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Nacional

19 de Junio de 2018

Nuevo caso de adopción internacional fracasado: “Me llevaron a Estados Unidos porque era rubia y después me abandonaron”

Marisol López, hoy de unos 47 años, relata el procedimiento oscuro en que fue sacada de Chile para ser entregada a una familia en Estados Unidos, en 1976, que poco después la envió de regreso a Chile sola en un avión. La niña sufrió hambre, maltrato y violación. Hoy se siente fuerte para contar su historia, que tiene entre sus protagonistas a un juez chileno, actualmente en ejercicio.

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El certificado de nacimiento de Marisol López dice que nació el 18 de septiembre de 1971, en el Hospital Deformes de Valparaíso, pero nunca podrá saberlo a ciencia cierta porque la inscripción de su nacimiento se hizo recién en 1975, poco antes de que una familia acomodada chilena se la llevara a Estados Unidos, en un proceso de adopción aparentemente ilegal y fracasado, cuyas huellas aún le pesan.

Su madre, Patricia, era una mujer alcohólica, analfabeta, que sobrevivía ejerciendo la prostitución. Por eso tampoco sabía quién era el padre de esta niña que, sin embargo, nació con atributos extraños en las calles del Cerro Los Placeres, donde vivía la mujer: tenía unos enormes ojos azules que brillaban como gemas sobre la suave piel blanca.

Marisol casi no tiene recuerdos de esa primera infancia. Sabe que tenía una hermana mayor que se llamaba Sandra y uno menor que se llamaba Luis. Una asistente social la sacó a ella y a su hermana de esa casa y las internó en un hogar de menores en el Cerro Las Cañas.

“Allí nos pegaban y maltrataban. Yo veía cómo les metían la comida a la fuerza a los más chicos, cuando no querían comer. Aunque yo era chica, recuerdo que trataba de cuidar a una de esas niñitas, más chicas que yo, porque me daba pena. A ese lugar venían personas que se llevaban niños a Francia. Un día, una familia chilena me empezó a sacar los fines de semana y me traía a Santiago. El que me iba a buscar era Rodolfo Moreno Osses, en ese momento estudiante de Derecho (actualmente juez de garantía en Viña del Mar). Después me llevaron vivir a la casa de su mamá, Emerita Osses Busquet, y de su abuela, mujeres mayores. Emerita era muy estricta y fría. Recuerdo que me trataba de enseñar modales, porque para ella yo era una niña salvaje”, relata.

Marisol recuerda con precisión que vivían en Compañía 1831, Deparmanto B-32 y que las mujeres, que actuaban como sus “cuidadoras”, la inscribieron en el Colegio Santa Cecilia, en segundo básico.

En 1976, Emerita Osses tomó a la niña y la llevó a California, Estados Unidos, para presentarle a su hermana, Rudy Osses Busquet, como su madre adoptiva.

“Yo era muy chica, así que no sé con qué papeles me sacaron. Rudy estaba casada con un americano, Wesley Stuck. Me cambiaron el nombre y pasé a ser Elizabetth Mary Stuck Osses. Con ellos, viví dos años. Yo lloraba y preguntaba por mi mamá, pero nadie me daba respuestas. Yo era rebelde y tenía muchas peleas con mi madre adoptiva. A ella solo le preocupaba que aprendiera inglés, para que me adaptara luego. Estando casada, no me pegaba, pero tampoco había feeling entre nosotras. No sentía de su parte calor de madre. Creo que quiso adoptarme porque no tenía hijos, solo para darle en el gusto al marido, un gringo sin gracia. Yo estudiaba, iba al colegio y hacía mi vida sola. A veces los veía discutir. Un día viajamos a New Jersey y nos quedamos en casa de la familia que ella tenía allá”, relata.

Entonces Marisol se dio cuenta de que sus padres adoptivos se habían separado. Rudy se puso a trabajar como empleada doméstica en casas de embajadores y Marisol se quedaba en New Jersey con sus tíos adoptivos. Solo se veían los fines de semana. “En el colegio era una buena niña, leía mucho. Me gustaban las novelas y me encerraba en mi mundo”.

Marisol comenzó a crecer y ya preadolescente, en sexto básico, invitó a unos amigos a la casa donde la alojaban, sin permiso. Su madre se enfureció.

“Siempre me recalcó que ahí nada era mío. Me dio una tremenda golpiza con una correa en las manos. Me pegó con la hebilla y fue tan fuerte, que me dejó llagas. Cuando llegué al colegio así la citaron de inmediato y le preguntaron que por qué me había agredido. Que ese era un delito. Ahí se terminó mi vida en Estados Unidos”, dice.

En 1983, cuando Marisol tenía 11 años, su familia le informó que tendría que regresar a Chile, “porque había un problema”. Rudy la tomó del brazo y la fue a dejar al aeropuerto sin mayores explicaciones. Marisol viajó sola. Su avión aterrizó el 3 de abril de 1983. La esperaba un viejo conocido: Rodolfo Moreno Osses, quien ya había egresado de Derecho y trabajaba como actuario en el Poder Judicial.

Botada en las calles de Valparaíso

“Era domingo. Rodolfo me tomó en el aeropuerto y me fue dejar a la casa de una tía suya, Estela Leighton, sin dirigirme la palabra. Sé que esa tía le rogó a la familia, que me dejaran con ella, que ella me criaría, pero le dijeron que no. Emerita, la hermana de mi mamá adoptiva y mamá de Rodolfo, se opuso. Ella dio instrucciones de que me llevaran a un hogar de menores y ni siquiera quiso verme. El lunes, al día siguiente de mi llegada a Chile, a las 8 de la mañana, Rodolfo Osses me llevó al hogar Hijas del San José, en Agustinas 2828. Las monjas me estaban esperando. La familia Osses pagó la mensualidad durante los cuatros primeros meses y después dejaron de hacerlo”, dice.

“Rodolfo me iba a ver una vez a la semana y me llevaba yogurt. Yo le rogaba que me sacara de ahí. Me daban ataques de llanto, pero él me decía que no se podía, que tenía las manos atadas”, relata.

Su familia en Estados Unidos no era rica, dice, pero la golpeó pasar de tener un cierto confort a sufrir la pobreza extrema que se vivía puertas adentro en ese hogar.

“Dormía en una litera en un dormitorio enorme, con 50 niñas más. Nos pegaban constantemente. A mí me odiaban. Había una monja que se llamaba Madre Javiera, que me humillaba y me decía: ‘Usted no es princesa, aquí la vinieron a botar’. Me sacaban en cara que nadie pagaba por mí. Yo me acerqué mucho a mis compañeras, con las que tratábamos de darnos fuerza. Un día me acusaron de lesbiana y degenerada por tener una amiga. Y nosotras ni siquiera sabíamos de qué estaban hablando. Tres años me tuvieron así, hasta que un día trataron de tomar contacto con la familia Osses, para que se hiciera cargo de mí y ellos negaron conocerme”, afirma.

Las monjas descubrieron que no había papeles de identidad fidedignos de Marisol, ni de su adopción fallida en Estados Unidos. “Yo creo que se asustaron y buscaron deshacerse de mí. Entonces, en 1986, me llevaron a Valparaíso, tratando de encontrar a alguien de mi familia de origen y dieron con una tía biológica. La monja Javiera se juntó con ella en la calle Pedro Montt y ahí me dejó tirada en la calle con esa tía, a la que nunca más vi, que le decía que tampoco podía hacerse cargo de mí, así que me tomó y me llevó a la casa donde aún vivía mi mamá, con una amiga, en el Cerro Los Placeres”.

Marisol relata que la pobreza que vio allí era aún peor que la del hogar de niñas. “No solo era pobreza. Era inmundicia, abandono total. Mi mamá entró y su amiga le dijo: ‘Mira, esta es tu hija’. ‘Ah, ya’, dijo mi mamá, como si nada. Ella llegó a tener cinco hijos y todos se los quitaron”.

La dueña de casa tenía un hijo de 19 años. Marisol se quedaba en las noches conversando con él y pensó que había encontrado a un amigo.

“Pero una noche me violó. Su madre lo descubrió y le dio una gran paliza, lo echó de la casa. A mí me tomó por los hombros y me dijo: ‘Esto es lo que vas a vivir si sigues aquí. La extrema pobreza. Puedes decidir quedarte aquí o irte a un internado’. Yo elegí lo segundo. A esa altura yo ya había dejado de llorar. Me había endurecido”.

Al día siguiente, Marisol, ya de 14 años, fue llevada nuevamente a un internado muy distinto a los que había conocido, el Betania. “Había solo quince niños en mi nivel. La tía que estaba a cargo nuestro nos conversaba de lo que estaba pasando en Chile, a abrirnos los ojos”.

Ese hogar era parte de un complejo de residencias administradas por el Patronato de los Sagrados Corazones. Había hogares para guaguas y niños pequeños, adolescentes y ancianos. A las niñas las preparaban para ser empleadas domésticas y las enviaban a servir gratis a las casas de personas acomodadas de la región durante los fines de semana. “La tía que nos cuidaba protestaba por eso y al final la echaron”, dice Marisol.

Ella se iba a la casa de un carabinero retirado y su esposa los fines de semana, a quienes atendía gratis por el beneficio de tener una casa donde llegar. Cuando egresó del hogar a los 18 años, el matrimonio la contrató por 11 mil pesos mensuales de la época.

Nanas detrás de la cortina

En 1992, tras el retorno a la democracia y con 21 años de edad, Marisol renunció y decidió volver a Santiago. “Me vine con lo puesto y me fui directo a una agencia de empleos, que encontré en un aviso del diario. Era un lugar donde ponían a las nanas detrás de una cortina y cuando llegaba alguien interesada en contratarlas, abrían la cortina y la patrona elegía a la que quería llevarse”, recuerda.

Marisol no alcanzó a sentarse detrás de la cortina, pues mientras esperaba, una mujer sentada a su lado, confundida por su apariencia, le preguntó:

-“¿Tú también vienes a buscar nana?”
-“No. Yo me vengo a ofrecer”.

Esa mujer era Margarita Serrano Solar, quien no quiso conocer a ninguna otra postulante y se quedó con Marisol.
“Estuve cuatro meses con ella y después me fui a la casa de su hermana Mónica, quien tenía tres hijos. Ella fue muy buena patrona. Me pagaba siete veces más de lo que ganaba en Valparaíso. Me daba libre el domingo, pero muchas veces no lo tomaba, porque no tenía dónde ir”, dice.

En 1993, hizo averiguaciones para encontrar a Rafael Moreno Osses. Quería saber cuál era su estatus, si había sido adoptada en Estados Unidos. “Él me recibió muy fríamente en su oficina de abogado en Talagante. Me dio la green card (tarjeta de residencia) americana, donde todavía salía con mi cara de niña y me dijo que no quería saber más de mí. Lamentablemente ese documento se quemó en un incendio que viví después”.

Marisol dejó su trabajo de empleada porque quería tener una vida propia y consiguió un trabajo de camarera en un hotel. A los 25 años quedó embarazada de su hija mayor y la despidieron. Más tarde se fue a trabajar a la Vega Lo Valledor, como dependiente, y una locataria la acogió, le ofreció que viviera en su casa y así Marisol comenzó a despegar. Conoció a una nueva pareja, con quien tuvo tres hijos más. Pero con la holgura, llegaron los vicios.

“Después de tanto que me costó independizarme, tener mis cosas, con el papá de los niños, me metí en malos pasos. Conocí la droga y me hice mechera. Estuve ocho años robando en las tiendas. Yo creo que en parte por la historia que traía, pero no responsabilizo a nadie. Fue mi culpa. Nos separamos cuando yo estaba saliendo con mi hija menor de la maternidad. Cuando llegué a la casa, me dio una tremenda paliza que casi me mató y se fue. Una familia amiga de él me dijo: ‘Nosotros te ayudamos, te cuidamos a los hijos, y tú sale a trabajar’, pero después fueron a decir al Sename que yo los tenía abandonados y en los tribunales me dijeron que si no le daba los niños a ellos, los mandarían a un hogar del Sename. Yo sabía lo que eran los hogares, y preferí entregarlos a hacerlos pasar por lo que yo había vivido”.

Marisol relata que tres mujeres, parientes entre sí, se quedaron con la custodia de cada uno de sus hijos. “Sé que los querían por sus rasgos, porque eran rubios. Esa es la realidad. Entregar a mi guagua, fue el peor día de mi vida. Ese día decidí cambiar y romper con todo lo que me ligaba al alcohol y las drogas. Me costó, pero lo hice por ellos”.

Marisol cuenta que después ha vivido en una constante lucha para que las familias que se quedaron con la custodia de sus hijos respeten el acuerdo de permitirle mantener el vínculo y relación con ellos, pues solo con uno de ellos, Felipe, se ha cumplido.

Ahora arrienda un departamento en Estación Central, donde vive con una de sus hijas, Ignacia, quien al cumplir los 14 años pidió a los tribunales que la dejaran regresar a su lado. Su hija mayor ya vive sola, está estudiando enfermería y se hablan a diario. A su hija menor, no le han permitido verla más.

Marisol dice que le gustaría que la justicia aclarara quién y cómo participó en su proceso de adopción ilegal y fallido, pero duda que ocurra. “La justicia chilena es un asco. Solo existe para perseguir a los pobres”.

La voz del juez: “No lo recuerdo, pero probablemente es cierto”

Rodolfo Moreno Osses es actualmente juez de Garantía en Viña del Mar. Tiene una larga trayectoria judicial que incluye su paso por Pichilemu, donde, entre otras funciones, cumplió la de ser Juez de Menores. En entrevista por teléfono con The Clinic afirma tener solo recuerdos vagos de la niña que vivió con su madre y a la que él fue a buscar al aeropuerto cuando su madre adoptiva la envió de regreso a Chile.

-¿Usted recuerda haber ido a buscar a Marisol López, cuando era niña, a un hogar al Cerro Las Cañas en Valparaíso?
-No. No sé cuál es ese cerro. Puede que sea cierto, pero no lo sé, no me acuerdo. Si ella dice que fui, seguramente es cierto.

-¿Recuerda haberla visto en la casa de su mamá, donde vivió un año?
-No. Es probable que sea cierto, pero no me acuerdo. Efectivamente, mi madre vivía en ese departamento que era de propiedad de mi tía Rudy. Yo lo vendí después con un poder que ella me envió.

-¿Recuerda el viaje que hizo su mamá con la niña para entregársela a Rudy Osses?
-Sé que se fue a Estados Unidos, pero no recuerdo si la llevó mi mamá. Según me contaron a mí, se fue a vivir con mi tía Rudy.

-¿Recuerda haberla esperado en el aeropuerto en el viaje de regreso, en 1983?
-Es probable que sea cierto, pero no lo recuerdo. Si ella dice que es así, así debe ser.

-¿Recuerda haberla llevado de al Hogar San José en Agustinas o de haberla visitado allí?
-No recuerdo haberla llevado yo, pero sí recuerdo haberla visitado, no sé en qué tiempo, ni qué fecha, ni cuántas veces.

-¿Recuerda por qué la iba a ver?
-No. No sé.

-¿Sabe quién pagaba las mensualidades y los intentos de las monjas por tratar de contactarse con ustedes para que se hicieran cargo de ella?
-Yo no sé quién pagó eso, si había que pagarlo. Lo ignoro absolutamente. A mí nadie me contactó, ni supe tampoco. (A Marisol) nunca más la vi.

-¿Recuerda que ella lo haya visitado en Talagante y que usted le devolvió la green card?
-Que yo le haya entregado la green card, es probable. Que ella me haya ido a ver, tampoco lo recordaba. Si ella dice que es así, seguro. En todo caso, si se la entregué para que se fuera a Estados Unidos y la usara, mejor.

-¿Usted conoció cuál fue el proceso legal que permitió sacar de Chile a esta niña? ¿Si hubo un proceso de adopción legal? ¿Con qué papeles pudo entrar y salir de Chile?
-Ignoro si hubo proceso de adopción. Pero si no lo hubo y ella dice que mi mamá la pudo llevar para allá, no sé cómo. Alguien tendría que haber autorizado, porque antes tenían que tener la autorización del padre. Cómo salió, no lo sé. No tengo la menor idea.

-¿Usted no asesoró en ese proceso?
-No.

-¿Y como hombre de Derecho, nunca le causó curiosidad saber cómo se hizo?
-Ahora que me dice, me causa mucha curiosidad, pero en ese tiempo, no. Si alguien de mi familia hizo trámites, puede haberlos hecho un tío fallecido, Yusef Buzada, porque él era abogado.

-Entonces, según usted, ¿qué lugar tenía en su familia esta niña? ¿Cómo la recuerda?
-Tengo la imagen de una niña de 9, 10 años, de pelo rizado. Sé que tuvo que ver con mi tía Rudy, pero no sé en qué fecha se fue, ni cuando volvió. Ni si la adoptaron o no, o si solo la tuvieron viviendo con ellos. Solo le puedo decir que ahora que usted me comenta eso, recuerdo que no me gustó para nada que la regresaran de Estados Unidos. Eso yo lo hice saber. La responsabilidad fue de mi tía. Pero qué iba a hacer yo, no tenía poder, papeles, ni derechos. No me pareció bien, desde el punto de vista humano. Yo te voy a adoptar y después, no me gustas, te devuelvo, no puede ser. Si yo tiro una piedra, tengo que hacerme cargo. Hay que pagar las cuentas.

Su madre, dice el juez, tiene 95 años y no puede ser entrevistada respecto de estos hechos, pues “tiene una memoria muy mala”. Su tía Rudy, cuenta, regresó a Chile casada con una nueva pareja, un chileno y actualmente está internada en un hogar de ancianos en Santiago, “con un alzheimer grave”. Moreno dice que la visitó en una ocasión y que todo lo que podía pronunciar en palabras era: “October, November, December”.

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