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29 de Enero de 2009

“W”, pudo ser mejor la patá en la raja

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Por René Naranjo

Cierto es que la sociedad estadounidense tiene muchos defectos y numerosas situaciones que, vistas desde este confín del mundo, nos gustan poco y nada. Sin embargo, hay que reconocerle un mérito: la capacidad para trasladar al cine su actualidad más inmediata. Incluso al punto de dedicarle a un presidente de la República una película antes de que termine su mandato.

Oliver Stone es un campeón de esto que podríamos llamar “periodismo cinematográfico” y no por nada en estos días anda entrevistando presidentes latinoamericanos para un documental. Bien aperado en el “research” y en la libertad de expresión, en su más reciente largometraje, “W” ,se vuelca a revisar la carrera de George W. Bush a partir de un esquema que ya había utilizado antes, y más de una vez: “Nixon” (1995) y “The Doors” (1991) , al punto que “W” hasta parece ser un cruce entre ambas. Porque al interés por analizar la vida y obra de un polémico presidente republicano, se unen los flashbacks y las visiones oníricas que caracterizaron la biografía sobre Jim Morrison.

Stone, que debe haber tomado apenas un curso básico de sicoanálisis en la universidad, ve todo en relación causa-efecto con algún problema ocurrido en la infancia. Y “W” no es la excepción.

Aquí todo el relato está cruzado por la dominante carga que George Bush padre (James Cromwell) ejerce sobre este hijo de pocas luces, Junior, como le dice él en la película. Interpretado más que verosímilmente por el bien caracterizado Josh Brolin, George W. Bush es un bueno para nada, que sufre por los retos de su estricto progenitor y que ahoga las frustraciones en el alcohol. Su vida parece no tener ningún destino saludable, pero eso lo sabemos después de verlo en los días apremiantes del 11 de septiembre de 2001, que es cuando comienza la película.

Con esa estructura que va y viene, que combina los años 70 y los de la actual década, “W” teje un entramado que aparenta entregar más de lo que en realidad finalmente ofrece. El vaivén de la narración nos dice cómo Junior conoció a su mujer, Laura (Elizabeth Banks); cómo superó sus inseguridades; cómo entró a la política; y cómo lidió con el carácter omnipresente de su padre, pero nunca nos ilumina realmente cómo un hombre sin atributos llegó a convertirse en el hombre más poderoso del mundo.

En eso, que es lo que el espectador espera, “W” se queda demasiado corta. Stone y su guionista Stanley Weiser (que en los 80 escribió “Wall Street”) podrían haberse ido por el lado de la comedia, la ironía o, derechamente, la farsa. Teniendo en cuenta la cercanía con el personaje y su tiempo, y a sabiendas de que no contaban con la necesaria distancia que da la Historia, Stone y Weiser podrían haber elegido el riesgo o la fantasía. Pero ambos se toman el asunto muy en serio y, por largos pasajes, la película parece más un bien hecho documental de TV que una ficción de tomo y lomo. O mejor dicho, lo que vemos son situaciones cinematográficas que pretenden ser realistas, calcadas a los hechos casi con regla, como las que muestra la TV, en una reconstrucción obsesiva y vana que desaprovecha la perspectiva que otorga el cine como medio artístico. Entre estas extensas secuencias de imágenes televisivas excesivamente importantes en la narración, es cuando se divisa a la entonces ministra Alvear discutiendo la invasión a Irak en la ONU.

Así, en una película que se salva por sus actuaciones, algunos toquecillos de humor (el silencio constante de Condolezza Rice en las discusiones decisivas) y la precisa reconstrucción de lugares, ambientes y situaciones, se perfilan un par de escenas atractivas (como el almuerzo entre W y Cheney), pero el espectador queda con la sensación general de haber visto algo que ya conocía.

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