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Opinión

27 de Diciembre de 2013

Año electoral ¿año de ideas?

Las elecciones sirven para elegir un presidente o presidenta, y para que los países se piensen a sí mismos. Este año conseguimos lo primero. No está nada claro que hayamos conseguido lo segundo. El año electoral 2013 tuvo –por primera vez en la historia— primarias abiertas en las dos principales coaliciones, y nueve candidatos en […]

Andrés Velasco
Andrés Velasco
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Las elecciones sirven para elegir un presidente o presidenta, y para que los países se piensen a sí mismos. Este año conseguimos lo primero. No está nada claro que hayamos conseguido lo segundo. El año electoral 2013 tuvo –por primera vez en la historia— primarias abiertas en las dos principales coaliciones, y nueve candidatos en la primera vuelta de la elección general. Se dijeron muchas cosas. Pero la atención a varios de los desafíos más importantes que enfrenta Chile fue poca.

Valgan algunos ejemplos.

Chile tiene una política y una clase política crecientemente deslegitimada. Nunca en nuestra historia el Congreso, los partidos y sus líderes habían tenido tasas de aprobación de 20 por ciento o menos. El sistema electoral sigue limitando la competencia y subsidiando a algunos grupos políticos en desmedro de otros. El dinero ejerce un papel excesivo en las campañas, y el lobby distorsiona y empaña las decisiones legislativas.
¿Avanzó el debate nacional en estas materias? ¿Salimos de la elección con un claro compromiso de corregir estos problemas de larga data? Algunos dirán que el compromiso de una nueva Constitución así lo garantiza. Pero resulta –pequeño detalle— que ninguna de las normas pertinentes tiene rango constitucional. Hay que modificar leyes, y para eso es imprescindible un debate nacional que —increíble pero cierto— aún no comienza.

El sistema electoral que reemplace al binominal ¿va a ser mayoritario, proporcional o una mezcla? El nuevo sistema de financiamiento de las campañas ¿debe permitir las donaciones de las empresas o prohibirlas? ¿Va a existir el financiamiento público a los partidos políticos y a cambio de qué normas de democracia interna y transparencia? Nada de esto se debatió en la campaña.
Que la política sea devuelta a los ciudadanos significa que las decisiones representen los intereses de las mayorías y no de minorías con poder gremial o económico, o tampoco de minorías que gozan de un lugar privilegiado en el statu quo. Mejorar la política es distribuir de forma más igualitaria el poder. Estamos a años luz de lograrlo.

Hablemos un poco de empleo. El tema no está de moda, ya que en esta parte del ciclo económico la tasa nacional de cesantía es relativamente baja. Pero resulta que las mujeres y los jóvenes siguen siendo las principales víctimas de un mundo del trabajo que funciona mal. Apenas una de cada cinco mujeres de los estratos más pobres tiene un trabajo estable fuera del hogar. Hay casi un millón de jóvenes a los que algunos denominan ni-ni: ni trabajan ni estudian. Ahí están las raíces más profundas de la persistente desigualdad de Chile.

La presidenta electa prometió fortalecer la negociación colectiva. Pero una pobladora sin experiencia laboral y sin educación media completa tiene pocas perspectivas de empleo, y por lo tanto nulas probabilidades de beneficiarse de los frutos de esa negociación colectiva. Los partidos socialdemócratas de los países avanzados han promovido políticas activas del mercado laboral (subsidios, bolsas de empleo) para paliar estos problemas, pero ese enfoque no ha tenido eco en los partidos chilenos que dicen profesar ideas socialdemócratas. La candidata de la Alianza, por su parte, y al igual que cuando era ministra del Trabajo, prometió mejor capacitación. Pero ni entonces ni ahora le explicó al país cómo se garantiza el acceso a esa capacitación de calidad, quién la imparte, y quién la financia.

Un último ejemplo obvio: la energía. Junto con Brasil, Chile tiene la electricidad más cara de América del Sur. A los empresarios les gusta subrayar el impacto dañino que esto tiene –efectivamente—en la competitividad. Pero también es un tremendo lastre para los presupuestos familiares, de esos cientos de miles de familias que mes a mes pagan cuentas de la luz que ya son caras y, como van las cosas, serán cada año aún más caras.
¿Qué vamos a hacer al respecto? Terminada la campaña electoral, los chilenos y chilenas no tenemos la película más clara. ¿Seguirá estando vetado aprovechar los recursos hídricos? ¿Podremos llegar a generar con sol en el techo de nuestras casas? ¿Seguiremos siendo parias energéticos en una región en que todos los países tienen gas y petróleo, pero nadie parece dispuesto a vendernos nada? Quién sabe. Lo único que sabemos es que, si en los años venideros no llueve o no logramos un acceso mayor al gas natural importado, se nos cortará la luz.

Esta no es necesariamente una crítica a los gurúes programáticos de las campañas. Acaso las definiciones sobre algunos de estos temas estén enterradas en las profundidades de los programas presidenciales. Pero esos programas, con sus cientos de páginas (sí, cientos) de prosa densa, sólo son material de lectura para un puñado de iniciados.

En democracia, las prioridades maduran, los diagnósticos se afinan y las soluciones llegan cuando los asuntos de la república se debaten a la luz del sol o —lo que es equivalente en nuestra era— por la radio, la televisión y los medios digitales. En esta campaña, eso no ocurrió.
En la primaria algunos machacamos la necesidad de abordar reformas políticas, de encarar el desafío de la energía y de no olvidarnos del empleo. Pero en la cacofonía de la elección general, estos temas y otros –las regiones, los pueblos originarios, la discriminación, el medio ambiente, nuestra excesiva dependencia del cobre y los recursos naturales, el estancamiento de la productividad nacional— fueron cayendo por las rendijas de atención ciudadana.

Parte de la culpa la tuvo la escasez de debates entre los candidatos y el formato excesivamente rígido de esos pocos encuentros. Las cosas se debaten con entusiasmo en la casa o los pasillos de la oficina cuando los candidatos y las candidatas nos estimulan y entusiasman con sus propias discusiones. Y eso resulta difícil cuando los debates son entrevistas paralelas sujetas a un cúmulo de reglas bizantinas.

Alguien dirá que las campañas son para esbozar visiones del país, no para dar respuestas concretas a problemas específicos. Puede ser. Pero que algo sea de un cierto modo no significa que deba ser así. Los problemas de ilegitimidad de la política, de acceso inequitativo al empleo, de escasez energética, y tantos otros, no se resolverán solos. Los gobiernos de Chile que vengan tendrán que enfrentarlos. Cuando ello ocurra, lamentablemente, será sin el beneficio de una deliberación democrática previa.

*Andrés Velasco fue ministro de Hacienda de Michelle Bachelet y pre candidato presidencial a las primarias de la oposición.

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