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Opinión

8 de Agosto de 2013

Antes del golpe

Pronto comenzarán las actividades, programas y publicaciones en torno a los 40 años del golpe. Es tan fuerte para nosotros la fecha 11 de septiembre, que cuesta pensar en un mes antes. Ya la conjura estaba lista. El golpe podía acontecer en cualquier momento. Allende, en un intento desesperado por detenerlo, hizo un cambio de […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Pronto comenzarán las actividades, programas y publicaciones en torno a los 40 años del golpe. Es tan fuerte para nosotros la fecha 11 de septiembre, que cuesta pensar en un mes antes. Ya la conjura estaba lista. El golpe podía acontecer en cualquier momento. Allende, en un intento desesperado por detenerlo, hizo un cambio de gabinete el 9 de agosto. Nombró a varios militares. Entonces dijo: “La nominación de un nuevo Gabinete siempre es un hecho importante. Hoy adquiere este acto una excepcional connotación. Es Chile el que está en peligro.

He venido denunciando reiteradamente, que la subversión ha estado caminando soterrada y cínicamente en nuestro país. Bastará recordar lo que hemos vivido en estos últimos días, y lo que estamos viviendo. Sabe Chile entero que en medio de este plan fascista, cayó ultimado el Comandante, Jefe de la Casa Militar, entrañable amigo, Capitán de Navío de la Armada Nacional Arturo Araya.” Fillol y Pato Cornejo eran los tenistas del momento. Por estos mismos días jugaron contra Perú. La Cámara de Diputados firmó el 2 de agosto un acuerdo sobre el “Grave Quebrantamiento del Orden Constitucional y Legal de la República”. Las dirigencias de izquierda discutían el número de regimientos leales a la Constitución que estarían dispuestos a defenderla.

Algunos militantes tenían armas. Fantaseaban con el momento de la revolución. Se produjo el paro de los camioneros. Bloquearon las carreteras. El clima era de máxima inquietud. “Ejército y Pueblo Somos Invencibles”, tituló El Clarín un poco antes. “Allende Ordena Robo de Fábricas”, decía SEPA. “El Golpe Está Vivo”, aseguraba en su tapa la revista HOY. Tribuna gritaba: “En su puro Tufo se afirma Allende. ¡Que renuncie!” Existía un ambiente de asamblea. Los sindicatos, las federaciones estudiantiles, los curas, las asociaciones gremiales, las juntas de vecinos, y hasta las prostitutas mientras realizaban sus faenas discutían acerca del futuro de Chile. Todo el mundo hablaba de política. La inflación estaba disparada.

El general Prats renunció a la comandancia de la Fuerzas Armadas el 23 de agosto, y lo sucedió Augusto Pinochet. Para el tercer aniversario del triunfo de la Unidad Popular, una muchedumbre que algunos estiman en más de 700 mil personas, caminó desesperanzada junto a La Moneda. “Un multitudinario desfile pasó frente a la tribuna, donde los dirigentes no pronunciaron ningún discurso, porque ya nada tenían que decir a las masas. Algunas obreras y obreros lloraban, otros marchaban cabizbajos, había pocos gritos y consignas. La clase obrera se sentía derrotada siete días antes del golpe”, escribió el periodista argentino Helios Prieto. La situación era insostenible, pero lo que vino después, pocos alcanzaban a imaginarlo. No se trató de la simple constatación de un fracaso, sino de una camotera dantesca. Pero no nos adelantemos. A esta hora, Víctor Jara todavía cantaba en la peñas y estaba por partir a Perú, al que sería su último concierto.

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