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Opinión

24 de Agosto de 2018

Columna de Alejandro Navarro: La realidad sin causalidad

La derecha y los “neutrales” -que, con o sin intención, terminan siendo lo mismo- han operado de manera idéntica en el concierto internacional y con bemoles o sostenidos, han desafinado la realidad. Todo esto, en pleno plan de reconversión monetaria en el país de Bolívar, donde no es un misterio para nadie que acusar, falsamente y sin mediar antecedentes, al Estado venezolano de violación a los Derechos Humanos, solo puede fortalecer el intervencionismo Norteamericano en nuestra América.

Alejandro Navarro
Alejandro Navarro
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Esta semana, como es habitual cada cierto tiempo, algunos políticos y columnistas que gozan de una amplia y permanente tribuna mediática, han hecho eco de la campaña de desinformación en contra de la Revolución Bolivariana encabezada por el Presidente Nicolás Maduro, mediante una operación común: presentar la realidad sin ninguna relación de causalidad, quitando al debate toda objetividad.

A estas alturas no sorprende, pero no deja de ser lamentable. La insistente crítica se basa en la aseveración irresponsable de hechos, y no en el análisis ni en la explicación de los mismos. Cuestión imitada tristemente por agentes políticos y comunicacionales que suelen tener un gran espíritu crítico, pero que a la hora de hablar de la realidad latinoamericana no cumplen con los requisitos de rigurosidad que se esperaría de su posición.

Esta vez, dichos columnistas y profesionales de la opinión han hecho un franco aprovecho mediático del realce que tuvo la polémica por el Museo de la Memoria que terminó con la salida del ministro Rojas, tras relativizar los horrores de la dictadura del general Pinochet, para asociarla de manera absolutamente falaz con los proyectos latinoamericanistas de democratización social y económica.

La derecha y los “neutrales” -que, con o sin intención, terminan siendo lo mismo- han operado de manera idéntica en el concierto internacional y con bemoles o sostenidos, han desafinado la realidad. Todo esto, en pleno plan de reconversión monetaria en el país de Bolívar, donde no es un misterio para nadie que acusar, falsamente y sin mediar antecedentes, al Estado venezolano de violación a los Derechos Humanos, solo puede fortalecer el intervencionismo Norteamericano en nuestra América.

La coyuntura Rojas

Mauricio Rojas asumió como ministro de las Culturas el jueves 9 de agosto y el lunes 13, del mismo mes y del mismo año (este 2018), presentó su renuncia forzada tras el reflote de dichos vertidos en 2015, en los que acusaba al Museo de la Memoria de ser un “montaje”, no en la acepción artística del término, sino en la de alteración de la verdad (o sea, en el sentido de la Operación Huracán de Carabineros de Chile contra el pueblo Mapuche).

¿Por qué los dichos de un ministro que datan de tres años atrás, sobre los que además se declaró arrepentido, son causal de revuelo público y terminan en la dimisión del cargo? La respuesta, sin duda, no es otra que la de que el daño y el sufrimiento causado al pueblo de Chile por las violaciones a los Derechos Humanos en dictadura, fue de tal proporción que el solo hecho de ponerlas en duda, no importa “el contexto”, reviste una violencia tal que es intolerable en una autoridad.

De ello se desprenden dos cosas, la primera y naturalmente justa fue la renuncia del ministro ante sus actos negacionistas. La segunda, es la arremetida de políticos y columnistas, que no dejan pasar una sola oportunidad para imponer su agenda y automáticamente, en un una situación predispuesta (y a buena hora) para condenar toda violación a los Derechos Humanos, lanzan una acusación que, lejos de todo rigor indagatorio, condena ipso facto a los gobiernos latinoamericanistas.

De lo que hemos sido testigos esta última semana, es del aprovechamiento deleznable del dolor que persiste en la memoria de Chile, para posicionar como enemigo de la humanidad a Venezuela, por ser un enemigo ideológico de los Estados Unidos, este último si, el mayor violador de los Derechos Humanos en la historia del siglo XX y XXI.

La falta de rigor indagatorio

Existe una diferencia sustancial entre un hecho y una opinión. En tanto el primero hace referencia a lo que sucede, el segundo dice relación con el juicio que un sujeto hace respecto a lo que sucede. En esta era de las comunicaciones, confundir los primeros con los segundos, o peor, hacer pasar opiniones por hechos, sobre todo cuando estas carecen de sustento, es un pecado capital.

Así se ha dicho, por ejemplo, que en Venezuela existe un debilitamiento de las condiciones democráticas, lo que constituye una violación a los Derechos Humanos, o, lo que es lo mismo, que dicho debilitamiento es responsabilidad del Estado. Cuando lo que de hecho existe es un debilitamiento de garantías sociales, pero que dice relación con la falta de alimentos y medicina, producto del embargo de cuentas y el bloqueo económico.

En este mismo contexto, El Mercurio del domingo (19 de agosto) mostró la foto del año del World Press Photo, titulada “Venezuela en crisis”, en la que se muestra a un joven quemándose, seguido de una leyenda que sentencia: “Un manifestante corre envuelto en llamas durante una protesta contra Nicolás Maduro”. Lo que omite es que ese joven era chavista, al igual que el resto de los jóvenes quemados por la derecha violentista venezolana. Chavista como el grueso de los 140 muertos de ese triste 2017, en el que solo hubo 13 muertos de la oposición por parte de la policía, que no ocupa balas ni perdigones y que culminó con 40 efectivos procesados por el Ministerio Público.

De igual modo se ha hablado de los informes Zeid Ra’ad Al Hussein, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y predecesor de Bachelet en el cargo, estableciendo su opinión como criterio de verdad, en circunstancias que se pasa por alto la calidad de sus fuentes. Cito textual el apartado metodológico del informe de 2017: “El ACNUDH llevó a cabo actividades de monitoreo realizadas fundamentalmente por medio de contactos a distancia (…)”, a lo que pudo agregar sin alterar la verdad: desde un despacho de Naciones Unidas. Informe evacuado la misma semana que Donald Trump amenazó con una invasión militar a Venezuela. Eso, por no mencionar el silencio absoluto guardado por el organismo ante los embargos y bloqueo económico mencionados, que tienen al pueblo de Venezuela desabastecido. Es que acaso el que los Estados Unidos corte los suministros médicos y alimenticios a un país ¿no viola los DD.HH.? O es que ¿esas violaciones no eran de interés para el ACNUDH?

Criticar lo que pueda suceder en un país hermano, no te hace inmediatamente un defensor de los Estados Unidos, ni un agente de la CIA. Pero profesar opiniones y exponerlas como verdad, cuando no se dan los fundamentos, es, al menos bailar al ritmo de las mentiras de aquellos que detentan medio centenar de bases militares en América Latina ¿Para asegurar la paz? o ¿para propiciar golpes de Estado como lo han hecho desde la mitad del S. XX hasta nuestros días, como lo hicieron en Chile en 1973?

En resumidas cuentas, esta última semana vimos una ráfaga de opiniones desprolijas, que han intentado, una vez más, establecer hechos sin señalar sus causas, dejando estas a la imaginación de la audiencia y los lectores. La verdad en los medios no se determina solo por el contenido de la información, sino, por sobre todo, por la presencia o ausencia de las temáticas en la agenda.

Es decir, hablar de eventuales violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela y omitir que solo a junio, en Colombia, se contaban 98 líderes sociales asesinados en lo que va de 2018 y que en México, el año pasado, se asesinó a 11 periodistas y en las últimas elecciones a 150 candidatos a cargos de elección popular, es faltar a la verdad porque omitir también es mentir.

La construcción de esta agenda noticiosa al compás de los intereses económicos transnacionales, tiene el mismo objetivo que el que se buscó en Irak en 2003: el petróleo. A Estados Unidos no le interesan los ciudadanos venezolanos, le interesan los barriles venezolanos.

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