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Opinión

18 de Diciembre de 2018

COLUMNA | Los incómodos

En una sociedad abierta no hay vendas para estas personas. Algunos sin embargo piensan que el sistema debe reprender a quienes abusan de su derecho denostando el honor y la dignidad de las personas. Para ello se han pensado instrumentos de sanción penal como los delitos de odio. En Alemania, es bastante clásica la prohibición de negar públicamente el holocausto judío. En Reino Unido, un pésimo humorista fue penado y encarcelado preventivamente por haber enseñado a su perro a hacer repetidamente el saludo nazi y reírse de las torturas en los campos de concentración.

Rodrigo Mora
Rodrigo Mora
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Desde hace unos días se han destapado en el debate extrañas retóricas defendiendo los valores del nacionalismo extremo. Políticos de diversa índole, inclusive los llamados liberales, se han refugiado en torcidas maniobras para asilar dichos en la libertad de expresión. Y tal como lo ha hecho Camila Flores esta semana, José Antonio Kast, lo ha hecho el Frente Nacional en Francia, los Bolsonaro y Donald Trump, expandiendo la laxitud de dicha protección. Todo ello refugiados en una supuesta rebeldía a la dictadura de lo políticamente correcto, “llamando las cosas por su nombre”, defendiendo, por ejemplo, la asimilación de musulmanes con terroristas, o de los homosexuales como pedófilos.

En una sociedad abierta no hay vendas para estas personas. Algunos sin embargo piensan que el sistema debe reprender a quienes abusan de su derecho denostando el honor y la dignidad de las personas. Para ello se han pensado instrumentos de sanción penal como los delitos de odio. En Alemania, es bastante clásica la prohibición de negar públicamente el holocausto judío. En Reino Unido, un pésimo humorista fue penado y encarcelado preventivamente por haber enseñado a su perro a hacer repetidamente el saludo nazi y reírse de las torturas en los campos de concentración.

El instinto primario hace pensar que este tipo de sanciones son buenas para la protección de la democracia. Parece de sentido común hacerlo en aras del avance del “populismo de derechas” y su combo de propaganda masiva falsa y dichos anticientíficos.

La sanción penal, sin embargo, no soluciona el problema. Es siempre mínima y no constituye disuasión alguna para los autores. Al momento de emitidos los comentarios racistas, vulgares, millones de personas ya lo han visto fuera de las fronteras y fuera del alcance de la jurisdicción nacional. Cae en la omnipotencia del poderoso motor Google verificar si el difamador no infringió las condiciones de uso del sitio, en caso contrario, se seguirá divulgando.

Bastará entonces contrarrestar a los extremos, dejando la ira de la granja tuitera por instrumentos más sofisticados como la pedagógica reprimenda que le dio a Alberto Plaza el psiquiatra León Cohen hace unas semanas en un matinal de la plaza. Como adicional desengaño para los indignados, cabe decir que frecuentemente la rabia sólo genera aplausos del público de claque de cada cual, no persuadiendo en absoluto a nadie.

*Rodrigo Mora, abogado.

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