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Opinión

7 de Enero de 2019

COLUMNA | El problema más allá de TVN: democracia y medios en el Chile de hoy

La crisis de Televisión Nacional de Chile (TVN) revela dos problemas centrales en la relación medios de comunicación-democracia en Chile: que el canal ha estado lejos de cumplir un rol de servicio público, pero sobre todo que las lógicas de representación y participación mediales, así como nuestros principales consumos culturales, están reducidos a un mercado de propiedad privada, consumo rápido, competencia por el rating y click fácil. En tiempos donde se requiere mejor información, más respeto a la diversidad, más dialogo intercultural, más rescate y puesta en visibilidad de la memoria, pensar en la relación medios de comunicación-democracia desde lógicas de servicio público, se vuelve imperioso, aunque no lo parezca para los principales conglomerados políticos del país.

Jorge Saavedra Utman
Jorge Saavedra Utman
Por

* @saavedrautman Profesor de Medios, Cultura y Sociedad, Departamento de Sociología, Universidad de Cambridge, Reino Unido.

Desde hace algunos años, la idea de que Televisión Nacional de Chile está en crisis ha vuelto a asomarse en la ‘agenda pública’. La crisis se ha puesto en los números rojos de la estación y últimamente en el desembolso de dinero por parte del Estado para salvar la situación financiera del canal. Esta discusión ha ido del cuestionamiento a los montos de dinero para salvar la situación de TVN, a la pregunta de qué el Estado debe desembolsar ese dinero y, finalmente, al sentido último del gasto: para qué tener una estación pública.

Dichos cuestionamientos permiten identificar dos problemas y oportunidades que la llamada crisis de TVN presenta para la democracia chilena. Un primer y más evidente problema es que TVN carece de sentido en la actualidad en tanto servicio público. Si tomamos el concepto de servicio de difusión de servicio público desarrollado por la Unesco, que la entiende como “hecha, financiada y controlada por el público y para el público, que no es comercial ni es propiedad del Estado, que está libre de interferencia política y de la presión de fuerzas comerciales”1, el contraste es bastante evidente. ¿Se parece en algo a esto el modelo de TVN, si el organismo rector del canal ha sido diseñado a imagen y semejanza de la distribución de poderes presente en el parlamento? ¿Es similar, si el sustento financiero de la televisora chilena proviene del dinero que ingresa por publicidad, como cualquier otro canal privado? La respuesta en ambos casos que no.

Y es aquí donde radica el segundo y principal problema que la crisis y, a esta altura, posible desaparición de TVN acarrea para la democracia chilena: la hegemonía del mercado como único criterio para la existencia de medios de comunicación y su directa consecuencia para la democracia. La dimensión del problema se puede entender en la conjunción de aspectos ligados a la identidad, al consumo cultural, a la participación y, finalmente, al acceso común al diálogo democrático en, desde y con los medios de comunicación. Veamos cómo se desglosan estos aspectos.

Identidad: Los medios de comunicación cumplen, quiéranlo o no, un rol de representación, es decir exponen miradas que configuran marcos de realidad respecto a un nosotros, a lo que nos pasa, a lo que nos es importante, a quienes tienen voz, a quienes se excluye (como la mujer) y a quienes se estigmatiza (como ocurre con las comunidades migrantes). Dichas miradas y formas de representación configuran simbólicamente un colectivo (el nosotros) y, por ende, no pueden estar moldeadas solamente por el mercado, en tanto dicho ‘nosotros’ excede largamente los intereses del consumo rápido y lo rentable por lo no rentable. Cuando son los criterios de mercado los que determinan primordialmente la representación y, además, las posibilidades de representación de aquellos y aquello que no se ajusta a dichas lógicas se reducen en directo perjuicio de la diversidad de voces presentes en los territorios, y de las manifestaciones de los múltiples nosotros que los medios de comunicación, sobre todo aquellos de alcance nacional, ponen en juego en un espacio de acceso amplio como pocos.

Consumo cultural: Los medios de comunicación constituyen el principal consumo cultural al que se exponen las personas. No es el museo, no son los libros, no son los discos o los servicios de streaming: son los medios de comunicación en sus diversas formas, especialmente la televisión y la radio. Los medios y sus plataformas contribuyen a formar visiones de mundo, generar marcos de referencia, estructuras normativas, nociones de gusto y goce, etc. En consecuencia, es importante la pregunta por quién decide cuáles son los contenidos disponibles para que ‘elijamos’. El fantasioso discurso pro-mercado dice que la gente consume lo que la gente quiere consumir, por ende el mercado debe actuar libremente. Esto no es así. Pensemos, por ejemplo, en la industria del cine y el porcentaje de cine chileno que se exhibe en las salas del país. ¿Qué el cine chileno es malo? También tendría que serlo el de todo el resto del mundo, pues las cadenas de cine en Chile exhiben mayoritariamente cine proveniente de Hollywood. Este ejemplo se extiende a otras áreas, como las líneas editoriales de los medios, donde existen razones de propiedad de medios (como en los casos de Canal 13 y Mega), de rentabilidad e ideológicas que encuentran un denominador común en los principales medios del país. El meollo del asunto es que si nuestras poblaciones tienen a los medios de comunicación como sus principales consumos culturales, su derecho a un consumo cultural rico, representativo, con asuntos de interés colectivo, propios de su cultura, críticos, educativos, entretenidos y diversos, se ve sumamente empobrecido.

Participación: Hay dos sentidos en que las lógicas de mercado coartan la participación popular en los medios de comunicación. Un primer sentido tiene que ver con cómo la ciudadanía tiene un rol activo en la generación de contenidos, en la participación de procesos comunicativos que permitan no sólo ser la parte receptora de la cadena medial, sino también de la decisión, acción, crítica y actualización de los medios de comunicación. Hoy en día vivimos algo de esto que menciono con la idea de los prosumidores, a partir de las nuevas tecnologías de la información, aunque con un carácter que sigue lógicas de mercado y finalmente profita de una interactividad habitualmente de corto alcance; y en algún sentido en las radios comunitarias cuando éstas efectivamente generan lógicas participativas. Un segundo sentido respecto a la participación que es relevante mencionar, es el lugar que ocupa la producción artístico-cultural nacional en los medios de comunicación nacionales. Con esto me refiero al trabajo de creadores, creadoras, productoras, compañías y universidades, entre otros, y la presencia de sus obras audiovisuales, musicales, literarias, gráficas, tanto en un espacio de alcance nacional como en la dimensión local.

Estas no tienen mayor cabida en medios de comunicación. Ni hablar de televisión enfocada al adulto mayor o a niñas y niños. El Consejo Nacional de Televisión hace un modesto esfuerzo en este sentido, financiando interesantes trabajos, pero ni aún así la recepción de la televisión comercial es del todo abierta a estas iniciativas.
A la luz de estos tres temas, la llamada crisis de TVN debe verse como una oportunidad no sólo para fortalecer la televisión pública tanto a nivel nacional, como regional; sino para pensar en la necesidad de una radio nacional que también cubra el país, sus regiones y localidades, un servicio informativo que cumpla los deberes de un servicio público, sin ataduras a auspiciadores, poderes económicos, ni la competencia por el rating o por los clicks a toda costa. En tiempos de fake news, de necesidad de tener información veraz, oportuna y significativa para la vida de las personas; en tiempos en que la producción musical, fílmica y televisiva del país es mayor; en tiempos en que las identidades de género, las comunidades migrantes, la sociedad civil, sus agrupaciones culturales, vecinales y sus artistas, tienen cada vez más necesidad de verse representadas y representarse en lo público, un esfuerzo de esta magnitud es necesario. Lo contrario es que el mercado, y quienes tienen las principales cartas en su poder, cope todo el espectro medial y lo haga con el continuo aval del Estado, tal como lo ha hecho hasta ahora.

Ciertamente, pensar en medios públicos en esta lógica implica entender a los medios de comunicación de servicio público de una manera distinta a la que rige al “canal de todos los chilenos”. Implica también pensar en una política y un sistema nacional de medios. Criterios de independencia, de representación amplia de la sociedad (y no solamente de partidos políticos), de participación popular, de financiamiento que no provenga del mercado, de un manejo menos ligado a la ingeniería comercial y más a lo comunicacional y cultural (en un sentido amplio), se hacen necesarios para un trabajo que no sitúe la competencia por el rating en su prioridad, sino a la democracia como su prioridad. Ahora, si usted quiere, usemos la palabra competencia, pero pensémosla más en la lógica de quien corre un maratón, del atleta de fondo que busca mejorar lo que hace día a día, superarse a sí misma/o. Esto porque su sentido último no es derrotar al otro, sino ser mejor cada día de acuerdo con un objetivo que en sus inicios puede ser modesto, pero es propio, es acorde a una realidad sobre la que se posa un horizonte. Trazar ese objetivo es el tercer paso. El segundo paso es plantear la necesidad sobre la que trazamos el objetivo. ¿El primero? El primero es darnos cuenta de la magnitud del problema, al menos desde lo que denominamos la sociedad civil. ¿Los conglomerados políticos? El sistema de medios que tenemos hoy en día es en buena parte obra y gracia de ellos, pero el tema parece importarles poco. Ojalá dicha actitud cambie, por el bien de la democracia en Chile.

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