, partirlo en dos y que entre la luz. Quiero hacer un hoyo en una galería porque murió mi hermano”. ¿Podría participar? En esa justificación se pudre, porque después tienen que demostrarla y ahí murió todo. Ahí ya se murió el arte.

Y del arte vivo, ¿qué te ha entusiasmado últimamente?
–¿Artistas? Se me vienen cuatro nombres altiro: Sebastián Preece, Fernando Prats, Sebastián Jatz, Mauricio Garrido. Artistas jóvenes que yo encuentro que hacen algo maravilloso, propio. También destacaría el trabajo conjunto de Javiera Peón-Veiga con Macarena Campbell, en danza.

¿Hay entre ellos una mirada en común que uno puede seguir?
–Están muy relacionados con el aspecto efímero, y con la naturaleza. Eso hace que el desplazamiento, el nomadismo, la plasticidad, se hagan presentes en la creación, tanto en el acto de hacerla como en su instalación material. Trabajan con el sonido, pueden mezclar el humo con el vuelo de las palomas, o las grietas del terremoto. Otro instaló una especie de mediagua abierta en medio del museo, hace años. Ese tipo de acciones, cómo queda ese gesto ahí, me parece netamente artístico.

¿Y la gente prende? ¿Pasan cosas con el arte que se está haciendo?
–Hoy los teatros están llenos. Cada vez que voy al GAM está lleno. De jóvenes, sobre todo. Hay un mercado de arte, nuevos trabajos, dramaturgos interesantes… Y yo soy formador de bailarines, entonces imagínate lo que es para mí ver que mis alumnos nunca han parado de bailar. Eso es que la danza sigue viva, ¿no?

Y haciendo un paralelo con las performances que hacían ustedes, ¿crees que las artes son hoy día una voz que se pueda escuchar desde afuera del teatro o del museo?
–El arte no está obligado a ser voz, primero. El arte puede ser una gran confusión, puede ser un gran retrotraimiento, un gran ojo puesto sobre sí mismo. El arte tiene permitido no importarle a nadie. Y en esos años yo no estaba pensando en botar el sistema. Estaba pensando en construir mi lenguaje. El mismo Jorge [González] estaba haciendo sus canciones, no intentando ser la voz de todos, con la capacidad que él tenía, ¿no? Después las cosas pasaban solas. Yo hacía una performance y de repente llegaban mil personas. O la gente se paraba a aplaudir y luego se ponían a cantar la canción nacional. O una vez los del público se pusieron a pelear y una mitad echó a la otra para afuera. O la del Bellas Artes, que fue un hito nacional, algo que está en la historia de Chile. Pero yo no me proponía “oye, voy a hacer algo que nunca se olvide”. Incluso me parece increíble que eso no se haya olvidado, sin haber videos, ni estudios teóricos, nada. Sólo es un voz a voz, una tradición oral de la existencia de eso. Y todavía me entrevistan para hacer tesis, o me invitaron a una exposición en el Reina Sofía sobre performers latinoamericanos. Me sorprende porque en realidad yo era artista, vivo como artista, no sé, voy a Machu Picchu, voy a Venecia, o me quedo acá en el patio, o estudio, estudio y estudio. Todavía pienso siempre en cómo generar un lenguaje. Todavía espero alguna vez ser un movimiento inicial de algo. Y sin embargo lo he sido, y sin embargo todavía espero serlo, ¿entiendes? Yo quiero generar alguna vez un lenguaje que venga de mí, propio, natural, original, intacto.

Notas relacionadas