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Opinión

24 de Noviembre de 2019

[Columna de Lucho Roblero SJ] La calle pudo más que el parlamento

Agencia UNO
Luis Roblero SJ
Luis Roblero SJ
Por

De la noche a la mañana se nos abrieron los ojos a los mil y un abusos que se dan a diario en nuestro país y que violentan al extremo la vida de todos. A tal punto que hasta se transformó en el slogan top de grandes empresas: “Sentémonos a conversar”; “Chile de todos”, “Chile se construye entre todos”. La violencia desatada en las calles, que sólo habla de esa otra violencia silenciosa y humillante que padecen millones de personas abusadas en su vida diaria, literalmente obligó a los partidos políticos y todo tipo de dirigentes a dejar sus mundillos para bajar al mundo real de la gente. Bajaron al mundo real para comenzar a hablar el idioma de todos. La fuerte crisis obligó a muchos empresarios a hablar de un sueldo mínimo de $500 mil pesos, al gobierno de pensiones con sistema de reparto, a la izquierda de rebajar la dieta parlamentaria y de la necesidad de una nueva inteligencia policial, a la Iglesia a prácticamente guardar silencio, a la derecha de una nueva Constitución y de DDHH. Increíble, pero de la noche a la mañana todos comenzaron a hablar el dialecto de la tribu de enfrente: los de izquierda hablando el de la derecha, y la derecha el de la izquierda. Y mágicamente se entendieron y en horas fueron aparecieron soluciones a los abusos que han violentado desde hace mucho a las personas que habitan este país.

Pareciera que la calle pudo más la política del parlamento, porque la masividad de las manifestaciones, la extensión de ellas en el tiempo y, por sobre todo la violencia, que no justifico en lo absoluto, fueron capaces de movernos a una sociedad más justa e inclusiva, o dicho en simple, menos abusiva. Aunque duela, no fue el parlamento sino que la calle la que gatilló la ola de cambios que se han visto estos días. Terrible la pobreza de nuestra política; encapsulada en su mundo y ausente de la vida de la gente. Y terrible que sea la violencia la que nos mueva.

Estos días de furia también han dejado al descubierto a una sociedad chilena aún capturada por los dolores de su pasado. Los discursos políticos que buscan hacer luz sobre la crisis se siguen estructurando desde las tensiones de 50 años atrás, como si el tiempo se hubiera detenido, como si todos siguiéramos siendo los mismos. Seguimos pensando el bien común y las relaciones justas bajo las categorías de ricos vs los pobres, izquierda vs la derecha, empresarios vs trabajadores. Por supuesto que se siguen dando abusos en estas relaciones y muchos de ellos muy graves, pero el discurso no se hace cargo de esos abusos del día a día que violentan la vida de la gente. Si hablas con la “Sra Juanita”, a ella le interesa una nueva Constitución, pero sabe que eso no resolverá sus problemas del consultorio, la farmacia, del municipio, de la micro y el sueldo. Ese abuso silenciado y que humilla, es el que agobia y enrabia a la gente.

Hoy el abuso se da de manera bastante transversal y ya no reconoce domicilio moral o político. Se da en la Iglesia, en niños acosados y maltratados en sus colegios, en la corrupción estatal, en los paros de funcionarios como los de la salud, que para luchar por sus demandas ponen como escudo humano a los enfermos pobres que se atienden en el sistema público, en las poblaciones tomadas por los narcos a punta de bala, en las farmacias y sus gerentes con clases de ética, en las colusiones empresariales, en los guetos verticales de Estación Central, en el abuso eterno de los niños y adultos bajo la custodia del Estado. Se da por todos lados y es consecuencia de la fragilidad de nuestro estado de derecho y de la pobreza de nuestra política que por custodiar intereses particulares, hace caso omiso a infinidad de cosas y “micro” cosas que afectan a todos.

Hace unos días, en la Penitenciaría de Santiago, una monitora de desarrollo humano que estudió en Infocap y que hace clases a personas privadas de libertad en ese recinto penal, me decía: bien lo de la nueva Constitución, yo voy a votar por una asamblea constituyente pura, nada de 50 y 50, pero eso no me va a arreglar el problema del consultorio de la población, del tener que llevar a mi madre enferma de 90 años a las 5 de la mañana a sacar un número para que te atiendan a las 10 de la mañana, de ver como los funcionarios sacan la vuelta y atienden mal; o de las balaceras de los narcos en la población, o los empleados del municipio que atienden cuando quieren, etc. Este no es un caso aislado sino que es la experiencia de todos los que necesitan del estado para vivir con dignidad; el abuso esparcido por todos lados, y muchas veces invisibilizado y silenciado por ideologías y espiritualismos (bien lo sabemos los de la Iglesia católica), habla de una política y de un “estado de derecho del día día” fragilizados y empobrecidos que hacen que la vida de la gente se haga muy cuesta arriba porque el abuso siempre duele y humilla aunque sea “poquito” como dijo alguien por ahí.

La explosión social no es sólo por un problema económico, ni de expectativas, ni tampoco de algunos o muchos Carabineros que han abusado de su poder. La explosión tiene que ver con la mala política, con la desconexión de los partidos políticos, de los Parlamentos y Gobiernos con la vida de la gente. Tiene que ver con el Estado que se precariza más y más a medida que se sumerge en las poblaciones de nuestro país. Tiene que ver con el dolor de la dictadura que aún no sana y que por lo mismo nos amarra al pasado. Es entonces una nueva Constitución sin duda, una que no lleve el nombre del dictador, pero por sobre todo es el estado de derecho y la buena política como deber urgente, porque sin ellos no se garantizan las relaciones justas ni se promueve la dignidad de las personas.

Aún falta mucho; las calles están llenas Wünelfe mapuches pero nada se ha dicho de la dignidad y autonomía de ese pueblo; las calles llenas de migrantes, y tampoco nada se ha dicho que migrar es un derecho humano. Falta mucho, pero que el “sentarse a conversar”, o el llamado a la “paz social” no se transformen en un discurso político, o en un slogan o en un canto lindo de chiquillos del barrio alto bien intencionados, sino que una nueva modalidad de hacer política y comunidad entre todos.

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