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Actualidad

25 de Octubre de 2019

Columna de Elena Pantoja: Fe en el caos

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El caos comenzó con estudiantes saltando los torniquetes del metro. Supongo que nunca imaginaron el cambio que la rebeldía de nuestros jóvenes líderes anónimos provocaría, porque ningún partido político reaccionó ante la última alza del precio del transporte desencadenando la mayor revuelta social desde que terminó la dictadura.

El estallido terminó con la destrucción de estaciones de metro, saqueos de supermercados y tiendas, micro quemadas y mucha, muchísima gente exigiendo justicia. Una ciudad en caos total, sin locomoción, comercio, horario laboral, colegios y universidades cerradas. Estado de Emergencia, toque de queda y militares paseándose en tanquetas por la ciudad. Todos repetían que era un caos. El metro es un caos, la calle es un caos, manejar es un caos, trabajar es complicado porque todo está hecho un caos. Hay gente caceroleando en la calle durante el toque de queda, desafiando a la autoridad, en una inédita lucha por dejar claro que se necesitan cambios.

Reconozco que cuando el Metro tiró la toalla, renunció a la batalla contra los estudiantes desobedientes y cerró las estaciones, me alegré, aunque mi imaginación no era suficientemente para prever lo que venía. Hace décadas algunos entendieron el descontento que se cocinaba en nuestra sociedad, pero la clase dirigente no quiso escuchar a expertos que alertaban la inequidad ni a enfermos, estudiantes, jubilados mal pagados y menos al ciudadano a pie, al que 30 pesos extras en un pasaje es un problema en la frágil economía de quienes ganan el mínimo o un poco más. Estaban muy ciegos si no vieron marchas multitudinarias, petitorios, protestas y últimamente, enfermos y ancianos rogando por sus ahorros previsionales.

Imposible imaginar la destrucción del metro, saqueos, ni miles de personas desafiando un toque de queda en todo el país. Menos que el presidente diga que estamos en guerra y volviera realidad la pesadilla que aterra a muchos chilenos, los militares en las calles apuntando con sus armas al lado de las tanquetas, los mismos que destruyeron el país en el 73 y al que varias generaciones no se pueden quitar el miedo de repetir uno de los pasajes más macabros y sangrientos de nuestra historia.

Le tengo fe al caos, no porque desee destrucción ni espere que un meteorito termine con esto, pero esta tranquilidad pasivo agresiva que nos ha gobernado por décadas, mintiéndonos que todo está bien, que con un crédito arreglarás problemas aunque sea a cambio de deudas interminables que nadie nota, a excepción del ejecutivo del banco que solo llama para cobrar.

El gobierno, todavía tratando de entender el porqué del descontento, como si la injusticia y la desigualdad fueran algo que deberíamos aceptar por naturaleza, ha comparado la destrucción que provocó el enorme descontento social, con el terremoto del 2010, el mismo que les tocó enfrentar en su anterior periodo. Hablan de solidaridad, paz, trabajo en conjunto, reconstrucción, cuidar las confianzas en las instituciones y todas las frases que conocemos cada vez que una catástrofe natural se le ocurre hacernos una visita inesperada.

Les concedo la metáfora de que este caos social tiene el mismo efecto que el terremoto: No avisa cuando llega, nos remece y confunde; bota todas las estructuras viejas y las mal construidas las deja en el suelo en segundos. Nos hace hablar y preguntarnos ¿Cómo diablos vamos a levantar esto de nuevo? Si tenemos suerte, este caos podrá transformar lo que siete gobiernos desde la dictadura no lograron. Un cambio profundo, respetando los derechos básicos de las personas. El caos llegó a mover un agua estancada que estaba pudriéndose en su tranquilidad, contaminando todo lo que se regaba con ella. Es la oportunidad para que esta agua puede tener un mejor destino que una cloaca.

Es claro que el caos y la incertidumbre de nuestra realidad asustan a muchos, sobretodo con la violencia que se ha vivido en las calles, pero cada vez que pienso en ello mientras camino a Plaza Italia con mi olla y cuchara de palo, tarareo a Redolés y repito, como un mantra: “Yo prefiero el caos a esta realidad tan charcha, yo prefiero el caos a esta realidad tan charcha…”.

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