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Opinión

27 de Julio de 2015

Columnas: Dobles militancias

Desde fines del año pasado estamos viviendo una revolución de la transparencia. Ya no solo debemos tener en cuenta los límites legales de cada situación que enfrentamos: también los umbrales éticos y morales han tomado el sitial que les corresponde. Bien que así sea y ojalá esto no permee solo a los funcionarios públicos, sino […]

Abogado del Diablo
Abogado del Diablo
Por

Davor Harasic

Desde fines del año pasado estamos viviendo una revolución de la transparencia. Ya no solo debemos tener en cuenta los límites legales de cada situación que enfrentamos: también los umbrales éticos y morales han tomado el sitial que les corresponde. Bien que así sea y ojalá esto no permee solo a los funcionarios públicos, sino a todos los ciudadanos en su quehacer diario. Si todos practicamos lo que con tanta devoción estamos exigiendo, también deberíamos pagar el Transantiago y dejar de pedir facturas en el supermercado.

Por lo mismo me sorprendo cuando leo, en el diario La Tercera durante el fin de semana pasado, que el flamante decano de la Facultad de Derecho de la U. de Chile, señor Davor Harasic, critica la labor de la Fiscalía Nacional. El decanato de tan ilustre facultad es un cargo ambicionado por todo abogado que se precie de ser un excelente académico y profesional, y que tenga pretensiones de influencia en el mundo político. Eso lo convierte en una voz más que autorizada para opinar de estos temas… pero otra cosa es que lo haga siendo a la vez oponente de la Fiscalía. Y es un hecho quizás desconocido para algunos, pero no para todos, que el decano Harasic es también abogado defensor de los dos principales imputados del caso Penta.

No por nada la Comisión Engel estimó prudente establecer ciertas incompatibilidades legales, como por ejemplo, que un parlamentario no pueda ejercer la profesión de abogado. ¿Se imaginan a un senador alegando una causa ante la Corte Suprema? No sería recomendable someter a nuestros jueces a una situación semejante.

El caso del decano es aún peor, ya que su cargo lo convierte en funcionario público. En consecuencia, queda obligado por la Ley de Bases de Administración del Estado a regir su actuar por los principios de objetividad e imparcialidad, resultando obvio que aquello es imposible en lo que dice relación a la Fiscalía si es un permanente contradictor de la misma. Para algunos no ha pasado desapercibido el bajo perfil que ha tratado de mantener en este caso, ni ha dejado de extrañarnos su voluntad de ceder el estrellato a su socio Julián López. Se comprende que al menos una razón, para quien ha sido presidente del Capítulo Chileno de Transparencia Internacional y ahora decano de la facultad de Derecho más importante del país, es no querer ser relacionado con uno de los casos más bullados de la historia delictual económica de Chile, y así poder seguir teniendo doble militancia: ejercer la profesión cobrando importantes honorarios y opinar libremente sobre cualquier tema aunque esté relacionado con su actividad profesional particular.
Es aquí donde la prudencia que imponen los nuevos aires de transparencia –mientras la ley no la convierta en una incompatibilidad legal–, debió hacer que el señor Harasic se cuestionara postular a ser decano, pues supongo que dejar el ejercicio de la profesión sería impensable para él. No estamos criticando –que quede muy claro– al abogado Harasic solo por sus opiniones en los medios, sino que por mantener un cargo de relevancia nacional, que exige una independencia que prestigie su ejercicio, mientras defiende causas particulares, confundiendo a la opinión pública. Esta no es la misma situación, pero sí parecida, a la que mantuvo durante algún tiempo en “Tolerancia 0” el periodista Fernando Paulsen, con su trabajo como consultor del estudio de abogados de Juan Pablo Hermosilla, hoy abogado regalón de La Moneda. En tal situación, ¿cómo podíamos estar seguros de las motivaciones detrás de los interrogatorios o interminables intervenciones del periodista?
Estoy cierto de que los antes mencionados tomarían esta opinión por un ultraje a su honor e impecable trayectoria. Pero es insostenible que se nos siga pidiendo creer, como si de religión estuviéramos hablando, en las intachables conductas anteriores, habiendo quedado demostrado que los aviones se caen y los transatlánticos se hunden. Mucho mejor es atenerse, por cierto a la ley, pero además a la prudencia y la transparencia. Que los actos de cada uno hablen por sí solos.

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