Opinión
31 de Mayo de 2016Columna de Juan José Santos: No es para tanto
Tras un par de piscolas, un artista chileno se dedicó a enumerarme las malas prácticas del ser humano Luksic, incluyendo la colocación de algunos de los hijos del malévolo empresario en consejerías o asesorías de empresas y fundaciones de Estados Unidos. “Le voy a poner una bomba al weón”, me confesó con la boca llena de azufre. Le odiaba más que a Coldplay. Le pregunté si todos esos supuestos casos irregulares los dijo cuando inauguró su exposición en la sala de arte de la CCU, empresa del Grupo ser humano Luksic. Pasé a ser la tercera persona más odiada de su ranking personal.
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El historiador del arte y crítico uruguayo Gabriel Peluffo Linari me contó una broma que le gastó alguna vez al brasileño Mario Pedrosa, crítico de arte trotskista y de resistente código ético. Fueron invitados a debatir sobre arte en una fundación financiada por Rockefeller. Peluffo llamó por teléfono a Pedrosa para tomarle el pelo: le dijo que todos los participantes habían decidido no asistir y boicotear el evento por motivos éticos. Del otro lado de la línea, sólo escuchó silencio. “¡Pero si no es para tanto, Gabriel!”, por fin respondió Pedrosa. La moral es un sombrero. Y hay que ser educado frente al señor empresario.
En la pasada Bienal de Sao Paulo, un buen grupo de artistas decidieron boicotear la financiación del Consulado de Israel. Motivos políticos. El día de la inauguración, los organizadores tuvieron que situar a dos guardias de seguridad frente al logotipo de la embajada de Israel para tratar de ocultarlo. Al lado de ellos lucían brillantes los logotipos de otros financistas, como Petrobras. ¿Por qué a esos artistas les preocupaba más lo que hacía un gobierno a 10.519 kilómetros de su país que los casos de corrupción asociados a la empresa que más dinero daba a la Bienal? Eso teniendo en cuenta que algo tuviera que ver el Consulado de Israel en Brasil con las decisiones de Netanyahu. ¿Por qué la corrupción política provoca acciones, manifestaciones, cartas públicas o renuncias por parte de los artistas, y la empresarial no? Algunos hacen hoy arte político, en muchas ocasiones denunciando las miserias de la dictadura chilena, y enmudecen ante los truculentos negocios –que aparecen en los “Panama Papers”– de coleccionistas que van de compras a sus talleres.
Tras un par de piscolas, un artista chileno se dedicó a enumerarme las malas prácticas del ser humano Luksic, incluyendo la colocación de algunos de los hijos del malévolo empresario en consejerías o asesorías de empresas y fundaciones de Estados Unidos. “Le voy a poner una bomba al weón”, me confesó con la boca llena de azufre. Le odiaba más que a Coldplay. Le pregunté si todos esos supuestos casos irregulares los dijo cuando inauguró su exposición en la sala de arte de la CCU, empresa del Grupo ser humano Luksic. Pasé a ser la tercera persona más odiada de su ranking personal.
Leo y escucho a artistas indignados con Donald Trump, o amenazando con dejar de ver las películas del acosador Woody Allen, o indignados con la decadencia eterna de David Hasselhoff. Cosas que ocurren lejos. No he escuchado a ningún artista hacer, o decir nada, sobre la dimisión de Ricardo Brodsky como director del Museo de la Memoria por su supuesta relación en el caso Soquimich, o cuando se desató la polémica por la concesión de un Fondart de 150 millones de pesos al Centro Cultural de CorpArtes, del multimillonario Álvaro Saieh. Artistas, críticos, profesores y curadores que se solidarizan y aplauden al diputado que calificó de “hijo de puta” al ser humano Luksic, y nada dicen de los compañeros cuyas obras han sido censuradas en salas de arte de Chile; nada hacen cuando se enteran de las malas prácticas de directores de instituciones, galerías, fundaciones o facultades de arte en Chile, de concursos amañados, de ventas en negro, o de revistas que piden obras de arte a cambio de artículos. Esas cosas no son para tanto.
*Curador y crítico de arte.