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Entrevistas

1 de Febrero de 2020

Alejandra Pérez, manifestante por la Dignidad: “Se me acercan muchas mujeres a contarme su historia, se abren la polera y me dicen ‘amiga mira estoy igual que tú pero no me atrevo'”

Sebastián Albuquerque

Alejandra luce las cicatrices de su doble mastectomía con orgullo. Usa su propio cuerpo como plataforma para manifestarse. Se ha escrito varias frases en su pecho, pero se quedó con Hasta que la dignidad se haga costumbre. Busca visibilizar la lucha de las mujeres afectadas por cáncer de mamas, la primera causa de muerte en mujeres con cáncer en Chile. “Yo puedo pasar horas arrancando de los pacos pero si entremedio se acerca alguien y me dice 'amiga, qué rico verte, me das más fuerza', ya hice mi pega”, dice.

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La última vez que Alejandra Pía Pérez, 42 años, operada de un cáncer de mamas grado 4, y de un cáncer de ganglios grado 6, pensó que se iba a morir, fue hace unas semanas en avenida Santa María. Era un viernes de protestas en las cercanías de Plaza Italia, y las lacrimógenas esta vez llovían desde Bellavista, por encima de la feria artesanal que está frente a la facultad de Derecho de la Universidad de Chile. “Carabineros hizo una encerrona en el Parque Forestal cuando llegué, crucé a Santa María y nos encerraron también. Ibas corriendo y no sabías de dónde caían las lacrimógenas”, dice Alejandra. Las bombas caían también sobre los techos de los automóviles que transitaban por Santa María, desatando aceleradas para escapar del gas tóxico. Alejandra, ahogada y ciega por el humo, decidió tirarse a la calle. “Pensé que iba a morir atropellada”, recuerda hoy. Un grupo de encapuchados la ayudó a cruzar Pío Nono, donde logró estar a salvo. 

“Que se diga que no hay represión, o que los pacos no ejercen la violencia, es falso. Los pacos son los más violentos. Yo creo que muchos de los que venimos acá nunca hemos agarrado una piedra -o sea, yo nunca he agarrado una piedra-, pero a ellos los ves riéndose. Riéndose mientras disparan”, dice Alejandra. Es la semana 14 desde que estalló Chile el pasado 18 de octubre de 2019 y Alejandra protesta sin polera, con las cicatrices de la doble mastectomía que le extrajo sus mamas y los ganglios. “Siento que es súper importante porque no somos visibles las mujeres con cáncer de senos. Porque la gran mayoría se siente mutilada, poco femenina, y a mí eso no me pasó nunca. ¿Pero cómo podía demostrar eso? Si voy con un cartel, voy a tener que correr con el cartel, voy a tener las manos ocupadas. Y ahí vino la idea de escribirme el cuerpo, de acuerdo a la contingencia o noticia de la semana era lo que me escribía, pero en realidad, la frase que más me llega es ‘Hasta que la dignidad se haga costumbre’. Creo que es súper necesario, sobre todo para los enfermos. La salud en Chile es una vergüenza”, sentencia. 

Foto: Sebastián Albuquerque

Si has ido a Plaza Italia (o Dignidad) a manifestarte, es probable que te hayas topado algún día con Alejandra. Va todos los viernes, y es difícil no verla: Es la única mujer que exhibe las cicatrices de su doble mastectomía. Eso ha provocado que mucha gente se fije en ella, e incluso llore al verla. “A algunos les molestan las cicatrices lo que es inevitable, pero la gran mayoría se me acerca y dice bien compañera, puta qué lindo. Se me acercan muchas mujeres a contarme su historia, algunas se abren la polera y me dicen amiga mira estoy igual que tú pero no me atrevo. Eso ha sido súper lindo. Que se identifiquen un poco. O gente que de lejos me mira y llora. Me pasó hace unas semanas, y me acerqué y efectivamente estaba llorando por mí. Le dije, amiga, esto es sin llorar”.

Al marchar con Alejandra queda en evidencia que genera un tipo de energía distintiva. Efectivamente, se acercan muchas mujeres a saludarla. Algunas le piden permiso para sacarle una foto, otras la saludan, y en particular este día, una se le acerca llorando y se abrazan durante varios minutos. Lo que conversaron quedó entre ellas, pero la mujer que buscó el abrazo se seca las lágrimas y sonríe. Yo soy hombre y nunca voy a poder acercarme a imaginarme lo doloroso que debe ser perder ambas mamas, así que se lo pregunto. Su respuesta no la esperaba.

Foto: Sebastián Albuquerque

“No, no fue fuerte verme sin senos. Me sacaron las pechugas, y casi me morí en la cirugía. Ese día en la noche recién pude hablar con mi marido como a las 11 de la noche. Lo miro y tenía cara de funeral, y yo, drogada al máximo. No tenía ni un dolor. Con suerte los pensamientos eran míos pero el cuerpo no me pertenecía. Y me dice que no es lo que esperábamos. ¿Y qué esperabas?, le digo yo. No, es que abajo del cáncer hay otro cáncer, y ese se ve complicado, así que tuvieron que sacar todo el músculo pectoral. Y le dije ‘Pero lo sacaron entero?’. ‘Sí, lo sacaron entero’. ‘Entonces de qué te preocupai, estamos al otro lado’.  Llegó el día de sacarme los drenajes y los parches y están ahí mirándome expectantes para ver mi reacción, y me miré y dije ‘estamos listos’. Y de ahí, para adelante”, dice. 

¿Y cómo era tu relación con tu cuerpo antes de la operación?

-Ay, siempre me he amado. Tengo un montón de pifias, tengo celulitis, tengo estrías, pero nunca tuve un problema de autoestima. Yo siempre en bikini, o en mi casa tomaba sol en pelota. Nunca tuve esa cosa con el estereotipo del cuerpo. Porque tú vas en la calle y difícilmente te vas a topar con un cuerpo maravilloso. Y creo que en el último tiempo eso también despertado. Tú ves que acá en Plaza Italia hay más guatas, más de todo, y la gente pasa desapercibida. Entonces no tengo ese rollo. Nunca me achaqué, nunca me deprimí por las pechugas, nada. En mi casa ni uso las prótesis, las uso para que se me vea linda la ropa, no para sentirme mejor. Hay ropa que necesita tener pechugas, pero no por mí. No me afectó en la parte sexual, no he tenido problemas con mi marido, que por último él podría decirme que no le gusto sin tetas, pero no, todo lo contrario. Entonces, ha sido bueno. No sé si en algún momento me dará un bajón, quizás cuando esté más vieja, pero ahora lo disfruto así tal cual. 

La relación de Alejandra con el cáncer se inició mucho antes de su diagnóstico. Hace seis años su madre murió de un cáncer que primero atacó en los senos, y luego se expandió al hígado y los huesos. Desde entonces Alejandra se realizaba controles periódicos para detectar a tiempo cualquier problema. Y en junio del 2016 ocurrió: apareció un quiste en uno de sus senos. A los tres meses, el quiste ya era cáncer. 

“Yo soy dueña de casa, antes de que me diera cáncer yo hacía terapia con imanes, y flores de Bach. Y cuando me enfermé me alejé un poco de todo. Cuando te da cáncer tienes que hacer una pega doble, porque uno es el tratamiento físico, pero tienes que trabajar todos los días la parte psicológica, porque si no te vai a la cresta. Te dicen ‘cáncer’ y lo primero que asocias es ‘muerte’, y es inevitable hacerlo. Entonces el desgaste es demasiado grande, muy grande. Entonces la pega es doble, y si a eso le sumas los costos, es triple”, dice Alejandra.

Su marido, al cual dedica sólo alabanzas y palabras de cariño, trabaja en una empresa de la que “no puedo decir nada”, asegura. Pero gracias a su trabajo, y el plan colectivo de dicha empresa, pudo atenderse su cáncer a través de una Isapre. “Tengo GES, pero en el camino te das cuenta que no todo está cubierto por el GES. Si bien uno no quiere que sea gratis, sí necesitas que tenga más acceso. Porque si yo no pagaba una semana quedaba bloqueada en el sistema y a la semana siguiente yo no me podía hacer mi quimioterapia, siendo que tienes que hacerlo de forma regular. Era un cacho en ese sentido. En el camino también te vas dando cuenta que hay gente que no tiene ni el acceso, ni la atención oportuna, ni nada. Tengo la suerte de poder tratarme, y aun así los costos para mí son altos. La gente se muere porque no tiene lucas. Y trabajas, aportas a la sociedad y no tienes lucas”, dice Alejandra. 

Foto: Sebastián Albuquerque

“La familia, mis hijos, ya habían pasado por la muerte de mi mamá, ella vivía en Holanda y me fui allá a cuidarla con mi hija menor. Y nada, cuando les contamos fue como ‘hay que seguir no más’. Yo no me podía permitir el estancarme, todo tenía que ser rápido, los días cuentan enormemente cuando estás con cáncer. Todo tenía que ser a la perfección, no había nada que se pudiera dejar al azar, o esperar una hora para que me llamaran, ni nada. Te tienes que empezar a mover al tiro. Si estuviera en Fonasa yo creo que hasta me podría haber muerto debido a la complejidad de mi caso. Porque en el sector público tienes que esperar mucho para la atención, o no hay suficientes máquinas. En el sector privado si bien todo lo puedes hacer más rápido, todo lo tienes que comprar. Es como ir al supermercado. Todo lo compras, y si no tienes plata, tampoco tienes el acceso”, asegura. 

La quimioterapia es un proceso doloroso que destruye las células del cáncer al mismo tiempo que destruye las otras células del cuerpo. Deja a los pacientes sin fuerzas para nada. Alejandra también lo sufrió. “Yo pensé que en un comienzo era yo la que tenía que hacerse cargo de todo, siempre tuve todo controlado, nada podía quedar suelto por ahí. Y cuando me enfermé me di cuenta que no, que cada uno cumple un rol súper fundamental en acompañar a un enfermo. Es complicado, desde el almuerzo, la levantada, me tenían que bañar. El proceso es super denigrante para una. Estás acostumbrada a bañarte todos los días, pero cuando te tienen que bañar, te tienen que parar de la cama, es denigrante. Me costó mucho no poder seguir siendo la dueña de casa que era. Que además, hoy en día es un privilegio ser dueña de casa. Antes era re mal visto, y hoy no todos se pueden dar el lujo de estar en casa con los hijos”. 

Alejandra pudo constatar en terreno la inconmensurable diferencia entre tratarse un cáncer en Chile y tratarse un cáncer en Holanda. Su madre vivió la enfermedad en un país con Estado de Bienestar y “la diferencia es del cielo a la tierra”, dice.  “Cuando llegué, mi mamá se sentía mal. Y antes de ir al hospital, tú llamas por teléfono. Dices tus síntomas y que necesitas que te atiendan. Te dicen que vayas en 15 minutos, y a los 15 minutos llegas, y en la puerta del hospital hay un doctor, con una enfermera, y reciben al enfermo. Tienes habitación al tiro, exámenes al tiro, todo al tiro. Te vas a la casa, y llega una enfermera. La enfermera te lleva los medicamentos, te enseña a tomártelos. Y después de la enfermera, llega la doctora de cabecera, que hay doctores de cabecera por cuadras, por así decirlo. Yo cuidé a mi mamá, pero me ofrecieron que alguien fuese a cocinar, a hacer aseo, a darle medicamentos todas las veces que fuese necesario, cosa de que yo sólo me encargara de ella. Todo lo demás lo podía hacer el Estado. Lavarme la ropa, cocinar, todo. Todo eso va incluido en los impuestos que pagan, pero es todo gratis. Porque es como una cuenta de ahorro, o así lo veo yo. El pago que hacen de impuestos, es como una cuenta de ahorro, entonces cuando te enfermas, tienes todo lo que necesitas para sanarte. Es digno”.

Foto: Sebastián Albuquerque

La familia de Alejandra se quebró junto al resto del país el 11 de septiembre de 1973. Instaurada la dictadura, su familia fue perseguida por agentes represores. Un tío fue preso político y logró el exilio en Holanda en 1978. Le siguió otro tío, y finalmente su madre. “Cuando tenía 16 se fue mi mamá, para darme un futuro mejor, a ella no le alcanzaba con lo que ganaba acá para pagarme mis estudios ni nada. Yo no me quise ir, y me quedé con mi abuelo”, explica Alejandra.

“Mi mamá era súper revolucionaria igual, mi mamá participó en todo contra el gobierno militar. Pertenecía al Partido Comunista, ella lo pasó muy mal. Se la jugó para llegar a la democracia. Ella democratizó la primera Junta de Vecinos de Quinta Normal junto con un grupo de pobladores, se le llevaron hartas veces y me le devolvían morada a los días después, botada en la esquina de la casa. Nos seguían. Me acuerdo de haber ido con ella a concentraciones, a pegar volantes, pasamos los toques de queda tiradas en la cuneta para que los milicos no nos vieran. Yo era chica, y mi mamá me decía ‘si escuchas las botas marchar, a la cuneta en plancha’. Y así nos íbamos a la casa después de haber pegado carteles y tirado panfletos. Entonces siempre estuve relacionada con la política. Mi mamá fue una gran guerrera”.

Foto: Sebastián Albuquerque

Marchar al lado de Alejandra es un poco como andar con alguien famoso. Constantemente la paran para sacarse fotos o conversar. Saluda a amigas y amigos, entre ellos, Pelao Vade, otro manifestante con cáncer. Se hicieron amigos acá en las calles. Llegamos finalmente al monumento del General Baquedano para hacer fotos, y Ale se saca la máscara antigases, ahí, donde el aire pica. Mientras hacemos las fotos, más mujeres se sacan fotos con ella. Nadie quiere perderse la oportunidad de subir a redes sociales su foto. Exposición que ha atraído algunos comentarios mala onda. “Ya no veo los comentarios, porque no hay empatía, la gente no es solidaria. Comentan cosas tipo de qué dignidad hablo si salgo en pelota. Y oye, ¡si no tengo ni pezones po!”, dice entre risas. Accede a todas las fotos que le piden, siempre riendo. “Si hay una mujer que se siente identificada conmigo, la pega está hecha. Yo puedo pasar horas arrancando de los pacos pero si entremedio se acerca alguien y me dice amiga, qué rico verte, me das más fuerza, ya lo hice. Se va a ir más contenta para la casa”, dice. 

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