Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Deportes

2 de Abril de 2021

La última batalla del Patrón Otárola

Pablo Otárola era futbolista profesional. Defendía los colores de Deportes Temuco. Destacaba como jugador titular en su escuadra y uno de los mejores de la división. Estaba a punto de casarse con la mujer de su vida. Hasta que sufrió un grave accidente automovilístico que lo mantiene postrado hace seis años con un daño cerebral irreparable. Pese a que los médicos le dieron un 1% de posibilidades de sobrevivencia, Otárola sigue luchando, tal como lo hacía en la cancha, hasta que el juez supremo determine el pitazo final.

Por

Los hechos ocurridos el viernes 20 de marzo del 2015 cambiaron por completo la vida de muchas personas. Un accidente automovilístico en el sector de Cajón, comuna de Vilcún, ocho kilómetros al norte de Temuco, torció el destino de sus víctimas, pero también de sus cercanos, testigos y todos quienes, directa o indirectamente, son parte de una historia que no ha terminado, que avanza lentamente y en dónde cada gesto, por mínimo que parezca, significa un triunfo del espíritu. 

Hace seis años, Pablo Otárola, defensa central de Deportes Temuco, viajaba junto a su novia Belén López rumbo a Concepción. El jugador había recibido tarjeta amarilla en su último partido, por lo que estaba suspendido para el juego que ese fin de semana su equipo disputaría ante Iberia de Los Ángeles, en el marco del campeonato de la Primera B del fútbol chileno. El entrenador de Temuco era el argentino Pablo Abraham, quien había dirigido a Otárola en Curicó Unido, equipo donde el zaguero tuvo un rendimiento sobresaliente. Además de dirigirlo, ambos mantenían un grado de confianza importante. Abraham sabía que Otárola se casaría próximamente y le permitió viajar a la octava región para ultimar los detalles del matrimonio, aprovechando el receso involuntario debido a su sanción deportiva.

Antes de salir de Temuco, Otárola llamó por teléfono a su madre. 

-“Mamita, vamos saliendo ¿Me podrías preparar empanaditas de queso, que te quedan tan ricas”. Lidia Torres escuchó atentamente a su único hijo varón y se puso manos a la obra. 

Eran las 14.30. Otárola también llamó a su suegra, con quien tenía una estupenda relación. Ella acompañaría a los novios en los preparativos para el matrimonio. Esa tarde tenían agendada la degustación de la cena y banquete dispuestos para la ceremonia. El matrimonio se realizaría en el estadio Italiano de Concepción el 19 de abril. Quedaba muy poco tiempo y muchos detalles aún por definir. Después de cinco años de relación, Pablo y Belén al fin se casarían. 

Viajaban felices. Eran inmensamente felices. Habían comprado una casa, tenían proyectos futuros y un montón de sueños por cumplir. Enfilaron por la ruta cinco Sur rumbo al norte. Pablo conducía. En el asiento trasero viajaban Willy y Luli, una pareja de perros poodle, sus adoradas mascotas.

Belén no recuerda el momento del impacto. Pese a los años transcurridos, hay espacios que no ha logrado reconstruir en su memoria. Recuerda estar acostada en la camilla de una ambulancia, padeciendo un dolor indescriptible. Los primeros testigos que llegaron a la escena estaban convencidos que el conductor del vehículo menor había fallecido. Su auto había colisionado con un camión de alta gama y la cabina del piloto prácticamente se había desintegrado. Pero Pablo Otárola estaba vivo. Apenas, pero vivo. Fue trasladado de urgencia al Hospital de Temuco. Su novia fue internada en la Clínica Alemana de la misma ciudad. Después de tanto tiempo juntos, el accidente comenzaba a separarlos.

Han pasado seis años y Pablo Otárola continúa luchando. Quedó postrado, con un daño neuronal irreversible. Casi no reacciona, pero su familia más cercana, sus hermanas Johanna, Andrea y Karla, su padre Mario y su madre Lidia, no olvidan que el diagnóstico inicial de los médicos era contundente. “Nos dijeron que tenía un 1% de posibilidades de sobrevivir. Y seis años después sigue aquí, peleándola”, señala su hermana menor, Karla. 

En la cancha era conocido como El Patrón, porque no se amilanaba ante las adversidades. El Patrón Otárola no se rinde. Sigue peleando este partido, el más duro de su vida.

Jugadores portan un lienzo en apoyo a Pablo Otárola durante el partido amistoso entre la selección de Chile vs Iran en Austria, marzo de 2015 (FOTO: MARIODAVILA/AGENCIAUNO).

LA HISTORIA DEL PATRÓN

Los Otárola Torres tuvieron cinco hijos. Mario, el mayor, falleció a los 30 años producto del síndrome de Marfán, una grave enfermedad coronaria. Luego nacieron Johanna, Andrea, Pablo y Karla. Se criaron en el cerro Zaror de Talcahuano. Pablo jugó en las divisiones inferiores de Huachipato, donde debutó profesionalmente el 2007. Luego partió a Lota Schwager y Curicó Unido, club donde fue elegido el mejor defensa de la temporada 2014 de la Primera B. Pasó a Temuco, donde militaba en el momento del accidente.

En la misma casa donde se crió, Pablo Otárola  pasa sus días actualmente, bajo el cuidado de sus padres y hermanas. Debido a la pandemia, las visitas se suspendieron. “Él se da cuenta que sus amigos ya no vienen a verlo, ni sus sobrinas y sobrinos a quienes adora. Le hemos explicado que es por la pandemia, porque no podemos correr ningún riesgo con él”, explica Karla. 

Las únicas visitas que recibe son de los kinesiólogos y kinesiólogas que han visado su tratamiento desde el primer día. Otárola no tiene mayores movimientos, pero su hermana nota diferencias. Al estar todos los días a su lado perciben cualquier detalle distinto. “Pablo abre y cierra los ojos, te sigue con la mirada, suspira. Hemos aprendido a interpretar sus gestos. Quizás para la mayoría de la gente son gestos mínimos, pero para nosotros es un avance importante. Creemos que entiende y que recuerda todo, porque reacciona ante algunos estímulos”.

Cuando ocurrió el accidente, el mundo del fútbol se cuadró con Otárola. “Sus compañeros estaban en el Hospital noche y día, hicieron turnos para acompañar a su familia mientras estuvo internado en Temuco”, recuerda Luis Andrés Valdebenito, periodista que en aquel tiempo reporteaba en Ufronoticias y era corresponsal de radio ADN. Valdebenito cubrió la noticia desde el primer minuto. “Estábamos almorzando cuando llegó la información de un accidente grave en la zona de Cajón. Antes de llegar allá nos enteramos que el herido era Pablo Otárola y que estaba muy grave. Fue un verdadero shock porque quienes cubríamos al equipo de fútbol le teníamos mucho cariño. Era muy respetuoso y atento. Un caballero”, rememora Valdebenito. 

Karla no olvida ese 20 de marzo del 2015. “Mi papá me iba a dejar y a buscar al trabajo. En la mañana estaba pintando la reja para tener todo listo para el matrimonio de los chiquillos. En la tarde recibo un llamado de mi hermana y me dice que Pablo tuvo un accidente. Yo pregunté ¿Qué Pablo? Porque jamás imaginé que sería mi hermano. Nadie me fue a buscar, llegué a la casa y estaba mi sobrina mayor. Ella me dijo que el accidente había sido muy grave, pero jamás imaginamos que sería tanto”.

El personal médico que llegó al lugar del accidente tomó el teléfono de Pablo Otárola y se fijó en las últimas llamadas realizadas por el jugador. Aparecían los números de dos compañeros de Deportes Temuco, los futbolistas Matías Arruá y Juan Abarca. Se comunicaron con ellos y fueron los primeros en dar aviso a la familia del lamentable accidente.

Gamadiel García es el actual presidente del Sindicato de Futbolistas Profesionales (SIFUP). La organización consiguió una pensión permanente para Pablo Otárola, además de entregar cada seis meses los pañales que requiere el ex futbolista. Han aportado vitaminas y suministros alimenticios. Pero para García el accidente de Pablo Otárola fue un tema personal. Jugaron juntos en Huachipato. Construyeron una amistad que incluyó a las familias de ambos jugadores. En el 2015,  Gamadiel García aún no era dirigente sindical. “Yo estaba en Concepción cuando me enteré del accidente del Pablo y viajé de inmediato a Temuco. Cuando llegué al Hospital me estacioné en el espacio de los doctores y me hice pasar por médico para poder verlo en urgencias. Me encontré ahí con su familia, a quienes conocía hace muchos años. Pablo es una persona extraordinaria y la amistad se trata de eso, de estar cuando las personas te necesitan. Más allá del cargo que hoy tengo y de ayudarlo como lo haríamos con cualquier futbolista profesional, para mí es algo personal. Es ayudar a un amigo. Pablo no necesita asistencialismo, sino una ayuda constante. Y si Pablo sigue con nosotros es porque tiene una familia hermosa que lo apoya”.

Una semana después del accidente, el 26 de marzo del 2015, la selección chilena jugó un partido amistoso en Sankt Polten, Austria, ante su similar de Irán. A miles de kilómetros de distancia, los mejores futbolistas del país ingresaron al campo de juego portando un lienzo con una leyenda que decía “Fuerza Pablo Otárola. Estamos contigo”.

BELÉN

Hace seis años que Belén López no da una entrevista. Durante ese período vivió su propia travesía, con momentos de profunda oscuridad y un largo proceso de sanación, primero físico y luego emocional. Esto fue mucho más largo y complicado. Accede a conversar, a través de una videollamada, pues siente que ya está en condiciones de recordar un episodio que también cambió su vida para siempre. 

“Nosotros nos queríamos, teníamos proyectos. Vivimos una relación hermosa, un amor sano, de verdad”, recuerda Belén. Aún conserva decenas de fotografías con Pablo Otárola. Vacaciones, momentos íntimos, grupales, una caricatura que poyectarían el día de su matrimonio donde aparecían los novios y sus mascotas, acicalados para la ocasión.

Pero el destino se torció el 20 de marzo del 2015, en Cajón, muy cerca de Temuco.

“Las personas que llegaron al accidente dicen que yo hablaba de mis guaguas, refiriéndome a mis perros. Y que les di la clave del teléfono para que pudieran desbloquearlo y llamar a mi mamá. Yo no me acuerdo de nada de eso”.

Si bien sus heridas fueron mucho menos graves que las de Pablo Otárola, Belén fue trasladada en estado grave a la Clínica Alemana de Temuco, donde estuvo internada por quince días. Poco a poco comenzó a recuperar el sentido y su primera preocupación fue el estado de salud de su novio.

“Mi familia al principio no me decía cómo estaba Pablo. Un día me fue a ver su papá y me dijo que estaba muy grave. Así  me enteré que estaba mal”.

El golpe de realidad fue cuando le dieron el alta médica. Junto a su hermana Daniela fueron a ver a Pablo, quien estaba internado en el Hospital Base de la ciudad. 

“Cuando llegamos estaba lleno de periodistas afuera y me empezaron a preguntar de todo. No entendía nada. Ahí mi hermana me dijo que la condición de Pablo era extremadamente grave. Cuando lo vi, me derrumbé”.

Los caminos de Belén López y la familia más cercana de Pablo Otárola se cruzaron en este punto dramático, pero al mismo tiempo comenzaron a distanciarse. 

“Me empecé a sentir ajena a todo el proceso. Cuando estaba en Temuco yo iba al hospital. Iba mucha gente a verlo y la familia se lo permitía, pero a mí me dejaban al margen. Tú lo ves todos los días, me decían”.

Belén incubó un grado de esperanza respecto a la recuperación de su novio. Hasta que el diagnóstico del médico tratante aterrizó de golpe el escenario hacia una certidumbre trágica e inevitable.

“Un día el doctor me dice claramente que Pablo no se va a recuperar. Hasta ese momento siempre creí que podía hacerlo. Pero él fue claro. Tenía un daño cerebral irrecuperable, no recuperaría la motricidad, el lenguaje, había perdido masa encefálica. El Pablo que conocía no iba a volver más”.

La recuperación de Belén López incluía sesiones diarias con sicólogos y siquiatras. En su caso el impacto emocional fue mucho más potente que el físico. Sentirse ajena  al círculo familiar de su novio fue horadando su espíritu. “Él siempre será una persona muy importante para mí. Siempre. Cuando lo trasladaron a Concepción fui a verlo a escondidas, sin contarle a mi familia ni a la sicóloga, porque me iban a decir que eso no me hacía bien”.

Belén López debió tomar la decisión más difícil de su vida. Para rearmarse, para recuperarse, se alejó. No leyó noticias sobre su novio. Se cambió de trabajo. Cayó en una depresión que duró largo tiempo. Sólo después de años comenzó a levantarse. Retomó sus labores como educadora de párvulos y emprendedora en una tienda de ropa en Concepción. La ruta fue pedregosa y llena de vaivenes. 

Recuerda anécdotas y momentos. La estadía de la pareja en Curicó y Temuco, dos ciudades de las que se enamoraron. Cuenta que sus mascotas fueron rescatadas por una anónima mujer que los llevó a una veterinaria y pagó todo el tratamiento, mujer que desapareció y a quien nunca le pudo agradecer. Rememora que activó las redes sociales de Pablo Otárola cuando era futbolista y recibía cientos de mensajes de apoyo al Patrón, al Mariscal, como le decían en la cancha. 

Belén López se despide de la videollamada. Se ve y se oye tranquila, quizás por primera vez en mucho tiempo.

ALARGUE Y PENALES

Pablo Otárola estuvo grave en el 2019, producto de una neumonía. Permaneció internado en la UCI cerca de un mes, pero logró salir de ese trance. Los cuidados han sido más intensivos desde ese día.

“Mis papás han sido muy importantes en todo esto. Ellos siempre dijeron que había que esperarlo, que se iba a recuperar”, agrega Karla Otárola, asistente social, quien tenía poco más de veinte años el día del accidente que cambió la vida de su único hermano varón.

Pese a que su carrera giró en torno a una pelota de fútbol, Pablo Otárola no reacciona bien cuando le muestran un partido. Se incomoda, mueve los ojos, parece nervioso. Karla cree que “no le hace bien, seguramente le trae recuerdos”.

El pasado 15 de enero, Pablo César Otárola Torres cumplió 34 años. Pese a los lapidarios diagnósticos, sigue aferrándose a la vida, con una sentencia irrecuperable que no amedrenta a sus cercanos. Siguen ahí, enumerando cada gesto nuevo como una victoria más. “Ha sido muy difícil, pero estamos tratando, luchando. Los hinchas de diferentes equipos le siguen escribiendo en las redes sociales. Fuerza Patrón, aguante Mariscal. Nosotros tratamos que la gente no se olvide de él”, confiesa Karla.

La vida de muchas personas cambió la tarde del 20 de marzo del 2015, cuando colisionaron un automóvil con un camión en el sector de Cajón, cerca de Temuco. 

Era viernes y estaba soleado.

Notas relacionadas

Deja tu comentario