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Opinión

14 de Julio de 2021

Columna de Enzo Abbagliati: Desinformación y primarias, el silencio de los candidatos

Agencia Uno

Dado el consenso tácito entre los seis candidatos respecto de la necesidad de enfrentar la desinformación, ¿qué proponen en el caso de llegar a La Moneda en marzo de 2022? La respuesta, a partir de lo planteado en sus manifiestos programáticos o programas de gobierno, es una: nada.

Enzo Abbagliati
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A comienzos de 2020, el PNUD, al presentar el informe “Diez Años de Auditoría a la Democracia: Antes del Estallido”, nos calificó a los chilenos y chilenas como demócratas escépticos. Si entre 2008 y 2018 había aumentado la valoración de la democracia entre la población, también había caído la confianza en las instituciones. Salvo los bomberos, todas gozaban de la confianza de un tercio o menos del país, con el Gobierno, el Congreso y los partidos políticos ocupando los últimos lugares. Este declive es parte de esa compleja trama de causas que explican la revuelta social de octubre de 2019.

Durante esa misma década de cambios, de manera paralela las redes sociales emergieron como espacios preferentes de la expresión y movilización de una ciudadanía que no se sentía escuchada por las instituciones y tampoco reflejada en el país representado en los grandes medios de comunicación. Hay quienes apuntan que la crisis de confianza y las redes sociales se retroalimentaron en estos diez años y razón tienen.

Según datos de la Subtel, en 2018 el 80% de la población usaba WhatsApp y dos de cada tres chilenos y chilenas tenía cuenta en Facebook. Al mirar en forma detallada lo que fue ocurriendo entre los grupos más jóvenes, el cambio es aún más relevante. La encuesta “Jóvenes, Participación y Consumo de Medios”, realizada desde 2009 por la Universidad Diego Portales, muestra en su última medición (2020) no sólo tasas de usos más altas, sino grados de confianza mayores en las redes sociales frente a otros medios. El 32% de las personas entre 18 y 29 años señalan a las redes como el medio en que más confían, muy por encima de la radio (8%), televisión abierta (3%) o los diarios impresos (2%).

Si las redes son hoy el medio más usado para informarse y en ellas se tiene una confianza mayor que en otros espacios, cae de cajón su centralidad en el debate democrático en Chile. Al igual que ocurre en múltiples dimensiones de nuestra vida cotidiana, las opiniones políticas las vamos moldeando cada vez más bajo el alero de esa conversación continua que ocurre en Twitter, Facebook o en WhatsApp, lugares en los cuales su pulsión algorítmica y nuestros propios prejuicios nos llevan a encontrarnos -casi siempre- con contenidos que refuerzan nuestras posiciones y, a través de nuestros sesgos de confirmación, en no pocas oportunidades caemos en la desinformación.

Durante esa misma década de cambios, de manera paralela las redes sociales emergieron como espacios preferentes de la expresión y movilización de una ciudadanía que no se sentía escuchada por las instituciones y tampoco reflejada en el país representado en los grandes medios de comunicación. Hay quienes apuntan que la crisis de confianza y las redes sociales se retroalimentaron en estos diez años y razón tienen.

Es casi ya un lugar común la diatriba de buena parte de la clase política contra las redes, como espacios donde no es posible construir nada y que están controlado por trolls, bots y dinámicas que sólo descargan odio contra quienes tienen poder. En este horizonte distópico que plantean, las redes han derivado en palanca para esparcir mentiras e intoxicar el debate público.

En lo que podría ser quizás uno de los puntos en común entre los seis candidatos que competirán este domingo en las dos primarias, Briones, Boric, Desbordes, Jadue, Lavín y Sichel han apuntado en algún momento contra las noticias falsas, en oportunidades acusando ser objeto de campañas de difamación. Incluso, a fines de junio surgió una cuenta (@jaduecheck) que, emulando a las iniciativas de verificación de datos, ha hecho algunos ejercicios de chequeo de publicaciones en medios que estarían tergiversando las propuestas del alcalde de Recoleta.

Dado el consenso tácito entre los seis candidatos respecto de la necesidad de enfrentar la desinformación, ¿qué proponen en el caso de llegar a La Moneda en marzo de 2022? La respuesta, a partir de lo planteado en sus manifiestos programáticos o programas de gobierno es una: nada.

Si revisamos las veces que aparecen las palabras confianza/desconfianza en sus programas, salvo Lavín y Jadue que no las usan, Briones las ocupa 17 veces, Sichel 10, Boric 3 y Desbordes 2, en diferentes contextos. Para estos cuatro candidatos, en diversos ámbitos de la convivencia nacional hay un problema de confianza, pero pareciera que la desinformación no estuviera en la base de ese problema. En los seis documentos, la suma del uso de las palabras fake, noticias falsas o desinformación es 0.

Un análisis más cualitativo de sus propuestas confirma que el tema está ausente de lo que proponen al país. Salvo algunas menciones muy generales sobre la necesidad de fortalecer el pensamiento crítico en la educación o el desarrollo de habilidades digitales, nada apunta directamente al problema. En este silencio, llama aún más la atención que Jadue, el único candidato que aborda el tema de los medios de comunicación en su debatido capítulo sobre el Derecho a la Comunicación y los Medios, no se pronuncie sobre el rol que hoy juegan las redes sociales en la manera de informarnos y participar del debate público.

En lo que podría ser quizás uno de los puntos en común entre los seis candidatos que competirán este domingo en las dos primarias, Briones, Boric, Desbordes, Jadue, Lavín y Sichel han apuntado en algún momento contra las noticias falsas, en oportunidades acusando ser objeto de campañas de difamación.

Pero, ¿es la desinformación un problema tan grave? Sí, lo es, y no sólo porque las noticias falsas tienen más probabilidades de ser viralizadas que las reales, sino porque es prácticamente imposible encontrar un tema importante hoy en Chile en el que la desinformación no esté en algún grado alterando nuestra percepción de la realidad y jugando con nuestras emociones. La pandemia, el debate constituyente, la política migratoria, las pensiones, la relación entre el Estado y los pueblos indígenas, etc. No hay una sola conversación de relevancia en la que las mentiras que corren por las redes y entran en nuestro WhatsApp no estén presentes, sean impulsadas en forma deliberada por actores con agendas e intereses, o fruto de nuestros propios prejuicios e ignorancia.

¿Se puede hacer algo? Por lo pronto, declarar el problema, y desde ahí avanzar en una estrategia nacional que a lo menos debería tener tres pilares: revisar los marcos legales que hoy contamos para enfrentar la desinformación; definir una postura de Estado ante plataformas en las cuales la ciudadanía ejerce diariamente sus derechos civiles sin protección alguna; y entender, de una vez, que los futuros ciudadanos son hoy niños y niñas que aprenden a interactuar con pantallas antes que a leer, y no podemos seguir graduando generaciones completas del sistema educativo sin habilidades críticas básicas para una vida que fluye en entornos cada vez más digitales.

En este silencio, llama aún más la atención que Jadue, el único candidato que aborda el tema de los medios de comunicación en su debatido capítulo sobre el Derecho a la Comunicación y los Medios, no se pronuncie sobre el rol que hoy juegan las redes sociales en la manera de informarnos y participar del debate público.

El desafío de la confianza en nuestra democracia también se juega en las plataformas digitales y cómo ellas impactan en la veracidad de la información en el debate público. En Facebook, Instagram y WhatsApp estamos casi todos, en especial esa mitad de Chile que se abstiene en las grandes decisiones colectivas. El silencio de los candidatos sobre la desinformación es, también, una manera de ignorar a ese chileno y chilena que no vota.

*Enzo Abbagliati es Director Ejecutivo de Factor Crítico y profesor de Estrategias de Comunicación Digital (Magíster en Comunicación, Universidad Diego Portales).

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