Opinión
7 de Septiembre de 2024Alanis Morissette nos enseñó a estar enojadas
"Alanis Morissette no fue la única de la década, pero fue el epicentro de su banda sonora para las que queríamos escuchar a mujeres explorando nuestro universo fuera de las imposiciones masculinas", escribe la columnista de The Clinic, Isabel Plant, luego de que fuera anunciada como una de las cabezas de cartel de Lollapalooza Chile 2025.
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Fue un hito cultural que se tomó las radios, hizo arder praderas y nos tuvo pegadas a MTV. Es difícil hacerle entender a una nueva generación lo que significó la irrupción de Alanis Morissette y su disco Jagged Little Pill en el lejano 1995: simplemente no había mayor estrella en el mundo. Y era mujer. Y no posaba sexy, ni hacía coreografías, ni sonreía falso.
Era como pocas que habíamos visto antes a nivel cultural masivo: Alanis Morissette estaba enojada, interpretando una catarsis emocional impensada. Lo que se ha sintetizado estos días por el anuncio de su regreso a Chile para el próximo Lollapalooza: sin Alanis no habría Olivia Rodrigo, ni tantas otras mujeres en la música. Se plantó en medio del escenario a transmitir una emoción vedada para el género, menos aún en un rubro donde se supone manda la conquista, la simpatía y el sex appeal: la ira femenina.
Vamos primero a lo que estaba sucediendo en los 90. A tres décadas de la segunda ola de feminismo, la liberación femenina se veía como algo anticuado. La contraola de los años 80 había subyugado buena parte del discurso sobre los derechos que nos faltaba exigir. Ya nadie quemaba sostenes. En la música, solo Madonna había irrumpido dejando una estela de fuego en cuanto a la libertad de ser mujer, y vivir y habitar la propia sexualidad. Iconoclasta, para 1995 Madonna ya venía de regreso, buscando nuevos caminos; es el año en que lanzó Take a bow, por ejemplo. La lucha era otra, por diversificar y seguir siendo relevante a medida en que maduraba.
Por mientras, princesas del pop iban y venían. A veces alguna mujer lograba abrirse paso en la industria salvaguardando su voz y expresión personal en canciones (Kate Bush, Annie Lennox, por ejemplo), pero la música seguía tratando a las mujeres como marionetas, y las obligaba a moverse dentro de estrechos límites. Sé bonita o sé sexy, sé amable, enamórate (de un hombre, claro), jubílate a los 30.
Expresiones de catarsis emocional habíamos tenido antes, claro. Algunos venían camuflados por mujeres geniales en envoltorios amables: Stevie Nicks cantándole a su ex y compañero de banda Lindsey Buckingham “te seguiré hasta que el sonido de mi voz te pene”, en Silver Springs. O Carly Simon despreciando a un hombre tan vano que cree que la canción es sobre él. Pero Alanis Morissette era una explosión más cruda, considerando la amabilidad usual del pop.
¿Y por qué había que estar enojada? Porque me dejaron por otra, puede ser. Más importante, porque me tratan como idiota cuando me hablan. Porque no me dejan ser. Porque me quieren encerrar en la cocina. Como escribía Sylvia Plath, la poeta enojada, por la tragedia de nacer mujer: “Mi devorador interés en los hombres y sus vidas es muchas veces mal entendido como un deseo de seducirlos, o una invitación a intimar. Pero, Dios, quiero hablar con todas las personas que pueda tan profundo como pueda. Quiero poder dormir en el campo abierto, viajar al oeste, caminar libre por las noches…”. Iracundas por no poder ocupar el espacio que nos corresponde en la sociedad, iracundas porque si hablamos fuerte piensan que estamos gritando.
Así que Alanis, una exestrella pop juvenil de Canadá, gritó. Y lo hizo fuerte. La leyenda dice así: tras su éxito adolescente, Alanis se va a California mientras escribe en sus diarios. Encuentra al productor Glen Ballard que la toma en serio – cosa poco habitual- y transforman en canciones las multitudes que contiene Alanis. El casete con tres demos es rechazado en varios sellos hasta que uno apuesta por ella, y así Jagged Little Pill sale al mundo con la canción You oughta know como embajadora.
Un grito de guerra: te vi partir, pero estoy aquí para recordarte todo lo que dijiste, prometiste, no cumpliste. Dijiste que estarías hasta la muerte, pero estás vivo y probablemente piensas en mí cuando te acuestas con ella.
El resto es historia: en cuatro meses Jagged Little Pill pasó a ser el disco número uno y hoy ha vendido más de 33 millones de copias y contando. Es uno de los más exitosos de la historia.
La maravilla era que Alanis no sólo estaba enojada: a veces estaba feliz, a veces estaba pensando en crecer. Head over feet es una maravilla de canción romántica no tradicional sobre pasar de amigos a amantes; Ironic no sólo es una estupenda reflexión pop sobre las ironías de la vida – “Es como diez mil cucharas cuando todo lo que necesitas es un cuchillo, es conocer al hombre de tus sueños y luego a su hermosa esposa”- sino que además venía acompañada de uno de los videos más icónicos de los 90.
Alanis Morissette no fue la única de la década, pero fue el epicentro de su banda sonora para las que queríamos escuchar a mujeres explorando nuestro universo fuera de las imposiciones masculinas. Al año siguiente Fiona Apple publicaba Tidal, tres años después Lauryn Hill lanzaba su disco solista. (Por acá, en español, hasta Shakira aportó lo suyo en cuanto a música confesional femenina con Dónde están los ladrones: Si te vas comparte el canon).
¿Por qué es difícil de explicar a las más jóvenes lo que significó Alanis para nosotras, las de 40 hacía arriba? Porque las cosas han cambiado lo suficiente para que no tengan que entenderlo, por lo menos en ese ámbito: el de decir lo que sentimos sin miedo a que nos anulen por nuestro género.
También porque es casi imposible transmitir la sensación de tener 12 años, abrir la caja dura plástica del CD, introducir el disco a la radio de tu pieza, cerrar los ojos y sentir que todos los pequeños incendios que asoman por tu cabeza encuentran la hoguera perfecta: no eres la única que se siente así, yo también.
Por siempre, Alanis.