Libros
2 de Agosto de 2024Una selección en 100 palabras: cuentos sobre abuelos, abuelas, elefantes, onces y pelotas desinfladas
Todos los viernes The Clinic presenta una selección de cuentos que han participado en el evento literario Santiago en 100 palabras. En esta ocasión, la temática de inspiración son los abuelos y abuelas.
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Como ya es habitual todos los viernes, The Clinic y Santiago en 100 palabras presentan una selección de los mejores cuentos que han participado del evento literario. Hoy son ocho los relatos, inspirados en los abuelos y abuelas.
Los adioses de papel
He conocido a Mario. Él no sabe cuál es el motivo del viaje de su abuelo. Han cruzado Curiñaca. Mario está confuso, pues su abuelo carga una maleta. Se estacionan en una calle. El abuelo, el padre y el chiquillo, descienden. El anciano besa a Mario y camina hacia una gran casona arrastrando los pies. Mario y padre han llegado a casa. Mario ha entendido. Se dirige al garaje, para subir al cuarto con un bolso, pero antes de hacerlo, su padre le pregunta: “¿qué harás con eso?”. Secamente, Mario le responde: “La guardaré para ti”.
Edith Vega, 39 años, San Joaquín.
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Lentejas
De Maipú a La Florida son dos horas de camino. Pero el tiempo pasa volando cuando almuerzo las lentejas de mi abuela.
Gonzalo Cabello Cornejo, 11 años, Maipú.
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El elefante
Mi abuelo era muy ingenioso. Cuando la zapatería en la que trabajaba necesitó publicidad, se le ocurrió traer un elefante. Esto fue en un tiempo en que los circos ambulantes eran casi inexistentes y ver a un elefante era tan probable como ver a un unicornio. Días antes de que llegara, la gente ya hablaba de ello en las calles: “¡Viene el elefante!”. Cuando finalmente llegó, resultó ser un camión disfrazado. La gente estalló en carcajadas incrédulas y, siguiendo al camión en su paso, armaron un desfile improvisado. Durante años los niños dibujaron elefantes con ruedas.
Diego Molina, 34 años, Santiago.
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Once con la abuela
«¿Más queque, mijita?», preguntó la señora. «No, abuelita, me tengo que ir», dijo la muchacha, levantándose de su silla. «Al menos llévese para la casa», insistió, guardando un gran pedazo en una bolsa que la chica no pudo rechazar. «Dígale a su papá que me venga a ver», pidió la mujer, «y usted venga más seguido». «No se preocupe, yo le digo», respondió, sonriendo. Se despidieron con un gran abrazo, y antes de llegar a la puerta, la muchacha dejó el folleto de la compañía de cable que le venía a ofrecer antes que la señora la invitara a pasar.
Katty Martínez Martínez, 18 años, Buin.
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Terrible pollo
A los 18 años, mi abuelo me subcontrataba para acompañarlo de guardaespaldas, peoneta, enfermero y operador de artefactos tecnológicos. Íbamos a hacer trámites al Paseo Ahumada, a Huérfanos y a todas esas calles donde la gotita del aire acondicionado te cae en la cabeza. Él, acostumbrado al paisaje, caminaba rápido, y yo, que nunca salía de mi comuna, miraba edificios y revistas en los kioscos, esquivando a la gente. Un día, de repente lo perdí de vista. Caminé examinando y, al llegar frente un café con piernas, apareció tras la puerta y me dijo: “Ven poh, jetón, entra”. Y entré.
Hugo Lillo, 25 años, Puente Alto.
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Paseo de la abuela
Los recuerdos de la abuela me llevan por un Santiago que yo no conocí mientras el auto nos lleva por el Santiago que ahora ella tampoco conoce.
Enrique Saldivia, 69 años, Talcahuano.
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Ganancia
Al frente de esta cancha terrosa, donde ahora se construye una nueva estación, mi abuelo tenía un negocio y el único compresor del barrio. Venían los niños a jugar y le pedían que les inflara la pelota mil veces parchada. Mi abuela, cansada y rabiosa, un día caluroso como este perdió la paciencia y le preguntó: «¿Y por qué no les cobras, Segundo? ¡Para eso tienes el negocio!». Él la miró incrédulo y le contestó: «¿Cómo se te ocurre que les voy a cobrar, Marta? ¡Si son más pobres que uno!».
Melisa Campos Pérez, 22 años, Conchalí.
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Las citas de ayer y hoy
Mi abuela me contó que de joven debía pedir permiso con mucha anticipación para asistir a una fiesta. Se arreglaba mucho para ir, sabiendo que habrían chiquillos buenosmozos por conocer. El momento más esperado era al final, cuando ponían los lentos y todos bailaban pegados. Después de eso, era seguro que la invitarían a salir. Cuando le dije que ahora sólo era cuestión de abrir una aplicación del celular y elegir a la persona que más nos gustara para acordar una salida, se rió a carcajadas. Al parecer no entendió nada de lo que dije.
Ivo Dragojevic Hidalgo, 26 años, Santiago.