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Opinión

17 de Abril de 2018

Columna: Lula en la cárcel

Puede discutirse la severidad de la sentencia, pero quien haya investigado el caso Lava Jato, hay poca duda sobre la responsabilidad de Lula.

The Clinic Latinoamérica
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El dramático encarcelamiento de Lula en Brasil, marca uno de los capítulos más intensos y a la vez ambiguos en la épica historia del caso Lava Jato en Brasil y en el continente.

No es que en estos tiempos sea excepcional ver a un exjefe de Estado ingresar a la cárcel bajo sentencia de corrupción. Como señaló Andrea Rizzi en El País del 7 de abril: “En un solo día, este viernes, Carles Puigdemont salió de prisión en Alemania, […] la expresidenta coreana Park Geun-hye recibió una condena a 24 años de detención y el expresidente sudafricano Jacob Zuma se sentó en el banquillo y fue formalmente acusado por corrupción”.

Añade Rizzi, “…El expresidente Nicolas Sarkozy es sometido actualmente a una firme investigación en Francia; el primer ministro israelí en ejercicio, Benjamín Netanyahu, anda literalmente cercado por la inflexible iniciativa de policía y fiscalía; el presidente Donald Trump ve acercarse cada vez más a su despacho la acción del fiscal especial Müller sobre la trama rusa”.

Y eso, que no consideró otros casos en nuestra propia geografía.

En todos esos hechos, la independencia de poderes, especialmente del judicial, es central para que las investigaciones sobre corrupción puedan llegar a los niveles más altos del Estado y la sociedad y actuar en ellos sin que el poder suponga privilegio.

El juez Sergio Moro lo escribió en su sentencia: “No importa cuán alto esté usted, la ley siempre está por encima de usted” (el texto es una traducción aproximada de “be you never so high the law is above you”, del clérigo e historiador inglés del siglo XVII, Thomas Fuller). O, para volver a citar a Rizzi: “la nobleza de una sociedad es siempre directamente proporcional a la independencia de su justicia”.

La independencia judicial solo se logra y mantiene cuando la gobiernan tres cualidades: conocimiento, inteligencia y entereza moral. Suena solemnote, lo sé, pero es lo real. Los casos más importantes, de avances tangibles en el mejoramiento de la sociedad a través de acciones significativas contra la corrupción (como en el caso Lava Jato o en el de la CICIG en Guatemala), han sido posibles gracias a líderes y otros funcionarios que reúnen esas cualidades.

Son pocas las personas que con algún grado de honestidad intelectual pongan en duda las hazañas históricas logradas por la investigación del caso Lava Jato… hasta que se discute la sentencia, y ahora la prisión, de Lula. Ahí la polémica divide a Brasil y al continente.

¿Es justa la sentencia? ¿Se aplicó apropiadamente, respetando plazos, procesos, la presunción de una posible inocencia? ¿Se hizo con imparcialidad o con el objetivo de influir y cambiar la agenda política? ¿Ha sido proporcional o lo contrario?

Menciono, en lista apretada y ciertamente no completa, algunos de los argumentos de quienes defienden a Lula:

Lava Jato fue posible gracias a Lula y el gobierno del PT, que fue cuando se efectuaron las reformas legales que hicieron verdaderamente posible la independencia judicial, fiscal y hasta de la Policía Federal; la meritocracia y la estabilidad en los cargos de jueces y fiscales. Antes, la justicia brasileña se circunscribía a las tres P: Pobre, prieto [negro] y puta. Los grandes empresarios y los caciques políticos podían saquear a voluntad al tener garantizada su impunidad;

Las acciones de Lava Jato han estado exageradamente orientadas contra el PT. A Dilma Rousseff la destituyeron de la presidencia por una acusación ridícula –una figura contable– y no por ningún acto de corrupción, que nunca se le encontró. Todo eso para que entrara Michel Temer como Presidente, una persona grabada en tratos corruptos, a quien algunos investigadores calificados consideran el jefe real de la mafia de corrupción en Brasil.

A Lula no le han probado haber recibido ni coimas ni triplex. No existe contra él un nivel mínimamente aceptable de prueba. Pero, cuando el Tribunal Supremo Federal de Brasil discutía su caso, intervino el jefe del Ejército arrastrando el sable por twitter, en una apenas velada conminación a los magistrados para condenar a Lula. ¿Y para favorecer a quién? Al fascista Jair Bolsonaro.

¿No es significativo que el Presidente condenado por corrupción sea quien sacó a millones de la pobreza? ¿Y no es extraño que quienes más lo defienden sean precisamente los más pobres, las víctimas principales de la corrupción?
Frente a eso, los argumentos de quienes defienden la investigación de Lava Jato son –en incompleta lista, de nuevo– los siguientes:

Los avances legales que realizó el gobierno del PT no le confirieron inmunidad. La justicia es para todos.
Lava Jato nunca tuvo como objetivo atacar ni las reformas sociales ni a sus autores. Sus principales acciones, por lo contrario, fueron emprendidas contra las plutocracias corruptas y sus grandes corporaciones, que robaron al Estado y la sociedad. ¿Qué otra investigación en la historia llevó a la prisión a tantos presidentes y “príncipes” corporativos de Brasil hasta que confesaron en detalle los mecanismos y los montos de su gigantesco sistema de corrupción?

En cuanto a la imparcialidad en el combate a los líderes de la cleptocracia, ¿no se arrestó y condenó a mayor pena al expresidente de la cámara de Diputados, Eduardo Cunha? ¿no se intentó procesar a Michel Temer hasta que el Congreso brasileño lo protegió y se protegió a sí mismo con un reforzamiento de la inmunidad?

Y Lula y el PT, ¿no hicieron acaso una alianza de facto con el cartel de empresas corruptas y no los promovieron fuera del Brasil bajo argumentos de interés nacional, con créditos subsidiados y la diplomacia del propio Lula? ¿No fue este, Lula, el embajador de los carteles empresariales frente a todo tipo de gobiernos, desde Panamá hasta Angola, unos de izquierda, otros de derecha pero con el denominador común de la corrupción y, en muchos casos, de la violación de derechos humanos?

¿No sabía lo que pasaba el PT, que entre otras cosas tenía una cuenta que Odebrecht se encargaba de llenar (de donde salió el dinero para, por ejemplo, la contribución a la campaña de Humala)? ¿Eran o no socios de facto los exrevolucionarios y los empresarios bribones en la expansión comercial predicada en el soborno masivo a otros corruptos, a costa de las sociedades afectadas y sobre todo sus miembros más pobres? ¿No lo han dejado del todo claro los hoy delatores premiados corporativos y aquellos exlíderes del gobierno del PT que han negociado su propia delación premiada?

¿A cuántos millones más se hubiera podido sacar de la pobreza, brindar salud, educación, seguridad, con el dinero robado por la corrupción?

Puede discutirse la severidad de la sentencia, pero creo que para cualquiera que haya investigado con cierto detenimiento el caso Lava Jato, existe poca duda sobre la responsabilidad de Lula y del PT en él. Hay otros actores políticos que tienen mayor culpabilidad, pero tener menor porcentaje de culpa no exonera de ella.

Pienso que el castigo es doloroso pero inevitable. Creo que Lula fue uno de los grandes presidentes de Brasil y que sus méritos y logros se verán con mayor claridad y nitidez en el futuro. Pero tuvo un lado corrupto, por la razón que fuere, desde la geopolítica hasta la codicia, y eso oscurece ahora sus mejores hechos.

Quizá, con más pesar que ironía, se pueda decir que la prisión de Lula es en cierta forma un tributo a su gestión. Como Presidente ayudó a construir un sistema anticorrupción de consistencia tal que hoy no vacila en castigarlo.

Texto de Gustavo Gorriti publicado en Caretas e IDL Reporteros de Perú, además de Confidencial de Nicaragua.

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#Brasil#cárcel#Columna#Lula

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