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Entrevistas

13 de Enero de 2020

Rafael Cavada: “En 20 años más van a haber 300 personas que van a decir: ‘yo soy de los que perdió un ojo en los combates de Plaza Italia contra Piñera’”

https://youtu.be/622Au5d3aqw

Apenas empezó el estallido, no dudó un instante en salir a la calle a registrar lo que pasa en la primera línea. Hasta ahora el periodista suma tres balines en el cuerpo, una lacrimógena en las costillas, varios piedrazos y un autorizado análisis de los enfrentamientos entre civiles y uniformados. “Si no has participado de ello, es fácil caer en la trampa de separar a buenos y malos con líneas súper rígidas”, comenta a casi tres meses del 18-O. Con su segundo hijo recién nacido, el excorresponsal de guerra sigue en la calle porque siente que es su pega: “Es mi vocación. He hecho esto en Pakistán, en Irak, en Cisjordania, en Israel, en Gaza, en Colombia, en Haití, todos lugares conflictivos y en todos podría haberme quedado dos cuadras más atrás. A mí me gusta mi pega, me gusta lo que hago, me hace sentir útil”.

Por

¿Cómo describirías la calle en estos casi tres meses? 

-Se ha sistematizado, se ha transformado en un país donde determinados lugares a determinadas horas, son ocupados por una multitud de gente que se las arregla para decir: “seguimos con la calle tomada, el tema no se puede dejar atrás”. Es casi un conflicto de baja intensidad que tiene peaks los viernes. Si tú llegas un martes a Chile probablemente no veas nada del conflicto. Pero después de un par de días, es evidente… Hay temas que no están zanjados. Pasamos de aquel estallido original a una suerte de liberación constante de presión a través de la protesta, que es muy extraño para un Chile que se había acostumbrado a funcionar de manera ordenada durante muchos años. 

Viviste toque de queda en dictadura. ¿Cómo lo reviviste?

-Como ando en moto pude hacer cosas impensables. El primer día llegué lo más cerca que pude a La Moneda, grabando lo que ocurría hasta 15 minutos antes que empezara el toque de queda. Y de ahí me devolví por las autopistas y llegué a mi casa en 12 minutos. Cuando pasé por la esquina de Providencia con Carlos Antúnez había gente en la calle todavía. Me extrañó. En Chile durante la dictadura, cuando se decía toque de queda 15 minutos antes, la gente desaparecía de la calle. Ya se vislumbraba que no iba a haber un respeto tan grande, entonces pensé que una de las razones podría ser que se anunció tarde. Al otro día la gente estaba parada en Providencia protestando a la hora en que empezaba el toque de queda. Y al día siguiente, 20 minutos después seguían protestando. La desobediencia marcaba cómo se había producido un cambio generacional y de mentalidad. Se acabó el chileno hijo de la dictadura que le dicen toque de queda y se entra pa’ la casa. Se asomaba una nueva generación que optaba por el desafío a la autoridad. Para mí fue súper novedoso, fue un fenómeno al que hay que ponerle mucha atención. Ya no es ese Chile que obedecía a la dictadura pinochetista. Es otro Chile que desafía a la autoridad en todos los planos. Hoy día cuando escucho que hay que recuperar la paz, que es una forma bastante poco elegante de decir que hay que recuperar el orden, inmediatamente pienso, ¿será posible recuperar el orden sin ceder en todo lo que está pidiendo mucha gente en la calle? No lo creo. No creo que sea tan fácil. Creo que para recuperar orden hay que conceder cosas y más rápido de lo que se está haciendo. Chacharear menos y actuar más. 

¿Cómo distinguirías a los distintos grupos de grupos que han salido a la calle? 

-En la lógica dicotómica del Chile del Sí y el No, del bueno y el malo, del ordenado y el desordenado, el ciudadano versus el delincuente, esta serie de subcategorías que hay ahora son confusas porque nos acostumbramos a las cosas fáciles. Pero cuando vas a estos lugares donde se producen los enfrentamientos con Carabineros, hay una multitud de seres que pululan ahí. Claro que hay gente que va a robar y romper cosas, gente que tiene una visión violenta de la vida, que tiende a lo ilícito, si se quiere. No es fácil de distinguir porque sus caminos se cruzan constantemente en un lugar donde hay violencia. Hay una generación completa de gente que hasta unos meses era tratada de lúmpen, de flaite, de punga, y que en estas manifestaciones es integrada ante la percepción de riesgo por el enfrentamiento con Carabineros. Los informes han sido demoledores, Carabineros constantemente actúa saliéndose de los protocolos, constantemente actúa con poco cuidado con los manifestantes pacíficos.  

Más allá de los informes, eso tú lo has visto…

-Sí, sí. Lo he visto en más de una oportunidad. Cuando tú disparas lacrimógenas hacia una multitud, estás arriesgando a que alguien le parta la cabeza. Lo he visto y no a los 70 metros. Lo he visto a menos de 30 o 20 metros y se supone que Carabineros no actúa de esa manera. Entonces, cuando el manifestante se ve en riesgo, el primera línea pasa a ser su escudo de defensa y el tipo que va a romper, a robar, pasa a ser un mal súper asumible, porque la otra posibilidad es que Carabineros avance, te gasee, te tire balines y nadie te defienda. Entones de nuevo, en la lógica de bueno y malo, las manifestaciones han asumido esta primera línea como parte de sí misma y al tipo que va y saquea, como un precio que hay que pagar. Y es súper perverso que ocurra. Deberíamos ser capaces de auto protegernos sin permitir que haya delitos, de saqueos, de quemas, como ocurre en manifestaciones a lo largo de todo el mundo. En esta ocasión no ha resultado porque también creo que ha habido mucha violencia acumulada durante mucho tiempo. Me ha tocado ver acá en Providencia como se enfrentan los jóvenes, los escolares con Carabineros y el nivel de violencia es preocupante. Van y le gritan de todo a los Carabineros a 20, 30 centímetros, algo que nosotros jamás hubiéramos hecho. Mientras todo el mundo graba y se producen ambientes donde cualquier pequeña chispa inicia el fuego. Es todo muy confuso. Creo que voy a la primera línea del combate para ver lo que ocurre ahí, porque está súper mitificado y todo el mundo cree que sabe lo que pasa y si no has participado de ello, es fácil caer en la trampa de separar a buenos y malos con líneas súper rígidas. 

¿Qué has visto en la primera línea? 

-Muchos son muy jóvenes. Pero muchos están hasta los 30, muchas mujeres y eso es súper raro. Las mujeres tienden a ser segregadas o a segregarse de los episodios de violencia, sin embargo, están ahí, muy cerca de los tipos que tiran piedras o tienen escudos. Es súper difícil hablar de una categoría en especial. Hay ciertas cosas que transforman ese lugar en una comunidad, en gente que comparte, que tiene un interés común. Ese interés común es la lucha contra un uniformado al que ellos ven como una amenaza, como un agresor, como un agente de un Estado que agrede y que maltrata. Eso los une, pero además imperan códigos de respeto muy grande, porque sí, hay garabatos, esta cosa física de violencia, pero a mí nunca me han pegado. Me han dicho: “¿que estai haciendo acá si tú soi’ un payaso de la tele?”. Me lo han dicho y bien. Y otros han dicho: “el loco ha estado acá muchas veces o me han dicho, Rafa, gracias por estar acá, por fin viene alguien que sale en los medios”… El que se me haya permitido moverme ahí es para mí un gran halago, es mucha fortuna, pero también es una responsabilidad muy grande porque es fácil y hay una enorme demanda por separar a los violentos de los no violentos, a los buenos de los malos, como si la realidad se viviera en blancos y negros y esa es una de las cosas que nos trajo hasta acá. El medir la realidad de manera simplista es una de las cosas que nos trajo donde estamos. 

¿Esta primera línea en qué se parece y en qué se diferencia de otros movimientos de lucha en el mundo?  

-Creo que es un movimiento súper particular dentro de Latinoamérica… En Uruguay la guardia de las protestas las hace el Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos, pero acá es una miríada de grupos. Según Mario Desbordes, acá hay gente del black block, gente organizada. Leía la columna de (Alfredo) Joignant y hay gente del Sename, secundarios, jóvenes de tendencia anarco, el gobierno dice que hay narcos. No veo por qué un narco debería estar arriesgando su vida gratuitamente en el frente…

El gobierno ha dicho barras bravas también… 

-Barras bravas que escapan a la lógica porque los ves conviviendo en esto. Es bastante más complejo de lo que se piensa porque son súper aperrados. Creo que ahí mucha gente encontró pertenencia. Y ojo, es complicado cuando encuentras la validación en la violencia, cuando pasas de ser un don nadie, un tipo despreciado por la sociedad, tratado de flaite, a cuando en la violencia, tus camaradas de armas te legitiman. Eso es muy parecido a lo que pasa en las Fuerzas Armadas en un combate; se legitiman a través de su capacidad de participar en un combate y de ejercer violencia. Cualquier uniformado te va a decir que eso genera espíritu de cuerpo, genera pertenencia, genera una capacidad de entrega por los tipos que están a su lado que es muy difícil de romper. Por eso las asociaciones de veteranos se siguen viendo después de 20 años de haber estado al frente… Imagínate que en 20 años más van a haber 300 personas que van a decir: yo soy de los que perdió un ojo en los combates de Plaza Italia contra Piñera. Eso está generando algo que no sabemos que va a ser. Nuestras autoridades tienen un problema de orden público hoy, pero que tiene un abanico de connotaciones bastante más impredecibles. 

¿Y qué te parece esa tesis del gobierno que dice que hay conexiones internacionales con los actos de violencia? 

-Es una tesis de investigación. ¿Qué pruebas hay de eso? ¿Mensajes en Instagram? Eso no alcanza para sostener una tesis. Es absolutamente insostenible hacer un análisis de big data y hablar de que una de las características de los secundarios es que son fanáticos del k-pop. ¿Qué seriedad hay en ese análisis? ¡Por favor! ¿A quién le pagaron para eso? Si hubieran puesto a gente que escucha La Polla Records para decir tienen relaciones con el terrorismo vasco, pero el k-pop que es una cosa plástica. 

¿Qué imágenes te han impactado de la calle? 

-Creo que las imágenes más fuertes que vi se produjeron en Carabineros de Chile, que es una calle muy estrecha cuando llegas a Vicuña Mackenna, porque precisamente, como es una calle estrecha, es como una galería de tiro y la gente entraba, disparaba, tiraba piedras, ponía los escudos, armaba barricadas, carabineros avanzaba disparando, lanzando bombas y esa zona era como unas Termópilas. De la oleada de gente que llegaba, salían personajes con balines, con impactos de lacrimógenas en las costillas, gaseados enteros y luego volvía otra oleada y así durante horas. Eso impresiona mucho porque mi generación se acostumbró a que Carabineros avanza, la gente se dispersa y no vuelve o vuelve una hora después, más tarde. Acá no, volvían a los dos minutos. Y volvían a tomar posición y avanzaban, avanzaban, retrocedían de nuevo. Esto habla de una cosa muy enconada, donde la ola pega siempre en el mismo lugar, es rechazada y vuelve a avanzar. Esto habla de un fuego muy grande que arde en la gente que está ahí, de uno y otro bando y de una falta de visión de nuestras autoridades. Jamás debió permitirse que esto llegara hasta esos límites. Yo no puedo creer que gente que estudia toda la vida sobre estas cosas no sea capaz de elaborar una técnica más compleja que disparar balines de goma. 

¿Cuáles son los costos de estar ahí? 

-Déjame hablar en primera persona. Yo voy a estos lugares, primero porque es mi trabajo. Creo que los periodistas tenemos que estar donde ocurren estas cosas. Segundo, porque se me permite. Tercero, porque creo que debemos colaborar al registro y a la interpretación de lo que está ocurriendo ahí porque si no caemos en el esquema simplista de buenos y malos y empieza a hacerse más fuerte el clamor del que dice: tienen que agarrarlos a balazos, córranle tiros y esas tonteras que cuando las veo en redes sociales, me causan malestar físico. 

Tu dices que es tu trabajo pero nadie te obliga. Podrías también no ir…

-Déjame ponerlo en otros términos. Es mi vocación. He hecho esto en Pakistán, en Irák, en Cisjordania, en Israel, en Gaza, en Colombia, en Haití, todos lugares conflictivos y en todos podría haberme quedado dos cuadras más atrás. A mí me gusta mi pega, me gusta lo que hago, me hace sentir útil. 

¿Es adrenalínico? 

-Sí. Claro que sí. No voy a mentir. Uno siente una adrenalina ahí que no se siente en otras cosas pero es como para el periodista deportivo estar viendo la final del mundo. Está claro que les provoca una satisfacción en lo personal. Pero no es una satisfacción vacía tipo estoy aquí y soy el único que está. No. Es estoy aquí y se me permite presenciar cosas que otros solo verán a través de mi cámara. Se me permite escuchar el ruido, oler la lacrimógena, sentir, palpar. Percibir de primera fuente lo que ocurre. Soy una de las personas autorizadas, al menos, para hablar de lo que ocurre acá sin juzgar cosas que no conozco. Puede que no vea todo, puede que mi lente esté condicionado por las cosas que presencio, pero sigue siendo una visión más cercana que la que tiene el que lo ve a través de la pantalla o en el cuarto piso del edificio. Y eso, para mí es gratificante. ¿Tiene sus costos? Sí. Pero no son riesgos que no corra la gente que se manifiesta más cerca de Carabineros. Y eso no me hace sentir particularmente arriesgado. 

Hay mucha rabia con los medios y con la tele en particular…

-Mucha más con la tele. Entonces a mí se me permite y eso es un privilegio y hay que aprovecharlo. Es cierto que en algunos momentos uno va llegando y te dicen: “no grabes”. Y uno entiende que no es algo particular conmigo. Se le dice a cualquiera. ¿Por qué? Porque los pueden reconocer. Básicamente hay mucha información que se cruza de diferentes videos hasta que logran identificar a alguien. Pero a mí nadie me ha sacado nunca a patadas ni a pedradas… 

Este conflicto te agarró siendo padre…

-De verdad hay días en que pienso: “tengo ganas de estar con mi hija”. Tiene un año siete meses, trata de hablar, repite cada cosa que uno dice, mi hijo está recién nacido, mi señora tiene una tremenda carga de pega con esto y yo estoy, como muchos me han dicho, hueveando en Plaza Italia. Pero cuando eso me pasa, me acuerdo que fue mi señora la que me dijo el primer día “anda a Plaza Italia y graba”. Mi familia me ha apoyado muchísimo en esto. En algunas ocasiones siento que hay una generación completa más joven que yo que podría hacerlo, pero también siento la responsabilidad de ser alguien que ha visto muchos procesos en Chile, muchos procesos afuera, que conoció la dictadura, que conoce la historia reciente de este país y que tiene algo que decir en la lectura de los hechos que están ocurriendo. 

¿Estás optimista o pesimista con el futuro? Hay gente que dice que en marzo  se viene de nuevo duro…

-Marzo va a estar denso porque estamos en la primera semana de enero y hemos avanzado muy poco. El nivel de reyerta política es muy alto. Va a haber cansancio para esa fecha y van a haber las ganas de ambos de volver decir: estamos renovados y con más fuerza. Tiendo a ser optimista en lo que se refiere a la mentalidad del ciudadano común y corriente. Y tiendo a ser no tan optimista con nuestros representantes políticos y con el estamento más combativo de la calle que está cansado y ese cansancio retroalimenta su rabia. La clase política no logra entender que esto se da dirimiendo en una cancha que no es la habitual. Cuando escucho que “no es posible que los violentos impongan su agenda”, habría que decir que hace años, para que en este país te escuchen, tienes que cortar una calle, pasó en Freirina, en Tocopilla, en Aysén, en Punta Arenas, ha pasado a lo largo de todo Chile. 

¿Si hubiese sido pacífico esto, se lograba algo? 

-No. La marcha no más AFP juntó a más gente que la marcha del millón y no logró ningún cambio real y para peor, cuando nuestras autoridades vieron el nivel de violencia, perdieron todo pudor y empezaron a hacer concesiones. Entonces reafirmaron la idea de que si despliegas la suficiente cantidad de violencia, vas a lograr que se muevan como nunca antes se han movido. Eso es perverso para una sociedad democrática y ya está instalado. Y vamos a tener que hacer mucho esfuerzo para desandar ese camino. Acá hay una cantidad de traumas oculares sin precedentes y una cicatriz súper grande. Tal como en el 73, generamos un hecho de violencia que tiene dos interpretaciones absolutamente contrapuestas. En 40 años más van a seguir siendo visiones contrapuestas y eso es muy delicado para una sociedad que quiere avanzar en paz. 

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