Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Mundo

29 de Agosto de 2017

Los activistas LGTB venezolanos que terminaron trabajando en Chile

En la última década, Venezuela vivió uno de los mejores momentos de su historia en activismo LGBT. Las organizaciones crearon campañas, redactaron una ley de matrimonio igualitario y lograron el triunfo de dos diputados de su sector. Sus aspiraciones, sin embargo, chocaron de frente contra un gobierno que prácticamente los ignoró. Tres de los más importantes activistas no soportaron la crisis y llegaron a Chile para rearmar sus vidas de cero. En la misma semana que nuestro país le otorgó asilo político a cinco magistrados venezolanos, los activistas analizan el desolador panorama de su país. “Venezuela es como una herida permanente en la piel”, dice uno.

Por

En el segundo piso de un departamento ubicado en avenida Suecia, Providencia, Daniel Arzola espera a las visitas. Son las ocho de la tarde de un viernes de agosto y está ansioso. Serán los primeros invitados a su nuevo hogar, tras haberse mudado aquí hace unos días. En la mesa del living hay un par de cervezas y platos con maní.

Y aunque Daniel es el anfitrión, él no convocó a la gente. Jaime Parada, concejal de Providencia y reconocido defensor de los derechos de la diversidad sexual, fue el responsable. Hace varios meses se había enterado que tres de los activistas LGBT de Venezuela más importantes del último tiempo estaban viviendo en Santiago. No podía creer que Edgar Baptista, jefe de campaña de la primera diputada transexual de su país, Tamara Adrián, estuviera trabajando de ejecutivo de back office en Líder, y que José Manuel Simons, redactor de la ley de matrimonio igualitario, fuera captador en una estación de metro para Virgin Mobile. Luego de establecer contactos con cada uno, los organizó para juntarse.

Daniel los saluda con un abrazo a medida que van entrando. Todos se sientan en el sillón. Jaime Parada, uno de los últimos en llegar, lo hace en una silla. Hay silencios incómodos. Lucen contenidos. Conversar de activismo, tan lejos de su natal Venezuela, es una experiencia extraña.

Daniel Arzola, de pronto, dice lo que todos quieren escuchar: “Chicos, ¿por dónde empezamos?”.

EL ARTISTA

Daniel Arzola nació en 1989 en la ciudad de Maracay, a 109 km al suroeste de Caracas. Creció en una familia compuesta por su madre y su hermano cinco años mayor. Su padre se fue de la casa cuando él era pequeño. Quizás por esa ausencia paternal, su hermano cada vez que veía en televisión a Hugo Chávez le decía papá. En el barrio en el que vivían no era algo extraño: el chavismo arrasaba en las elecciones.

Daniel supo de muy niño que era gay. A los cinco años su madre le preguntó quién era el amigo colorín que aparecía en uno de sus dibujos. “Es mi novio, mamá”, respondió. A pesar de asumir su sexualidad tempranamente, algo no le calzaba: los homosexuales que aparecían en los programas televisivos eran personajes bufonescos. “Nunca alguien con una vida normal, con familia, que tuviera amigos”, recuerda.

“En Venezuela estás atrapado entre el caudillo o militar si eres varón, y la miss si eres mujer. Todo lo que está entre medio corresponde a un sálvese quien pueda. Ser diferente y crecer en la Venezuela que yo crecí es terrible”, asegura.

El último día de clases del 2004 había terminado y Daniel, de 15 años, caminaba hacia su casa. Eran las 18:30 horas y ya casi estaba oscuro. Pasaba por una cancha de basquetbol, rodeada de chatarra, cuando divisó a los tres vecinos que tiempo atrás habían escrito “maricón” afuera de su casa. Empezaron a insultarlo, pero Daniel continuó con la vista al frente, sin voltear.

De pronto, los tres jóvenes lo rodearon. “me empezaron a empujar, a decirme maricón y un sinfín de cosas”, relata. Uno lo agarró y lo llevó a un poste eléctrico, mientras otro buscó cables en la basura y lo amarró. Luego le sacaron los zapatos y, riendo, le tiraron petardos a los pies. El más grande de todos mandó a otro a buscar gasolina. El tercero revisaba su bolso. “Encontró los dibujos y decía que eran de maricones. Lo vi cómo los rompía”, recuerda.

“Si me van a matar por lo menos voy a luchar”, pensó. Aprovechó el descuido del que lo vigilaba para romper los cables y correr. Las risas y su respiración agitada era lo único que escuchaba mientras arrancaba. “Ahí entendí que el arte es frágil y el cuerpo también”, reflexiona.

Daniel Arzola no dibujó más por varios años. A los 17 entró a estudiar diseño gráfico. Estaba terminando la carrera, a finales de 2012, cuando vio la noticia de Ángelo Prado. En la misma ciudad en la que vivía, el joven de 18 años fue rociado con bencina por adolescentes que le prendieron fuego porque no lo querían en su colegio. “Acá no se aceptan maricones”, gritaban según testigos. Prado terminó con el 70% de su cuerpo quemado. La noticia impactó al país y movilizó a varias organizaciones LGBT.

“Me di cuenta que lo que me pasó a mí no fue un hecho aislado. Necesitaba volver a dibujar pero en un formato que la gente no pudiera destruir”, recuerda.

Ingresó a estudiar artes en la Escuela Rafael Monasterios. En ese tiempo ideó la campaña virtual No soy tu Chiste, con dibujos y frases de sensibilización para las temáticas LGBT. El primer dibujo lo subió a Facebook en enero de 2013, y se viralizó rápidamente. El segundo tuvo el mismo éxito.

Daniel Arzola, sin buscarlo, creó la primera campaña viral de Venezuela con 50 ilustraciones. Madona escribió en Twitter que amaba su trabajo y lo invitó a participar de una campaña de derechos humanos a nivel mundial. Las obras se tradujeron en 20 idiomas y los medios de comunicación lo buscaban para entrevistarlo. Se convirtió en uno de los artistas LGBT más importantes de su país.

“Ahí denuncié homofobia de Estado en Venezuela. Conté que Nicolás Maduro y muchos diputados oficialistas tratan a Henrique Capriles de homosexual y maricón en la televisión pública donde todos lo ven, como si fuera algo negativo. Lo han hecho muchas veces”, relata.

“La izquierda en Venezuela es del siglo XX. Es la idea de Fidel Castro. Es un comunismo católico. Es difícil saber si Chávez fue homofóbico. Maduro sí lo es. Mientras Cristina Fernández decía que tenía amigas lesbianas y promovió el matrimonio homosexual, mientras Mujica hizo que Uruguay fuera el primer país con adopción homoparental en América Latina, Chávez nunca tocó el tema”, agrega Arzola.

Tanta exposición mediática a Daniel Arzola le pasó la cuenta. Un día de 2013 lo llamaron por teléfono y le dijeron: “Te ves muy bien caminando, maricón. Sigue hablando paja, que a un maricón menos nadie lo va a extrañar”.

Ese mismo año mataron a cuatro de sus mejores amigas de forma muy violenta. A una de ellas le dispararon frente a su hija en su propia casa. “No aguanté más la violencia”, recuerda.

“Es ahora o nunca”, pensó.

En junio de 2014 Arzola tomó el avión rumbo a Holanda invitado por RNW (Radio Nederland Wereldomroep), una organización holandesa que ayuda a países con discriminación de género. No volvió nunca más a su país. Tras estar varios meses en Europa, consiguió una maestría en derechos humanos en Buenos Aires. Estuvo un año. Ahí conoció a Jaime Parada, que lo invitó a trabajar en el departamento de Diversidad y no Discriminación de la Municipalidad de Providencia en el período anterior.


Una de las obras de la campaña No Soy Tu Chiste, creada el 2013 por Daniel Arzola.

 

EL POLÍTICO

En junio de 2001 varias agrupaciones recién fundadas organizaron la primera marcha del Orgullo Gay en Venezuela. Fue el primer gran alzamiento del activismo venezolano, que lentamente comenzó a crecer. En esos años Edgard Baptista, el último en llegar a la casa de Daniel Arzola en Providencia, nunca vio esas noticias. Ni él ni mucha otra gente. No eran hechos de gran cobertura nacional. Con el tiempo tomó conciencia. En 2007 ingresó a estudiar sociología a la Universidad Central de Venezuela, en Caracas. El primer año universitario estalló el movimiento estudiantil contra el gobierno por el cierre de un canal de televisión. Fue la primera incursión de Baptista en política.

“Ahí me di cuenta que el tema LGBT no estaba en los partidos políticos, sólo en ONG”, recuerda. Trabajó a dos frentes: por un lado forjó su camino como opositor a Chávez, y por otro levantó instancias de conversación de discriminación de género. En 2010 fue parte del grupo fundador de Voluntad Popular, el partido de Leopoldo López. No tardó mucho en lograr lo que quería: creó dentro de su partido el grupo Pro Inclusión, dedicado especialmente a temáticas LGBT.

“No levantamos banderas ni reivindicaciones propias, sino que asumimos las de agrupaciones que habían luchado a finales de los 90’. Tomamos el legado de Oswaldo Reyes, un activista venezolano LGTB, que fue el primer candidato abiertamente gay en postularse a un cargo público en el año 1999”, cuenta.

En 2010 un grupo de desconocidos pintó de negro un mural en el que aparecía una pareja de hombres besándose, dibujados en la pared de una plaza en Altamira, Caracas. La organización de Baptista convocó a una grafitera para restaurar la obra y organizó un conversatorio que se transmitiría por Streaming desde la misma plaza. A ese evento fue invitada Tamara Adrián, profesora universitaria transgénero, sindicada por muchos como una de las mejores juristas de Venezuela.

Cuando terminó la actividad, Edgar Baptista se acercó a Tamara para preguntarle si quería sumarse a Voluntad Popular. Tamara aceptó. Cinco años después la llevaron como candidata a diputada. Edgar fue su jefe de campaña. “Mucha gente ni siquiera sabía que Tamara era trans, porque todos conocían sus logros como profesora universitaria, como integrante de organizaciones mundiales. Quizás eso también nos ayudó a ganar”, confiesa.

El 6 de diciembre de 2015 fueron las votaciones. Tamara Adrián generó gran atención mediática. Sobre todo después de ganar las elecciones, convirtiéndose en la primera diputada transexual de Latinoamérica. Rosmit Mantilla, también militante de Voluntad Popular, fue el primer diputado abiertamente homosexual en ser electo en las mismas elecciones.

“Fue una alegría indescriptible. Ya no teníamos que ir a golpear puertas a la Asamblea para escuchar que hacíamos un trabajo chévere pero nadie nos ayudaba en serio. Con ellos electos podríamos plantear nuestros temas desde dentro. Sentíamos que estábamos haciendo historia”, cuenta Baptista.

Días después de las celebraciones, el equipo de Tamara Adrián, con Baptista incluido, comenzó a trabajar en su primer proyecto: decretar el 17 de mayo como día nacional contra la homofobia. “No iba a implicar derechos, pero era la primera prueba de fuego para ver qué capacidad teníamos de aprobar lo que planteábamos”, recuerda Edgar.

Contra todo pronóstico, en enero de 2016 se generaron los compromisos y en mayo se aprobó el decreto. Por primera vez celebraron el día contra la homofobia. Sería el último. A mediados de 2016, tras una denuncia del oficialismo, el Tribunal Supremo de Justicia declaró en desacato a la oposición en el Parlamento, por haber incorporado a tres diputados acusados de comprar votos en las elecciones de 2015. Con esta medida el Tribunal dejó sin efecto todos los decretos aprobados en las sesiones que participaron los tres diputados, entre ellos, el día nacional contra la homofobia.

“Esa jugada del gobierno hizo que todo nuestro trabajo, al que me dediqué durante 15 años, haya quedado en nada. Ahí varios activistas se fueron del país”, confiesa.

Edgar Baptista entró en un cuadro depresivo al mismo tiempo que la crisis de Venezuela se profundizó. Vivía con sus abuelos y no podía conseguirles sus medicamentos. “Tenía amigos nacidos en Chile, pero que sus padres se fueron a Venezuela arrancando de la dictadura de Pinochet. Ellos me ayudaron a llegar y establecerme”, relata.

En diciembre de 2016, exactamente un año después de haber ganado la elección junto a Tamara Adrián, Edgar Baptista llegó a Chile. Su primer trabajo fue acomodando carros en un Jumbo de Puente Alto. Meses después sería ejecutivo de back office en Líder.

EL ABOGADO


José Manuel Simons, segundo de izquierda a derecha, recolectando firmas para la ley de matrimonio igualitario.

 

A los 21 años José Manuel Simons estaba redactando la primera ley de matrimonio igualitario en la historia de Venezuela. Aunque tal como Edgar Baptista, terminaría con su proyecto frustrado y sentado en la casa de Daniel Arzola de avenida Suecia hace un par de semanas.

Simons nació en Caracas en diciembre de 1991. Entró a la universidad a los 16 años y a los 21 se graduó de abogado. En su periodo universitario no militó en política. “Nunca me llamó la atención un partido”, confiesa.

Sin embargo, siempre tuvo inquietud por los derechos de la comunidad LGBT. Se graduó el 2013 y comenzó a buscar organizaciones para participar en foros y reuniones sobre identidad de género.

En ese afán se contactó con Venezuela Igualitaria, agrupación creada en 2012 y que rápidamente se consolidó como una de las más importantes del país, con Giovanni Piermattei como presidente. Buscaban promover el matrimonio igualitario. “Me dijeron que necesitaban un abogado y pensé que podía aportar en algunas cosas”, cuenta.

A principios de 2013 solamente iba a foros. A los meses lo habían nombrado representante de la organización en Caracas. En junio de ese año le preguntaron a José Manuel si se sumaba al equipo que redactaría la ley para presentarlo como Iniciativa Popular Legislativa. Aceptó. “Nunca tuve la noción de la importancia de lo que hacíamos”, recuerda.

En Venezuela existe una institución legal llamada Iniciativa Popular Legislativa, que faculta a los ciudadanos a presentar un proyecto de ley en Asamblea Nacional. Sólo deben reunir el 0,1% de firmas del padrón electoral, que en el caso venezolano se traducía en 19 mil.

En esa época Giniveth Soto se acercó a la organización. Se había casado en junio de 2013 con Migdely Miranda en Argentina y planeaban tener un hijo por inseminación artificial. Su caso apareció en medios nacionales e internacionales: llegadas a Venezuela, el matrimonio fue desconocido por las autoridades. Necesitaban ayuda legal y Simons se las ofreció. En un par de meses José Manuel estaba redactando el proyecto de matrimonio igualitario y trabajando en uno de los casos LGBT más importantes en la historia de su país.

A Venezuela Igualitaria se sumaron 47 organizaciones LGBT en el proceso de recolección de firmas para ingresar el proyecto de ley. Se movilizaron por todo el país. El 31 de enero de 2014, con las firmas listas, presentaron la iniciativa legal. Un escenario afuera del edificio de la Asamblea Nacional recibió a las 500 personas que asistieron en apoyo. “Ahí sentimos que era un momento histórico. Nunca habíamos tenido tantos medios encima”, recuerda el abogado.

Una comitiva compuesta por varias organizaciones entró a la Asamblea para entregar las 25 páginas del proyecto de ley. Entre ellas Tamara Adrián y Giniveth Soto.

Semanas después José Manuel Simons empezó a sospechar algo raro. La Asamblea Nacional nunca presentó la iniciativa en tabla. “Cuando preguntábamos en qué estado se encontraba, nos decían que avanzando. Pasaron los meses y la ley nunca se debatió”, relata.

En diciembre de 2014, mientras esperaban alguna respuesta de la Asamblea Nacional, Giniveth Soto fue asesinada por delincuentes que intentaron arrebatarle su taxi. Al activismo LGBT se le iba uno de sus rostros más potentes. Era el presagio de lo que pasaría en los siguientes meses.

En abril de 2016 presentaron un recurso contra la Asamblea Nacional ante el Tribunal Supremo de Justicia por no debatir el proyecto. El Tribunal tampoco respetó los plazos legales. Actualmente se encuentra en periodo de sentencia, sin una fecha de tope. Ese mismo año comenzó la fuga de activistas. “La gente que estaba dispuesta a ir a entrevistas, a dar la cara, se fue del país”, confiesa Simons.

El abogado soportó un par de meses. Alcanzó a ver cómo el mismo Tribunal declaraba en desacato a la oposición en el Parlamento, consumiendo las últimas esperanzas del activismo.

En noviembre de 2016 tomó el avión a Chile. A diferencia de Venezuela, sus preocupaciones en el país fueron de otro tenor. “Allá lo único que pensaba era en el activismo. Acá mi preocupación era algo tan tonto como el cambio de horario o cancelar la cuenta de spotify. Siento una disyuntiva muy grande: me produce tranquilidad que ahora mis preocupaciones sean esas. Puedo pagar todas mis cosas, mandarle plata a mi mamá, pero no estoy pensando, no estoy desarrollando lo que me gustaría hacer. Estoy como de vacaciones”, reconoce.

José Manuel Simons trabajó en un call center de Claro y en marzo de este año se cambió a captador de planes para Virgin Mobile en un metro de la línea 2.

***

Jaime Parada, sentado en el departamento de Daniel Arzola, le pregunta a cada uno su historia. Como si fuera una terapia, cada cual cuenta la suya, mientras el resto escucha en silencio esperando su turno. Aparecen nombres comunes: que si supiste que Yonathan Matheus, fundador de Venezuela Diversa, se fue a Nueva York, que cómo está Gabriela Escorlani, exdirectora de Activistas por el Arcoiris, erradicada en Colombia, que si has hablado con José Ramón Merentes, exdirector de Unión Afirmativa, que está viviendo en España.

Son muchos. El activismo está en el suelo, dicen. Hablan de la gran cantidad de personas con VIH que no logra conseguir medicamentos. Toman cerveza. El reloj ya casi marca las 10 de la noche. Se reconocen como la generación que creció creyendo que los derechos LGBT podían ser distintos en Venezuela, pero que fracasaron. Uno reflexiona: Éramos los que debíamos conseguir objetivos e inspirar a otros. Nos amputaron ese proceso. La mayoría nos fuimos ¿A quiénes mirarán los que vienen?

Se despiden comprometiéndose a volver a juntarse. Alguien lanza la idea de unir fuerzas para levantar de alguna forma el activismo. Todos asienten.

Dos semanas después, Daniel Arzola, sentado en el living de su casa, recuerda el encuentro. Lo define como un momento raro. Aclara que no sabe si quiere volver a su país. Recuerda a la cantante Chavela Vargas: “Venezuela es como una herida permanente en la piel. Estuve a punto de morir; no fue un lugar donde amé la vida”.

-Uno se reconoce a sí mismo porque ves a tus amigos creciendo, cambiando. Ves a tu mamá volverse vieja. Ves a tus hermanos crecer. Eso te permite entender la época en la que estás viviendo. Cuando te quitan todo eso uno pierde la noción. Tenerlos a ellos esa noche acá, que lucharon por lo que yo luché, fue entender en qué época de mi vida estoy viviendo. Cuando se fueron fue volver al vacío. Sabes donde estás pero hay una parte tuya que está en blanco y que busca desesperadamente al otro para reconocerse.

Notas relacionadas