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Opinión

23 de Enero de 2009

María la del barrio

Pamela Jiles
Pamela Jiles
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Por Pamela Jiles

El alboroto conservador causado por “Virgenes Fashion Show” me parece uno de los asuntos más enjundiosos que han ocurrido desde que la Jupi se puso bikini.

El escándalo llegó hasta los noticieros centrales. Los amaros y las macarenas debieron bajar de su olimpo serio y profundo para informar sobre la tole-tole que se armó cuando el costurero local Ricardo Oyarzún decidió vestir a una pléyade de muchachas del Vodevil como la inmaculada señora de marras. Algunos de sus colegas dijeron que Oyarzún “es sólo un vestuarista”, como si eso desautorizara su derecho a expresarse a través de los medios que él estime pertinentes respecto de una figura pública. Hasta los obispos se pronunciaron. Se desató un escándalo mayúsculo que llegó a los tribunales para intentar impedir tal afrenta a la respetable reina de los católicos.

Me pregunto si no es una oportunidad espléndida para recordarle a moros y cristianos que María de Galilea es sin duda una mujer controversial, polémica, provocadora de los más pasionales debates desde hace dos siglos.

Las escaramuzas sobre su persona comenzaron cuando el mayor de sus hijos fue llevado a la punta del monte de la Calavera entre humillaciones y asesinado de manera horrorosa, clavado en dos tablas cruzadas. Una muerte lenta, especialmente cruel, hecha de ese modo para que los judíos rebeldes al imperialismo escarmentaran y la cortaran con la subversión que estaban organizando.

Perola imagen institucional de esta vecina de Nazaret fue construida mucho más tarde, dejando tras de sí un reguero de conflictos bélicos, guerrillas, quema de herejes, tortura a los desconocedores de la verdad eclesiástica, enfrentamientos armados y una que otra confrontación ideológica de peso. El nuevo testamento menciona a la señora María sólo diez veces y la alude de manera menor, incluso como “una a la que llamaban María”. El único párrafo en que es algo más protagónica -aquel en que está a los pies del hijo crucificado- ha sido puesto en duda como original. Hasta quinientos años después de muerta, pues, María era ostensiblemente secundaria, una figura instrumental, diríamos en los términos políticos de hoy. Si hasta en el Corán se le invoca con más frecuencia que en los evangelios.

La versión oficial sobre la polémica María como la conocemos hoy, se diseña muy posteriormente, por etapas, capa sobre capa, como una cebolla o un lego.

Recién en el concilio de Efeso, en el año 431, comienza lo que podemos entender como el marketing de esta figura femenina tan central para los católicos. Allí fue declarada “madre de Dios”. Agustín de Hipona había establecido poco antes que María fue inmune a todo pecado. La iglesia católica decidió en esa época que Jesús murió para salvarnos del pecado original, el mismo que la jerarquía limpió en ella muy posteriormente. Casi ayer, a mediados del siglo diecinueve se estipula recién el dogma de la inmaculada concepción.

Entonces y sólo entonces se decreta como verdad de fe que Jesús -engendrado en las entrañas de María y nacido por parto vaginal-fue concebido sin que ella hubiera tenido relaciones sexuales. Esta discusión duró exactamente mil ochocientos sesenta años de terribles pleitos que fueron zanjados por la jerarquía católica imponiéndole a María la calidad oficial de virgen perpetua. Así la transformaron en una estatua para venerar, una esfinge encerrada en la oscuridad de los templos. Y en 1950, el Papa Pío XII decidió el dogma de la asunción. Sucesivamente, durante cientos de años, le fueron robando toda señal de humanidad para declararla reina e instalarla en la abstracta lejanía de la gloria celeste, teniendo buen cuidado en todo caso de especificar el detalle de que debe ser “venerada” pero no “adorada”, puesto que es una señora muy especial, una celebridad santísima de primera línea, pero no una diosa.

De tal modo que hasta hoy quedan pendientes algunos temas del mayor interés sobre esta controvertida habitante de Galilea, como por ejemplo el crucial tema de si María parió con o sin dolor. La versión predominante entre la oficialidad vaticana es que no experimentó sufrimiento alguno puesto que el dolor del parto es una maldición para todas nosotras, las demás mujeres, como castigo por el pecado original del que María estaría divinamente exenta.

También se discute si estaba o no a los pies de la cruz cuando su hijo se convirtió en ejecutado político; si mantuvo un matrimonio casto con José o convivieron carnalmente; si tuvo o no más hijos, lo que negaría su calidad de virgen perpetua. Agreguemos el polémico tema de qué pasó con su himen después de dar a luz. ¿Quedó intacto? ¿Fue roto por la criatura? Al punto que los mandamases católicos mandaron bajar el tono del debate porque estaba cayendo en una escabrosa disección gineco-obstétrica de tan conspicua dama.

Me parece que la propuesta del señor Oyarzún y el escándalo desatado insinúa una discusión interesante. Como casi siempre, la cosa quedó en la anécdota y pocos pusieron en juego algún argumento.

Lo que se sabe de la existencia histórica de María es que era una adolescente pobretona cuando la casaron con un hombre mucho mayor llamado José que tenía una situación económica aceptable. El comprensivo carpintero no despreció a la novia a pesar de que estaba embarazada, mostrando aún más obediencia que la propia María, puesto que ella –según consta en el evangelio de Lucas-hizo una pregunta clave al ángel de la anunciación, interrogante que hasta hoy desata ríos de tinta y de saliva: “¿Cómo será eso posible si yo no conozco varón?”. Es decir, ella misma inició la controversia sobre su propia virginidad.

Tal vez María se preguntó por qué su dios no eligió encarnarse en una mujer igual a todas las demás, sin privilegios de ninguna especie, esas que tienen relaciones sexuales, que conviven con maridos intolerantes, que soportan dolores carnales, que paren en una sala común sin que un coro de arcángeles las festeje,esas que suben a la micro, las que van a nuestro lado en los ascensores, las que se ganan la vida vendiendo bonos de isapre o mostrando su cuerpo en un desfile de discoteque.

Quizás María tiene algo que decirnos sobre los días que corren. Es posible que a ella no le pareciera mal que dos mil años después de su paso terreno un costurero del país más recóndito del mundo haga una creación inspirado en su personalidad. Puede ser que esta “nueva Eva” no le pertenezca sólo a los que se sienten sus dueños y representantes sino que, de diversas maneras, como a cada uno se le antoje, ella sea de todos, incluso de los que no se tragan a pie juntillas las “verdades de fe”. Puede ser que esta bolina tenga alguna utilidad. En una de esas sería más caritativo y provechoso que los obispos acogieran paternalmente la iniciativa de un artesano –como José-y de unas chicas que pueden no tener muy buena reputación, es cierto, pero que son mujeres respetables como cualquier alma humana.

A mí me gusta especialmente una pintura de Fray Angélico que la evoca sentada escuchando al ángel de la anunciación. Parece perpleja, desconcertada, con cara de pregunta, aunque la versión oficial establece que aceptó sin chistar el destino que le marcaron. Tal vez María no era tan obediente ni tan subordinada como nos cuentan y contempló la posibilidad de recusar el mandato del ángel. No lo sabemos. Quizás era una persona que se hacía preguntas. Tal vez fue una mujer inteligente, cuestionadora, activa, aún dentro de los límites que le impuso su realidad histórica. No lo sabemos. Puede ser que la actitud de ella hubiera sido acoger maternalmente a los que quieren homenajearla, aún de una forma heterodoxa desde el punto de vista del poder. No lo sabemos. Y hasta que un nuevo decreto establezca lo que debemos creer, pensar y decir, María de Galilea sigue siendo materia de controversia e interpretaciones, por suerte.

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#jupi#maría

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