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Cultura

27 de Diciembre de 2008

El Mozart chileno de la silla de ruedas

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El 12 de diciembre recién pasado se cumplieron 50 años de la muerte de Roberto Falabella Correa. Aquejado de una infrecuente especie de cuadraplejia (Mal de Little) y nieto del millonario comerciante fundador de Falabella, vivió 32 años y fue campeón de ajedrez, activo militante comunista, hincha ejemplar de Audax Italiano y poeta. Se casó con su enfermera, tuvo dos hijas y compuso 61 obras que aún hoy se interpretan frecuentemente y lo tienen situado como uno de los compositores más originales y misteriosos en la historia de la música nacional: el Mozart chileno.

Por Juan Pablo Abalo Fotos: gentIleza de Florencia Falabella

“A pesar de las dificultades obvias, soy una persona más feliz”. Robert Wyatt (2007)

Una noche en Santiago a principios de los años 50, siendo Gabriel González Videla el presidente de Chile, un grupo de hombres con tenida militar entra, saltando las paredes y gritando fuerte, a la casa del joven compositor y activo militante del Partido Comunista, Roberto Falabella Correa. Frente al inesperado y violento allanamiento, Falabella, desde su silla de ruedas y sin poder moverse en lo más mínimo, piensa el mejor modo de proteger a su mujer, Olga, y a sus dos hijas, Florencia y Ximena, y salir bien parado de la angustiante situación. Pero para su bien -y el de la música chilena-, no se trataba de un allanamiento real ni nada parecido, sino de una broma de dudoso gusto que algunos de sus amigos le prepararon al músico, conocido defensor de las igualdades y libertades humanas.

EL MAL DE LITTLE

Para Roberto Falabella, la vida fue difícil desde la partida. Nació en Santiago, en 1926, con un extraño y poco frecuente mal, la enfermedad de Little, irremediable parálisis caracterizada por la pérdida del control muscular y de la coordinación de los movimientos y que complica y hace casi intraducible el habla. Contra todo pronóstico, Falabella se enfrentó a la adversidad y está hoy considerado como uno de los compositores chilenos más valiosos, por el trabajo que realizó, desde la música docta, con el folclor nacional y americano.

La historia de Roberto Falabella está exenta de cualquier tipo de penurias económicas; al contrario, provenía de una familia muy acaudalada, pues su abuelo, el conocido comerciante napolitano Salvatore Falabella, fundó la sastrería Falabella, y su padre, Roberto Falabella Finizzio, prosiguió con gran éxito en el negocio, mismo negocio que hoy, aunque en otras manos, es grito y plata.

Esta situación de bienestar facilitó enormemente las cosas para el inmovilizado Roberto Falabella. Su padre, con quien tenía mayor cercanía que con su madre, construyó una mansión en el balneario de Las Cruces, en la Quinta Región, para uso exclusivo suyo,y le mantuvo una pensión en dinero que le permitió dedicarse a tiempo completo a la composición, la cual ejerció con ayuda de sus dos secretarios, Eduardo Moubarak -quien después de dejar sus estudios de ingeniería química llegó a Falabella buscando trabajo para financiar sus propios estudios musicales- y Raúl Rivera Vargas.

Más tarde, cuando murió su padre -el 19 de abril de 1951-, Roberto Falabella recibió una herencia con la que mantuvo a su propia familia y llevó una vida como la de cualquier mortal, pero más productiva.

¡QUÉ DIRÍA DON FRANCISCO!

De niño, probablemente para paliar las extremas limitaciones físicas que le aquejaban, Falabella desarrolló una notable capacidad intelectual y su familia se encargó de que la desplegara plenamente. Desarrolló una especial manera de hablar y una prodigiosa memoria, y permanentemente leía libros con ayuda de quien estuviese cuidándolo (generalmente institutrices y profesoras privadas). Los primeros conocimientos musicales, por su parte, Falabella los adquirió gracias a los estudios particulares que estuvieron a cargo de las músicas Berta Platón y Lucía Céspedes. Además, sus padres le agenciaban una enorme cantidad de discos traídos de sus viajes por el mundo y por Chile mismo: La Tirana, Webern, música altiplánica, Stravinski, etc., discos que Falabella escuchaba con pasión sentado en su silla eterna.

Así, después de una infancia de la cual hoy se sabe poco más de lo ya dicho, su espíritu fue inclinándose hacia las humanidades, desarrollando un marcado interés social y un firme espíritu de justicia. Por ello es que, pasados sus veinte años, redactó -siempre con la ayuda de sus secretarios o asistentes-sesudos ensayos tales como “¿Es pobre nuestro folklore?” o “Problemas estilísticos del joven compositor en América y en Chile”, que alude a los vínculos ineludibles que se dan entre arte, política y sociedad, y a la necesidad de alimentar la mal llamada música docta latinoamericana desde su folclor y no tanto desde la exclusiva importación de técnicas y moldes provenientes de Europa: “No se ve la razón por la cual el folklore no puede tener las mismas posibilidades de resultados inéditos que las otras tendencias denominadas como las más avanzadas. Por mi parte prefiero buscar originalidad (aunque ésta es siempre relativa) en el folklore chileno, que en último término es impersonal, a lanzarme tras la huella de Webern o Boulez”.

ODAS Y ALFILES

En el afán de pasar por alto sus limitaciones, y probablemente acicateado por su amistad con Neruda y otros poetas, Falabella se aventuró también en la poesía, aunque en sus resultados no tuvo la misma suerte que en sus composiciones musicales. Falabella escribió un libro llamado “Tres poemas de año nuevo”, que muestra facetas de su ánimo, que para afuera se evidenciaba alegre, entusiasta y humorístico, pero que en el fondo era alicaído y propenso a las depresiones: “Túneles llenos / de estacas negras… / Niños / que preguntan / por qué nos abrazamos, / mujeres / que lloran suavemente. / Hombres esperanzados / y yo / estrechándolos a todos / con mis ojos”.

Gracias al ejercicio de la lectura fue que Falabella aprendió a jugar al ajedrez, pues tenía de cabecera un manual de ajedrecista: ganó de adolescente un buen número de campeonatos y, años después, se coronó campeón del conocido Torneo de Ajedrez de Ñuñoa.

Sin dejar la lectura ni el ajedrez, Falabella comenzó a estudiar con profesores de música de lujo: Alfonso Letelier, quien lo ayudó en el aprendizaje y dominio de la armonía; y Gustavo Becerra, quien inyectó en su oficio la particular inventiva que el músico desarrolló para resolver problemas de orden musical como quien resuelve, justamente, problemas de ajedrez.

AÑO 1950

Pasan los años y 1950 es un año que se marca a fuego en la vida de Falabella; compuso sus dos primeras obras, que son para piano y que dan claras luces de lo que será su estilo futuro: “Coral con variaciones” y “Preludios enlazados”. Y, como si se tratara de una historia de José Donoso, contrajo matrimonio con quien trabajara por años como su enfermera, Olga Díaz Blanc, que también fue una incondicional anotadora de su música. Al poco tiempo, fruto del amor y como una nueva demostración de su capacidad de sobreponerse a las limitaciones del mal de Little, Falabella y Olga tuvieron dos hijas: Ximena (1951) y Florencia (1952). The Clinic conversó con Florencia, filósofa, quien recuerda a su padre en estos términos: “Él hacía cosas muy importantes. En una oportunidad, de niña, me tocó acompañarlo al ensayo de los “Los estudios emocionales” que dirigió Víctor Terah; cuando le decían maestro, para mí era lo máximo. Se constituyó para mí como un genio, pero eso es subjetivo, porque es mío, mi padre”.

Otra cosa que recuerda Florencia es la cantidad de gente que pasaba por la casa de su padre: “mucha gente que lo quería mucho”. En efecto, la casa de Roberto Falabella era de ésas que resultan acogedoras para los amigos y también para los amigos de los amigos. Una casa abierta en la que abundaban las bromas, las tertulias, las improvisadas peñas musicales y las reuniones para desplegar toda clase de ideas políticas y artísticas. Bulla incontrolable y nubes de humo que se paseaban de puerta a puerta y que, muchas veces, terminaban resultando extenuantes a su mujer e hijas, e incluso al propio Roberto, quien a duras penas y haciendo grandes esfuerzos le seguía el amén a los incansables parroquianos que cacareaban durante toda la noche. Por ahí pasó toda clase de camaradas de partido, músicos como Sergio Ortega, quien posteriormente se transformó en alumno de Falabella, o la mismísima Violeta Parra, por quien Falabella sentía una enorme admiración. Violeta en una de sus visitas le dedicó y cantó con especial cariño a Falabella su “Casamiento de Negros”. “Fue intimidante”, recuerda su hija Florencia.

EL CLUB DE FÚTBOL

Tras la bromita del allanamiento de sus amigos, y en vistas a la persecución que González Videla comenzaba a realizar contra los comunistas, Falabella ideó una estrategia para prevenir allanamientos reales. Esto lo recuerda el compositor Fernando García, quien dice que la idea de Falabella era simple y, a la vez, fantástica: para evitar cualquier tipo de sospecha sobre estas reuniones, habían acordado que la versión oficial era que en su casa funcionaba la organización de un club de fútbol del cual Falabella era presidente. Así, tal cual. Y es que, dicho sea de paso, el futbol, junto con su familia, el ajedrez y la música, fue para Falabella una gran pasión. Cuenta Florencia que era tal el gusto de su padre por la “pasión de multitudes” que -fiel seguidor del Audax Italiano-exigía ser llevado por familiares y/o amigos al estadio y, cuando no era local el Audax, se instalaba en su casa con la radio a su lado para seguir atentamente los 90 minutos de su equipo en la cancha.

Su gran amigo, el escritor Armando Cassígoli, y otros cercanos como Efraín Barquero y Enrique Lihn, fueron algunos de los ilustres asistentes a las interminables reuniones que Falabella ofrecía en su casa. Neruda, en cambio, no visitó la casa de Santiago, sino que solía encontrarse con Falabella en Isla Negra (cercano a Las Cruces), lugar en el que compartía con la madre de Roberto, de la cual era muy amigo y admirador de su cocina, como buen sibarita que era. Visiones similares de la vida y la sociedad hacían que Falabella y Neruda coincidieran en gran parte de las ideas que cada cual sostenía con ahínco. La evidencia más clara de este aprecio mutuo es, por parte de Falabella, la utilización de fragmentos del “Canto General” para construir su obra “La lámpara en la tierra”; y por parte de Neruda, la condición de emocionado orador en el funeral del músico en 1958: “Su ejemplo es el de la voluntad del hombre; la victoria de la belleza y la creación sobre la angustia”, clamó el Premio Nobel.

IMPARABLE

61 obras conforman la totalidad del catálogo que en tan sólo ocho años (19501958) compuso Falabella en su casa, ayudado por sus secretarios Raúl Rivera Vargas y Eduardo Moubarak. The Clinic ubicó a este último, director de orquesta y académico, y, como todos los testimonios, el suyo está marcado por la admiración al hombre y su obra: “Si Roberto hubiese vivido treinta años más, hubiese sido el mejor compositor del siglo XX en Chile, era el de más inventiva, el más novedoso de todos, de un ingenio que se ve poco: verdaderamente fue una mala pata su muerte”.

El musicólogo Luis Merino, gran estudioso de su obra, la divide en tres etapas: “Período temprano”, de carácter tradicional, compuesto principalmente por sonatas y obras para piano solo y coro, entre las que destaca una titulada llamativamente “Moza fui”. Luego un período de transición, caracterizado por la utilización de nuevas técnicas –en particular la dodecafónica-, aunque sin caer en exageraciones, como Falabella mismo lo dejó escrito: “La dodecafonía no es la última etapa de la evolución musical, ni aún, la más elevada”.

Por esos años (1951 y 1952) nacen sus hijas y Falabella les dedica a ellas gran parte de su tiempo. Florencia guarda una excelente imagen de su padre, al que perdió a los seis años. Tiene recuerdos, fortuitos como son los escasos que quedan de la primera infancia, muy alegres: “Era un papá cariñoso y muy cercano”, dice, y recuerda haberle rayado una partitura horas antes de que debiera entregarla. “Me acuerdo que mi papá se enfureció mucho, y me hizo un juicio con unos amigos de él, en el living de la casa, en el cual yo tenía que explicar por qué le había hecho un mono a su partitura”. No obstante esta dedicación a su familia, y sin dejar nunca de recibir a los amigos, Falabella se sumía en depresiones generadas –recuerda Florencia- por el dolor que le producía la desintegración de su familia, los Falabella.

Pero ni la familia, ni los amigos ni las depresiones fueron óbice para que Falabella siguiera trabajando; aprende más de orquestación y maneja con solidez la composición para cada uno de los instrumentos. El período de madurez, finaliza Luis Merino, dura más del doble que los períodos previos juntos y la cantidad de obras que compone crece notablemente: con toda libertad combina instrumentos, mete elementos americanos y europeos y ritmos populares chilenos, alcanzando así –y esto es hoy en día común acuerdo en entre músicos y académicos- una personalidad única.

Curioso, digno de estudio, es que un chileno paralizado por el mal de Little fuera uno de los que con mayor energía removió las anquilosadas cantinelas de la música docta chilena de aquel entonces, llenándola de nuevas respiraciones. En 1958 gana el primer premio en los Festivales de Música Chilena con su obra coral “Las siete adivinanzas”, cumple treinta y dos años y trabajaba a diario con Moubarak y Rivera Vargas, desde su cabeza dictándoles notas que pasaban al papel y de ahí a las salas de concierto.

Por si fuera poco, recuerda Florencia, su padre no olvidaba su compromiso social y político y salía a las calles ayudado por sus amigos, los mismos que le jugaron la bromita del allanamiento, a dejar panfletos comunistas que elaboraban en la imprenta que estaba al fondo de su casa.

MUERTE Y DESPUÉS

Su muerte llegó de improviso. Sufrió una torsión intestinal, siendo intervenido tres veces, la primera en la Posta Central y las dos siguientes en la Clínica Alemana, pero sufriendo finalmente un paro cardiorespiratorio que acabó con su vida la medianoche del 12 de diciembre de 1958.

Su obra se interpretó mucho en los quince años siguientes a su muerte, hasta que los militares llegaron al poder en 1973. Ahí sí que hubo allanamiento: a su música se la tragó la tierra, no tanto por sus contenidos sino por la filiación “marxistoide” de quien las había compuesto. Pero vuelta la democracia, nuevamente su obra ha ido cobrando fuerza y, más aún, instalándose como una de las más relevantes de la música de tradición escrita chilena. Es cuestión de estar atentos y pueden oírse sus obras en todo el país; a fines de noviembre recién pasado, por ejemplo, la Orquesta de Cámara de Chile, bajo la dirección del afamado Juan Pablo Izquierdo, tocó su obra “Divertimento” en Temuco, Valdivia, Puerto
Montt y Santiago.

Se dice de Falabella que su modo de trabajar los aspectos nacionales en la música es análogo a lo que Heitor Villalobos hizo en Brasil o Béla Bartók en Hungría: un trabajo con el folclor lejos de la obviedad y la artificialidad. Miguel Letelier, Premio Nacional de Música 2008, lo recuerda así: “Mi padre (Alfonso), que fue su profesor, me decía que pese a los problemas físicos que tenía, Falabella era dueño de un talento extraordinario. Me parece que su obra debería estar más presente. Es de las pocas que marcó un nivel en la música chilena, una categoría, a pesar de su corta vida”.

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