Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

5 de Noviembre de 2018

“No es tu culpa”: Una interpretación del Bolsonarismo (y el Trumpismo)

la estrategia de la corrección política, y la sobreestimación de las perspectivas subjetivas. El derecho inviolable a la propia opinión es una salida para aquellos que quieren negar hechos o no saben de qué están hablando. ¿Entonces qué haces cuando tu argumento colapsa frente a la evidencia? Culpar a la gente por no respetar opiniones diferentes. Al mismo tiempo, algunos bolsonaristas ven las agendas relacionadas con la identidad como agresiones a los logros individuales. ¿Así que eres una minoría y trabajaste duro y superaste los desafíos? En ese caso, dicen: “fuiste tú”.

The Clinic
The Clinic
Por

En 1998, Augusto Pinochet fue arrestado en Londres acusado, entre otros crímenes, de torturar y asesinar a sus oponentes políticos. Jair Messias Bolsonaro, en su segundo período como parlamentario en ese tiempo, afirmó: “Pinochet debería haber matado más gente”. Desde entonces, las evidencias de las atrocidades cometidas durante la dictadura de Pinochet sólo han aumentado. Sin embargo, en 2015 Bolsonaro aún sostenía que “Pinochet hizo lo que debía hacerse”. Estas afirmaciones encajan perfectamente con otras elaboradas por el mismo Bolsonaro sobre Brasil: “Durante la dictadura militar brasilera, deberían haber matado cerca de treinta mil personas corruptas, comenzando por el Presidente Fernando Henrique [Cardoso]” (sobre la corrupción bajo el gobierno de Pinochet no hace comentarios). “El error de la dictadura fue torturar sin matar” (la dictadura hizo ambas, torturó y mató). Sobre sí mismo dijo: “Soy un soldado, mi misión es matar” (eso no es lo que dice la constitución).   

En una sociedad sana, un defensor abierto del asesinato en masa no sería parte de ninguna discusión seria sobre la dirección del país. Sin embargo, Bolsonaro lideró todas las encuestas y se transformó en el presidente electo de Brasil. A pesar que la sociedad brasilera tiene inclinaciones autoritarias y está experimentando un momento de intensa polarización política, dudo que haya muchas personas que quieran ver a sus oponentes políticos exterminados. Me inclino a creer que pocos tolerarían la tortura de mujeres embarazadas, como sucedió bajo dictaduras como la de Pinochet. Entonces, ¿Cómo entendemos el apoyo masivo a Bolsonaro entre las personas que se consideran civilizadas, cristianas, y portadoras de valores morales?  

Hay una serie de interpretaciones plausibles. Por ejemplo, los protagonistas y testigos pasivos de los más grandes horrores de la humanidad, generalmente, se creían personas decentes y honorables. Sin embargo, aquí me gustaría desarrollar una hipótesis menos obvia. En un ensayo publicado en esta revista, João Moreira Salles analiza la frase “Não fui eu(“No fui yo”), que fue rayada enigmáticamente por todo Río de Janeiro. En el texto, cita al antropólogo Luiz Eduardo Soares, quien observa cómo en la cultura política brasilera la gente suele culpar a la tercera persona del plural: a ellos ni siquiera les importa, ellos están arruinando el país, etc. En mi opinión, ahí se encuentra parte del poder del Bolsonarismo.  

El eslogan de la campaña de Bolsonaro bien pudo haber sido “No es tu culpa”. Y es como si dijera: “Si ellos no lo estuvieran arruinando todo, este país sería perfecto”. Esta línea de pensamiento permite a los votantes sentirse valientes y dignos, incluso cuando fallan en su responsabilidad con la democracia. En un mundo complicado y confuso, Bolsonaro y otras figuras emergentes de extrema derecha alientan una fantasía de justicia y heroísmo. Así rechazar la política institucional se convierte en un signo de pureza. Al igual que Trump, el Bolsonarismo ofrece la expiación de la culpa y la transferencia de la responsabilidad, erigiéndose como capaz de una hazaña digna de un mito (o leyenda), como lo llaman sus partidarios. No podemos subestimar el atractivo y el potencial destructivo de este fenómeno. Y, a pesar de las muchas diferencias, podemos aprender de la elección de Donald Trump pues hay una dinámica comparable en ambas candidaturas.

¿Qué dicen sus partidarios?

En marzo de este año llegué a Río de Janeiro, mi ciudad natal, un día después del asesinato de la concejala Marielle Franco y su chofer, Anderson Gomes. Allá me reuní con algunos de sus amigos y colegas. El sentimiento predominante fue que quienquiera que se opusiera a la corrupción policial y las milicias (grupos paramilitares) de Río, como hizo Marielle, podría ser el siguiente. Más tarde, esa misma semana, en un almuerzo con un grupo diferente, alguien preguntó casualmente: “¿Sabías que Marielle estaba casada con Marcinho VP?” (Marielle, una mujer abiertamente gay, nunca estuvo casada con el narcotraficante Marcinho VP). Intentando comprender dónde se había originado esta noticia falsa, descubrí que las redes sociales de la persona que la había transmitido estaban completamente monopolizadas por partidarios de Bolsonaro. Personas a las que hace quince años no les podía importar menos la política, ahora defendían apasionadamente a Bolosaro por medio Facebook y grupos de WhatsApp. Ya que había estado observando este fenómeno desde la distancia, decidí leer sistemáticamente las publicaciones de sus partidarios, a conocerlos, y a escuchar lo qué es lo que tenían que decir.

En las conversaciones dentro de la izquierda, los denominados Bolsominions, Bolsoburros, y Bolsonazis son asociados mayoritariamente a la misoginia, al racismo, y a la homofobia del ex candidato. Sin embargo, rápidamente me quedó claro que para muchos bolsonaristas, estos problemas parecen irrelevantes. Para ellos, la mirada “en blanco y negro” que ofrece Bolsonaro es claridad pura. La lógica es la siguiente: “si el problema con Brasil son los criminales y la corrupción, entonces todo lo que tenemos que hacer es elegir a alguien honesto como él y eliminar a los malos. Si no estás de acuerdo, entonces estás del lado de los criminales”. De esta manera, puedes sentirte atraído por lo que Bolsonaro tiene para ofrecer sin necesidad de aprobar todo lo que dice. Su campaña ha aprovechado, por ejemplo, las distorsiones creadas por el reciente foco de atención sobre la corrupción en Brasil. Según una encuesta del Instituto Ipsos, el 75% de los brasileros piensa que los déficits en el presupuesto de la seguridad social se deben a la corrupción y a la malversación, ignorando todos los problemas estructurales asociados. El Bolsonarismo, entonces, ofrece a los votantes la comodidad de certezas inquebrantables y la convicción que la responsabilidad siempre está en otra parte. ¿El país está en crisis? “No es tu culpa“. Un bombardeo constante de noticias falsas, memes anti-izquierdistas (difundidos por grupos como el Movimiento “Brasil Libre”), y clichés pro-Bolsonaro se interponen en el camino de una visión más realista, reflexiva, y equilibrada de los problemas de Brasil… no obstante, lo otro, puede hacerle muy bien al autoestima.

¿Por qué las personas que no desean asesinatos masivos pueden apoyar a alguien que piensa que Pinochet debería haber matado más gente? Cuando Bolsonaro aclama a Pinochet, ante los ojos de muchos de sus partidarios, no está defendiendo ni celebrando sus crímenes. Podemos suponer que muchos brasileros desconocen el alcance de las atrocidades cometidas por el dictador chileno e, incluso, por la dictadura militar de Brasil (1964-1985). Mi impresión, sin embargo, es que la mayoría de los seguidores de Bolsonaro buscan relativizar y minimizar sus posiciones más extremistas. Por ejemplo, si destacas el “significado real” de lo que dice Bolsonaro y no te quedas en su “mito”, se te acusa de ser “denso”, “grave”, “ultra sensible”, y “sin humor”. Sin embargo, la relativización que el Bolsonarismo hace de la violencia en dictaduras es (casi siempre) selectiva, desproporcionada y auto-complaciente. Ésta es la manera como Bolsonaro las elogia. A sí mientrasel bolsonarista casual dice que “sus declaraciones no deben tomarse literalmente” – si no, más bien, a la ligera – el bolsonarista comprometido tiene declaraciones muchísimo más graves, “es que ustedes no saben las amenazas que la izquierda representa”.

Este mecanismo se repite hasta la náusea. Si un comentario ofende y deshumaniza a las minorías; el problema radica en aquellos que no entendieron “la broma” o “no pueden aceptarla”. Ellos reclaman que quienes pertenecen a minorías o que quienes defienden los derechos humanos tienen que ser capaces de tomar los golpes de Bolsonaro como “bromas”. Siguiendo esa lógica, las críticas a Bolsonaro son convertidas en “ataques al buen humor” y al “derecho de hacer una broma”. ¿Y a quién no le gusta una broma? Pero cuando el objetivo de la broma es el propio Bolsonaro, ya no es tan divertido. En una entrevista de radio, a la candidata centrista Marina Silva se le pidió que compare a los políticos con los animales, a lo que respondió que Bolsonaro sería una hiena. El mismo Bolsonaro grabó su respuesta en video, en donde grita: “Si llamara a Marina Silva ‘una hiena’… ¡Todo el mundo se volvería contra mí!”. Jugar con la victimización es una estrategia frecuente en el manual de jugadas de Bolsonaro. “Por lo que puedo ver, ningún legislador recibe tantas palizas como yo”, ha dicho más de una vez. “Me muestran que le doy un codazo a alguien, pero cuando me abordan por detrás, nadie lo muestra”. Entonces, claro, aquí ellos son graves o no tienen sentido del humor; nosotros somos víctimas.

¿El Donald Trump de América Latina?

En Estados Unidos, la derecha ha usado con éxito las tácticas anteriores. Si bien, históricamente, el Estado ha privilegiado a los grupos (de hombres) blancos sobre las minorías, con los avances del movimiento por los derechos civiles – a medida que el Estado reconoce la ciudadanía plena de los afroamericanos – también se fueron convirtiendo en villanos. Cuando esto sucedió, algunos segregacionistas notaron que una campaña abierta contra los derechos civiles ya no era la mejor estrategia; entonces, el plan fue revertir los roles: en lugar de decir que a los negros no se les debería permitir comprar la casa contigua o ingresar a las universidades, el discurso cambió hacia la protección de la libertad individual. ¿Qué derecho tiene el Estado a obligarme a vivir con personas que no quiero tener cerca? Así el opresor se convierte a sí mismo en víctima.

Desde la administración de Nixon, la guerra contra las drogas y el encarcelamiento masivo han apuntado a los afroamericanos en la práctica pero no necesariamente en su retórica. Durante todo este período, el Partido Republicano ha perfeccionado gradualmente lo que se ha llamado la política del “silbato de perro” (dog-whistle): insistiendo en duras medidas punitivas mientras los candidatos señalaban a los segregacionistas; sin embargo, sus declaraciones eran lo suficientemente “correctas” para que fueran aceptables por aquellos que se sentían incómodos con el racismo abierto. Todo siguió así hasta que Trump rompió con esa “discreción”.

Fue Trump quien notó que “el silbido de perros” ya no era suficiente para ciertos grupos insatisfechos, especialmente los hombres blancos que sienten que están perdiendo ciertos privilegios y estatus. Durante la campaña, mientras los comentarios intolerantes de Trump recibían una amplia cobertura en la prensa y sus seguidores provocaban indignación en entre liberales y círculos de izquierda, en los mítines él insistía en sus comentarios prejuiciosos y en adular a sus partidarios. Algunos seguidores de Trump escucharon los elogios e ignoraron las críticas y el odio. ¿Sientes que te estás quedando atrás? ¡Es culpa de los mexicanos! ¿Tu hijo no entró a la escuela de sus sueños? ¡Es culpa de las acciones afirmativas! En los discursos de Trump, sus críticos escucharon el racismo, la misoginia y la xenofobia; mientras que sus votantes escucharon: “No es tu culpa“. Para sus votantes, la cobertura constante de los medios sobre las “controvertidas” declaraciones de Trump fue una forma de persecución que se tomaron como algo personal. Para quienes piensan que las acusaciones de racismo son peores que el racismo real, la cobertura parecía injusta, y defender a Trump se convirtió en una forma de preservar su autoestima. ¿Le parece similar a lo que hemos visto este 2018 en América Latina?

El Bolsonarismo utiliza una estrategia semejante. Al igual que el Trumpismo, se alimenta de enfrentamientos con la prensa y ataques contra la corrección política. Los comentarios “controvertidos” generan una amplia cobertura, lo que lleva a acusaciones de sesgo de los medios de comunicación, reforzando la impresión que Bolsonaro es “perseguido”: “Ellos juegan a las víctimas y son ellos quienes nos persiguen”. “Y si le molesta tanto a la gente debe ser porque no es como otros políticos”. El argumento sigue: “Todos los políticos hablan de la misma manera, excepto el mío. Es auténtico, no anda por las ramas, el llama a las cosas como son”. Esta estrategia ayuda a compensar, por ejemplo, el hecho que la familia Bolsonaro vive de la política (sus hijos son parlamentarios). A diferencia de Trump, Bolsonaro es un político de carrera (con una trayectoria de más de 20 años). Él debería, al menos en teoría, tener más dificultades para venderse a sí mismo como un outsider, pero ¿Por qué lo logra igual?

Irónicamente, la construcción de su imagen depende la corrección política; y a ello contribuye la prensa, quizás, sin notarlo siquiera. Por un lado, gran parte del despliegue de Bolsonaro se debe a sus declaraciones políticamente “incorrectas”; mientras que, por otro, su campaña se beneficia de una cobertura de prensa que respeta lo políticamente “correcto”. En este juego, y ante la necesidad de los medios por parecer “neutrales”, la prensa prefiere un lenguaje “neutro”, “eufemístico”, y “moderado” que ayuda a enmascarar el extremismo de Bolsonaro. El uso frecuente de adjetivos como “controversial” e incluso “conservador” dan la impresión que las declaraciones de Bolsonaro son polémicas pero, a la vez, “serias”, “audaces”, e inclusive “osadas” y “valientes”.

O estás conmigo o estás contra mí

En Estados Unidos, luego que la mayoría de los medios de comunicación subestimara la relevancia de la polarización y radicalización política en redes sociales, lo de Bolsonaro en Brasil nos llama a reflexionar seriamente. Si bien es cierto que la democracia está hecha de conflictos y siempre ha sido terreno fértil para rumores y noticias falsas, el desarrollo de las redes sociales ha introducido dinámicas impredecibles. Por ejemplo, el que personas que previamente ignoraban la política, ahora se sientan presionadas a tomar posición, o cuánto perderán los medios tradicionales y los partidos políticos frente a las redes sociales luego de la carrera presidencial de Brasil. Pensemos en algunos escenarios posibles a partir de otras experiencias históricas.

Aunque Bolsonaro, a diferencia de Trump, no tiene un gran partido detrás de él, el Bolsonarismo parece hecho a medida para triunfar en redes sociales. Enfrentando candidatos identificados con la política partidista, el tono anti-establishment funciona. No olvidemos que Mussolini, en su autobiografía de 1928, escribió que el fascismo siempre debe “asumir las características de ser anti-partido”. En un momento de desilusión con la política institucional, la capacidad de jugar a la política mientras se pretende rechazarla es una ventaja considerable.

Parece inverosímil pero recurrir a clichés y frases comunes es una táctica que precede al mundo de los memes. Hannah Arendt escribió que los clichés servían para “protegernos de la realidad”, viéndolos como una parte clave del funcionamiento de los regímenes totalitarios. La novedad, aquí, es que el reino digital puede suplantar formas de propaganda más costosas y la lógica “de arriba hacia abajo” (folletos, anuncios de televisión, concentraciones, etc.). Incluso sin muchos recursos, una campaña con el potencial de transformarse en viral puede generar malestar (y mucho).

Expertos y comentaristas de todo el espectro ideológico ya han hecho sonar las alarmas sobre la amenaza que Bolsonaro representa para la democracia, aunque hay menos reflexión sobre la naturaleza y el alcance de su atractivo. Muchos políticos, por ejemplo, parecen tener miedo de criticarlo. Aquellos cómplices de la “demonización de la izquierda” y quienes toleran a Bolsonaro porque ven su candidatura como el “mal menor” están ayudando a incubar “el huevo de la serpiente”.  

Las falsas equivalencias, tanto a la derecha como a la izquierda, pueden ayudar a erosionar la democracia. La polarización, sin embargo, no es necesariamente simétrica. El fútbol se ha convertido en una fuente de metáforas muy usada para explicar la polarización política en Brasil. Pero en los deportes – a diferencia de lo que sucede en el Congreso o en la Corte Suprema – las  reglas son claras y generalmente aceptadas, existen denominadores comunes, y se puede encontrar cierto consenso en torno a hechos concretos. Ni el fanático más intransigente puede negar una actuación estelar de un jugador del equipo contrario. Sin embargo, la combinación de analfabetismo político y la convicción inquebrantable en la superioridad moral de un lado por sobre el otro, no tiene paralelo en los deportes. A pesar de los odios acérrimos en el fútbol, aceptamos que nuestro adversario es legítimo y tiene derecho a existir. En política, donde las apuestas son más altas, las consecuencias siempre superan los límites del juego. Y nunca hay sólo dos lados.

En las batallas con memes, llevan la delantera los que no están comprometidos ni con el diálogo, ni con los hechos reales. Así como Bolsonaro sugirió que sólo violaría a las que lo merecían (nota: esto sucedió en una confrontación con Maria do Rosário, congresista y ex ministra de Derechos Humanos), sucedió que la culpa es de Maria do Rosário, ya que ella lo provocó. Espera, ¿Alguien merece ser violado? “Ah, bueno, pero él solo hizo una broma, mira a la izquierda, aman a los pedófilos y el incesto”.  

Para justificar la defensa de lo injustificable, la representación del otro lado debe volverse cada vez más grotesca e irreal, hasta que sea vista no sólo como prescindible o descalificada, sino que indigna. La derecha no tiene un monopolio sobre esto, por supuesto. Sin embargo, Bolsonaro tiene la base de fans más activa en las gradas virtuales. A diferencia de los deportes, aquí ganar parece ser una cuestión de perspectiva. No obstante, en política todos terminamos perdiendo (bueno, excepto, quizás, quienes ganan por el simple hecho de participar del juego de descalificaciones).

Una mezcla de desigualdad, miedo, e inseguridad

En Brasil, a diferencia de Estados Unidos y Europa, las divisiones raciales y xenófobas no se han explotado de la misma manera en la política electoral, y por razones obvias: Brasil tiene una población inmigrante comparativamente más pequeña, y más personas se identifican como negras o mestizas que blancos. Aun así, los espacios donde viven los ricos en Brasil permanecen casi exclusivamente blancos. En Estados Unidos, los sitios (y las vistas) de la prosperidad económica han ganado en diversidad demográfica, pero los vecindarios siguen siendo ultra-segregados.  

La política de revanchismo o de reacción violenta constituye el elemento clave en los movimientos populistas de derecha en todo el mundo. En Brasil, hay algunos en la izquierda que argumentan que el odio hacia Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) no se debe a sus errores en el gobierno (2002-2016), sino a la amenaza que ciertas conquistas sociales representaron durante ese período para las clases altas. Se ha hablado mucho sobre la “nueva clase media”, pero ¿Cómo abordar a las clases medias y medias altas que permanecieron estancadas, declinaron, o simplemente creen que merecen algo mejor? El Bolsonarismo es, en parte, la reacción de quienes sienten que han perdido garantías y estatus en los últimos años; y, como el Trumpismo, promete convertir ese rencor y ese resentimiento en orgullo y afirmación. ¿No crees que hay demasiadas personas pobres que vuelan en avión estos días? ¡Está demasiado caro pagar por una empleada! ¿La vida se hace más difícil? ¿Tu situación personal está empeorando? No es tu culpa.  

Con frecuencia los miembros del PT y partidarios de Lula caricaturizan a los que se encuentran en ese grupo. Es cierto que, a diferencia de los “hombres de paja comunistas” levantados y atacados por los trolls de derecha, éste es un grupo que es relevante, y ayuda a alimentar lo que Celso Rocha de Barros ha llamado “la política de indignación”. Si bien representan a una porción relativamente pequeña del electorado brasilero, no podemos pasarlos por alto dentro de la miríada de grupos electorales, incluida las “nuevas clases medias”.

A este nivel la sensación de inseguridad es la regla. Por ejemplo, el aumento de la delincuencia está colaborando con el Bolsonarismo pero es reconocida por todos. No es una fantasía de derecha y no hay disonancia cognitiva en este diagnóstico: el aumento de la violencia es real. Más personas mueren en el Brasil de Temer que en el Chile de Pinochet. Las fantasías, en este caso, se encuentran en las soluciones que vende Bolsonaro. ¿Qué alternativas ofrece la izquierda, el centro o la derecha no fascista? No sabemos, y, en este contexto, Bolsonaro es el único que da la impresión de realmente preocuparse por la impunidad, la corrupción generalizada, y la violencia.

En una entrevista con el periódico de Río O Globo, Bolsonaro dijo: “Tenemos que dejar que todos tengan armas, al igual que en Estados Unidos. Permitir que los camioneros y los vigilantes tengan armas, por ejemplo. Es como el Salvaje Oeste aquí afuera, pero sólo un lado tiene permitido disparar”. Esto no es una polémica, es una fanfarronada. Por supuesto que distorsiona los hechos cuando dice que “todos en Estados Unidos pueden tener armas” y que “sólo un lado tiene permitido disparar” en Brasil. Sabemos que la policía brasilera dispara a menudo y que es una de las fuerzas de seguridad más letales del mundo. Del mismo modo, sabemos que las armas de los narcotraficantes no caen del cielo, y que el tráfico de drogas, los grupos paramilitares, y la corrupción (incluso dentro de la policía y el ejército) son problemas interconectados. Sabemos que las experiencias de otros países sugieren que la despenalización de las drogas produce mejores resultados que la acumulación de armas y los conflictos violentos. Estas son discusiones complejas, desafiantes; pero, para algunos, el enfoque simplista y firme de Bolsonaro es reconfortante. Ellos tienen ideología; nosotros, sentido común.  

En la práctica, la visión de Bolsonaro para la seguridad pública ofrece más de lo mismo: guerra interminable. Sugerir que una mayor posesión de armas resolverá los problemas de seguridad pública es poco más que hacer explotar la desesperación de los demás. Para los partidarios de Bolsonaro, él es un mesías (su segundo nombre es Messias, después de todo) que promete la salvación sin sacrificio. No parece ser un mal negocio, pero para comprarlo hay que encontrar que es normal que la policía y los militares ingresen a las favelas y maten impunemente (dejando en su mayoría víctimas negras y pobres). Estas muertes, que incluyen a oficiales de policía (muchos de ellos también negros y pobres) son daños colaterales en una guerra supuestamente justa y necesaria. Para ellos, intervención militar y sacrificio, para nosotros, la ley y el orden.

Quizás la versión brasilera del “silbato para perros” tiene menos que ver con afirmar el orgullo blanco. Pero el Bolsonarismo también se basa sobre una jerarquía donde las vidas de los negros, los pobres, y los residentes de las favelas importan menos, son casi prescindibles. En un evento organizado por la empresa financiera BTG Pactual, Bolsonaro supuestamente recibió un aplauso por la siguiente propuesta: los helicópteros rociarían a Rocinha (una favela densamente poblada) con panfletos advirtiendo que los delincuentes tendrían seis horas para entregarse. Una vez que se acababa el tiempo, la policía abriría fuego.

Muchos de los que aplauden tal propuesta dirían que no son racistas y podrían sentirse ofendidos si alguien los acusa de ello. Por eso es que Brasil no ha superado los legados de la esclavitud. Así como el país es muy desigual, la desigualdad tiene una dimensión racial, y la policía arresta y mata a los negros y pobres a un ritmo desproporcionado. El Bolsonarismo te consuela: “No es tu culpa“.  

Entre paréntesis: en la campaña se dijo que podría ser difícil para Bolsonaro reconciliar su ala troglodita con los neoliberales y los conservadores que lo han aceptado como candidato con la condición que el economista entrenado en Chicago, Paulo Guedes, sea su gurú político. Pero es una señal terrible que las personas que se identifican como liberales y democráticas están apoyando a alguien que ha coqueteado con la idea de la esterilización forzada. Es común que las elites financieras piensen que pueden controlar a los candidatos extremistas o demagogos de derecha. Por lo general, están equivocados. El camino a la barbarie a menudo está pavimentado con figuras como Paulo Guedes.

Racismo redundante

La categoría analítica de “racismo redundante” podría ser útil aquí. La idea es básicamente ésta: en una sociedad donde la desigualdad racial es estructural, el racismo es redundante. En otras palabras, si nos despertáramos mañana en esa misma sociedad sin (haber ya personas) racistas, todavía estaríamos viviendo en un país racista (pues sus estructuras vigentes siguen siéndolo). Un sistema tributario regresivo, por ejemplo, ayuda a perpetuar las desigualdades raciales tomando más de los asalariados y menos de la riqueza intergeneracional de los ultra ricos. Parafraseando a Angela Davis: en contextos donde el racismo es institucional, no existe tal cosa como “no ser racista”. O eres antirracista y luchas activamente para reducir las desigualdades raciales dentro de las instituciones, o eres racista. Esto exige que asumamos la responsabilidad colectiva de las realidades que provienen de contextos que nos preceden y de los cuales no somos necesariamente culpables. No es una tarea fácil.  

Al igual que el Trumpismo, el Bolsonarismo adopta una serie de procedimientos que la derecha suele atribuir a la izquierda, no siempre erróneamente: la relativización acrítica, la auto-victimización, la estrategia de la corrección política, y la sobreestimación de las perspectivas subjetivas. El derecho inviolable a la propia opinión es una salida para aquellos que quieren negar hechos o no saben de qué están hablando. ¿Entonces qué haces cuando tu argumento colapsa frente a la evidencia? Culpar a la gente por no respetar opiniones diferentes. Al mismo tiempo, algunos bolsonaristas ven las agendas relacionadas con la identidad como agresiones a los logros individuales. ¿Así que eres una minoría y trabajaste duro y superaste los desafíos? En ese caso, dicen: “fuiste tú”.

Bolsonaro es menos vulnerable cuando asumimos sus opiniones o posturas genéricas que cuando cuestionamos sus propuestas de políticas y soluciones específicas. Cuando defiende la idea de vigilantes con armas de fuego, algunos de sus partidarios pueden imaginar a Chuck Norris salvándolos. Eso debe ser un insulto para los policías y miembros militares que creen que Brasil debe seguir siendo una sociedad democrática y respetuosa de la ley. Pensar que no hay suficientes disparos en Brasil es mostrar un gran desprecio hacia aquellos cuyas vidas están más afectadas por el conflicto armado, incluidos los miembros de la policía y los militares en la vanguardia de la seguridad pública.

En la misma entrevista con O Globo, Bolsonaro dice que el asesinato de Marielle Franco “no significa nada para la democracia” y que “es sólo otra muerte más en Río de Janeiro”, “tenemos que esperar los resultados de la investigación”, concluye. Cuando Santiago Andrade, un camarógrafo, fue golpeado por una bengala durante las protestas en Río en febrero de 2014, Bolsonaro no mostró la misma moderación, acusando al Partido Socialista de Libertad y Libertad (PSOL) de estar detrás de su muerte. Esto va más allá de tener un doble estándar: es una forma de relativismo absolutista que se utiliza para justificar la violencia desde el lado “bueno” y cualquier conclusión que la condene al lado “malo”. ¿Alguien le disparó a los manifestantes pro-Lula acampados afuera de la prisión donde está detenido? Ellos lo estaban pidiendo.  

El comentario sobre Marielle puede parecer intrascendente para aquellos que han visto los homicidios convertirse en una rutina en Río de Janeiro. En cierto sentido es sólo otra muerte pero para la democracia significa mucho: es el asesinato de una concejala electa. Una joven, valiente, mujer negra. ¿Quién mató a Marielle? ¿Quién la quería muerta? Podríamos especular pero es prudente dejar que la investigación siga su curso. En el comentario de Bolsonaro, sin embargo, el “silbato del perro” está en acción. El mensaje se hace escuchar a los que están del lado de los asesinos pero no a los que estarían afectados por ellos. El cínico o el ingenuo pueden negarlo, pero ningún oficial de policía corrupto, miembro del grupo paramilitar, o asesino a sueldo dudaría por un momento de qué lado está Bolsonaro. Él silba, las hienas ríen.  

Marielle era miembro del Partido Socialista pero, también, representaba muchas cualidades. Ella luchó contra la adversidad y aprovechó las oportunidades que tuvo. Ayudó a renovar la política en una sociedad propensa a elegir a miembros de dinastías políticas. Marielle representaba una amenaza para la misma vieja política brasilera y era lo opuesto a los políticos de carrera del clan Bolsonaro. En su tesis de magíster, ella mostró la importancia de reconocer las diferencias sin reducir la vida a un choque entre dos lados. “El tráfico de drogas es cruel, violento y causa estragos en las comunidades, pero el Estado no puede competir con él luchando para ver quién puede ejercer la mayor violencia”, escribió. “No puede haber jerarquía para el dolor, no hay espacio para creer que sólo las madres de jóvenes víctimas de las favelas lo sienten. Este Estado militarizado y bélico también es responsable del dolor que persigue a las familias de los dieciséis policías que han sido asesinados desde el inicio del programa de la UPP [Unidad de Policía Pacificadora]”. Ella defendió su tesis en 2014.

Marielle nombra a los oficiales de policía que murieron en el cumplimiento de su deber, algo que los memes que les critican por “criminales defensores” rara vez hacen. Ella no pide más gobierno, sino un mejor gobierno. Marielle tuvo mucho del coraje que el Bolsonarismo proyecta en sus ídolos con pies de barro. Ella enfrentó los desafíos de frente. El eslogan de su campaña –“Soy porque juntos somos” – es la antítesis de “No es tu culpa“. En lugar de promover un individualismo retirado, Marielle se inserta en el colectivo. Ella reconoce los límites de cualquier persona pero que las posibilidades de obtener fuerza están dentro de una comunidad.  

Bolsonaro representa una seria amenaza para la democracia pero, como Trump, él es más un síntoma que una causa. Su candidatura podía tambalearse; sin embargo, el Bolsonarismo ya ha tenido un impacto importante: ha distorsionado el espectro político, ha legitimado posiciones extremistas, ha empujado el centro hacia la derecha. En un artículo en el diario Folha de S. Paulo, Antonia Pellegrino y Manoela Miklos, concluyen que el Bolsonarismo no es un fenómeno pasajero. Sería demasiado fácil deslegitimar las opiniones de sus seguidores y reclamar estar más arriba. Sin embargo, insisten que eso no nos haría mucho bien. Por ejemplo, a pesar de la creciente agresividad contra el feminismo, argumentan que las feministas deben buscar el diálogo.  

Siempre es más fácil organizar el mundo en dos partes: lo bueno (nosotros) contra lo malo (ellos). Enfrentar la complejidad de nuestros problemas y reconocer que no hay soluciones mágicas es mucho más difícil. Obviamente, esto también se aplica a la comodidad tentadora del anti-Bolsonarismo (o anti-Trumpismo). Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. Después de todo, la incapacidad de la izquierda y de la política institucional en su conjunto para presentar visiones viables para el futuro es parte de lo que alimenta a sus partidarios.

¿Nuevos nacionalismos en América Latina?

El Bolsonarismo (y el Trumpismo) no son fenómenos aislados. Desde 2009, el artista eslovaco Tomáš Rafa ha documentado protestas callejeras, principalmente en Europa. Utilizando métodos de cine directo, registra las actividades de los grupos neofascistas, homofóbicos, y xenófobos así como los que apoyan a los refugiados y las minorías como los romaníes. El proyecto se llama “Nuevos Nacionalismos” (New Nationalisms), y algunos de sus trabajos están disponibles en su sitio.

Estos “nuevos nacionalistas” a menudo recurren a la vieja tradición de evocar un pasado ilusorio. Los nacionalistas eslovacos buscan legitimación en el colaborador fascista Jozef Tiso, y lo celebran como un sacerdote benigno que luchó contra las fuerzas globalizadoras en nombre de su pueblo. Esta nostalgia no está tan lejos de la de los conservadores en los Estados Unidos que protestan cuando se intenta la remoción de monumentos a los defensores de la esclavitud porque forman parte de su “patrimonio cultural”. En Brasil, este pasado ilusorio surge cuando algunos afirman que no hubo corrupción bajo la dictadura militar.  

Las luchas por la memoria histórica no son nada nuevas, pero los imaginarios regresivos que idealizan el pasado parecen expandirse en la esfera pública. Internet proporciona alimento para cualquier opinión estúpida sobre el nazismo, la esclavitud, o Pinochet, lo que socava el debate responsable y pulveriza el conocimiento histórico. Al mismo tiempo, nuestros puntos de inflexión actuales plantean obstáculos para visiones progresivas y reflexiones sobre el futuro y sobre lo que se puede hacer para superar el pasado. La crisis ecológica y la creciente precariedad laboral están sobre nosotros. Una de las consignas más hermosas de las protestas de junio de 2013 en Brasil, “el mañana será mejor”, parece haberse esfumado. Desde un punto de vista catastrofista, es como si el futuro terrible, no el pasado, ya fuera un hecho inalterable, fijo, irrevocable.  

La ausencia de plataformas políticas, proyectos, o visiones alternativas seductoras como para ampliar los horizontes de las posibilidades sólo fortalece el atractivo que ejerce el Bolsonarismo y los “nuevos nacionalismos” de la extrema derecha. Pero cuando todo parece perdido, puede ser alentador recordar nuestro terrible historial cuando se trata de predicciones. ¿Quién previó las conquistas de los movimientos LGBT en las últimas décadas, por ejemplo? Por otro lado, el eslogan de campaña del político brasileño Tiririca convertido en payaso, “No puede ser peor que esto”, nunca es cierto. Las cosas siempre pueden empeorar, y Bolsonaro representa un riesgo incalculable.

Trotsky escribió en 1930: “Si el Partido Comunista es el partido de la esperanza revolucionaria, entonces el fascismo, como movimiento de masas, es el partido de la desesperación contrarrevolucionaria”. El Bolsonarismo puede ser el movimiento de la esperanza contrarrevolucionaria o la desesperación revolucionaria. Bolsonaro representa a aquellos que anhelan el regreso de la “ley y el orden” de la dictadura, o simplemente quieren ver cómo todo se inflama.  

Los temores de las políticas de exterminio pueden parecer inverosímiles, pero ¿no es eso lo que ya estamos haciendo en nombre de una guerra contra las drogas que está condenada al fracaso? En “Los Orígenes del Totalitarismo”, Arendt escribe: “Lo que va en contra del sentido común no es el principio nihilista de que” todo está permitido “[…]. El sentido común y la” gente normal “se niegan a creer que todo es posible”.  

Tanto el Bolsonarismo, como el Trumpismo, es para aquellos que no pueden enfrentar la realidad y prefieren descargar su responsabilidad. Debemos tener el coraje de enfrentarlo con paciencia, compasión, y firmeza. Aquellos que ahora aceptan o se dejan seducir pueden ser los perpetradores del mañana o quizás sus víctimas.

Escrito por Bruno Carvalho

Traducción y adaptación por Juan Diego Galaz y Camila Mella

Notas relacionadas