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23 de Noviembre de 2008

Revista H: Instrucciones a los sirvientes, de Jonathan Swift

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“Instrucciones a los sirvientes puede leerse como un documento clave en la larga, cómica y ladina historia de irreverencia irlandesa en que están incluidos Sterne y Sheridan y Wilde, Joyce y Beckett y Flann O’Brien. Esta tradición no se apoya en la originalidad del argumento ni tampoco en la calidad del ingenio, sino en lo lejos que el creador está dispuesto a llegar para neutralizar la monotonía de un libro de instrucciones, por ejemplo, o lo previsible de un día cotidiano, mediante la pura energía de las frases en su estructura dinámica y su tono, la calidad de la observación de las cosas pequeñas, la descarada elección de detalles”.

Colm Tóibín, prólogo a Instrucciones a los sirvientes.

Cuando tu amo o tu señora llamen a un sirviente por su nombre, si ese sirviente no se halla presente, ninguno de vosotros ha de responder, pues entonces vuestras cargas no tendrán fin, y los propios amos reconocen que es suficiente con que cada sirviente acuda cuando es llamado.

Cuando hayas cometido una falta, muéstrate siempre insolente y descarado, y compórtate como si fueras la persona agraviada; eso minará de inmediato la moral de tu amo o señora.

Si ves que otro sirviente causa un mal a tu amo, no dejes de ocultarlo, no vaya a ser que te acusen de chivato. No obstante, existe una excepción en el caso de un sirviente favorito, que es merecidamente odiado por toda la familia, al que la prudencia obliga, por tanto, a atribuir todas las faltas que pueda al favorito.

La cocinera, el mayordomo, el mozo de cuadra, el criado que va al mercado, y todos los demás sirvientes que participan en los gastos de la familia deben actuar como si todo el patrimonio de su amo tuviera que dedicarse al ámbito particular de ese sirviente. Por ejemplo, si la cocinera calcula que el patrimonio de su amo asciende a mil libras al año, llega a la razonable conclusión de que con mil libras al año se puede comprar carne suficiente y que, por tanto, no tiene por qué ahorrar; el mayordomo realiza la misma estimación, y también el mozo de cuadra y el cochero, y así lo gastaréis todo mientras honráis a vuestro amo. (…)

No es infrecuente que los sirvientes que salen a hacer recados pasen fuera un tiempo algo superior de lo que el recado exige, quizás dos, cuatro, seis u ocho horas, o una menudencia semejante, pues no cabe duda de que la tentación era grande, y la carne no siempre puede resistir. Cuando vuelves, el amo monta en cólera, la señora riñe, y a continuación vienen el desahucio, los porrazos y el despido. Pero aquí debes contar con una serie de excusas, suficientes para servir en cualquier ocasión: por ejemplo, tu tío ha llegado esa mañana a la ciudad después de recorrer ochenta millas con el propósito de verte, y vuelve a marcharse al alba del día siguiente; otro sirviente, a quien habías prestado dinero cuando no servía en una casa, iba a huir a Irlanda; te estabas despidiendo de otro compañero, que tomaba el barco para las Barbados; tu padre te había mandado una vaca vieja para que la vendieras, y no pudiste encontrar un mercader hasta las nueve de la noche; te estabas despidiendo de un querido primo al que iban a ahorcar al sábado siguiente; te has torcido un pie al tropezarte con una piedra, y te has visto obligado a quedarte tres horas en una tienda antes de poder dar un paso; te han tirado inmundicias por la ventana de una buhardilla, y te avergonzaba ir a casa antes de lavarte y de que el olor se disipara; te iban a alistar en la Marina, y te han llevado ante un juez de paz que te ha retenido tres horas antes de examinarte, y te has zafado con grandes dificultades; un alguacil, por error, te ha tomado por un deudor y te ha detenido, y te ha encerrado toda la tarde en una cárcel para morosos; te habían informado de que tu amo había ido a una taberna , y que le había ocurrido un percance, y tu congoja era tan grande que has buscado a Su Señoría en cien tabernas entre Pall Mall y Temple Bar. (…)

Ni se te ocurra mover un dedo para cualquier labor que no sea aquella para la que has sido específicamente contratado. Por ejemplo, si el mozo de cuadra se encuentra borracho o ausente, y al mayordomo le ordenan que cierre la puerta del establo, la respuesta es fácil: “Le ruego me excuse, Excelencia, yo no entiendo de caballos”; si a una esquina del tapiz le hace falta un clavo para sujetarla, y al lacayo le piden que lo clave, puede decir que él no entiende de esas tareas, pero que Su Excelencia puede llamar al tapicero.

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