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Opinión

22 de Febrero de 2019

Juan Guaidó: El prefecto de Roma

Columna de Giovanna Flores Medina «Sopesamos que lo más grave para Venezuela es que Maduro se mantenga usurpando funciones…. No hay nadie que se arriesgue a apoyarlo. Nadie con poder. De eso estamos seguros», afirma —con desembozo y cierta superioridad de destino—, Juan Guaidó en la primera entrevista que concede a Al Jazeera. Punta de […]

Giovanna Flores Medina
Giovanna Flores Medina
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Columna de Giovanna Flores Medina

«Sopesamos que lo más grave para Venezuela es que Maduro se mantenga usurpando funciones…. No hay nadie que se arriesgue a apoyarlo. Nadie con poder. De eso estamos seguros», afirma —con desembozo y cierta superioridad de destino—, Juan Guaidó en la primera entrevista que concede a Al Jazeera. Punta de lanza en el diseño comunicacional de su posicionamiento que transita, según el espectador y el lobby digital, del relato que evoca a las transiciones pactadas de los 90, tras la caída de los socialismos reales; al extremo del discurso nacionalpopulista de Trump, Pence y Pompeo. Presidente, Vicepresidente y Secretario de Estado, triunvirato que ha dado lecciones este 2019 de cómo EE.UU. se arroga con pocas voces disidentes el súper poder de la creación del derecho y la aplicación de la justicia internacional.

En el horizonte están también Irán, El Líbano, India y Crimea, forzando su relación peligrosa con el país caribeño: la seguridad global y la paz estarían en jaque. El entrevistado ya ha sido ungido por ellos el 22 de enero, el día previo a su autoproclamación y el orbe debe acatar. Por cierto, el segundo en reconocer su Presidencia ad interim es Benjamín Netanyahu desde Israel, el primer mandatario del reino de los 4.000 años, y luego todos los gobiernos de derecha del Grupo de Lima al unísono.

Este es un guión donde nada ha quedado al azar: neurolingüística y hackers a merced de una causa muy bien pagada, donde subyacen los conceptos de propaganda e intervención bordando con hilo de plata la crónica de una sedición anunciada. Ni Alessandro Baricco, Anthony Giddens, Eric Hobswaum, Ellie Wiesel, Amartya Sen y Martha Nussbaum, intelectuales que derivaron en asesores especializados en el lenguaje y la estética política de gobernantes complejos del último decenio, podrían negar que se trate de una operación externa. Salvo, quizá, Steve Bannon, mentor del neofascismo y nacionalpopulista de moda afincado en Italia.

La propaganda: nosotros fundamos un nuevo orden, un nuevo derecho Ficticiamente, el César y sus émulos nos retrotraen a la Guerra Fría, e incluso a tiempos precedentes a la II Guerra Mundial, y crean hitos noticiosos que copan la agenda: no existen los principios de no intervención ilegítima en los asuntos de otro Estado; de
respeto a la libre autodeterminación; y de protección preferente del más débil. No rigen las convenciones internacionales de derechos humanos o de derecho administrativo global, o las de carácter comercial y financiero. No hay memoria sobre las atrocidades y genocidios de los 80 y 90; de los avances de la justicia transicional y penal internacional de los 2000; ni de las doctrinas y herramientas legitimadas tras las crisis desatadas post
Primavera Árabe. Ninguno de los aliados del imperio del Norte ha sido capaz de plantear un plan de paz o algunas medidas que provee el derecho internacional, como la responsabilidad internacional de proteger; la creación de corredores humanitarios con cierre de espacio aéreo, la autorización de monedas, criptomonedas o fondos solidarios de asistencia protegidos por la ONU. Menos pensar en hospitales de alta especialización o la migración médica de pacientes a países altamente desarrollados y en paz. Todo eso está en punto muerto. La única meta es derrocar y ocupar militarmente si es posible, porque no hay nada más a qué acudir. Y será un largo tiempo de espera. Mucho más que los anuncios de Guaidó y la realpolitik para las masas que consumen la prensa de las falsedades.

Sin más se monta una estructura paralela de Gobierno, un poder dual, en la misma Venezuela y se le financia desde el extranjero con apoyo de la mayoría de los integrantes de la OEA, la que también reinterpreta —o vulnera— su propia Carta, chocando con los avances de la Corte Interamericana de DD.HH. Este es el tribunal que ha fijado el estándar para otras cortes convencionales sobre la responsabilidad de los Estados en la sanción y reparación de crímenes de lesa humanidad cometidos con la injerencia o participación de agentes de Washington. Y, por ello, es paradójico, que reclamen parlamentarios estadounidenses y no latinoamericanos contra la designación de Elliott Abrams como enviado especial para la crisis en Venezuela, quien hace 38 años dejó su herencia en la preparación de los ejecutores de la masacre de El Mozote en el Salvador, por ejemplo.

La confusión ha sido exitosa y el inmovilismo es tal, que la mejor muestra de la ignorancia sobre lo que admite o no el derecho internacional, es el caso de Chile y la perplejidad de los sectores progresistas. Nuestra Cancillería dio reconocimiento inmediato y virtual a Juan Guaidó, obedeciendo a Washington sin cuestionamientos, siendo una parte disidente de la Democracia Cristiana y el Partido Comunes los únicos que rechazan expresamente la intervención norteamericana y la destrucción de la jerarquía de los derechos humanos, y el PC que defiende a Maduro. Más aún da señales del extravío de los actores políticos sobre los bienes jurídicos y políticos en disputa, la consideración del partido Voluntad Popular como una entidad de izquierda o centroizquierda, cuando todos los conocedores tienen absoluta claridad de la semejanza, y casi copia, de los postulados centroderechistas y prácticas de sus dirigentes con Ciudadanos de España. De ahí, la muy estrecha vinculación del catalán Albert Rivera con Guaidó y, por cierto, de los mandatarios Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Iván Duque y Mario Abdó. La mera condena a la que llaman dictadura de Maduro sin ofrecer solución a la crisis es solo funcional a la normalización moral de la guerra de agresión como la única salida posible.

Jugando en el opulento tablero de Qatar

La conversación de ese 5 de febrero con Lucía Newman de Al Jazeera era trascendental para mostrar la imagen de Guaidó lo más impoluta y despercudida de los arrestos derechistas y fascistas de los predecesores líderes de oposición al Chavismo, pero sobre todo, de no parecer la figura cuyos hilos manejaban los poderosos de La Casa Blanca.

Aunque eso no lo logró o no lo quiso. A diferencia de las otras entrevistas con medios internacionales, más informales, y con profesionales con menor reconocimiento, esta era la oportunidad de ser el socialdemócrata que comparan incluso, mediando cierto desvarío, con Obama. Así que el venezolano de Voluntad Popular —o su equipo de enlace— solo aceptaron que fuera ella. Mitad inglesa, mitad chilena; su formación universitaria en nuestro país en los inicios de la dictadura de Pinochet la habían motivado a recorrer Latinoamérica y ser la más avezada corresponsal de CNN durante las intervenciones norteamericanas en Panamá, El Salvador y Nicaragua, y ya en los 90’ en Chile, México y Cuba. Con este material entraba de lleno al flanco del tablero dominado por los opositores a Trump y les intentaba robar un alfil.

Asimismo, la elección de esta televisora, Al Jazeera, por sobre otras, es de cálculo milimétrico: pertenece a la corona de Qatar, emirato que hasta hace pocos meses se consideraba un importante sostenedor del oficialismo y que ha devenido en aparente fuerza neutral. O, a lo menos, esa es la mise-en-scène. No por nada a su anterior sheick
la prensa especializada le denominaba el Kissinger de Medio Oriente y el Magreb, o el Visir de Obama. Hoy, ese rol lo ocupa el Príncipe Mohamed Bin Salman de Arabia Saudita y su crueldad ya tiene renombre.

Solo al día siguiente aceptó la entrevista de Russia Today, la otra televisora de cobertura mundial que desarrolla una clarísima oposición a Trump, que pertenece a capitales privados y a políticos de Rusia adeptos a Putin y su partido. Aquí nuevamente el periodista fue examinado y auscultado con el ojo clínico de un imitador de Edward Snowden: Mauricio Ampuero, chileno y figura clave en premiadas coberturas de guerra y tramas de corrupción en Medio Oriente y Europa. Con este material audiovisual se sometió, en su promoción para las redes de internet, a un riesgo controlado: generaron videoanálisis y videocolumnas criticando punto por punto sus respuestas. La suerte de esos clips ha generado una guerra entre los lobistas digitales de lado y lado.

En cuanto al discurso, la idea fundamental era denunciar el desmoronamiento definitivo de la influencia chavista en dos frentes. Por un lado, su irremontable fracaso en los mercados internacionales; por otro, la ruina moral de un gobierno dirigido por una cúpula partidaria que hace de los crímenes de lesa humanidad y las vulneraciones sistemáticas a los derechos humanos su leit motiv. Ya, en todo caso, el Secretario Pence lo había tildado de narcoestado y estado terrorista, castrista y criminal, sumido en la corrupción, la cleptocracia y la crisis humanitaria. Guaidó, en esta ocasión no repitió tales expresiones. Sin embargo, con el paso de los días, las ofrendaría a las masas y a sus adeptos de internet.

El vicario y su poder romano

Mientras es consultado, al principio de la entrevista, sobre los vicios que tornan ilegal su cargo de Presidente Encargado o Interino, cuestión que rechaza explicando que lo suyo ha sido una anunciación e investidura constitucional excepcionalísima —que no autoproclamación—, la voz meliflua y ciertos gestos de nerviosismo cambian para terminar revelando su estrategia: sea cual sea el juicio, él asume la responsabilidad de ser el vicario de la solución de Donald Trump para la cuestión venezolana. Ni más ni menos. Él manifiesta haber viajado no solo a Washington, sino a todos los países que le han reconocido en el Grupo de Lima en los recientes meses, además de valorar las vinculaciones de Leopoldo López, Lilian Tintori y Henrique Capriles con partidos políticos de Sudamérica y España. Sin embargo, él se atribuye el punto de inflexión. Él no es únicamente el líder carismático de un movimiento basado en la legítima prerrogativa de rebelarse contra el tirano. Ese habría sido el discurso demodé de los fundadores de su partido, única entidad más preparada para liderar el proceso que ponga fin a la usurpación de Maduro. Su rol, en cambio, se va develando, herodiano y funcional a la actual geopolítica de los hechos consumados y de la manipulación mediática de la Casa Blanca. Gobierno, cuyo funcionamiento se asemeja más a un
family office dado a la competencia predatoria —vulnerando las autorregulaciones y deberes de abstención, e imponiendo su propia forma de ejercer justicia—, que a un poder soberano y democrático.

Derrocar al Chavismo, su herencia cultural y a Maduro necesitaba de un ejecutor no influenciable por la elite local y tributario a esta realpolitik que se contrapone temerariamente al derecho internacional hasta hacerlo inutilizable. Paradigma que los herederos del COPEI y de Carlos A. Pérez jamás habrían implementado. Y esa ha sido
la diferencia que ha catapultado a Guaidó al estrellato o a la infamia, según se mire. Él es el elegido.

Así, en no más de quince minutos —modelo de respuestas que replicará sin fisuras ante otros medios—, explica que no solo conducirá las elecciones, sino el contenido del pacto de paz y de justicia transicional que refrendará EE.UU., no Naciones Unidas, no el Grupo de Contacto liderado por Federica Mogherini, Alta Representante de Política Exterior y de Seguridad Común de la UE., y secundado por Uruguay. Ni menos oirá a los países que rechazan su Presidencia. Solamente la OEA y el Grupo de Lima podrán jugar algún papel, que no apropiarse del destino de la transición. Por cierto, la firma de la constitucionalidad y legalidad de todo acto de su Ejecutivo y del Parlamento se radicaría en él hasta las nuevas votaciones, cuya fecha deja en la nebulosa. A ello se sumaría el haber ya gestionado en Washington, entre otras acciones propias de un primer mandatario, el financiamiento para el entramado institucional—que se le otorga por medio de decretos presidenciales y no como política federal, nos enteramos
después—; el envío de un grupo de asesores y un comisionado especial en funciones ejecutivas; y, la autorización administrativa de efectivos militares mandatados por el Secretario de Estado para colaborar en «la gran tarea democrática que él lidera». Luego vendrían las designaciones para el directorio de Citgo, el congelamiento de las cuentas bancarias y los embargos o bloqueos de otros capitales y bienes de importación. En cuanto a la ayuda humanitaria, admite ante Newman que tuvo que pedir la intermediación de Colombia, pues de otra manera EE.UU. no habría podido autorizarla, tema que incluso ha generado un debate, entre otros asuntos, sobre el error de calificarla de humanitaria y si es o no un crimen de lesa humanidad negar el ingreso a Venezuela de esos productos.

El trofeo de PDVSA y una pretendida sedición

Estar ese 5 de febrero ante las cámaras también tenía un doble propósito de legitimación sobre la forma en que él conduciría la crisis desentendiéndose de las aspiraciones de la política local. «La gobernabilidad, la estabilidad, el menor impacto social posible, atender la actual emergencia humanitaria, reactivar la economía para crear empleos para los ciudadanos y guiar a Venezuela hacia la democracia requiere de una liquidez, de ingresos»… Luego, de la dictación de un protocolo que ya el Tribunal Constitucional había declarado ilegal, lo mismo que al funcionamiento de la Asamblea que preside, ha debido tomar medidas que necesitaban de la intermediación de otros gobiernos —legítimamente bien constituidos—, como el colombiano, brasileño, argentino, taiwanés y holandés. La razón: él no solo carece de la fuerza y el control del territorio, que es lo que define el poder, sino que jurídicamente es muy difícil actuar pues no tiene capacidad ni derechos, ya que su cargo es una ficción política que la normativa no reconoce.

Por un lado, debía iniciar su ofensiva global justificando la urgentísima reestructuración de PDVSA —incluso antes de las elecciones que él se ha comprometido a convocar por mandato constitucional—, con capitales del círculo de agentes financieros y socios del yerno del mandatario estadounidense. Ello fijaría un parteaguas no solo respecto de los miembros de la OPEP, sino en relación al binomio compuesto por Rusia y China que puede imponer restricciones o cobrar sus deudas. De ese modo, con el paso de los días y como si observáramos un mural del realismo cínico, el tablero de ajedrez recibía el certero golpe de un sonriente Juan Guaidó y su vital preocupación por la dignidad de los más pobres: si el FMI, única instancia de Naciones Unidas junto al Banco Mundial a la que EE.UU aún no avasalla, puede financiar a un país con las medidas regresivas y de shock que ello implica; él lo aceptaría. En cambio, rechazaría contratar con el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura chino que, si bien podría quintuplicar los montos y disminuir las tasas comparativamente, abrir ese flanco solo ayudaría a Maduro. O, más bien, perjudicaría los planes de Mr. Jared Kushner, el hijo político de Mr. President.

Por otro lado, procuraba legitimar el plan para dividir a las Fuerzas Armadas, incentivando abiertamente a sublevarse a las más bajas jerarquías agobiadas por la crisis social y económica: «Es cuestión de horas que los militares tomen conciencia… dictaremos una ley de amnistía para quienes nos apoyen. Este es el lado bueno de la
historia, el lado correcto de la Constitución», aseguraba exultante. Y, si era necesario, no descartaba la intervención militar norteamericana, pues había que ejercer presión y terminar con el robo que hacía el oficialismo de la soberanía popular. La historia pasada en Centroamérica en los 80 no tendría por qué repetirse: era el pueblo venezolano el que apoyaba la incursión militar de tropas norteamericanas. ¿No sería una guerra sangrienta? Le consultan: «No» —contesta—, sin reparar en qué desenlace podría tener. Lo suyo es un reiterativo llamado a la presión social en todas sus formas y a la imposición de la fuerza por sobre la justicia: «Haremos todo lo posible, todo para lograr la libertad en Venezuela. Maduro es absolutamente responsable de la corrupción, la crisis actual, la mala gestión de los fondos públicos, de haber sido convencido por sus asesores o de quien sea que su” modelo “era viable. Él es responsable de que los venezolanos de hoy dependan de los subsidios alimentarios cuando Venezuela era autosuficiente. Hoy en día, el 80 por ciento de los alimentos debe importarse a pesar de tener 5 millones de hectáreas de tierra productiva».

El camino del ungido: el triunvirato y la OEA

El mismo día que Nicolás Maduro asumía su segundo mandato, el pasado 10 de enero, el Comité Permanente de la OEA —reunido en sesión extraordinaria— votaba con una mayoría relativa una declaración denunciando la ilegalidad e ilegitimidad de dicho acto. Con 19 votos a favor, varios de ellos del Grupo de Lima, mismos que habían convocado a la reunión (EE.UU., Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Colombia, Ecuador y Canadá, etc). Entre las apreciaciones al fraude electoral que acusaba la oposición y las recomendaciones de la UE de convocar a elecciones, el acto de la entidad liderada por Almagro no tenía precedentes. Nunca antes se había dirigido una oposición y enjuiciamiento político así de definido hacia un Presidente y con un diseño tan claro para facilitar su derrocamiento con fuerzas extranjeras. Eso violenta principios fundacionales y los artículos 2 y 3 de la Carta de la organización, al extremo de generar un cisma interno. Ha quebrantado su propia jerarquía y se hace feble su protección a los demás países que la integran porque funciona como un ápice de las grandes decisiones que toma Washington, y no como una entidad continental.

Los días siguientes fueron el devenir de una operación modélica: el día 22 de enero junto a los videos del Vicepresidente Michael Pence y Marcos Rubio —el senador republicano que se perfila en la competencia presidencial—, apoyando las marchas y reconociendo el liderazgo de Guaidó a fin de derrocar al Chavismo con todas las formas de presión que se conozcan; en tanto, Almagro ofrecía comentarios y entrevistas en la misma línea, al tiempo que preparaba una reunión extraordinaria para el 23 del Consejo Permanente. Bastaron minutos, entonces, para que, tras la anunciación de Guaidó como Presidente Interino y Encargado de convocar a elecciones, se le reconociera por la OEA y EE.UU. Esa misma tarde, el Secretario de Estado solicitaba una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU: «Ahora nosotros tenemos un nuevo líder: Juan Guaidó en Venezuela, quien ha prometido convocar a elecciones y retomar el orden constitucional de nuevo, lo mismo que traerá seguridad a la región…». Y ya en la cita, una de sus alocuciones más temerarias: «EE.UU. está ayudando a recuperar el futuro brillante de Venezuela. Estamos aquí para instar a todas las naciones para apoyar las aspiraciones democráticas del pueblo venezolano en su intento de liberarse del estado ilegítimo, mafioso del expresidente Maduro».

Las jornadas de protesta fueron en aumento y el diseño siguió su curso. De antemano se sabía que en la ONU no habría cabida para la legitimación de Guaidó, pero en la UE, y sobre todo en la OEA y el Grupo de Lima comenzó la creatividad que ha traído la guerra tras la Primavera Árabe: los grupos de amigos que convocan a conferencias
mundiales. Y, de ese modo, siguiendo el paradigma de las crisis libia y siria, el Consejo Permanente de la OEA, a instancias de sus gobiernos de derecha integrantes, aprueba una declaración para convocar a la Conferencia Mundial por la Crisis Humanitaria de Venezuela. Ese es el segundo hito de esta historia tan parecida a las novelas de León
Uris, material obligado de formación en la Escuela de las Américas y en Afganistán. No ha habido un antecedente de otra conferencia de estas características. Esta se ha efectuado el pasado 14 de febrero, y entre sus logros, está la recaudación de 100 millones de dólares, que no se sabe dónde se depositan, y la ayuda humanitaria que tampoco se cuantifica, pero que a Cúcuta en Colombia, agrega Curacao en Brasil, a modo de ejercer más presión en el ingreso.

Venezuela ha sido tema recurrente en la tabla de contenidos de la OEA y de EE.UU, pero solo dos momentos anteriores fueron críticos y originaron tanta declaración oficial. El primero, fue el Caracazo, respecto del cual se conmemorarán 30 años sin resolver sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos por el gobierno de Carlos Andrés Pérez, originando las primeras doctrinas sobre sanción a la corrupción y su implicancia en los derechos humanos. El segundo, fue el intento de golpe de Estado al gobierno de Chávez en el 2002, cuando la entidad le brindó todo su apoyo y recurrió a la normativa internacional vigente a fin de evitar un régimen con derramamiento de sangre a raudales. Pero, ¿qué ha ocurrido para que se normalice y legitime dar la espalda al derecho internacional y recurrir a la solución modélica de Washington?

La propaganda se ha instalado con sus falsedades y exageraciones, y también con su negacionismo, de lado y lado. Sin embargo, ha llegado a límites que se basan en el abuso y en infundir terror incitando al odio, y eso destruye lo que se ha avanzado desde los horrores tras el Holocausto y la URSS estalinista, y solo como un referente general.

Ayer se acusaba a Maduro de cometer crimen de lesa humanidad por no abrir las fronteras a lo que erróneamente califican de ayuda humanitaria y que para ser tal debe ser gestionada y controlada por entidades protegidas por el derecho internacional humanitario y la ONU. Luego, se denunciaba que Hezbollá tenía en Caracas y otras ciudades células activas, o que había pruebas del paso y comunidad de iraníes con armas y formación militar que adhieren a un régimen que quiere cometer genocidio contra israelíes. Inclusive, se conocerían los cuatro posibles destinos que usaría la cúpula del Chavismo para ocultarse, ante lo cual ya estarían firmadas las solicitudes de detención en la Interpol, así no fueran legales por no solicitarlas tribunales ni sus vuelos tampoco se detuvieran en aeropuerto alguno o paso fronterizo. Mismas especulaciones que se usaron contra Muammar al Gaddafi y antes Sadam Husseim, solo que más exageradas, como es propio de Mr. Trump, Mr. Pence y Mr. Pompeo, quienes se mueven por la sobreexposición vertiginosa de las crisis para justificar su superpoder.

Finalmente, la crisis venezolana, la idea de la ciudadanía masacrada que comenzaron a usar Michael Pence y Michael Pompeo, ya el 22 de enero, se ha convertido en el nuevo coto de caza estadounidense y de la derecha globalizada. Antes concentrados en el África y parte de Europa del este. Hoy entusiasmados con Venezuela y, muchos, infatuados con la idea de que el derrumbe del Chavismo está ad portas. Por eso, Medio Oriente es, durante el último bienio, entonces, el espejo al cual debe mirarse para dimensionar la irreverencia y la nula importancia que Washington da al derecho internacional de derechos humanos, como única herramienta a la conducción de crisis políticas y a la ONU como su garante. Y, asimismo, es el averno sirio —cuyo reflejo amenaza ser una pesada sombra que recorra esta nación—, el laboratorio de la ética perdida por la comunidad mundial, especialmente de izquierda, al aceptar sin réplicas el método de la administración Trump. Al Assad no ha sido derrocado en 8 años y Maduro no tiene por qué caer el 23 de febrero, eso lo tiene muy claro EE.UU. y a esa letanía responderán con más variada propaganda. Y, tal como si viniera caminando desde el desierto del Yunque del Diablo que conduce hacia Deráa y que le valió la gloria a Lawrence de Arabia —y a sus más fieles milicianos beduinos, antes de la repartición de Sykes-Picot—, nos seguirán inventado relatos (sin la belleza y la épica de hace un siglo) para maquillar y figurarnos la hidalguía de Juan Guaidó, el prefecto de Roma.

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