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Reportajes

21 de Noviembre de 2019

La nueva normalidad de Santiago Centro

Manuela Bocaz

La fotógrafa Manuela Bocaz retrató la forma de esta nueva normalidad que habita Santiago Centro tras el estallido social. ¿Cómo se transforma la ciudad después de un mes de movilizaciones?

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La mañana del 20 de octubre vi tele. Puse un canal nacional, el único que se puede ver en mi casa. Decían que la crisis y revuelta que se había iniciado hace dos días con la evasión masiva del Metro de Santiago, es algo que pasa en Chile cada cuarenta años. Lo cuentan como si se tratara de un desastre natural, algo normal. Que se apega a las normas de un ciclo, que no depende de la voluntad del ser humano y que no se puede escapar de él.

Los primeros siete días de la denominada Primavera Chilena fueron con toque de queda en distintas regiones del país. En mi caso, estuve paseándome por Santiago Centro como todos los días. En un estado de excepción donde había militares en cada esquina y donde el sol que fue mi acompañante, me recordaba que todo eso que veía, realmente sucedía.

Desde que todo estalló mi celular no para de vibrar. Me notifica que muchas de las publicaciones que veo tienen advertencia de contenido violento o explícito, y también que mi tiempo activa en redes sociales se ha incrementado considerablemente. Y es que desde que comenzó esta movilización, lo consumí todo desde el momento en que despertaba, hasta que el cansancio me obligaba a cerrar los ojos. 

Todo pasó tan rápido que si no fuera por las fotos, no dimensionaría que las movilizaciones comenzaron hace más de un mes.

Las protestas no han parado. Algunos de los encapuchados de la primera línea tomaron descanso. Algunos dejaron de tirar piedras y de encender barricadas, de patear lacrimógenas, de parar con sus cuerpos los perdigones disparados por la fuerza policial. Otros siguen, otros corren como sea: ciegos, aturdidos, asfixiados por los carabineros. 

Ni ellos pensaron que sus protestas serían parte de la rutina, de una nueva normalidad instaurada por la ciudadanía. Aquí cada uno encontró su lugar.
Brujas blancas y hierbas humeantes dentro de cuencos frente al Palacio de La Moneda.
Militares fuera de la Guarnición Militar esperando ser llamados a reprimir. Entre las altas y sombrías calles del centro ellos se mantenían en descanso obligado, sin hablar, solo me miraban.
Llegué hasta la estación de metro Universidad Católica lo más cerca que pude. La micro se dio la vuelta porque los manifestantes habían cortado la avenida principal. Desde la ventana vi a Fuerzas Especiales amontonados como un rebaño de ovejas. Me bajé, caminé lento para poder mirarlos de cerca.
Solo. Sentado en los medidores de luz frente a la Plaza de la Dignidad con el rostro encapuchado, estando para los demás.
En un segundo que se me hizo eterno, vi a un niño de la barra brava custodiando la manguera de los vecinos de Baquedano, rebalsando con agua las botellas a los manifestantes con la garganta seca de tanto gritar y saltar abrazados, dándose ánimo entre todos para seguir, para no bajar los brazos. 
Aún se trabaja en el sector del Palacio de La Moneda.
Plaza de la Dignidad es invadida por una masa de personas. Día tras día las cabezas de todos se transforman en una superficie casi estable. En especial en los viernes donde cada semana se llama a la Marcha más grande de Chile.

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