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Nacional

7 de Agosto de 2016

La batalla por el tratamiento hormonal de los transgéneros de Valparaíso

Aunque el ministerio de Salud no ha creado un programa que regule la atención de la población transgénero en la salud pública, en septiembre de 2015 el hospital Carlos Van Buren de Valparaíso abrió el policlínico Identidad de Género, con el objetivo de atender de manera integral y con un equipo interdisciplinario las necesidades de este grupo. A dos meses de su puesta en marcha, sin embargo, aludiendo falta de financiamiento y regulación estatal, el Servicio de Salud de la región canceló sin previo aviso el tratamiento hormonal de los 50 pacientes que se atendían en el establecimiento, dejándolos a medio camino en su proceso de transformación.

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Victoria González (20) salió del supermercado con la mercadería a cuestas. En una mano llevaba una bolsa que casi se rompía y en la otra sostenía una botella de tres litros. Tan apremiada se veía en medio de los bultos, que un hombre se ofreció para ayudarla. “¿Le llevo la bolsa, señorita?”, le preguntó. “Eso jamás me hubiera pasado siendo Víctor”, recuerda hoy entre risas.

Victoria llevaba apenas un mes de tratamiento hormonal cuando la confundieron físicamente con lo que siempre asumió en su interior. Una readecuación corporal que había comenzado en septiembre del año pasado, cuando cursaba tercero medio en el liceo Pedro Montt, luego de asumir que era transgénero. Fue entonces cuando decidió acudir al policlínico Identidad de Género del Hospital Carlos Van Buren y someterse a todos los exámenes sicológicos para comenzar un tratamiento hormonal.

A las tres semanas de haber comenzado notó que las venas de sus manos se atenuaron y sus uñas y pelo comenzaron a crecer más rápido. Ahora podía usar esmalte de colores y hacerse peinados. El vello facial comenzó a caer y cada vez que se duchaba, podía notar como se iban por el desagüe los pelos de sus piernas. Para educar a su familia, les mostraba videos y fotos de gente trans, hasta que entendieron en qué consistía su tratamiento. Patricia Casanova, una psicóloga del hospital, fue quien les explicó qué pasaría con la Vicky una vez que las hormonas comenzaran a hacer efecto.

Vicky estaba dichosa, salía más seguido con sus amigos y ya no le preocupaba lo que la gente pensara sobre su identidad. Atrás había quedado el muchachito amanerado, el “Víctor gay”. “El día que me dieron los primeros remedios salí saltando en una pata del hospital, me ilusionaba la idea de operarme después y finalmente parecer lo que siempre he sido”, cuenta.

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Sus esperanzas de transformación estaban depósitadas en el hospital Carlos Van Buren, pionero en cirugías de genitoplastía durante 30 años, liderado por el equipo del urólogo Guillermo Mac Millan que ya había operado exitosamente a 600 transgéneros. Pese a la disposición del establecimiento para este tipo de operaciones, hasta septiembre del año pasado no contaba con un área que le permitiera atender de manera integral las necesidades de esta población.

La dirección del centro asistencial, sin embargo, decidió inaugurar el policlínico Identidad de Género, inspirado en la circular 34 del Ministerio de Salud (Minsal) y en la Vía clínica para la adecuación corporal de personas con incongruencia de sexo, donde se explicita que “la disponibilidad de los fármacos requeridos y los exámenes, será responsabilidad de cada establecimiento asistencial”.

La existencia del “politrans”, como llamaron alegremente al recinto, fue un tema recurrente en el círculo homosexual de Valparaíso. La voz corrió tan rápido que comenzaron a llegar eventuales pacientes de todas las ciudades de la V región. Así, el policlínico dejó de ser solo un área de atención en el hospital y se transformó en una verdadera comunidad compuesta por 51 transgéneros que, hasta ese momento, ni siquiera eran visibles como un grupo organizado. Salvo los despiadados ataques homofóbicos reproducidos en los medios de comunicación.
De acuerdo al último Informe de Derechos Humanos publicado el 2014 por el Movilh, Valparaíso es la segunda ciudad con mayor índice de discriminación y violencia hacia grupos transgéneros. La región, además, resalta porque alcanzó la mayor concentración de denuncias y casos de discriminación de su historia, siendo la zona que más puntos subió en este ámbito (128%) respecto al año 2013. El tratamiento hormonal, en rigor, ofrecía una oportunidad para ser aceptados socialmente.

Para coordinarse los usuarios que ya habían comenzado el tratamiento psicológico y hormonal en el “politrans”, formaron un grupo de whatsapp. Por esta vía Victoria se enteró a las cinco semanas de haber comenzado su readecuación que las hormonas que consumía no llegarían más. Se les informó, además, que se cancelaba el uso del pabellón para cirugías de readecuación sexual. De esta manera, solo quienes pudieran pagar las hormonas en el sistema privado podrían continuar con sus tratamientos.

Para completar su transformación, Vicky debe consumir mensualmente tres tipos de hormonas que en total suman 35.000 pesos, además del bloqueador hormonal, esencial en este proceso, ya que impide la producción de testosterona. El bloqueador se consume cada tres meses y tiene un valor de 142.000 pesos, por lo que al cancelar la entrega gratuita de los fármacos, su familia debería ahorrar 82.000 pesos cada mes solo para el tratamiento, monto que representa un tercio del ingreso familiar. Imposibilitada para costear el tratamiento, Victoria comenzó a consumir Tinelle, anticonceptivo que le permite estancar en parte la masculinización de sus rasgos. La misma fórmula que tuvieron que usar otros compañeros de tránsito. “Si pedimos ayuda a un hospital público es porque claramente no tenemos la plata para pagar el tratamiento. Si la tuviéramos, no nos expondríamos a que el sistema nos discrimine por ser trans y además pobres”, asegura Francisco Romero, vocero de los usuarios del policlínico Identidad de Género del hospital Van Buren.

Sin plata, no hay hormonas

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A dos meses de su puesta en marcha, en noviembre de 2015, el policlínico debía ser presentado por la dirección del hospital dentro de la canasta de prestaciones de Fonasa 2016 para recibir financiamiento estatal, pero al no contar con un programa a nivel nacional que norme la atención de los grupos transgéneros en la salud pública, elaborado y regulado por el Minsal; el Servicio de Salud de Valparaíso y San Antonio (SSVSA) ordena cancelar la compra de hormonas recetadas a los pacientes en el policlínico aludiendo falta de dinero y descoordinación con la dirección del hospital. “No depende de nosotros, fue una iniciativa local que no tenía financiamiento, que no estaba programada, ni tenía autorización del ministerio de Salud. Además, el Servicio de Valparaíso y San Antonio no estaba designado como prestador para la parte de hormonas”, explica Patricia Lastra, subdirectora del Servicio de Salud de Valparaíso.

Ante esta situación, la comunidad trans del policlínico se organizó para buscar soluciones, enviaron cartas y protestaron con carteles fuera del hospital. Pero la respuesta siempre fue la misma: sin plata, no hay hormonas. “Nos sentimos vulnerados en nuestros derechos, nos llaman a participar de un programa donde nos prometían atención médica y nos dejaron botados a la mitad. Tenemos que caminar por las calles con una identidad a medias. Nos miran, nos discriminan y se burlan. Pedimos algo básico, si no tienes tu identidad de género, no tienes nada. Están esperando que alguien se mate por esto”, afirma Francisco Romero.

Un estudio sobre estigma y discriminación en Chile, realizado por la Organización de la Naciones Unidas el año 2012, identifica a la población trans como uno de los segmentos de mayor vulnerabilidad y exclusión social, bajos niveles educativos, precariedad laboral, vivencias de situaciones de violencia y discriminación permanente. Patricia Casanova, psicóloga del policlínico señala que “esto se agudiza cuando en el mismo sistema de salud pública los invisibilizas. Cuando los llamas a ser parte de algo, los ilusionas y luego los abandonas. Hay que recordar que una persona que pide ayuda en un policlínico, lo hace claramente porque no cuenta con los recursos suficientes como para costear el tratamiento de manera particular”.

La alegría de Vicky, luego de haber comprado por primera vez un set de maquillaje y ropa de mujer que podía usar sin verse como hombre disfrazado, se vio interrumpida por la falta de hormonas. Sin ellas el retroceso en el tratamiento era evidente. Mirarse en el espejo le producía ansiedad. La piel de su cara, antes tersa, comenzaba a llenarse de barba otra vez, oía nuevamente su voz más gruesa y debía aplicar, todas las mañanas antes de ir al colegio, grandes capas de maquillaje para tapar su masculinidad.

Las consecuencias de la fluctuación hormonal son físicas y psicológicas. Lo más evidente es el retroceso en la expresión de los caracteres sexuales secundarios: vuelve a aparecer el vello corporal que antes se había perdido, la voz y las manos se tornan gruesas. En el caso de la transición femenina a la masculina, los pacientes vuelven a menstruar. “Estos cambios parecen superficiales, pero son traumáticos para los pacientes. El cuerpo es tu carta de presentación y si dejas el tratamiento hormonal a medias, expones a esa persona a situaciones de intolerancia, de violencia física y verbal. Todo eso es la razón por la que, a nivel mundial, los transgéneros tienen mayor índice de depresión y altas tasas de suicidio”, explica Casanova, psicóloga del policlínico.

La intención de Juan Patricio Castro, director del hospital, y del equipo médico que trabaja en el policlínico, fue crear un programa local que se hiciera cargo de las demandas que los grupos transgéneros tuvieran en el área de la salud. Esto porque a nivel nacional el ministerio de Salud no ha creado un proyecto que contemple los procesos de readecuación sexual, que van desde la atención psicológica, el tratamiento hormonal, hasta la genitoplastía. Sin embargo, no contemplaron que la demanda por las hormonas crecería tanto y que no podrían hacerse cargo de pagarlas, solo con el presupuesto del hospital y sin el financiamiento de Fonasa.

Como era un proyecto creado desde la dirección del hospital, el Servicio de Salud de la región se enteró dos meses después de su existencia y cuando la cancelación del tratamiento hormonal por falta de dinero era inminente.
Ante la falta de coordinación entre ambos organismos, la presión de los pacientes transgéneros por recibir los medicamentos y la ausencia de respuestas concretas por parte del Minsal, el Servicio de Salud respondió que no aprobarán la implementación de un programa sin respaldo ministerial, que además en términos técnicos es deficiente. El policlínico, aseguran, no existiría como tal. “Es solo un plan piloto de gente que quiso atender por buena voluntad, pero que no se dio cuenta de las expectativas que esto iba a generar. No aprobaremos su financiamiento hasta que el Minsal genere un programa nacional”, recalcó la subdirectora del SSVSA, Patricia Lastra.

Jaula masculina

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Victoria no era la única que se encontraba viviendo los efectos del retroceso. Danaella Ponce (29) había llegado desde Quilpué al politrans, un mes antes de la suspensión de hormonas. Una tarde mientras contemplaba a su polola Elizabeth jugar con el hijo que tenían en común, comenzó a cuestionarse si realmente era feliz. Hace tiempo que sentía que algo extraño ocurría con su cuerpo, que estaba atrapada en una jaula masculina. Los seis años de relación con su polola y el hijo de cuatro años, la convencieron de que tal vez era solo una idea vaga.

Pasó el tiempo y la sensación de confinamiento corporal no se atenuaba, se sentía extraña e infeliz. Una noche decidió enfrentar a su pareja y contarle que era transgénero. Desde que lo hizo, todos los días se repetía la misma escena: llanto, recriminaciones y ruegos de su polola por volver a ser una familia tradicional. La situación en su casa era insostenible. El fantasma de lo que había pasado cuando Koral, su gemela, había salido del clóset como trans le recordaba lo complicado que sería comunicarle a su padres evangélicos que otro de sus hijos en realidad era mujer.

Armándose de valor le dijo a su familia que comenzaría un tratamiento de readecuación corporal, igual que su hermana lo había hecho cuatro años antes. Desde octubre del año pasado, misma fecha en que ingresó al policlínico, que Danaella no puede ver a su hijo con regularidad y tampoco ha podido explicarle porqué su papá ahora se ve y viste diferente.

Durante la primera consulta la psicóloga y la ginecóloga le explicaron que su tratamiento se realizaría de manera regular por dos años, que durante ese período el hospital le entregaría los medicamentos necesarios y que incluso podría optar a ser una de las cinco personas que son sometidas cada año a una cirugía de cambio de sexo financiada por el organismo. El panorama cambió el día que fue a buscar por segunda vez las pastillas que le darían forma femenina a su cuerpo. “Uno se ilusiona, queda con las ganas y con la confianza. Pero a los dos meses fui a buscar mis hormonas al hospital y no estaban. Ahí me enteré que no iban a llegar más”, cuenta.

Desde el ministerio de Salud admiten que se requiere un modelo de atención integral, que abordado a través de prestaciones de salud incorporadas en Fonasa, permitiría realizar tratamientos hormonales como parte de un programa a través del sistema público. También señalan que se hace necesaria la capacitación de los funcionarios en el trato digno y menos discriminatorio de este grupo. “El Minsal hace años que dice lo mismo, pero no ha concretado nada, mientras tanto tenemos hospitales ofreciendo servicios de los que no se van a poder hacer cargo y nadie se responsabiliza por las falsas expectativas y el daño que produce en un grupo tan minimizado como los trans”, enfatiza Franco Fuica, vicepresidente de Organizando Trans Diversidades (OTD).

Danaella y Victoria iban casi todos los días al hospital a preguntar por la llegada de sus hormonas. A Vicky le recetaron pastillas anticonceptivas para estancar los efectos de no recibir hormonas femeninas, mientras que a Danaella le hicieron una receta con hormonas que podrá comprar de manera particular. Su tratamiento ha sido interrumpido. Hay meses en que puede costear algunos medicamentos, pero su sueldo de vendedora de ropa americana no le alcanza para pagar el arriendo, la pensión alimenticia y los fármacos que necesita para su readecuación corporal. Tampoco el horario de trabajo en un mall le da espacio para tomar otro empleo.

Hasta el momento la solución que entrega la dirección del hospital es entregar todas las hormonas disponibles en su bodega, a los pacientes que tengan domicilio en Valparaíso o San Antonio, es decir, a todos aquellos que les corresponda atenderse en el hospital Carlos Van Buren. Pacientes como Danaella, que vive en Quilpué, deberá costear su tratamiento de manera particular. Los demás tendrán que esperar hasta que el ministerio se decida a implementar una propuesta pública, como el fugaz policlínico que les devolvió la esperanza, y los hizo sentir que el Estado, por primera vez, no los había abandonado a su suerte.

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