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22 de Agosto de 2009

Bridge, como la vida

Por

JOSÉ ANTONIO VIERA GALLO

Fue un verano cuando, junto a un primo y varios amigos, aprendimos bridge gracias a un tío que había hecho de ese juego el pilar de sus entretenciones. Éramos muy jóvenes y no teníamos mucho que hacer fuera de ir a la playa y a bailar al Hotel de Concón.

Entramos en un mundo en que el juego se mezcla con la lógica, la audacia y la competencia. ¡Qué más podíamos pedir! Así se llenaban tardes y noches enteras. Luego, en la vida, cada uno endilgó por caminos muy diferentes, pero el bridge quedó incorporado a un lugar ignoto del cerebro, listo para regresar en cuanto fuera oportuno.

El bridge supone un ejercicio lógico tanto en la declaración que busca ganar el remate del juego que se va a realizar como en el carteo. Por eso se han escrito volúmenes y sucedido distintas escuelas de pensamiento elaborando “convenciones” que faciliten el entendimiento entre los que son socios. Yo quedé muy atrás, en la época de Goren. Hoy se juega por Internet y se usan otros lenguajes.

Pero el bridge no es sólo un juego “inteligente”. También supone una cierta audacia para sacarle partido a las cartas que cada jugador recibe aleatoriamente. El que se ciñe sólo a las reglas no es un buen jugador. Lo es quien basándose en ellas sabe captar la ocasión para realizar una jugada que desconcienrte a los adversarios. Se requiere inspiración y perspicacia.

El bridge se mueve entre la colaboración y la competencia permanente. Hay que entenderse con el compañero para derrotar a los contrincantes. Es un juego de a cuatro en que cada cual, como en la novela Durrel, tiene su propia versión de lo sucedido. Al término de cada partida son inevitables los comentarios sobre las razones de las distintas jugadas, y ahí surge la exigencia de justificar las propias decisiones y de rebatir las críticas y reproches que, a veces, adoptan un tono agrio de suficiencia intelectual, por mucho que se disfracen de consejos amables.

No hay que olvidar, sin embargo, que se trata de un juego y que, por tanto, el azar tiene un papel fundamental. Ningún jugador ve las cartas de los demás. Está a ciegas. Sólo conoce las propias y las del llamado “muerto” una vez terminada la declaración. Todos se mueven por intuición y por deducción. La última palabra la tiene la suerte.

Me pregunto si el atractivo del bridge no radica en que sus reglas, construidas sobre lo imponderable y lo fortuito, reflejan de alguna manera la vida, donde también nos movemos cooperando y compitiendo, buscando entendimientos con claves y señales siempre equívocas, como en un juego de espejos, en el que a las finales el resultado no depende de cada cual, sino de factores incontrolables. Es más significativo que el ajedrez o el Go.

En los negocios, como en la política, la suerte tiene también la última palabra. Julio César lo dijo al cruzar el Rubicón: “los dados están echados”. Y la suerte le fue adversa en los idus de marzo. Por eso muchos en la vida, como después de una mala partida, repiten con Sancho, “paciencia y barajar”, sin olvidar, como decía el mismo personaje, que la diligencia es madre de la buena ventura y la pereza jamás llegó al término que pide un buen deseo.

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