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Opinión

24 de Julio de 2010

Gonzalo Contreras y las visitas a casa de Mariana Callejas y su marido: “Townley -ese conchatumadre- nos detestaba”

Catalina May
Catalina May
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POR CATALINA MAY • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES
Cuando estaba en 4º medio, Gonzalo Contreras asistió a talleres literarios en la casa de Mariana Callejas, hoy condenada por su participación en el asesinato de Prats y su esposa. En la misma casa en que Berríos fabricaba sus gases y en que torturaron y mataron a Carmelo Soria, él, sin sospechar nada, aprovechaba de comer churrascos mientras conversaban de literatura. Acá, Contreras rememora esos días y asegura que Callejas -“una escritora mediocre”- es indefendible y patético su final.
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¿Conociste a Mariana Callejas en el taller literario de Lafourcade?
-Sí. Él entonces era un personaje bastante llamativo, te estoy hablando del año 74, por ahí. Yo estaba en cuarto medio. Al taller se postulaba con obras y te daban una pequeña beca para el pasaje y los puchos. Dentro de los personajes estaba ella. También Carlos Franz. No podría asegurar que la Pía Barros. La Mariana era una mujer con mucho temperamento, con una personalidad muy fuerte y con una sensación de dominio muy fuerte. Destacaba por su forma de ser, porque discutía, por su desplante. Desplante del que yo, a mis 17 o 18 años, carecía del todo.

¿Por qué empezaste a ir a su casa?
-Ella inventó que este taller era insuficiente y nos invitó a hacer otro en su casa. Nosotros éramos pendejos y ella nos esperaba con unas bandejas de churrascos, cartones de cigarros, botellas de pisco. En cierto modo, ella había organizado el taller para ella misma, que era quien leía más y era más prolífica. Todas las clases ella tenía un texto, mientras a mí sacar un cuento me tomaba dos meses. Yo la respeté mucho al principio porque ella se ganó un premio en El Mercurio con un cuento que se llama “¿Conoce usted a Bobby Ackermann?”, que yo recuerdo bastante bueno.

LADO A Y LADO B

¿Cómo llegaban y se iban de su casa en Lo Curro? En esos años era muy lejos.
-Las reuniones eran en la tarde. Llegábamos con Franz en micro, nos bajábamos en un puente y nos iba a buscar Townley en un auto chico. Llegaba con una cara de culo que no te la explico. No abría la boca, ese conchatumadre. Yo sentía que nos detestaba y que este lado de ella él lo detestaba. Era un hueón tan hosco, tan poco expresivo… En la noche, antes del toque de queda, nos llevaba un empleado hasta la micro de vuelta.

¿Cuántas personas llegaban a estos talleres y quiénes eran? Se sabe que tú, Franz e Iturra, ¿pero quién más?
-Unas diez personas, pero nombrar a alguien es casi inculpatorio.

¿Por qué? ¿Te sientes culpable de haber estado ahí?
-Actualmente no. Siento que me hicieron hueón. Guardo hasta el día de hoy la impresión de una cierta traición de ella hacia mí. Por ahí pasó mucha gente, que rotaba, y que es lo que pasa en todos los talleres. Pero ella, de alguna forma, jugó con la buena fe nuestra. Yo no tenía ninguna razón para poner en duda el “lado A” de la Mariana sin conocer su “lado B”.

¿Cómo eran estas reuniones?
-El mozo distribuía los churrascos, los cigarros y el copete y ella leía. Y se comentaban los cuentos, tal como funcionan todos los talleres literarios. No conversábamos de nuestras cosas. De la vida de ella sabíamos un poco más: que había vivido en un kibutz, que luchó en Nueva York contra Vietnam y contra Nixon. Parecía una mujer como de izquierda incluso.

¿Tenía buena pinta? Se ve bien en las fotos.
-Fea no era, pero no era una mujer guapa. Se vestía horrible.

Has contado que ella era buena para armar rollos entre Franz y tú.
-Ella decía que Franz estaba en contra mía, que yo había dicho tal cosa, para que quedara la cagá entre Franz y yo. Pero ella era bastante mayor, tiene unos 25 años más que yo, y era la dueña del predio, digamos, y ejercía un cierto poder, en ese sentido. A mí eso me producía cierta irritación. Mis críticas hacia ella nunca fueron muy buenas. Ella no me decía nada, pero se quedaba con cara de palo, como diciendo “conchatumadre”. Pero en el fondo era bastante simpática y enigmática, entonces era muy difícil entrar en conflicto con ella.

¿Hay alguna escena que te resuene en la memoria hoy?
-Sí. La casa era de tres pisos, bajábamos en la noche y en el primer piso estaba Michael, con un destornillador y unas máquinas, unas hueaítas, unos alambritos. Y le pregunté un día a la Callejas qué hacía él. “Es electrónico”, me dijo. La relación entre ellos era pésima, no se hablaban.

¿Realmente nunca cachaste algo raro?
-Yo sentía algo extraño, porque la casa era muy rara. En el jardín había unas tortugas de piedra gigantescas, unos cactus, había algo raro en el paisaje. Pero uno podía creer que era gente un poco excéntrica en sus gustos y nada más. A mí lo que más me llamaba la atención era la relación entre Townley y ella, se llevaban como las huevas. Lo que sí puedo decir es que ella nunca me hizo ninguna insinuación de reclutarme para nada, porque no confiaba en estos pendejos.

PERSONAJE PSICÓTICO

Esto del taller en la casa de Mariana Callejas ha dado para mucha literatura. Bolaño, Lemebel, Carlos Iturra, entre otros, han escrito sobre eso. ¿Qué te han parecido esos textos?
-Lo de Bolaño es una mistificación absoluta. Se toma de una pequeña hilacha y lo convierte en un issue. Lo otro no lo he leído.

¿Por qué será que esto ha dado para tanta mistificación?
-Porque la escritura en Chile ha dado pocos personajes tan psicóticos como la Callejas: alguien que genuinamente es un escritor y al mismo tiempo es agente de los servicios de seguridad.

¿Qué historia que hayas escuchado sobre esos talleres te ha llamado más la atención?
-Es imposible que hayan matado al cura, o a Soria, mientras nosotros estábamos ahí. Quien dice eso es Bolaño. Habría que ser inmensamente huevón para haberlo hecho el mismo día en que había diez testigos. Es inconcebible. Ahora, de que los mataron ahí no tengo la menor duda. El cuento del gas sarín también me lo creo.

¿Cómo y cuándo cachaste lo que pasaba realmente en esa casa?
-Me enteré cuando un día, en 1978, en la primera página de El Mercurio, apareció la foto de Townley y Larios, con otros nombres. Yo llamé a Franz y le dije: “Ese hueón que está ahí, ¿es Townley o no?”, y él me dijo que sí. Y Lafourcade nos llamó el mismo día y nos dijo que no recibiéramos ningún tipo de llamado. Yo lo encontré una hueá absolutamente crazy. Ellos habían casado a una hija como un mes antes y habían puesto una nota en el mismo diario. No vivían escondidos.

¿Qué piensas de la Callejas hoy?
-Yo no soy un experto en psiquiatría y no sé cuál es el término, pero hay una disociación de la personalidad en ella que es absoluta. Ella tenía la facultad de vivir dos vidas totalmente distintas, paralelas y antagónicas, incluso. No se le notaba que estaba ocultando algo, era muy expansiva, te recibía muy bien y esa cosa autoritaria era muy filtrada. A mí me da mucha pena, porque lo está pasando pésimo, y merecidamente. Su final es patético. Es el tipo de persona que no tiene defensa ninguna.

¿Qué piensas de su condena final, sin siquiera pena de cárcel?
-Hay una cosa muy importante: lo que los franceses llaman cuando alguien pierde la honra. Está en su jurisprudencia que si sales a la calle, alguien te puede escupir. Creo que la pérdida de la honra es el peor castigo que puede recibir un ser humano.

Si tú te la encontraras en la calle hoy, ¿qué harías?
-Le diría que lo sé todo, no más.

“ESCRITORA DISCRETA”

¿Qué piensas de Callejas literariamente?
-Ella era una escritora, eso no se lo puedo quitar hoy que conozco todo, pero era una escritora discreta. A su prosa le faltaba brillo y mis críticas hacia ellas siempre fueron bastante duras. Yo era el díscolo y rebelde del grupo. Ella quedaba mosqueada.

En una entrevista publicada en Ciper, ella se queja de que no la publican.
-Yo creo que su obra no da para ser publicada, aunque no tuviera la historia que tiene. Una vez me mandó un libro de cuentos a España -no sé cómo se consiguió mi dirección-, lo ojeé, pero no me pareció nada importante. No creo que ella pueda refugiarse en su condición de paria para decir que no la publican.

¿Existe en Chile una literatura pinochetista o facha que te interese?
-Está Bruno Vidal, pero es un excéntrico más que un pinochetista. Rosasco es de derecha, pero escribe libros para jóvenes. Rescataría a Serrano.

¿En que estás trabajando ahora?
-En una novela que es una continuacion de “La ley natural”, con los mismos personajes. Porque esa novela termina con un final feliz y, por lo tanto, muy abierto. Entonces había que apretar algunas clavijas y eso estoy haciendo.

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