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Reportajes

30 de Noviembre de 2019

Ocho impactos en un cuerpo, la historia de Julio Molina

Julio Molina fue impactado por ocho perdigones mientras se manifestaba en la Plaza de la Dignidad, el 1 de noviembre del 2019. Egresado del Liceo de Aplicación, desde chico estuvo en la primera línea y no faltó a ninguna marcha desde el 19 de octubre. Esta vez, cayó al suelo y miró al cielo mientras sentía los impactos en su cuerpo. Hoy espera su completa recuperación para volver a las calles.

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Video y fotografías: Emilia Rothen

Desde el 19 de octubre, todos los días salía desde su casa en Peñaflor, tomaba la micro junto a sus amigos y partía rumbo a la Plaza de la Dignidad a manifestarse al igual que miles de chilenos y chilenas. Ese día no fue diferente. El 1 de noviembre, Julio Molina (20) se juntó con su grupo y se fue al centro de Santiago. Llegaron a Estación Central y tuvieron que caminar, porque el tránsito ya estaba cortado. Cuando por fin llegaron al lugar, donde se juntarían con otros amigos, el ambiente era de carnaval. Durante semanas cientos de personas se juntaban en el mismo lugar para manifestarse en torno a un objetivo común: exigir dignidad. Pasó la tarde y comenzaron los disturbios. Alrededor de las 20:00 horas, Julio y sus amigos estaban en la primera línea de Vicuña Mackenna, una cuadra más abajo de la Alameda. Llegó el guanaco y los mojó a todos, a los manifestantes y a los que no tenían nada que ver también. Todos corrieron, pero Julio se quedó; no había visto a carabineros en ninguna parte, pensó que no le pasaría nada, y de pura rabia tomó un camote y lo lanzó. Las fotos que hoy tiene en su celular muestran esa secuencia: cuando tira la piedra y, después, los disparos, la sangre

Los sentía en todas partes, desde el guanaco, desde otras esquinas, pero él no veía de dónde venían. Sintió los impactos en la cabeza y se dio vuelta para correr, pero se desmayó. Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, llegó la gente a ayudarlo; sentía que lo querían llevar detenido, pero la gente no lo permitió. Lo subieron a una camilla y lo llevaron al centro de la ex Plaza Italia. Como muestran los videos, ahí le hicieron las primeras curaciones mientras le pedían que dijera su nombre, que se quedara despierto. No podía respirar ni hablar. Llegó un auto y lo llevaron a la Posta Central.

Sus amigos habían corrido y se habían perdido entre los miles de manifestantes. Julio habló por teléfono con una amiga cercana y le dijo que le avisara a sus papás. No recuerda si ella lo llamó o si la llamaron. Cuando llegó a urgencias lo hicieron firmar un papel para una operación; fue el momento en el que estuvo más lúcido. Le hicieron radiografías que mostraron sus pulmones con sangre y su diafragma en malas condiciones. En los videos que registran el momento de los primeros auxilios, se escucha la voz de una mujer que dice que le rompan la polera, mientras limpian e intentan detener el sangrado de los impactos en la cabeza, cara y cuello. Cortan su polera negra y aparecen más. En total fueron ocho. Nueve si se cuenta el que quedó incrustado en la mochila. El primero de los 12 días que estuvo internado fue el más grave. 

Matías Torres, estudiante de veterinaria, ha sido voluntario de primeros auxilios desde los primeros días de movilizaciones. Ese día le tocó ayudar a Julio. “Estaba en Vicuña Mackenna, cubriéndome, cuando escucho que necesitaban un médico. Fui corriendo y vi a Julio, sangrando, con heridas muy graves”, cuenta. Había mucha gente alrededor, así que decidieron sacarlo de ahí porque corría peligro. En eso llegó otro voluntario con una camilla, lo subieron y corrieron hacia la parte posterior del monumento a Baquedano. Le comenzaron a hacer primeros auxilios. Las primeras heridas que vio fueron las de la cabeza, donde inicia el pelo y la del pecho, justo en la base del cuello. También divisó un corte en la nariz. “Todos los días llegaban heridas de balín, así que pensé que era otra más, que había que contener la hemorragia y derivarlo a la Cruz Roja”, dice. En el video se ve como una voluntaria dice que le saquen la polera, por lo que Matías comienza a cortarla y se encuentran con el resto de los impactos. Intentaron contener la hemorragia con parches, gasa y suero. Recuerda que Julio gritaba pidiendo que no le apretaran el pecho, pero nadie lo estaba tocando. Cree que era por los balines que estaban cerca del corazón y del pulmón

Matías dice que Julio pedía que lo dejaran ahí, pero él no entendía cómo alguien tan joven podía pedir que lo dejaran tirado. Mucha gente los aplaudía y a él le dio rabia. Lo último que necesitaban era eso, había alguien sufriendo. “Fue muy grave lo que vi en ese cabro porque los balines no estaban superficiales. Nunca había estado con alguien que le hubieran disparado desde tan cerca”, afirma. Mientras corrían a la Cruz Roja le preguntaron su nombre, para después gritar en el trayecto “¡Molina aguanta, no te quedes dormido, vamos, vamos, vamos!”. Torres lo acompañó hasta que la ambulancia se lo llevó a la Posta Central. “Para mi el Julio significó un antes y un después. Vi lo que pueden llegar a hacer los pacos. Esas heridas fueron apuradas desde el torso hacia arriba, ninguna estaba hacia abajo. Ver ese tipo de violencia y odio sin razón fue muy fuerte”, dice. 

Carmen Galleguillos recibió la noticia por un amigo de Julio, quien le avisó que estaba grave en la Posta Central. No le tomó mucha importancia, no lo dimensionó hasta que la llamaron del hospital. A las nueves de la noche viajó al centro de Santiago junto a su marido, pero no lo pudieron ver porque estaba en cirugía. Esperaron hasta las tres de la mañana, pero tuvieron que volver al otro día. “Fue espantoso verlo en esa situación. Casi me morí. Verlo con la cabeza vendada, su nariz, todo el cuerpo con unos tubos puestos, la sonda que le ponen para respirar. Fue terrible”, dice hoy sentada en el living de la casa, mientras le sujeta la mano a Julio, el menor de sus tres hijos. Estaba todo el día allá, aunque solo les daban una hora de visita, desde las 12 hasta las una. Solo pudo ver los videos del ataque una vez, no fue capaz de más.

Julio le suelta la mano y se pone de pie para sacarse su polera negra con un estampado del “Negro Matapacos”, perro símbolo de las manifestaciones. Le pide ayuda a su mamá para hacerlo. En su piel blanca y su delgado cuerpo se ven las marcas de los impactos, además de dos tajos en los costados que indican que hubo cirugías. Cuatro perdigones quedaron dentro, no los pueden sacar porque pueden agravar, así que el médico espera que el cuerpo los encapsule. “El doctor dijo que tenía seis perdigones en su cuerpo, los dos más graves le afectaron los pulmones: uno fue rozado y produjo sangrado y en el otro entró aire, por eso no podía respirar. En la cabeza tenía dos más, pero no había nada que le produjera un daño neurológico. Le llegó uno en la frente, por centímetros se salvó el ojo”, dice su mamá mientras Julio muestra las marcas. Dice que todavía le duele mucho, sobretodo el pulmón. Le incomodan. En el brazo y el cuello siente cómo se mueven. “Cuando me llegó el de la cabeza sonó un pito muy fuerte, no escuchaba nada más. Me caí al suelo y miraba al cielo, mientras sentía que me seguían disparando”, cuenta mientras sostiene en su mano tres de los perdigones que le sacaron. Sin embargo, aún no existe claridad sobre el número de disparos, ya que, a pesar de que Julio sintió que fueron más de uno en distintos momentos, un testigo que estuvo en el lugar asegura que fue solo un disparo pero que, por la corta distancia, al dividirse la munición todos los perdigones impactaron el cuerpo

No puede hacer casi nada. Por las noches no duerme, tiene pesadillas y se levanta a caminar. Toma pastillas y se logra quedar dormido en la mañana. “No puedo caminar mucho porque me ahogo, no puedo ir a las marchas, no puedo ir a las plazas porque hay humo de cigarro o cualquier cosa que pueda afectar mis pulmones o la cicatrización de las operaciones”, dice. Casi no sale, pasa más tiempo con sus papás quienes ya no lo dejan solo. 

En cuanto a acciones legales, Ramiro Gutiérrez, el abogado que asumirá su defensa, explica que a su juicio se trata de homicidio simple en grado de desarrollo frustrado, donde Carabineros infringió todo protocolo mediante una acción totalmente desproporcionada. “Lo que viene ahora es la presentación de la querella y para eso estamos solicitando varias diligencias para tratar de identificar al carabinero. Si lo logramos identificar, eventualmente también presentaremos una demanda civil para reparar en cierta forma los daños materiales y psicológicos que habría ocasionado no solo en Julio, sino también en su entorno cercano”, afirma el defensor.  

El Instituto Nacional de Derechos Humanos lo fue a ver a la posta, pero dice que no lo volvieron a contactar. Desde la Fiscalía el proceso ha sido lento, aunque le facilitaron una psicóloga. Hay testigos que lo contactaron y le ofrecieron ayuda en lo que necesitara. “Tengo fotos y videos para hacer cagar a los pacos que me hicieron esto”, afirma decidido. Él y su mamá quieren hacer justicia y un cambio radical. “Esta lucha no va a ser en vano y no vamos a bajar los brazos cuando ya va un mes de rebelión, con gente que perdió los ojos, yo he estado con compañeros que le han llegado balines en los testículos, está el caso del compañero que perdió ambos ojos. Da rabia y pena, porque la policía no baja la represión”. 

Le faltan de dos a tres meses de recuperación. Está esperando mejorarse al cien para volver a las calles. “No quiero que vuelva a las marchas, porque si le vuelve a pasar algo, sabe que yo me voy a ir con él. Ese día le dije: no vayas Julio, evita los problemas. Pero me dijo, ay mamá, voy a ir, nunca me pasa nada, y por último, voy a morir luchando”, recuerda Carmen, quien es corregida por su hijo cuando habla de carabineros: “Son pacos mamá, no carabineros”. 

Julio está acostumbrado a enfrentarse con Fuerzas Especiales; desde chico estuvo en la primera línea. Estudió en el Liceo de Aplicación, institución emblemática en las movilizaciones estudiantiles y foco de la acción policial. Sin embargo, cree que ahora la cosa es distinta, que las armas de fuego son muy diferentes a las lumas. A pesar de todo, dice que “no quedó traumado”, sino que tiene más rabia. “Tengo odio por lo que le generan a los mapuches, a los estudiantes secundarios y la violencia que se vive día a día en los establecimientos educacionales. Yo sé lo que es vivir esa violencia, que te tiren caleta de lacrimógenas, que te apaleen, que te humillen. Les tengo un odio sincero, y con lo que me pasó, no voy a bajar los brazos ante esos cobardes”.

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