Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

6 de Marzo de 2019

COLUMNA | Cara de viático

"Al escribir estas líneas, recuerdo una conversación que tuve hace años con un conocido, precisamente sobre las aventuras curriculares de uno de estos personajes. Él me decía: “mira, lo que pasa es que tienes que entender que Fulano (inserte el nombre de algún “cara de viático” que se le venga a la cabeza) no está hecho para el mundo privado, él se mueve en los estándares de lo público”. Cuando le pregunté sobre qué significaba eso de los “estándares de lo público” me di cuenta de que solo eran argumentos para justificar el amiguismo y la corrupción", dice en esta columna Guillermo Pérez Ciudad.

The Clinic
The Clinic
Por

En su libro “Madariaga y otros”, Marcelo Mellado narra la historia del Cara de Viático, un concejal conocido por acaparar las invitaciones a cursos en el extranjero que llegan al municipio de San Antonio. No es necesario preguntarle a Mellado si acaso este hombre existe o es simplemente producto de su imaginación. Los desfalcos municipales, los viajes de autoridades a capacitaciones que no existen y los casos de corrupción, indican que en nuestro país los “cara de viático” abundan.

No es difícil reconocerlos. De hecho, es frecuente verlos deambular entre los distintos municipios, seremías o gobiernos regionales. Cuando no están en la primera línea, se dedican a postular a fondos públicos que son distribuidos por sus amigos del consejo regional, o a hacer asesorías en municipios afines, hasta que surja la oportunidad de ser candidatos a algo (o jefes de campaña). Se les puede ver en cualquier acto público, son los que corren a abrazar al ministro cuando se baja del auto y le piden selfies para simular complicidad. Usualmente se sientan en las primeras filas de congresos, desayunos y cualquier otro evento social con tal de “posicionarse” en las élites locales.

El “cara de viático” asume que su éxito depende exclusivamente de su capacidad de hacer lobby e invierte muchas horas en el famoso y manoseado networking; se preocupa de ser fiel a quienes él llama sus stakeholders y cada vez que puede saca a relucir las frases que aprende en sus cursos de management. La primacía excluyente de su agenda política le impide apreciar el trabajo colaborativo. Dice creer en el esfuerzo y el mérito pero sus convicciones radican más en sonreírle a cualquiera que pueda serle útil. El “cara de viático” no colabora porque no confía; y no confía porque piensa que todos son iguales a él. Ve en la coima la posibilidad de tener un reajuste en su vida que de otro modo no podría alcanzar. Cree que hacer política es sinónimo de macuquear y mentir mirando a los ojos (algo así como una versión comunal y venida a menos de Frank Underwood). Y como la lealtad no es un valor que lo caracterice, no duda en hacerle zancadillas a cualquiera que pueda cruzársele en el camino. Obvio que todo esto es entre risas y abrazos: el “cara de viático” debe mostrarse intachable.

Al escribir estas líneas, recuerdo una conversación que tuve hace años con un conocido, precisamente sobre las aventuras curriculares de uno de estos personajes. Él me decía: “mira, lo que pasa es que tienes que entender que Fulano (inserte el nombre de algún “cara de viático” que se le venga a la cabeza) no está hecho para el mundo privado, él se mueve en los estándares de lo público”. Cuando le pregunté sobre qué significaba eso de los “estándares de lo público” me di cuenta de que solo eran argumentos para justificar el amiguismo y la corrupción.

La pregunta, entonces, viene por sí sola: ¿por qué los “cara de viático” abundan a nivel local? No es ninguna novedad que los municipios suelen estar liderados por alcaldes que más parecen patrones de fundo. Para mantenerse en el poder la mayor cantidad de tiempo posible, estos patrones necesitan a “caras de viático” operando en su comuna. Y como a mayor distancia de la capital hay menos control, los gobiernos locales son el lugar ideal para que estos personajes puedan hacer sus chanchullos con toda calma.

Sin embargo, varios de esos alcaldes culpan al centralismo. Santiago nos impide el desarrollo, nos roba talentos jóvenes, no tenemos más gente, suelen decir. Pero ni a los “cara de viático” ni a las autoridades locales les conviene evitar la fuga de talentos hacia la capital. Permitir el acceso a profesionales que no pertenecen al circuito político significa dejar de repartir el poder entre los mismos de siempre, e implica el trabajo de cubrirse mejor las espaldas. Así las cosas, todo indica que no será fácil deshacerse de estos personajes: los “cara de viático” ya son parte del paisaje.

*Por Guillermo Pérez Ciudad – Investigador IES

Notas relacionadas