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Entrevistas

9 de Abril de 2020

Marco Antonio de la Parra, psiquiatra: “Todo era mucho más frágil de lo que creíamos”

Le preocupa cómo será la luz al final del camino del coronavirus: ¿podremos procesar el miedo, la angustia? Este psiquiatra dice que la gran diferencia entre el estallido social y la amenaza letal del virus es que antes había esperanza. Aquí solo se puede vivir el día a día. Sobrevivir es la consigna.

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“Cuando volvamos a salir a la calle con plena libertad -yo creo que será en primavera- nos vamos a mirar pálidos, sobrevivientes, con historias y dolores que contar y con muy pocos recursos para manejarnos bien en lo emocional y en lo económico”, anticipa el psiquiatra y dramaturgo Marco Antonio de la Parra desde un rincón de su casa y a través de una pantalla de computador. 

En un mundo donde cuelga un letrero de “prohibido tocarse”, De la Parra entró al territorio virtual y la íntima escena de la terapia presencial fue reemplazada por la consulta digital a través de una pantalla. Desde su experiencia profesional constata que para los más jóvenes no ha sido tema. En cambio para muchos adultos ha sido más difícil terapearse a distancia, superar el pudor y entregarse. “Hay gente a la que esto le resulta muy inquietante”, dice.

¿Y para ti no?

 -Para mi sorpresa, el on line ha sido un descubrimiento bien importante en tiempos de cuarentena. Es totalmente posible sentir al otro, conmoverse, emocionarse. Una frase, un gesto, gana más peso. Se puede estar con la otra persona mucho más de lo que uno creía.

¿Tuviste que ajustar tu caja de herramientas para poder vincularte a distancia?

-Uno se pone más atento a señales chiquititas, sutiles. No está la gran presencia del otro, pero sin embargo, en el on line  aprendes que la conmoción también puede estar presente. Y uno trabaja con eso: con poder llevar las emociones a palabras y conectarse con el inconsciente del paciente. 

“Entre el 18 de octubre y el Covid-19 hay un cambio muy importante. El estallido social tenía un elemento de esperanza mezclado con perturbación y miedo. Pero estaba la posibilidad de que todo esto tuviese algún sentido. Mientras que con este virus el tema es sobrevivir”

En tu experiencia, ¿qué tiene de malo y qué de bueno trabajar en el on line?

-Es más agotador. Te cansas mucho más. Lo hemos conversado con algunos colegas. Te exige una concentración absoluta. Y ése es un tema de esta etapa y lo es para todos: el enorme esfuerzo por concentrarse, por focalizar. Y lo bueno, como te decía, es que puedes recoger los silencios, los gestos. El lenguaje se vuelve otro. 

SE TRATA DE SOBREVIVIR

Hemos transitado por varios estados anímicos desde el estallido social de octubre hasta el encierro por el coronavirus. ¿Cómo resiste la mente?

-Esto ha sido muy estresante. El 18 de octubre nos mostró lo mucho que veníamos reprimiendo: afectos, malestares, inquietud. Veníamos funcionando de una manera neurótica y estalló –incluso- de una manera que supera lo que la gran mayoría se permitiría. 

¿Por la violencia?

-Claro. Se habla de la primera línea, pero creo que ha sido la última línea –la que se queda cuando hay enfrentamientos- la que genera el terror sin nombre, esa cosa destructiva de que cualquier cosa podía pasar. 

Y ahora llega un virus donde también cualquier cosa puede pasar…

-Así es. Aparece un elemento que supera la expresión del malestar ciudadano y que da terror. En el 18 de octubre perdimos la vida cotidiana, pero uno tenía la esperanza de que se podía restaurar. Sabíamos que en marzo teníamos que caminar como pisando huevos, con un equilibrio precario permanente, pero en vez de lo social lo que irrumpió fue la amenaza letal de un virus. Y tuvimos que encerrarnos, procurar sobrevivir. Se instala la muerte para todos. El virus es mortal. 

¿Qué ves desde el diván de tus pacientes? ¿Qué emociones han emergido?

-Entre el 18 de octubre y el Covid-19 hay un cambio muy importante. El estallido social tenía un elemento de esperanza mezclado con perturbación y miedo. Pero estaba la posibilidad de que todo esto tuviese algún sentido. Mientras que con este virus el tema es sobrevivir. Hay señales muy inquietantes además. 

¿Cuáles?

-Que esto será muy largo; que después vendrá una recesión económica importante; que vendrán despidos, empresas que se vienen abajo. O sea, se instala el miedo, la incertidumbre y la angustia.

¿Este virus nos desafía en la relación que tenemos con la muerte? 

-Claro. Nuestra omnipotencia desaparece. Todo es más frágil. Y descubrirnos vulnerables es una experiencia mayor. Uno lo ve en los pacientes. Muchos se han defendido de la vulnerabilidad emocional por años y de repente ahora la descubren. Todo era mucho mas frágil de lo que creíamos. Somos seres frágiles. Yo siento que eso es un hallazgo y un enriquecimiento.

También depende cómo lo vivamos…

-Por supuesto, enriquece si realmente lo enfrentamos y no lo negamos como sucedió con el entierro narco de Ñuñoa el otro día. Ese fue un acto absoluto de prepotencia y negación de los riesgos. Pero el resto de los mortales quedamos tiritones con el chancacazo del virus y los vínculos empiezan a ganar un valor enorme. 

Es raro eso de los vínculos. Estamos confinados, pero buscando estar cerca con los demás…

-Es que el estar cerca de otro cobra un valor excepcional. Un virus microscópico nos coloca en perspectiva y nos dice: “Tú no manejas nada. Yo te puedo hacer desaparecer”. Entonces, te das cuenta de que tu omnipotencia no sirve para nada, que necesitamos al otro, sus gestos, una conversación, todas esas cosas que dábamos por obvias. 

¿El encierro no nos podrá más huraños, quizá un poco locos?

-Es que hay varios encierros. Está el encierro con las personas que no pueden manejarlo, como los niños o las personas del espectro autista. Están los que se encierran cada uno en una habitación y tienen la suerte de tener varios lugares. Están los que no tienen tanto espacio. Me pasa con algunos pacientes que no tienen privacidad como para hacer una terapia on line y tenemos que hacerlo por whatssap y por escrito porque ni siquiera pueden hablar por teléfono. Hay muchas situaciones distintas. Lo que está claro es que recién estamos empezando a observar  las consecuencias del encierro.

A mi generación le tocó la UP, el golpe de Estado, la dictadura, uno dice ya está bueno ya… Pensábamos que habíamos logrado una cierta estabilidad, que éramos  jaguares y todas esas tonterías, pero de pronto viene el descalabro”

¿Y qué se hace con la angustia? ¿Cómo se procesa en tiempos de coronavirus?

-La primera solución para la angustia es situarse en el aquí y el ahora. Vivir sabiendo que cada día tiene su afán. No queda otra. Además, hay todo un tema con la cuarentena. Uno ve parejas a las que les toca vivir una crisis en medio de este momento, y es un desastre. O los que quedan solos, atrapados sin poder salir. Bueno, ahí hay que instalarse en el aquí y ahora porque nadie sabe qué viene ni cuánto tiempo va a durar.

¿Pero estamos más en el miedo o en la angustia?

-El miedo se está instalando paulatinamente como una emoción que, al final, tiene una cosa protectora. Porque el miedo nos pone en alerta. Se instala como algo fijo. Tiene un blanco. La ansiedad es mucho más difusa. 

Poniendo un  foco positivo, ¿hay algo bueno en constatar que no tenemos el control de nada? ¿Nos domestica la omnipotencia?

-Totalmente. Hay una experiencia de sabiduría extrema solo comparable con la post guerra. Muchos somos hijos de inmigrantes. Nuestros padres o abuelos conocieron la pobreza y el ahorro siempre fue un tema. Ahora nos toca a nosotros saber lo que es la sobrevivencia. 

Un aprendizaje duro…

-O sea, a mi generación le tocó la UP, el golpe de Estado, la dictadura, uno dice ya está bueno ya… Pensábamos que habíamos logrado una cierta estabilidad, que éramos  jaguares y todas esas tonterías, pero de pronto viene el descalabro.

¿Y qué pasa cuando se activa el descalabro?

-Bueno, se activa esta desregulación emocional en la que estamos todos. Si alguien hubiese planeado este guión aterrador del virus, no lo podría haber hecho mejor.

“Un virus microscópico nos coloca en perspectiva y nos dice: ‘Tú no manejas nada. Yo te puedo hacer desaparecer’. Entonces, te das cuenta de que tu omnipotencia no sirve para nada, que necesitamos al otro, sus gestos, una conversación, todas esas cosas que dábamos por obvias”

En nuestra mente, ¿esto vendría siendo como una bomba nuclear?

-En ese orden, pero la bomba nuclear tiene una ventaja. Es un solo golpe. Este virus es prolongado. Toma mucho tiempo. No te deja pensar  porque no sabes qué va a suceder. Y eso es lo que te desorganiza emocionalmente. Desorganiza el pensamiento, las relaciones. Todo se encabrita. Todo se altera. Por eso, lo realista es vivir el presente para ir calmando la propias ansiedades.

¿Mucha crisis de pánico en tu consulta?

-No tanto. Las crisis de pánico van asociadas sobre todo al estrés y a situaciones particulares que son de otro tipo. El estrés de la pandemia tiene otro estilo. Interroga permanentemente la vida diaria, la ausencia de cotidianeidad y más que angustia, te deprime. Pero no es una depresión clásica en el sentido de que vas a salir adelante con fármacos. 

¿Cómo se sale, entonces?

-Con terapia. Este es un momento de diálogo. Más que pastillas, los pacientes necesitan conversar. El territorio más importante en este minuto es el de la escucha. 

DICTADOR A LA ROMANA

A nivel país, se ve poca escucha. Más bien hay un diálogo teñido de bastante rabia, ¿o no?

-Yo creo que ésa es una herencia del 18 de octubre. El estallido alteró nuestra visión de la historia y como que todos se quedaron pegados entre pinochetistas y allendistas, entre cuicos-fachos y zurdos. Uno dice: ¿Qué pasó aquí? Se empobreció el pensamiento y se quedó la emoción del odio reemplazando el diálogo. 

¿Las redes sociales potencian esa emoción?

-Totalmente. Las redes sociales desorganizan las emociones. Uno ve que despotrican de lado y lado. Se pedía la cabeza de Piñera, del ministro Mañalich, pero llega el coronavirus y se produce el orden dictador, como lo entendían los romanos. O sea, aceptar que alguien -por un cierto tiempo y  frente a una situación de excepción- toma todo el control de la situación.

Y aquí, ¿quién es el dictador romano? ¿El virus?

-No. En este momento, el que actúa como dictador es Mañalich, pero te preciso: como un dictador a la romana. No estoy diciendo que Mañalich sea Pinochet. 

“En este momento, el que actúa como dictador es Mañalich, pero te preciso: como un dictador a la romana. No estoy diciendo que Mañalich sea Pinochet”

Y Sebastián Piñera, ¿en qué rol queda?

-Puede que Piñera esté al lado, pero es Mañalich quién aparece en la portada del Cuerpo de Reportajes de El Mercurio preguntándonos si estamos pensando en el post operatorio de Chile. Y ahí nos damos cuenta de que quien esta gobernando el país en este momento es Mañalich. Lo que se hace o se deja de hacer en el país, depende de las señales que nos dé él. 

Psicológicamente hablando, ¿qué podría estar representando Mañalich?

-Mira, después de la experiencia del 18 de octubre, yo no hago diagnósticos ni comento sobre nadie. Fuera de encuadre, toda opinión o comentario es una agresión y de agresiones estamos hasta la coronilla. Aquí se ha agredido a todo el mundo y  Mañalich ha sido una de las figuras más impopulares y criticadas. Pero, de pronto, el Presidente lo pone como su “dictador a la romana” y le dice: “Señor, hágase cargo del país, porque el país se transforma en una urgencia sanitaria”. Vivimos todos en la UCI. 

Convengamos que los atributos del ministro Mañalich van más por la gestión. ¿Quién contiene emocionalmente o no es necesario?

-Él es un gestor. Y ciertamente va a haber un momento en que vamos a necesitar contención emocional. Y ahí tenemos un problema porque el Presidente tampoco es un gran contenedor. No tenemos figuras de liderazgo emocional que nos puedan decir: “Dejemos de discutir mezquindades y pequeñeces y salvemos al país que, como todo el mundo, va a quedar arrasado por una post guerra”.  Se requiere un líder que contenga la fragilidad. ¿Y sabes por qué lo digo?

¿Por qué?

-Porque el estallido nos mostró que en Chile había mucha fragilidad oculta bajo una fachada. Y cuando venga la primavera me temo que nos reencontremos con los temas pendientes del 18 de octubre, pero corregidos en el sentido de que el país tendrá que hacerse cargo de que vamos a tener nuestros muertos. 

¿Qué es lo que a más te preocupa de este momento?

-Me preocupa si vamos a tener la contención suficiente para acoger la ansiedad que va a estallar. Me refiero a las lágrimas, a los dolores, a  las secuelas. Van a quedar cicatrices. Nuestro país tiene problemas para tomar en cuenta la salud mental. Y yo creo que al final de este camino va a haber un rebote de consultas psicológicas. Tendremos que trabajar en dar un apoyo psicosocial muy importante. En otros países, hay psiquiatras en los equipos clínicos de los hospitales que están acompañando y revalidando la esperanza. Aquí hay poco y nada.

Tú lo decías, Chile arrastra un problema de salud. ¿Qué señales mandar para que la ansiedad no se dispare?

-Ese es el desafío nuestro: ayudar a pensar. El desafío de los terapeutas es crear espacios que ayuden a poder procesar lo interior. Es como una especie de diálisis mental para que uno pueda pensar y convertir esa emoción en palabras. Es como la tarea de las madres y padres con los niños. Hay que tranquilizarlos, escucharlos y no zamarrearlos. Se trata de contenerlos y echar mano a esa frase maravillosa: “esto ya a va a pasar”. 

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