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Mundo

28 de Junio de 2018

Ariel Ruiz Urquiola: “En una situación de indignidad no voy a vivir”

Tras varias horas de espera, a Omara Ruiz Urquiola le dicen que puede pasar. Un guardia le señala el camino. Le acompañarán dos oficiales. Un Teniente Coronel de la jefatura de prisiones en Pinar del Río, y un Mayor, el jefe de la sala de penados del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Abel Santamaría Cuadrado. Los […]

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Tras varias horas de espera, a Omara Ruiz Urquiola le dicen que puede pasar. Un guardia le señala el camino. Le acompañarán dos oficiales. Un Teniente Coronel de la jefatura de prisiones en Pinar del Río, y un Mayor, el jefe de la sala de penados del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Abel Santamaría Cuadrado.

Los dos militares van delante, no hablan ni miran atrás. Avanzan por un pasillo estrecho, abren la cerradura de una primera reja y esperan por Omara para volverla a cerrar. Una secuencia que se repetirá cuatro o cinco veces más a lo largo del pasillo, quizás una sexta; Omara no recuerda cuántas exactamente.

Los dos militares y Omara llegan ante una puerta de madera. Uno de ellos gira la empuñadura y le indica que entre. Allí está su hermano.

En la sala hay tres camas numeradas, una junto a la otra. La 25 y la 27 están vacías. En la del medio, la 26, está acostado Ariel Ruiz Urquiola, 43 años, doctor en ciencias biológicas por la Universidad de La Habana.

Omara, 45 años, profesora del Instituto Superior de Diseño de La Habana, avanza hacia la cama y pone la vista en los sueros hidratantes que Ariel tiene acoplados a su cuerpo. Los sueros contienen electroringer, clorosodio y glucosa. Enseguida se percata de que “está muy deteriorado, muy sudoroso, tiene la boca reseca, la piel no tiene brillo, ha perdido mucho peso, tiene las uñas fracturadas por la desnutrición”.

“No te preocupes, yo me cercioro de todo lo que me ponen, participo en mi medicación”, le dice Ariel a su hermana, Ty luego confiesa que tiene fiebre, que tuvo un pico de 38 grados pero que poco a poco ha ido bajando.

Ariel explica que la fiebre ha disminuido gracias al calzoncillo que tiene en sus manos. Mojado en agua, él mismo se lo pasa a cada rato por todo el cuerpo y finalmente se lo pone bajo la nuca.

Así consigue sentirse mejor. En la sala donde se encuentra hospitalizado no hay agua caliente y los enfermeros no pueden ayudarle con el viejo y básico método de los baños de cambio térmico.

“Es un lugar deplorable”, dice Omara al periodista. “No hay ni siquiera almohada, lo que está usando Ariel para calzarse la cabeza en la cama es un pomo de suero plástico que quedó vacío”, agrega.

El sábado 23 de junio es, por el momento, la última vez que alguien de su familia pudo ver a Ariel.

Lo sucedido:

El pasado 8 de mayo, el científico cubano fue condenado a un año de prisión por un cargo de desacato e insulto a las autoridades.

Días antes de la sanción penal, miembros del cuerpo de guardabosques del Ministerio del Interior se presentaron en la finca de Ariel Ruiz Urquiola solicitando sus permisos para erigir una cerca y para talar unas palmas. Además, pidieron ver los papeles de propiedad de sus motosierras y otras herramientas de trabajo.

Ariel les sugirió a los oficiales que lo siguieran hasta su casa, que allí les podría mostrar toda la documentación en regla. En el trayecto aconteció un diálogo en el cual ambas partes se increparon. El biólogo utilizó el apelativo “guardia rural” para referirse a los guardabosques. Una frase que le costó la denuncia por parte de los oficiales.

En el juicio, el fiscal alegó que “había manchado al Cuerpo de Guardabosques con un calificativo que refería a un cuerpo represivo antes del triunfo de la revolución”, relata Omara, quien asistió al proceso.

Ariel, docente e investigador de la Facultad de Biología que trabajaba en proyectos colaborativos con la casa de altos estudios alemana Humboldt, había sido expulsado de la Universidad de La Habana por cuestiones políticas. Las causas: una investigación doctoral en que denunció la pesca de tortugas en vías de extinción, práctica legal en Cuba hasta 2008, y una huelga de hambre para reclamar unos medicamentos para su hermana enferma de cáncer.

Tras su despido, Ariel emprendió un proyecto agroecológico cuyo objetivo es la conservación de especies en el Parque Nacional de Viñales. El proyecto, aún vigente en unas tierras otorgadas en usufructo por el estado cubano, se convirtió en un estorbo para las autoridades de la zona.

En varias oportunidades, los Urquiola denunciaron la violación por parte de turistas y campesinos de los códigos medioambientales estipulados en la Sierra del Infierno, donde se ubica la parcela familiar.

Un ejemplo concreto: en un solo día Ariel recopiló 82 trampas para cazar jutías y las llevó donde las autoridades del parque. No hubo respuesta.

Sin embargo, poco después comenzó el acoso de sus vecinos, quienes dañaron animales y cultivos de los Urquiola en represalia por su actitud.

Las autoridades no han hecho nada. Todo es un montaje que han construido para sacar a Ariel y su familia de aquí y para que no siga denunciando las barbaridades que se cometen”, dice Yosvani Chávez, campesino de la Sierra del Infierno.

Un hombre que denuncia la caza ilegal de animales, la tala indiscriminada de árboles, la destrucción de la flora y la contaminación de las aguas, resultaba un obstáculo para ciertos intereses en Viñales y tenía que ser sacado del tablero.

El estado cubano tiene la potestad de retirar la propiedad de tierras en usufructo después de seis meses de inactividad. Ariel Ruiz Urquiola fue condenado a un año de privación de libertad.

La cárcel:

Desde mayo, Ruiz Urquiola -declarado “prisionero de conciencia” por Amnistía Internacional- fue encarcelado en la prisión provincial de Pinar del Río. Un mes después fue trasladado al campamento penal “Cayo Largo”, donde el sábado 16 de junio comenzó una huelga de hambre y sed.

“Es un hecho horriblemente triste e increíble que se ponga preso a alguien que lucha por la conservación de la naturaleza”, declaró a Deutsche Welle el biólogo Thomas von Rintelen, del Museo de Ciencias Naturales del Instituto Leibniz de Berlín.

Heather Nauert, portavoz del Departamento de Estado norteamericano, solicitó recientemente a Cuba la liberación inmediata de todos los presos políticos en la isla y expresó especial preocupación por los casos de Ariel Ruiz y Eduardo Cardet, coordinador nacional del Movimiento Cristiano Liberación.

Hambre y sed:

En la mañana del 18 de junio suena el teléfono en casa de Omara. Es un preso amigo de Ariel. Le cuenta que desde hace dos días su hermano no quiere comer ni tomar agua. El hombre que llama es jefe de una de las brigadas del campamento “Cayo Largo” y explica que en par de ocasiones los oficiales no habían dejado que Ariel saliera a trabajar.

Más tarde llama otro prisionero y promete que intentará convencerlo de que coma algo.

El 20 de junio Omara recibe una nueva llamada. Esta vez es una mujer, la esposa de otro recluso, pero no del campamento sino de la cárcel provincial a donde han devuelto a Ariel. La mujer asegura que ha sido enviado a una celda de castigo, a un calabozo aislado, por estar en huelga de hambre y sed.

“Aún hoy ningún oficial me ha llamado para informarme del estado de mi hermano, nuestra familia se ha enterado de todo por la solidaridad de los presos amigos de Ariel”, dice Omara.

El 23 de junio, una semana después de que comenzara la abstinencia, el bioquímico Oscar Casanella y otros amigos de la familia Urquiola también quisieron visitar a Ariel para convencerlo de abandonar la huelga. La idea era llevarle e-mails impresos con mensajes de otros amigos cercanos e influyentes que también temían por su vida.

“La seguridad del estado nos montó un operativo afuera de nuestras casas y nos impidió viajar a Pinar del Río. Esta fue una de las pocas veces en que hemos estado en sintonía, aunque por diferentes causas, y ni siquiera así pararon su atropello”, dice Casanella.

La despedida:

Omara está de pie y Ariel acostado. Cerca están los dos militares, que no les pierden de vista.

Ariel dice a su hermana que teme por ella y no por él. Le toma la mano y le pregunta por sus lesiones, quiere revisarla para ver cómo va su cuerpo desde que él no está.

En 2005, Omara fue diagnosticada con cáncer de mamas y después de un largo, tortuoso y retorcido proceso, ambos decidieron que Ariel fuera su médico personal, pues no confían en la salud pública cubana. Aseguran que hay pruebas de sobra.

Ariel también quiere saber en qué estado está la visa humanitaria de Omara para viajar a atenderse en Estados Unidos. Le pide, incluso, que una vez allí, reclame asilo político y se quede.

“No entendía aquello porque él sabe que mi decisión es bajo el cielo y sobre el suelo de Cuba independientemente de lo que pase. La decisión es de los dos, además. Pensé que estaba incoherente por el hambre y por la sed”, dice ahora Omara.

Pero la petición no era un reclamo desatinado de Ariel.

-Me voy a despedir de ti y necesito dejarte encaminada, tengo que saber que vas a estar bien.

-Ni por ti ni por nadie voy a abandonar Cuba, yo asumo las consecuencias de lo que pase -respondió Omara.

-Mi huelga en realidad no es por el derecho a trabajar en el campamento. Estudié la sentencia de la apelación y es vergonzosa. En una situación de indignidad no voy a vivir, no lo acepto -dijo Ariel.

El biólogo cambió la vista, dejó de hablarle a su hermana, y miró hacia los dos militares. Luego leyó los e-mails enviados por sus amigos desde el extranjero.

*Después del 23 de junio, las visitas a Ariel han sido negadas. Ningún oficial de la prisión provincial de Pinar del Río ni ningún doctor de la sala de penados del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Abel Santamaría Cuadrado han vuelto a comunicarse con los Urquiola. Ariel cumple hoy 12 días de huelga de hambre y sed.

Texto de Abraham Jiménez Enoa para Revista el Estornudo

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