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Reportajes

8 de Noviembre de 2008

La clase media cruje en Huechuraba

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Durante las últimas dos décadas cientos de parejas de profesionales emigraron a Huechuraba en busca de una vida con patio, piscina, quincho, sin delincuencia y con harta vida familiar. Hoy la crisis tiene a muchos hasta el cuello; la delincuencia les llega igual: y demasiados se sofocaron con tanta familia y han empezado a separarse. Querían la vida de barrio, como antes, y se mudaron con sus esperanzas, su clasismo, sus deudas. Y sobre todo, con sus miedos que, durante esta crisis sobrellevan en silencio, porque en Huechuraba tienes que estar bien, tienes que aparentar.

Por Verónica Torres Salazar • foto: Alejandro Olivares

Apenas Marcela Miranda se instaló en su nueva casa de Huechuraba, una amiga le hizo una advertencia sobre el colegio jesuita de la zona: “No te metai a la misa del San Francisco Javier porque ahí hay que ir de punta en blanco”. Marcela venía de Viña y se había comprado una casa de 52 millones en el Torreón del Carmen, un condominio que da a Pedro Fontova. Sobre la advertencia de su amiga, pensó “que resentida esta galla” y partió a misa con su marido. Entonces vio que todos estaban muy bien vestidos, como si el rebaño de Dios viniera llegando de una tienda de Dior. Y está segura que antes de entrar a la misa oyó a algunos hablar en inglés sobre viajes por Europa. Las mujeres, rubias de peluquería; los hombres, de apretada corbata de marca. Lo más impresionante ocurrió en la misa. “Cuando vino la paz, me dejaron con la mano estirada. Yo le dije a mi marido “¡qué onda! ¡Mira como nos tratan!” Él me decía “no pesquís”, pero yo me sentí mal y nunca más fui”.

Marcela es parte de la última oleada de parejas de profesionales jóvenes que llegó a Huechuraba buscando una vida con patio, piscina y quincho. Eran parejas con ingresos sobre los dos millones de pesos mensuales que, a comienzos de esta década, creyeron que Huechuraba era el lugar ideal para criar hijos en un ambiente seguro, con una vida de barrio, como la de antes.

Tal como relata Marcela, la llegada de estas familias fue resistida por otras, de más ingresos que ya estaban en la zona. Familias que habían llegado ahí cuando el proyecto urbanístico, liderado por la inmobiliaria Manquehue-Fernández Wood pretendía emular a La Dehesa, con casas de 500 mt2 por un precio que fluctuaba desde los 80 a 100 millones. Era la posibilidad de saltar de “cuico a terraniente”, bromea Juan Pablo Noguera, quien se instaló con su familia en El Carmen, el primer condominio de la calle de Pedro Fontova.

Para Noguera, hasta el ‘98, cuando comenzó la crisis asiática, la zona era un paraíso. “Había 10 condominios donde vivían los amigos y funcionaba el colegio San Francisco. Pero después empezó a chacrearse. Las casas bajaron de 500 a 200 mt2. Las propiedades empezaron a bajar de valor e, indudablemente, bajó la calidad de gente. El sector se popularizó. Empezó a llegar gente de La Reina, La Florida, Maipú…”

Fue entonces que llegó Marcela a Huechuraba. Pero ella tampoco encontró aquí lo que buscaba. Al frente de su casa, de calle La Viña, se instaló el colegio Montahue. Y a las horas peak, su jardín se llenó de autos. Más encima, por esa calle empezaron a pasar las micros. Cada vez entraba más gente al condominio. Hubo varios robos en las casas, incluida la de Marcela: se quedó sin anillo de matrimonio y sin cámara fotográfica.

Un vecino sobrevivió a 7 robos, sólo así se enteraron que su condominio no era, legalmente, un condominio, sino un conjunto de casas con un guardia que por la misma plata y con mala leche, sólo corría el cono para que pasara el auto.

Un día unos vecinos se pusieron a vender humitas en la entrada. No soportó más.

-Le decía a mi marido estoy apestá, quiero irme. Fuimos a Chicureo, pero estaba fuera de nuestro presupuesto. Allá pagábamos 9 mil uf más los cuidados del pasto- dice.

Finalmente, le dieron otra oportunidad a Huechuraba y se cambiaron a una casa cerca de El Carmen, a un condominio de verdad: con rejas y guardias atentos. Pero ahora que viven más seguros están hasta el cuello.

Pagan 750 mil pesos de dividendo. Y aunque ella montó una empresa para ofrecer nanas, el sueldo de su marido sigue siendo el único ingreso fijo.

-Si mi marido llega a quedar sin pega, ¿quién te va a arrendar una casa en 750 lucas? Y ahora con la crisis no cambiamos del fondo A al B. Nos metimos a ver nuestras cartolas y mi marido sacó la cuenta que con el solo porrazo de Estados Unidos perdimos como si en 2 años no hubiéramos cotizado. Lamentablemente, en este minuto nuestra prioridad es pagar el dividendo, la comida y ocupar el auto lo menos posible. Incluso dejé de tener nana y eso que tengo una empresa de nanas.

Hoy, Pedro Fontova es una larga calle que vive a medio construir. Se inicia en Vespucio Norte, donde está la población Villa Esperanza y se extiende una veintena de cuadras hasta llegar a la exclusiva zona de El Carmen. Entre medio se ha ido estableciendo una variada clase media que encuentra aquí casas desde 34 millones de pesos. Y hay más de 15 proyectos en construcción que llevan adelante inmobiliarias como Socovesa, Paz, Simonetti, Enaco, entre otras. Por eso, en los paraderos hay tantos maestros y nanas peruanas esperando micro. Para no toparse con ellos, algunos vecinos como Antonio Gil, prefieren irse en auto hasta el metro y arrendar un estacionamiento: “así te ahorras la B8, la B16 que son terroríficas: por los olores, ¡uf! La gente va depilándose las cejas. Es una cochinada”.

Lo mismo les pasa a muchos vecinos con el mall más cercano, el Plaza Norte. Aquél lugar está vetado sobre todo los fines de semana cuando llegan las familias de Conchalí, Independencia, Recoleta. “El mall de aquí no es el Parque Arauco- dice Gil: “es otra gente, otros colores, más morenito. Y en este Lider, según mi señora, los productos son distintos. No hay el papel higiénico que usamos en casa. Hay uno más lija”.

Tal vez por eso en Fontova hay varias oficinas de corretaje de propiedades. La gente está, constantemente, arrendando y vendiendo sus casas. Según informan los corredores, los motivos son tres: lo malo que está el ambiente, las separaciones, la economía. A quienes les va bien saltan de inmediato a una parcela en Chicureo. A los que no, siguen ahí resistiendo. También están los que no resisten las exigencias del lugar y tienen que devolverse a sus comunas.

Así las cosas, en Fontova se cruzan sin mezclarse los más variados especímenes. Al punto que la ex ministra Yasna Provoste era vecina de la nieta de Augusto Pinochet, Verónica Pinochet, la madre del bisnieto que el año pasado asaltó un servicentro en Huechuraba.

Las dos, eso sí, ya partieron y ahora quedan algunos empresarios coreanos de Patronato, la actual alcaldesa Carolina Plaza, el ex alcalde de Estación Central, Gustavo Hasbún, el actor Pato Torres, el futbolista Miguel Ponce y algunas ex bailarinas brasileñas de Mekano.

Por eso, Claudia Aguirre, corredora de Engel & Volkers, piensa que es mejor aprender a tolerar: “Puede ser que alguien coma con la boca abierta, pero también puede ser una súper buena persona. ¡¿Que te moleste que coma así?! Tal vez no se te va a quitar, pero no podís vivir en una burbuja. Porque el mundo no es una burbuja que te proteje de todo, al revés. Ojalá anduviéramos todos en yate, tomando champagne, comiendo caviar para que todo fuera bonito, bien estilo nazi. Pero la vida no es así, no se puede”.

CALZONES COLGADOS

Hace dos años, Beatriz López vive en un pent house de 207 mt2 que bien podría ser fotografiado para una revista. Está al final de la calle Pedro Fontova, a los pies del cerro. Y le ha dedicado meses de cuidadosa decoración. Pero no alcanza a ser perfecto. En las terrazas de sus vecinos hay calzones colgados y a mesas de taca-taca. En la noche el reggetón a todo volumen sube hasta su ventana. Y cuando sale al pasillo del edificio se encuentra con la caca de las mascotas, ahí, en las escaleras…

-Esas cosas molestan porque además los hijos de ellos juegan con tus hijos. Entonces, viene mi hija de 7 años con garabatos y yo “¡qué!…” La otra vez un niñito de 5 años estaba en la pieza jugando con mi hija y de repente veo que le pega un agarrón en sus partes íntimas y yo “¡qué!”.

Por eso, su ex marido -un empresario- se atacó del ambiente. Y se lo recriminó, hasta que se separaron hace 9 meses.

-Con mi ex pololeamos un mes y me quedé esperando guagüita- dice Beatriz: Estuvimos 8 años juntos y casi 2 años casados. Yo decía ¡qué hago! Porque para una mujer que no trabaja es súper fuerte. Muchas se preguntan “pucha, qué hago sin mi marido si estoy acostumbrada a un estándar de vida, a que me mantengan, qué hago con los niños”. Yo viví eso. Decía “me voy a quedar sin departamento”. Pero fui a averiguar a carabineros y me dijeron que nadie me puede sacar si tengo el departamento como bien familiar… Pero conozco casos en que el marido le ha arrendado las casas a la mujer…”

Según el estudio “Identidad y Condominios Urbanos en Huechuraba” realizado el 2004, muchos matrimonios jóvenes llegaron a Huechuraba buscando un barrio seguro, tranquilo, armónico, donde los padres podrían elevar volantines con sus hijos o salir al cerro y andar en moto. Las autoras de la investigación -Gladys Retamal y Francisca Pérez-afirman que al principio todo funcionó. Celebraban juntos el Año Nuevo, Halloween y el Mes de María. Todos eran muy católicos y tenían a sus hijos en el colegio jesuita San Francisco, lo cual reforzaba el concepto de familia. Frases como “en la medida que mis hijos crezcan sanos entrego mejores seres para este mundo” se repetían en el estudio y eso porque a través del colegio se apadrinaba a los más pobres. Las antropólogas recuerdan un proyecto en Villa Esperanza, una población cercana, donde familias de los condominios arreglaban 20 casas de la villa: les compraban materiales, les llevaban loza, comida y compartían en un evento donde un cura predicaba sobre los valores católicos.

Hoy, sin embargo, esa imagen está quebrada. Ya no sólo hay familias jóvenes sino que también mujeres separadas con sus hijos. Y algunos vecinos se quejan. Dicen que ellas viven enfrascadas en sus problemas “y le abren la puerta al niño para que no las fastidie”, como refunfuña Enrique Jiménez, un venezolano a quien un grupo de niños le lanzó huevos a la casa porque en Halloween no les tenía dulces.

Los ex maridos se van a los edificios que están ubicados en los sectores aledaños como los Bosques de la Pirámide y la Ciudad Empresarial. Así pueden llevar a los niños cada mañana al colegio. Esa es la rutina del corredor de propiedades, Patricio Medina, quien cree que las separaciones son más generacionales que de comuna.

-Tengo un montón de amigos que se han separado a la siga mía y otros antes. Es una cuestión que no la podís creer.

Para antropólogas, esta crisis familiar sí podría tener relación con el lugar: con la exaltación del gueto, “con el exceso de intimidad”- dice Francisca Pérez- “Porque viven en un mundo artificial. La realidad no es así. Tienen colegio, supermercado ahí mismo y su conexión con Santiago está dada por una carretera que te conecta con el Parque Arauco”.

EL MACHO DE HUECHURABA

Por lo general, las razones de los quiebres son privadas. Nadie se entera de las peleas previas y por eso Paula Núñez -directora del jardín Little Dreams- ha quedado en shock con estas noticias. Porque ve a los papás felices y unidos en los cumpleaños de sus hijos, asistiendo juntos a las reuniones. “Jamás te imaginai que pelean. Incluso ni siquiera ellos se lo esperan. Tengo un papá que me decía “nosotros peleamos una vez y chao, se acabó””.

Pero Andrés Villagra -profesor del gimnasio Sport Life-está al tanto de más detalles. Lleva seis años trabajando ahí y escucha las quejas de sus alumnas. “Aquí la mayoría de las mujeres no trabajan cuando al marido le va bien. Entonces ellos se dedican a la pura pega y cuando tienen un rato salen con los amigos a chupar”- dice Villagra y continua: “El macho de Huechuraba no está respondiendo y ellas se quejan que están “mal atendidas”.

Pese al sigilo, en los condominios todo se sabe. Muchas de las alumnas de Andrés, que no trabajan, después del gimnasio tienen la costumbre de ir a la Esso a fumar y tomar café. Y ahí sí que hay espacio para el cotilleo. Bien lo sabe Danae Gallardo, separada hace 2 años:

-Aquí hay que cuidar la imagen porque en el caso mío si yo no tuviera una buena imagen no podría llevar al cabro chico al colegio. Entonces hago lo que quiero, pero lo hago piola. Con mis amigas separadas imprimimos esos flyers de la discoteque OZ y entramos gratis. Lo pasamos súper bien, pero no podemos andar demasiado contentas porque empiezan “esta galla está metida en algo”. Olvídate la envidia. Porque tú miras la calle y están todas las mujeres amargadas esperando a los cabros chicos, avejentadas.

Al lado del supermercado Santa Isabel, está el “Tasty”: el único pub karaoke donde los adultos pueden tomarse un trago después del trabajo. Y según cuentan en el sector hay un dicho: “lo que pasa en el Tasty, se queda en el Tasty”. Algunos dicen que el lugar se presta para romances poco santos y por eso lo describen como “el hervidero de la infidelidad”. Rita Aguilar conoce esas historias. Vive en la Villa Esperanza y trabaja como nana en los condominios hace 9 años. Rita recuerda que tenía una patrona que recibía llamadas de un doctor que no era su marido. Y otra que salía a tomar copete con las amigas y cuando estaba entonada la llamaba muy amorosa para que se quedara hasta más tarde cuidando a los niños.

“Es cuática la vida de ellos” reflexiona Rita: “Porque se ponen un traje elegante: el hombre una corbata y la mujer una cartera bacán, se suben al auto y ya se creen los pulentos y yo digo ¿pa’ que se hacen los pulentos con una? Si nosotros sabimos que se gorrean, que toman copete. Si tienen más historias que una, pero ellos noooo… siempre tan ocultos, tan tapaditos”.

JAMÓN CONGELADO

Apenas se separó, Paulina Alarcón dejó su casa para cambiarse a un departamento dentro de Huechuraba. Así bajó los gastos: ya no tiene jardín, piscina ni perro. Su hija sigue en el mismo colegio -San Francisco Javier- que cobra alrededor de doscientos mil pesos, pero a la peluquería sólo va a cortarse el pelo. Se tiñe sola. La vida está muy cara y este invierno el gas le salió 113 mil pesos. Y eso que sólo tres personas ocupan la ducha (ella, su hija, la nana) y la calefacción por radiador se enciende desde las 6 de la tarde hasta las 11 porque “de ahí nos acostamos con guatero” dice.

Este año también subió la luz: gasta 23 lucas y no ocupa la secadora y anda apagando luces. “El próximo año voy a poner ampolleta por medio no me importa ná”, remata. Por supuesto el supermercado es un calvario.

-Antes, por 150 lucas yo iba al supermercado y llenaba la maleta del auto con bolsas. Había galletitas, bebidas, un whiskicito. Pero ahora, con las mismas 150 lucas no llenó la maleta. Y eso que no compro ni whisky ni yogur Soprole. Ahora compro los que cuestan 99 pesos. Tampoco compro jamón, compro mortadela. Y eso que antes en mi casa todas las semanas había jamón, pero ahora compro jamón rico y lo congeló sólo para el fin de semana.

Claudia Aguirre -amiga de Paulina- también está en el ahorro. Por eso se despidió de los palmitos y los choclos de cóctel para las ensaladas. Y hace tres semanas cuando los Lucky Light subieron a 1.400 tuvo que dejarlos por los Palms “yo fumo todos los días, pero cuando me dijeron que los Palms valían luca me gustaron al tiro. Y lo bueno es que nadie me pide”.

Para ellas, la crisis económica todavía no golpea a Huechuraba. Paulina dice que es cosa de ir al colegio San Francisco Javier y mirar los autos: hay camionetas grandes, BMW y “el más rasca es el mío” (una Pathfinder). Pero todos los meses el colegio les pide a los apoderados una colaboración para unas canastas familiares. El centro de padres se encarga de distribuirlas, pero nadie sabe para quiénes son.

Al igual que los problemas maritales, los económicos se guardan bajo siete llaves. Danae Gallardo conoce la historia de un tipo que se quedó sin pega y la familia se mudó de noche, sin despedirse de nadie, por la vergüenza de no poder pagar su casa de El Carmen. Incluso su propia vecina vivía miserias y ni siquiera lo sospechaba: ella sólo hablaba de sus millones, pero cuando la nana se fue a trabajar con Danae le contó que la vecina hacía sopa con los huesos que le compraba al perro. De ahí que cuando le preguntan donde vive Danae responde en Bilz y Pap: “Porque acá todo es lindo. A todos les va bien”, dice.

Danae se mofa de esas actitudes porque sabe que su casa será muy bonita, pero las cortinas igual se le están cayendo. Su ex marido-gerente de una empresa-le da una pensión para el colegio de los dos niños (400 mil pesos) y el dividendo (550 mil pesos) pero aún así ella está en Dicom: debe 10 millones y sus tarjetas de crédito y la visa están cortadas. Y para no pagar nana trabaja en Huechuraba. Danae calcula que si pagara un dividendo de 250 lucas y cambiara a sus hijos de colegio viviría más tranquila, pero su ex marido se opone:

-Como es gerente quiere que vean que a su familia la tiene bien. Pero es dificil mantener el estándar de vida al que están acostumbrados los niños. Los llevó a los cumpleaños, pero no le compró al amigo un regalo de cinco lucas. Ni cagando”.

Según Rita Aguilar son las nanas las que todavía tienen la manía de decirles “cuicos” a sus patrones. Porque para ella ya no quedan cuicos en Huechuraba. La mayoría vive a dieta obligada. Midiendo las cajas de leche para la semana. Algunos cierran con llave la despensa. “Y aparte tienen millones de deudas, dice Rita, con amenazas de embargo porque todo lo sacan a crédito. Tuve una patrona en Santa Rosa que iba a la Esso a echarle bencina al auto con 500 pesos”.

El ingreso mínimo de una familia que vive ahí debe estar entre los 2 y los 3 millones de pesos. Y por la lejanía es necesario tener dos autos. Eso sumado a la bencina, el gas, la luz, los colegios o universidades, la comida, la ropa y los lujos de cada cual, hacen que la gente está cada vez más estresada. Sobre todo en las mañanas, con el taco que se arma en Pedro Fontova: se demoran 45 minutos en salir a Américo Vespucio para enfilar a los trabajos. Y a las siete vuelven cansados y las tías de los jardines cuentan que les dicen -medio en serio, medio en broma-“ojalá la sala cuna estuviera abierta el fin de semana”.

Son demasiadas las exigencias y nadie puede reventar en público. Ni parecer débil. Una prueba está en el colegio Brunneweg que lleva dos años en Huechuraba. Tiene 53 alumnos que cursan hasta séptimo básico. Cuesta 110 mil pesos y es el más barato en comparación con los otros tres (San Francisco Javier, Pumahue y Montahue). Hace 29 años Ruth Lagos tiene el mismo colegio en Maipú. Pero el de allá es particular subvencionado. En Huechuraba también quería subvencionar el colegio. Pero al hacer una encuesta la mayoría dijo que “no” porque podrían llegar los niños de las poblaciones como La Pincoya que está detrás del cerro.

Sin embargo, apenas abrió varios llegaron preguntando si era subvencionado. Lo cual para Ruth no es más que otro contra sentido: “A los niños no les importa perder un lápiz porque el papá les compra dos. Pero cuando llegan los papás a mi oficina, es otra vida la que yo veo. Algunos ahora me están pidiendo beca, pero eso a los niños no se lo demuestran y el viernes tú ves como se ponen a conversar con los otros papás para organizar el asado de la noche. Viven una vida ficticia y no sé hasta cuándo van a ser capaces de mantenerla”.

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