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Opinión

24 de Diciembre de 2019

Alberto Larraín: El retorno del dolor

Alberto Larraín
Alberto Larraín
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No importa el idioma que se hable, la raza o cultura que se tenga, independientemente del lugar o tiempo en que se esté las personas podemos reconocer la alegría, la rabia o el miedo de otros. Son un lenguaje universal. No obstante, en un mundo donde el foco está en el éxito y el crecimiento, donde redes sociales e imágenes instalan cánones de belleza y felicidad en rangos que debieran ser deseables por todos, cualquier manifestación que atente con dicha visión -social y propia- de fortaleza y progreso, busca ser evitada; no queremos saber de ellas con la ingenua ilusión de que tal vez si las ignoramos desaparezcan. Así, el dolor o el sufrimiento, es visto como una manifestación de fragilidad o de simple necedad. Ante cualquiera que sufre, lo primero que surge es el cuestionamiento -algo habrá hecho para estar pasando por esto-, o la crítica – es que le gusta sufrir-, llegando incluso a la devaluación – su problema es de actitud y que nunca está satisfecho con nada-, o incluso la ratificación de una supuesta superioridad, – a mí eso no me pasaría-. 

El dolor se ignora y se exilia, y esto es lo que había hecho Chile hasta el 18 de octubre de este año. Acostumbrados a mirar los éxitos, a darnos palmadas sobre nuestros propios hombros para felicitarnos de lo bien que lo hacíamos, generando incluso una distancia moral respecto a los otros países de la región, el discurso de la autoridad y la elite minimizaba el malestar de las marchas, del reclamo continuo de la calle, que hablaba de la precariedad de las pensiones, del sobreendeudamiento, de una ciudad segregada, de las listas de espera en el sistema de salud, y que tenía una expresión clara: el empeoramiento de los indicadores de salud mental del país. 

Alberto Larraín

La creciente despersonalización, e individualismo, junto a la angustia existencial, habían sido efectivos en generar el aumento de los cuadros depresivos, el alcoholismo, e incluso las autolesiones, llevando a que uno de cada cuatro compatriotas estuvieran antes del estallido social sintomáticos de algún cuadro de salud mental: casi 3,8 millones de chilenas y chilenos, una verdadera epidemia.

Si miramos en retrospectiva, este año estuvo marcado por la temática de Salud Mental, primero los alumnos de arquitectura de la Universidad de Chile cuestionaban un país, o una universidad, donde la humanidad ha salido del centro, para dar paso en ella a la producción.  Se cuestionaban el que se normalizara el consumo de bebidas energéticas para no dormir, el ver a compañeros con intentos suicidas, y que la respuesta fuera que esto es parte del “ser arquitecto”. La respuesta no se hizo esperar, y la generación mayor los trató de blandos, de niños de cristal, de que solo querían derechos, sin responder al tema de fondo: El dolor. Posteriormente, siete universidades del país concurrieron a tomas de sus casas de estudios, siendo la salud mental, el primer tema de su petitorio, lo mismo aconteció en varios colegios, incluyendo el Instituto Nacional, ante la exigencia de ver qué hacer ante miembros de su comunidad que sufrían. En ninguna se dio respuesta al fondo, se siguió ninguneando, y se apostó por el desgaste de los movimientos. 

Manifestación Confech con motivo de visibilizar los problemas de salud mental frente al Ministerio de Educación

Llegado octubre, el alza en el precio del transporte público, logró aunar todos los dolores, unificarlos y que se hicieran compartidos. Ante un grupo de estudiantes que decían que no tenían para pagar el incremento, que veían en sus padres, el sacrificio diario, pero persistían en la pobreza, la autoridad una vez más en vez de acoger el dolor, lo invalida, sin entender que el dolor es propio, que solo yo sé cómo este me afecta, y que cuando se niega el único sentimiento posible, aparece la rabia, y muchas veces, la violencia. Toda violencia es inaceptable, por lo mismo el esfuerzo debe estar puesto en su compresión, qué la causa, cómo prevenirla.  

“¿Creen que atemorizarán a la generación que más ganas de morir ha tenido?”, “No hay salud mental sin justicia social”, “No era depresión, era neoliberalismo”, “Trataron de acallar con fluoxetina nuestro malestar”, se leía en carteles y paredes durante las manifestaciones. 

La crisis social y la crisis de salud mental son la misma crisis generada por el dolor acumulado. Este es el estallido social del dolor de Chile, de todos los dolores. Primero fue el dolor marcado por lo económico, las deudas, la pobreza, las colusiones y los sobrepagos, y cuando la autoridad creía que lo contenía, apareció un segundo dolor, el dolor marcado por la violencia de género, el abuso sexual, y de un modelo que se construye a expensas de la mujer dándole un nuevo carácter a las manifestaciones, volviéndola internacional y generando la develación de miles de abusos sexuales, donde el fondo sigue siendo el dolor, ¿qué pasará si siguen apareciendo otros dolores? El estallido social comenzó con un reclamo claro: el tipo de país que hemos construido, y una consigna explícita: un nuevo pacto. Y este nuevo pacto no es otra cosa que una rehumanización de lo que somos, pero sobre todo de validar el dolor, de hacerlo compartido, y entender que lo que el otro me dice que es urgente, debe ser urgente para mí en pos de lograr la felicidad. Lentamente el tema del “Nuevo pacto”, comenzó a vislumbrarse como la Nueva Constitución y una agenda corta de bonos impulsada por el gobierno, dejando una vez más el dolor de lado. 

 Días antes del estallido social la SEREMI de Salud, Rosa Oyarce, entrgó cifras sobre suicidio en el marco del Día de la Salud Mental
Foto: Agencia Uno

Debemos tener cuidado, cuando alguien abre un dolor, no espera que este se repare de inmediato, en cambio espera que se le escuche y se le valide como algo que ha tomado toda su vida, su biografía, que lo ha determinado. Si no somos capaces de entender que es dicho dolor, el de la segregación, el de la anulación humana, el de una vida de promesas incumplidas es lo que está sobre la mesa, en marzo volverá con más fuerza, la movilización, buscando nuevamente que el dolor sea escuchado.  

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