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Cultura

23 de Julio de 2015

Las actas secretas del Plan Laboral de Pinochet

Hace tres años se liberaron las transcripciones de las sesiones secretas en que la Junta Militar discutió y aprobó su famoso Plan Laboral de 1979, diseñado en tiempo récord por un joven de 30 años llamado José Piñera. Dichas actas, no exentas de frases para el bronce por parte de los generales legisladores, revelan hasta qué punto el Plan estaba pensado para impedir que los trabajadores unieran fuerzas, y confirman que la cocina de la “revolución silenciosa” olía mucho más a política de lo que sus protagonistas parecen recordar. El Colectivo Zoológico estrena mañana en Matucana 100 una obra de teatro que recrea esos diálogos y aquí pasamos revista a los más indiscretos.

Por

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Para José Piñera, llegó el momento. Es el 25 de junio de 1979 y siendo las 16:30 hrs., comienza la primera Sesión Secreta Legislativa de la Honorable Junta de Gobierno que sellará la suerte de su Plan Laboral. El ministro del Trabajo tiene 30 años y la escena, como recordará en su libro “La revolución laboral en Chile”, le resulta imponente: “Gran sala del Edificio Diego Portales. Una mesa enorme, a uno de cuyos lados tomaban asiento los cuatro integrantes [de la Junta], siempre de uniforme. Al lado de ellos se ubicaban los miembros de la comisión conjunta separados por arma. Al otro lado, solitario, el ministro que presentaba el respectivo proyecto de ley, acompañado de uno o dos asesores, y el Secretario de Legislación que coordinaba la sesión”.

Piñera, en todo caso, llega confiado. Sabe que Pinochet está convencido del proyecto y estima que el trabajo técnico de su equipo –Hernán Büchi entre ellos– ha sido formidable. Así define la filosofía que lo ha guiado: “Nada de argumentos de autoridad o de razones tomadas de la escuela sentimental. Nada de lugares comunes. Nada de conformarnos con que las cosas son así porque siempre han sido así”. Como pocas veces en Chile, una revolución estaba en marcha.

Pero las sesiones de la Junta “no fueron precisamente apacibles”, recuerda Piñera, y de ello da cuenta el Acta 372-A desclasificada en 2012 por la Biblioteca del Congreso Nacional. Más de 300 páginas con las transcripciones literales de los cinco días de reuniones que cambiaron –¿para siempre?– las relaciones laborales en Chile, y que permiten espiar cómo legislaba la Junta, puertas adentro, las leyes que impusieron el modelo. Ya en las primeras páginas se lee este diálogo:

Pinochet: Pasamos los proyectos aquí y los problemas aparecen más tarde. Me confío en usted, ministro.
Piñera: El proyecto entero ha sido visto por una Comisión integrada con…
Pinochet: Ha pasado muchas veces. Allá es supervigilado, manejado, estructurado, todo lo que quiera. Al final, se aplica y aparecen unos errores tremendos.
Piñera: No, pero de todas maneras, para su tranquilidad, lo ha visto mucha gente.
Pinochet: Usted tiene la horca o la estatua…
Piñera: Muy bien.

Es justo decir que los cuatro generales –Pinochet, Merino, Matthei y Mendoza– demuestran en las actas haber acumulado una cierta expertise como legisladores, exceptuando quizás a Mendoza, cuya capacidad para interpretar cualquier asunto como un problema de orden público le impedía participar de otros debates más complejos.

También es llamativa la actitud de Pinochet, siempre hábil y pragmático, aunque de ánimo cambiante. Si de pronto exigía revisar con mayor rigor algún asunto, cinco minutos después se mosqueaba cuando alguien se daba vueltas en “exquisiteces”. Si a veces pedía la conformidad del resto para sellar un acuerdo, otras veces la daba por descontada con un impaciente “Aprobado” que obligaba a pasar al siguiente punto.

Pero el mayor valor documental de estas actas es revelar hasta qué punto el mundo del trabajo fue legislado –y en parte también diseñado– según criterios militares de seguridad nacional. Quienes celebran las decisiones económicas que ahí se tomaron, quizás preferirían no conocer algunos de los argumentos que las sustentaron. Por el lado contrario, la preocupación de la dictadura por su imagen internacional fue el principal aliado de los trabajadores ante medidas económicas que pudieron ser aún más duras. Expresiones como “justicia social”, en todo caso, no figuran en las 336 páginas de las actas.

PROHIBIR SIN PROHIBIR
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Dos de las innovaciones centrales del Plan Laboral fueron permitir la constitución de varios sindicatos en una misma empresa y prohibir que una misma negociación colectiva involucrara a trabajadores de empresas distintas. A lo primero se le llamó “libertad sindical” y a lo segundo “medidas anti monopolios sindicales”, aunque la pureza ideológica de tales consignas es refutada por el contenido de estas sesiones secretas, donde queda bastante claro que el objetivo prioritario era arrinconar a los “sindicatos comunistas” e impedir que distintos sindicatos pudieran unir fuerzas y transformarse en actores políticos.

El general Mendoza, por ejemplo, veía el siguiente peligro: “Imaginemos que se juntan nueve sindicatos, cinco de tendencia comunista y cuatro independientes. Los comunistas van a ser dirigidos por disposiciones que emanan directamente de Moscú o La Habana”. La respuesta del ministro Piñera es inequívoca: “En la forma que está concebido el esquema de huelga en el proyecto de negociación colectiva, con reemplazo de los sindicatos que se declaran en huelga, éstos se irían prontamente para afuera. Porque precisamente la idea de formar un sindicato comunista en este esquema, se traduce en un suicidio de los comunistas”.

¿Y si a los trabajadores se les ocurre formar confederaciones entre distintos sindicatos? El proyecto también ha previsto la forma de “pluralizar” al movimiento. En palabras de Piñera: “La idea de una organización puramente racional sería que un sindicato perteneciera a una federación, y la federación, a una confederación. Pero a nosotros no nos gusta este esquema, porque el esquema piramidal tiende a que las confederaciones se orienten en demasía a la actividad meramente política. (…) Y un poco el objetivo de este esquema, de todo el proyecto, es fortalecer el sindicato de base que realmente defienda al trabajador, y debilitar cualquier organización de cúpula (…) de manera que no haya una central única de trabajadores”.

Para ello se ingenió una trama compleja: que la confederación dependiera de los sindicatos de base y no de las federaciones, duplicando su función con estas últimas. Consultado sobre qué sentido tenía entonces permitir las confederaciones, el ministro era honesto: “Lo que sucede es que están aceptadas en todas partes del mundo y, a nuestro juicio, generaría un costo político bastante grande el prohibir las confederaciones. (…) En el fondo, estamos debilitando muy fuertemente a la confederación, pero a través de un mecanismo democrático, llamémoslo, que tiene una aceptación interna y externa muy buena, y estamos cumpliendo el mismo fin que con la prohibición, casi. Esa es un poco la finalidad”. Pinochet capta la idea: “Suprimir cuesta muy caro en el aspecto político. No hay que suprimir, por lo tanto; hay que buscar la forma de reducir”.

Otra medida de efectos bien calculados fue disponer que las elecciones de sindicatos se hicieran de manera escalonada a lo largo del año. Siguiendo a Piñera, este era el cálculo: “Esto tiene la virtud de que de esa manera no vamos a tener un día de elecciones, sino que continuamente a través del año, digamos sin mucha claridad para la opinión pública, van a estar produciéndose renovaciones de directores”. Pero este truco, como aclaraba el ministro, no conjuraba todos los peligros: “Queda abierta la posibilidad de que un comunista sea elegido presidente sindical y no tengamos un mecanismo para objetar eso”.

LOS ROMPEHUELGAS
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Uno de los debates más álgidos, y muy relacionado con la actual discusión por la reforma laboral de Bachelet, se produjo al momento de votar el artículo que permitía el reemplazo de trabajadores durante la huelga.

Tengamos en cuenta que no se estaba validando el derecho a huelga por considerarlo precisamente un derecho. Sigamos a Piñera: “Prohibir la huelga, que era un poco lo que se había pensado inicialmente, no sólo tiene un problema internacional, sino también uno interno muy grande (…) sería no darle salida a una presión, con un efecto en términos de orden público a mi juicio inmensamente mayor”.

Por su parte, el general César Mendoza entregaba estas definiciones doctrinarias de antología: “Personalmente, soy enemigo de las huelgas por estimar que ellas no deberían existir a esta altura de la evolución de la sociedad. Sería lo mismo si ahora hubiera, por ejemplo, malones, o que por dificultades que hubiera entre la Municipalidad de La Reina y la de Las Condes éstas se pudieran declarar la guerra. Sería inconcebible. Sin embargo, aquello era perfectamente lícito y normal en tiempos de los araucanos. A fines del siglo pasado y comienzos del presente la huelga era muy lícita por razones que todos conocemos, pero ahora mi opinión personal es que es innecesaria (…) Pero como esto no lo aceptan los organismos internacionales, entonces establezcamos el derecho a huelga como es tradicional, pero modifiquemos el procedimiento, la reglamentación…”.

Para cerrar este acápite teórico, el ministro de Hacienda, Sergio de Castro, aportaba los conocimientos más actualizados de la academia: “Se ha llegado a un consenso entre los tratadistas laborales en que la huelga es perniciosa para la sociedad, y se acepta como un hecho más que como un derecho. Pero, aceptado el hecho, entonces generemos otros hechos que permitan que las dos partes lleguen a un acuerdo”. Así las cosas, el reemplazo durante la huelga se volvía “uno de los conceptos quizás vitales del Plan Laboral”.

Nicolás Espinoza es uno de los directores de “No tenemos que sacrificarnos por los que vengan después”, la obra de teatro que ha llevado estos diálogos a las tablas. Para Espinoza, el debate sobre este punto es revelador. “Desde la perspectiva de hoy uno tiende a naturalizar algunas cosas, pero son bien sorprendentes. Sergio de Castro dice que hay que permitir el reemplazo durante las huelgas porque eso es dejar operar al mercado: el empresario ofrece 100, los trabajadores piden 120, se llega a la huelga, y si el empresario sale a buscar trabajadores y no consigue por 100 ni por 120, bueno, ahí el mercado le está dando una señal y él le va a dar la razón al sindicato. Todos sabemos que en la práctica no opera así”.

Lo curioso es que fue el propio Pinochet quien corrigió a De Castro: “Eso es en teoría. En Chile de repente surgen 40 maestros chasquillas que arreglan y le hacen a todo. De esa manera, bajaría entonces a 80 la cotización”.

Derrotados por su jefe en el campo económico, De Castro y Piñera debieron ganar el debate con argumentos de seguridad nacional. Claro que los militares, por idénticas razones, les llevaban la contra. El capitán de navío Mario Duvauchelle se pasaba esta película de terror: “Rompehuelgas funcionando; trabajadores en huelga; conflictos a la entrada; problemas de orden público detrás; Carabineros a la calle, conflicto mayor; Fuerzas Armadas a la calle, Fuerzas Armadas que no tienen conocimiento de represión de desórdenes, sino que tienen otra misión: la misión de la guerra”. “Veo el peligro clarísimo”, agregaba el general Mendoza.

Pero a choro, choro y medio. Piñera responde que sin rompehuelgas “van a empezar a quebrar las empresas, y también se originarán problemas de orden público cuando éstas quiebren y los trabajadores salgan a la calle”. De Castro le cubre las espaldas ante la sugerencia de optar por una redacción ambigua: “Ante la vaguedad, van a surgir opiniones de que algo se puede, otros dirán que no se puede hacer, y ahí sí que tendrán que intervenir las Fuerzas Armadas”. “Bueno, aceptemos la cosa”, concluye Pinochet.

El otro límite que contempló el Plan para la huelgas fue limitar a 60 días su duración máxima. “Internacionalmente, el único pecadillo que tenemos son los 60 días”, reconocía Piñera, redimiendo el pecado con un perfecto resumen de su teología laboral: “Este argumento nadie puede discutirlo de buena fe, porque es un argumento para detener la huelga política. Y desde el punto de vista de los consumidores también es un argumento que se va a dar bien: bueno, esta gente tiene 60 días para discutir de esta manera barbárica sus diferencias, pero no le aceptamos que siga provocando un daño a la sociedad”.

EL TEATRO DE LA JUNTA
Los integrantes del Colectivo Zoológico trabajan juntos hace tres años y “No tenemos que sacrificarnos por los que vendrán” será su tercera obra. El título corresponde a una frase textual de Pinochet durante las sesiones secretas, cuando se declaró contrario a asumir los costos de incorporar a los mineros del cobre al nuevo Plan: “¡Aquí, nosotros nos estamos llevando todos los bultos, y los otros después van a recibir la Casa de Moneda completa, limpia y con las llaves en las manos! Dejémosles algunos problemas a los demás”, agregaba. A la larga, primó la idea de incorporar a los mineros aprovechando que estaban asustados, pero dándoles un reajuste salarial para distraerlos del problema o, en palabras de Pinochet, “mezclándoles con chocolate el bacalao”.

Nicolás Espinoza, codirector de la obra, cuenta que eligieron distintos pasajes de las actas y las llevaron a escena con sátira y humor negro, pero también realismo: “Lo que intentamos con esta obra es, en vez de representar la marginalidad, mostrar cómo el poder opera para que finalmente la marginalidad aparezca. En este texto se expresa cómo en cinco días de reuniones diseñaron 40 años de historia de un país. Cómo José Piñera, un joven de 30 años, llega de Estados Unidos con esta súper idea y se convence a estos generales de liberalizar todo el mundo del trabajo. Y de ahí nace el Chile de hoy”.

Contactamos a José Piñera vía email con el objeto de pedirle algunas apreciaciones sobre aquellas sesiones legislativas. Por toda respuesta nos copió un link a su libro “La revolución laboral en Chile”, seguido de esta frase: “Saludos desde Shanghai”.
NO TENEMOS QUE SACRIFICARNOS
POR LOS QUE VENDRÁN
Colectivo Zoológico
Matucana 100 – Espacio Patricio Bunster. Jueves a sábado 20.30 hrs.; domingo 20.00 hrs. $5.000 general, $3.000 est. y tercera edad, $2.000 jueves populares. Hasta el 09 de agosto.

Ellos lo dijeron

A. Pinochet:
“Aquí la cosa es muy clara: este Gobierno es de autoridad y de fuerza, con todas sus letras, y díganselos a los señores civiles para que lo sepan”.

J.T. Merino, sobre los sindicatos de la construcción:
“¿Quién, dónde, cuándo y cómo le van a recibir la cuota a estos trabajadores, que son la gente más desordenada del mundo? Es una gente que vive en cualquier parte, que nadie la encuentra”.

F. Matthei, estratega:
“En este momento en que queremos incluir en nuestra política a grupos grandes de personas que no están acostumbradas a esta manera de pensar y a esta forma de ver las cosas, creo que lo más prudente, y es lo que haría un General, un estratega, sería dividirlos y batirlos por grupos”.

A. Pinochet, sobre la ANEF:
“Los funcionarios públicos no tienen por qué elegir a nadie. Ellos se rigen por una disciplina y por la cadena de mando. Y si no, pueden buscar trabajo en otra parte”.

J.T. Merino, sobre la posibilidad de que los mineros del cobre quisieran regirse por el Plan Laboral:
“Eso lo creería de gente nuestra, que está habituada a trabajar derecho, pero de esta otra gente jamás, lo último, nunca, por ningún motivo. Si hubiera hecho el Servicio Militar y hubieran sido conscriptos durante cinco años tal vez les creería, pero antes no, a éstos no, nada, lo peor”.

A. Pinochet, sobre los trabajadores del cobre:
“Recuerden que son muy hábiles. ¡Son maestros de maestros!”
Y sobre los señores políticos:
“Buscan veinte mil artimañas. Son muy diablitos. Nosotros somos chiquillos de mamadera todavía”.

C. Mendoza, indignado porque un artículo dice “Autorízase al Presidente…”:
“Considero más adecuado consignar ‘Facúltase’. ¡Como se le va a dar permiso al Primer Mandatario!”.

A. Pinochet:
“Sin pretender ser un Andrés Bello, creo que en el inciso segundo del artículo 26 debe decir ‘responderá’, en lugar de ‘deberá dar respuesta’”.

J.T. Merino:
“De todas las leyes que hemos aprobado y estudiado esta semana, la única que ha tenido meditación y tiempo ha sido la modificación del decreto ley 211 (…) mientras que el Ministro nos ha hecho llegar unas leyes a última hora que hemos leído después de medianoche, cuando los ojos ya estaban bastante cansados. Bueno, ya que es esta ley, dejémosla”.

A. Pinochet:
“Por lo demás, nosotros siempre hemos fijado metas y no plazos”.

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