Hay en las afueras de mi edificio en el barrio del Vedado, La Habana, un Audi negro estacionado (en Cuba ver un Audi es como ver un cometa espacial). La matrícula comienza con la letra M, lo que indica que pertenece al Ministerio del Interior. Hay también dos hombres serios, de bigotes tupidos, que parecen […]
Compartir
Hay en las afueras de mi edificio en el barrio del Vedado, La Habana, un Audi negro estacionado (en Cuba ver un Audi es como ver un cometa espacial). La matrícula comienza con la letra M, lo que indica que pertenece al Ministerio del Interior. Hay también dos hombres serios, de bigotes tupidos, que parecen alternar turnos de guardia: mientras uno está dentro del Audi, el otro camina y merodea el vecindario.
A la distancia, los dos tipos se ven robustos y con cara de pocos amigos. El que ahora está fuera del Audi observa con recelo a su alrededor: los balcones, la gente que va y viene, pero sobre todo, examina sin pudor, de arriba abajo, a las personas que se adentran en mi edificio.
Mi edificio es viejo y raro. Fue construido a finales de la década del veinte del pasado siglo. Consta de dos bloques de tres pisos que se comunican a través de un pasillo de columnas. Los apartamentos del bloque trasero, justo donde vivo, tienen balcones que dan a la espalda de las habitaciones del bloque delantero y a dos patios interiores que quedan a los costados del pasillo. Los dos bloques de apartamentos hacen que en su intermedio se geste un eco potente y que el mínimo movimiento se vuelva un estruendo.
De una de las casas del primer piso salen voces entremezcladas. Voces fogosas, desenfadas y alegres. El apartamento tiene la puerta trasera abierta y desde el pasillo del edificio, pasando la vista a través del patio de la izquierda, se puede ver a mis vecinos sentados en una mesa alargada.
Hacen la sobremesa de un almuerzo de domingo. En una de las sillas, con el pelo entrecano y la piel un tanto rosada, vestido con una camisa gris sin ribetes y sosteniendo una cerveza Presidente en su mano izquierda está el vicepresidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, acompañado de su esposa.
El hombre, que probablemente sustituya a los hermanos Castro como presidente de la isla después de 60 años, está recostado al espaldar de su silla y conversa con normalidad sin gesticular demasiado. Díaz-Canel tiene estirada y posada en uno de los hombros de su esposa Lis Cuesta la mano que le queda libre, la que no sujeta la cerveza.
Uno de mis vecinos me dirá un par de horas después que el vicepresidente y su esposa estuvieron en su casa y almorzaron porque su madre es amiga de Cuesta. Mi amigo también me dirá que Díaz-Canel “es un tipo chévere, jodedor”, que “se tomó sus traguitos”, que fue él “quien decidió en Cuba poner los partidos de fútbol en vivo” y que “le va al Barca”.
***
Si no ocurre una sorpresa, este jueves, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, a sus 57 años, será nombrado nuevo presidente del Consejo de Estados y Ministros de Cuba. Y de ese modo se convertirá en el primer hombre que, habiendo nacido después del triunfo de la revolución cubana en 1959, gobierne la isla.
Díaz-Canel es ingeniero electrónico, graduado en la universidad de su provincia natal Villa Clara, pero su carrera nunca ha estado apegada a la ciencia, sino a la política. Es un dirigente gestado en las entrañas de la pirámide formativa cubana de cuadros del Partido Comunista.
Aunque el vicepresidente cubano no se formó en un ambiente militar como la inmensa mayoría de la cúpula del poder de la isla, sí se ha vestido de verdeolivo alguna vez. Cuando en 1982 terminó sus estudios en la Universidad Marta Abreu, pasó a desempeñarse profesionalmente en las filas de una unidad de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) en las que estuvo tres años.
Luego Díaz-Canel regresó a las aulas universitarias como profesor y allí fue como comenzó a gestar su ascenso en la política. A finales de la década de los 1980, alternó las aulas con la militancia y se convirtió en uno de los rostros de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) de la provincia de Villa Clara.
Un joven con aspecto de rockero
La UJC es la antesala del Partido Comunista (PCC), el laboratorio de cuadros políticos, el escenario donde los chicos con credenciales demuestran sus dotes para seguir ascendiendo en la pirámide institucional partidista.
Para los primeros años de la década de 1990 en Cuba, cuando el derrumbe del campo socialista hundió a la isla en una crisis económica que provocó que el PIB se contrajera en un 36%, Miguel Díaz-Canel se convirtió en el segundo secretario del comité nacional de la UJC.
En 1994, ya en las filas del PCC, a Díaz-Canel le encomendaron desde el comité central el cargo de primer secretario provincial del partido de Villa Clara, una especie de alcaldía. Y es ahí donde Cuba conoce al aquel entonces joven y prometedor político.
La imagen de Díaz-Canel rompió con los estereotipos de los dirigentes cubanos de la época. Tenía una melena larga que le daba aspecto de rockero y vestía en jeans y camisetas deportivas. La isla, adaptada a la seriedad de los uniformes militares bien planchados, se sorprendió al presenciar la percha desenfadada del apuesto jovenzuelo.
“Uno lo veía por cualquier lado en la ciudad, era joven y estaba pendiente de todo. A las mujeres les encantaba”, cuenta Alfredo Suárez, un villaclareño jubilado de 65 años.
Mercedes Del Monte, 68 años, quien trabajó en el PCC provincial de Villa Clara en los años en que Díaz-Canel fue el primer secretario, dice: “Es un hombre sumamente eficaz y cumplidor, trabajaba hasta altas horas de la noche y se preocupa por todos sus subordinados, incluso, los de más abajo”.
Alejandro Almaguer, un albañil de 55 años, recuerda dos pasajes que le hicieron ganar muchos adeptos a Díaz-Canel en Villa Clara. “Cuba estaba pasando por su peor etapa en el período especial, pero los dirigentes seguían viviendo bien con sus prebendas. Miguel no; el hombre andaba en bicicleta cuando los demás dirigentes iban en carros con choferes”.
En los 90, la isla tenía tan poco petróleo que apenas le bastaba para suministrar unas pocas horas al día de manera aleatoria la energía eléctrica a la población. Cuenta Almaguer que “el hospital de la provincia, que era priorizado, un día se quedó sin electricidad y Díaz-Canel fue cama por cama para pedir disculpas, incluso fue adonde estaba Guillermo Fariñas, el disidente que estaba hospitalizado por huelga de hambre”.
Durante su etapa como dirigente en Villa Clara, Díaz-Canel destacó además por apoyar varios proyectos culturales. Entre ellos festivales de música que impulsaron sobre todo el rock en la provincia, un género musical demonizado
en el país. En Santa Clara, bajo la mirada y aprobación de Díaz-Canel, se celebró por primera vez en Cuba un espectáculo de travestismo.
***
El Miguel Díaz-Canel que está reposando su almuerzo entre cervezas y con sonrisa amplia en casa de mis vecinos, se asemeja más al Díaz-Canel feliz y enérgico que dirigió la provincia de Villa Clara. El Díaz-Canel que hoy sale en
los noticieros y en los periódicos, el Díaz-Canel que se fue armando con el paso de los años y su ascenso político en la isla, es parco y gris.
“Cumplidor de órdenes”
Pareciera que las responsabilidades terminaron volviéndolo un hombre cumplidor al extremo. Esa clase de dirigente que se preocupa más por no quedar mal ante sus superiores que por satisfacer las inquietudes sociales, y que cumple con sus obligaciones por mera obediencia.
“Es un hombre sin matices. Que no desagrada pero tampoco enamora. Ha dejado claro que no será el hombre del cambio, que ha llegado a donde ha llegado por ser un cumplidor de órdenes por excelencia. No hay nada en sus discursos, en sus posturas, que nos hagan pensar que es un tipo ingenioso”, dice Francisco Perdomo, profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa”.
A fin de cuentas, Díaz-Canel es un hijo legítimo de la generación de cubanos que nació en los primeros años de la revolución. A los que el auge y el ambiente revolucionario les inculcaron mantener la boca cerrada ante lo impuesto. Una generación incapaz de alzar la mano y revelarse ante lo establecido.
Del PCC de Villa Clara, Díaz-Canel pasó en 2003 por petición del comité central y el buró político a dirigir Holguín. En la provincia del oriente norte, el dirigente no tuvo la trascendencia que había alcanzado anteriormente, pero definitivamente ya estaba en el radar de los Castros como una de las nuevas promesas en las que se podía confiar para el recambio generacional que biológicamente tocaba a la puerta en la isla.
En 2006, Cuba dio una vuelta de tuerca cuando Fidel Castro enfermó y entregó de manera forzosa sus poderes políticos a su hermano Raúl.
Después de un lapso de gobierno interino, en 2008 Raúl Castro asumió de manera oficial la presidencia de la isla y en 2009 propinó su primer golpe en la mesa con el que Díaz-Canel se benefició.
Raúl Castro sacó de sus puestos a ocho ministros y cuatro vicepresidentes del Consejo de Estado. Entre ellos se encontraban dos pesos pesados de la generación de jóvenes que, como Díaz-Canel, iban poco a poco ocupando cargos importantes dentro del aparato gubernamental: el canciller Felipe Pérez Roque y Carlos Lage Dávila, vicepresidente y secretario del consejo de ministros.
Así, en 2009 Raúl Castro le entregó el Ministerio de Educación Superior a Díaz-Canel, quien estuvo como ministro hasta 2012. En ese período el ministerio implementó una serie de reformas impulsadas por Díaz-Canel que tenían como propósito elevar la ideología socialista en las universidades cubanas.
“Por indicación de la máxima dirigencia del país tuvimos que desarrollar varios cambios que estaban dirigidos a realizar un mayor trabajo político ideológico entre los jóvenes. Varios planes docentes fueron modificados”, afirma Magalys Almanza, trabajadora del Ministerio de Educación Superior.
El 24 de febrero de 2013, Miguel Díaz-Canel se convirtió en el primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros de Cuba y poco tiempo después en el único cubano que ha osado sentarse en el buró político con una tablet en sus manos.
***
En Facebook hay una cuenta que bajo el nombre de Miguel Díaz-Canel Bermúdez publica fotos y noticias del político. Probablemente sea el único miembro del Consejo de Estado que tenga presencia en las redes sociales.
Pese a ser tres décadas menor que Raúl Castro, Díaz-Canel no ha dicho ni ha hecho nada que haga pensar que su ideología no sea marxista. Sus discursos están cargados de la misma retórica y las mismas consignas revolucionarias con que los políticos cubanos han llenado los estrados desde 1959.
En 2017, en un video filtrado en internet se le vio explayar todo su repertorio dogmático en una reunión con militantes comunistas cuando más fuerte sonaban los rumores que lo colocaban como el agente del cambio en Cuba.
En las imágenes se ve a un Díaz-Canel enfadado, molesto, que arremete fuera de sí contra los “proyectos subversivos” con perfiles socialdemócratas que, según él, se esconden en la emergente prensa independiente de la isla y bajo el tapete de los pequeños empresarios cubanos que han surgido con la aplicación de la propiedad privada en el país.
En su ascenso burocrático institucional Díaz-Canel ha dejado claro algo: no viste de militar pero su educación es marcial. Esta semana, después de 60 años bajo la tutela política de los hermanos Castro, Cuba tendrá un nuevo presidente. Un día después de que el Consejo de Estado y de Ministro elija al hombre que guiará los hilos políticos de la isla, si finalmente Díaz-Canel es el elegido, podrá descorchar una botella de sidra y brindar por la presidencia y su cumpleaños 58.