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Leído y elogiado por escritores tan diferentes como germanos (Nietzsche, Thomas Mann y W. G. Sebald, por nombrar sólo algunos), Adalbert Stifter (nacido en 1805 y suicidado en 1868) fue un escritor raro dentro de la ya rara fauna de los escritores austrohúngaros. “El hombre sin posteridad”, traducida ahora en Chile por Gloria Casanueva, narra la separación del joven Víctor de su pueblo y de su familia para trabajar junto a un tío en una isla, “una isla perdida”. El tío es un hombre arisco, duro e inescrutable y la convivencia será amarga y, en el mejor estilo de las novelas de formación alemanas, sentimentalmente cruel, y llegará a su fin de manera inesperada y hasta, tal vez, kafkiana. “El hombre sin posteridad” es una breve pero contundente novela sobre el conflictivo encuentro entre las edades del hombre. Típica bildungsroman, esta pequeña novela sirve para poner en circulación a un autor menor de la literatura alemana que, como siempre ocurre con los que se pasean por bosques e islas desiertas, dice mucho hablando muy poco. Un pequeño gusto; narradores más extraordinarios, enigno por nada Thomas Mann se refirió a máticos, audaces y apasionantes de la Stifter en estos términos: “uno de los literatura universal”.