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Cultura

15 de Julio de 2016

Francisco Varela y la Bestia del Apocalipsis

Pocos meses antes del Golpe y tras haber publicado “De Máquinas y Seres Vivos” junto a Humberto Maturana, Francisco Varela, conmovido por una revelación onírica, decidió abandonar la ciencia y su tradicional modo de vida para emprender una aventura comunitaria junto a su compañera y otras tres parejas de amigos. La llegada de la dictadura lo obligó a perseguir esa utopía fuera del país, dando inicio a un periplo de exploración mística que lo llevaría hasta las montañas nevadas de San Bernardino, California, para ponerse a disposición de un maestro tan excéntrico como autoritario.

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En 1973 y con 27 años recién cumplidos, Francisco Varela consiguió lo que pocos científicos de su edad. Junto a su maestro Humberto Maturana y luego de intensas jornadas de escritura y reflexión, habían dado forma al original libro “De Máquinas y Seres Vivos”, que con los años se convertiría en la referencia fundamental de la llamada Biología del Conocimiento. Varela, tras obtener su doctorado en Harvard en tiempo récord, había decidido regresar a Chile en 1970 con dos motivaciones en su cabeza: participar del proceso de la Unidad Popular y ayudar a Maturana a sistematizar sus intuiciones sobre el carácter autónomo de la vida y la conciencia, que consideraba entre las ideas más vanguardistas del momento con respecto a la comprensión de la vida y sus modos de acción.

Sus años en Chile resultaron, sin embargo, más revolucionarios de lo planificado. Además del ritmo frenético de investigación sobre la autopoiesis y sus derroteros, su vida personal y política sufrió sus propias reinvenciones. El joven científico terminó con su primer matrimonio, se emparejó rápidamente de nuevo y se involucró en una agrupación política de ultra izquierda –Ranquil– cuya radicalidad le parecía una salida necesaria al estancamiento que apreciaba en el gobierno popular. Y esto no era todo. Varela tuvo por esos años una experiencia de despertar espiritual que tardaría mucho tiempo en hacer pública, pero que cambió su vida para siempre: un sueño, más profundo y prolongado de lo habitual, que lo enfrentó a su “parte femenina” y producto del cual llegó a la psiquiatra Lola Hoffmann, cuyo trabajo en la interpretación de sueños y radical defensa de la liberación femenina le estaban granjeando un buen número de seguidores y seguidoras entre la clase profesional santiaguina.

Aquella experiencia onírica le abrió a Varela un mundo desconocido, y su obsesión por la ciencia se encauzó hacia otras disciplinas más esotéricas y enigmáticas. Ya fuera en solitario o junto a amigos como Samy Frenk, dentista y fisiólogo, comenzó a meditar y a registrar con electrodos lo que le ocurría durante las sesiones de meditación; a participar de los cursos impartidos por el místico boliviano Óscar Ichazo y su Grupo Arica; o a acercarse a la terapia gestáltica de Adriana Schnake, quien estaba siendo formada en esa disciplina por Claudio Naranjo. Fue en medio de esa confluencia tan propiamente setentera –revolución política, cultural y espiritual– que tomó una drástica decisión sobre lo que sería su vida en los próximos treinta años. Junto a Frenk y otros dos amigos, también casados y con hijos pequeños, acordaron irse a vivir en comunidad y abandonar la ruta política para emprender una de exploración personal y espiritual en conjunto. La tibia aceptación que estaba teniendo “De Máquinas y Seres Vivos” en el medio académico le confirmaba a Varela que los cambios más radicales, en la ciencia o en la política, no podían ser aceptados por un mundo aún profundamente conservador. La alternativa comunitaria asomaba entonces como un camino mucho más prometedor.

A mediados de 1973, los cuatro amigos comenzaron a vender sus pertenencias para juntar dinero y comprar algún terreno. Pero los pilló el Golpe, y todo se volvió mucho más urgente. Asustados y amenazados por sus actividades académicas y políticas, concluyeron que la única forma de llevar a cabo el proyecto era salir de Chile. Primero pensaron en Cuernavaca, la tierra de Iván Illich y su Centro Intercultural de Documentación, pero las visas nunca llegaron desde México y tuvieron que partir a Costa Rica, única destinación donde los aceptaron. Dejando atrás a sus familias con la promesa de mandarlas a buscar una vez que resolvieran algo, cambiaron sus pasajes para visitar a Claudio Naranjo a California, confiados en que él los ayudaría a delinear con más claridad su proyecto comunitario. En la casa de Naranjo, ubicada entre los cerros de Berkeley, los recibió su esposa Katherine, quien los esperaba con una noticia algo desconcertante. Un maestro sufí, que vivía en las montañas de San Bernardino, en el sur de California, se haría cargo de ellos. “Se llama La Bestia del Apocalipsis”, les dijo y los conminó a partir a la brevedad en su búsqueda.

Las ganas de iluminarse fueron más poderosas que la estupefacción experimentada por los jóvenes científicos al conocer el nombre de su nuevo maestro. Tomaron un avión al día siguiente y cuando llegaron al centro donde trabajaba la Bestia, se enfrentaron a una escena no menos inquietante: un pequeño grupo de sus discípulos, todos veinteañeros, dirigía con total autoritarismo a una veintena de atemorizados adultos. Los empoderados muchachos dijeron a los recién llegados que la Bestia los estaba esperando en una casa cerca de allí. Debían caminar por su cuenta, sobre tres metros de nieve, para acceder al maestro recomendado por Naranjo. Varela y sus amigos obedecieron. Al llegar a la casa indicada, efectivamente, apareció la Bestia: un tipo pelado e imponente, con una polera de Mickey Mouse, que les dijo de entrada: “Ustedes son discípulos de Claudio Naranjo y necesitan seguir con El Trabajo”, en clara referencia a las dinámicas del afgano Gurdjieff, uno de los principales místicos de la primera mitad del siglo XX y del que la Bestia se decía tributario. “Luego los voy a mandar a todos a Ciudad de México para que hagan ahí un puente energético con Vancouver. Yo me encargo de que los dejen entrar”.

En medio del frío y del terror, aunque resignados a seguir los designios del maestro, los tres chilenos caminaron de regreso al centro. Pero cuando vieron que los discípulos de la Bestia les habían quitado sus camas a tres de los adultos para dárselas a ellos, comprendieron que ese modo de iluminación, tan propio de los grupos gurdjieffianos, era mucho para ellos. Esa misma noche se enteraron de que uno de los inquilinos estaba saliendo para la ciudad de madrugada y resolvieron escapar con él, esfumándose en medio de la nieve. La búsqueda de un maestro demostraba ser mucho más complicada de lo que pensaban. Tal vez sería mejor seguir solos que bajo la tutela de un gurú de esas características.

Tras dejar San Bernardino, estuvieron ocho meses en Costa Rica, ya con sus familias ahí, tratando de alcanzar la esquiva iluminación. Todos juntos en una casa, hacían grupos de terapia gestáltica, repetían el entrenamiento del Grupo Arica y comenzaban a relacionarse con el mundo universitario de San José para encontrar un sustento de vida. Pero no llegaban a ninguna parte. Daban vueltas en círculos. Entonces, pese al mal sabor que les dejó aquella visita, decidieron insistir con la Bestia. Partieron a verlo a California y se enteraron de que había bajado de las montañas con el fin de abrir la primera iglesia sufí para Jesucristo en Hollywood. Esta vez intentaron seguirlo y alcanzaron a ponerse bajo sus órdenes, pero al poco andar Varela comprendió, ya sin titubeos, que su camino a la iluminación no pasaba por estas rutas tan eclécticas. La ciencia, por la que había dado tanto, debía volver a su vida, y su horizonte sería ahora buscar los puentes entre una y otra tradición.

Así lo hizo. Volvió a Costa Rica para terminar su trabajo en la Universidad de Heredia y partió a Boulder, Colorado, donde obtuvo un puesto para investigar los sistemas sensoriales de diversas especies. Ahí conocería al que se convirtió en su verdadero maestro: Chögyam Trungpa Rinpoché, quien le enseñó la meditación tibetana y lo condujo definitivamente por un sendero a medio camino entre la exploración mística y la vanguardia de la neurociencia.

*Antropólogo.

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