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22 de Julio de 2009

¿Por qué a los cuicos les gustan las historias de pobres y a los pobres las de cuicos?

Por

POR RODRIGO HIDALGO MOSCOSO (*)
Impresiones sobre ABC1, la obra de teatro de Pablo Paredes y Begoña Ugalde
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Primero, ya días antes de entrar a la sala, venía pensando en si era verdad eso de que no hay obras de teatro que aborden a la clase social alta como tema. Y recordé “NN 2910”, de Rodrigo Achondo y su compañía Anderblú, allá por finales del 2000 o inicios del 2001. Había una trama violenta, signo propio de los montajes de Anderblú, y la obra transcurría igual que “ABC1”, en un carrete de amiguis cuicos, donde además también todos se movían éticamente entre el conservadurismo culposo y el liberalismo hardcore. Incluso uno de los personajes era la hija de un político en carrera al parlamento. También los cuicos de Achondo, confundidos y exasperados, ahogaban en el alcohol la angustia de ver cómo su vida fácil los conducía a cierta pérdida de sentido de la vida misma.

Pero claro, no sólo han pasado casi 10 años de ese recuerdo, sino que este montaje, “ABC1”, es bien distinto, se trata exclusivamente de cómo se ve a sí misma la clase alta, a partir de una pregunta que más o menos es ésta: ¿por qué, siendo que el público de teatro se compone en su mayoría y casi siempre por gente con plata, no hay obras que aborden a la clase social alta como tema? Entonces, sentado ya en mi butaca, observé que estaba rodeado de personas a todas luces más linda que yo, mejor vestida, mejor champú. La sala estaba llena de cuicos. Entonces, “ABC1”, si no fue pensada así, así resultó: es una obra para espectadores abc1. Diríamos “para que se vean tal cual son”.

Antes de desarrollar este punto clave, echemos una mirada a los trabajos dramatúrgicos anteriores de Paredes. Pablo comenzó reescribiendo una pieza de Recabarren con inteligencia pero escaso aplauso. Luego escribió un panfleto pro mapuche más entusiasta que agudo. Y trabaja aún hoy en una compleja propuesta interdisciplinaria en torno a “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, que entrega por partes. De modo que “ABC1” es, por fin y antes que nada, una OBRA DE TEATRO con todas sus letras. De hecho es una excelente comedia. Tiene hilaridad, tensión, poesía, atmósfera y ritmo. Incluso tiene el típico momento meta-referencial del teatro contemporáneo, en la voz de un personaje femenino que estudió teatro y a través del cual Paredes se da el lujo de auto-citarse aludiendo a la obra de Luis Emilio Recabarren. Y es que Pablo ha dado en el clavo. Tanto así, que es previsible que esta pieza sea no sólo bien recibida por la crítica (raro que ni Pedro Labra ni Leo Pulgar hayan dicho nada aún), sino que además debiera ser un éxito de taquilla. Celebro entonces este paso de Paredes, que siendo justos ha sido dado de la mano de la poeta Begoña Ugalde, coautora de la obra; y cierro el paréntesis para ir de vuelta al espectador.

Porque la premisa de la obra es verdad: al teatro va público de c2 para arriba. No van pobladores ni obreros (tampoco a la danza, y ni pensar en las galerías de artes visuales). La excepción se produce cuando traen muñecas gigantes gratis. Pero si asumimos que “ABC1” parte de esa premisa, y en teoría apuesta a incomodar o desestabilizar a esos espectadores adinerados, retratándolos con crudeza, caricaturizándolos; entonces tendríamos que decir que la obra falla. Porque a la salida, luego de los aplausos cerrados y después de haber disfrutado y reído hasta las lágrimas, el comentario generalizado de ese público cuico, es que se sí, se sintió identificado con tal o cual personaje, qué heavy. Y punto. Nos vemos en las próximas confesiones de mujeres de 30.

Pero hablemos de teatro. De la escenografía, del manejo del ritmo y la tensión en la dramaturgia, de la dirección y las actuaciones. Hmmm. No hay nada que decir ahí. Están todos esos aspectos muy bien resueltos. Las palabras iniciales y las de cierre, la música, las salidas y entradas de escena… las actuaciones y la dirección en realidad son destacables. Teatro del bueno en todo ese sentido. Por eso uno la agarra por otro lado. Por el espectador, por a quién le quiere llegar la obra. ¿O es otra obra que en realidad quiere hablarle solo y principalmente a la gente de teatro?

La clase alta no sólo es la que llena las salas o la que actúa las obras. No sólo patean y cabecean el corner, son además los árbitros, los dueños de la pelota, de las transmisiones, del estadio, de los equipos, etc. etc. ¿Realmente es posible que alguien crea a estas alturas, que gracias a una obra de arte la clase alta se mire a sí misma y se sienta conmovida –por la vía además de los dispositivos de culpa cristiana que tan bien conocen y administran- a tal punto que algunos de sus exponentes decidan “cambiar de actitud” para con los pobres?

Mi amigo Pablo dice que no cree pecar de ingenuo. Derechamente no les cree, a los cuicos no les cree que vayan y luego de ver la obra no se sientan incómodos con el retrato. Apuesta por ello. Que a la salida del teatro sonríen y aplauden porque no les queda otra, pero en el fondo algo les hiere. Ojalá, digo yo.

Yo creo que la dejan dando bote en el área: cuando el personaje de Antonia, la actriz pituca, plantea que es por morbo y culpa que los ricos se interesan en las historias de los pobres y viceversa. Ahí la dejan dando bote en el área. Si esta obra quisiera desestabilizar algo, tendría que ir a presentarse a las poblaciones. Gratis. Y ahí habría que ver si los marginales, indignados al ver cómo se refocilan los poderosos en su (falta de) culpa, se atreven a agarrar a patadas a cuanto cuico se cruce en el camino, partiendo por los 4 actores y terminando con sus propios patrones. Sería lindo, ¿no?

O en una de esas, lo que habría que haber hecho es montar esta obra con un cuarteto de inexistentes actores y actrices pobres. Que se les notara en los rostros, en la contextura, que son pobre actuando de cuicos. Pero parece improbable. El pelo teñido siempre se nota y aclararse la piel no parecer ser buena idea tras la Michael Jackson experience.

Divago. Mejor cierro.

Hace unos días, antes de que finalmente todo esto se ordenara en mi cabeza, una amiga me contó que había ido a ver un film filipino, “Squatterpunk”, y que al parecer molestó a muchos espectadores, porque se pararon y salieron de la sala maldiciendo al parecer por la crudeza de las imágenes de miseria en Manila. Recordé entonces uno de los poemas-hit de Pablo Paredes: “cuidado con el perro quiltro”, donde dice que ”la clase media se ríe en función de los nombres connotadores de pobreza, ahí intentan marcar su diferencia, sus privilegios, su idílico origen común, (… pero) no se meten con los apellidos, porque desde ahí son desplazados. Lo que representa Deivid para la Clase Media, es lo mismo que representa Soto para la Clase Alta.” Después de conocer este poema de Pablo, nunca más pude reirme cómodamente de los Bryan González. Me embarró. Pero es evidente que a mis descendientes no los bautizaré ni con un anglo Máikel, ni con un trasnochado Krupskaia.

* El autor es coordinador literario de Balmaceda 1215, escritor, crítico y periodista.

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