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LA CALLE

7 de Octubre de 2009

“A esa gente hay que deportarla” (*)

Por


* Cristián Espejo, candidato a diputado UDI por Santiago, sobre los peruanos indocumentados en Chile.
_____
POR PEPE LEMPIRA
/ desde Tuscaloosa, Alabama

El espectro del populismo, como cualquier abominación que se le pueda achacar al otro, tiene su propio ejército de cazafantasmas. El término es una muletilla en plumas como las del articulista Álvaro Vargas Llosa, quien parece siempre dispuesto a atribuir las visiones distintas -sobre temas tan debatibles como economía y política- a un aprovechamiento de la consustancial ignorancia del pueblo latinoamericano.

No se va a negar que existe el populismo –a rabiar- en los países y regimenes que siempre se nombran. O más bien, en EL que siempre se nombra. Porque es uno. La Venezuela de Chávez. El malejemplo señalado con el dedo por estos educadores de la opinión pública internacional. Luego viene la Argentina, pero muy por fuera, eso sí, de la atención de los grandes medios del ajeno mundo.

Pero en la Venezuela anterior a Chávez, en un período preelectoral, se llegó a construir una estadio para ver peleas de gallos con acomodaciones para 5.000 espectadores. Tras inaugurar el coliseo, las autoridades se percataron que era imposible que ni un tercio de semejante multitud pudiera observar la lucha de dos minúsculas aves de corral. Así que, ya que la obra no podía proporcionarle circo a la chusma, optaron por responder a otro de sus habituales reclamos: más seguridad. Y la gallera monumental se transformó en cuartel de policía.

Historias así son políticas de estado en la mayoría de los países del continente. Y nadie reclama en contra el populismo de esos gobiernos. Aunque debieran. Los viejos tercios de la Concertación, sin ir más lejos, siempre hablaban de la sobriedad pública de sus hermanos políticos de los cochambrosos partidos venezolanos ADECO y COPEI

¿Pero qué es el populismo? La razón por la que nadie puede ver el propio populismo, es que la palabra no se refiere meramente a un hecho en sí, sino que a una intención (la de encumbrarse halagando la estupidez de masa). Y no solemos asignar malas intenciones a quienes admiramos o queremos.

Diferenciar cuáles son las verdaderas idioteces del pueblo es otro problema. Porque no vaya a ser que el pueblo, dueño de la renombrada “sabiduría popular”, realmente no sólo prefiere, sino que valora el sabor del pan fresco y reconoce la virtud del buen circo.

Y de nuevo, el populista podrá decir que él sólo está escuchando la razonable voz del pueblo.

Semejante candado chino se puede abrir de una sola manera. En la práctica el populismo se relacionará con nuestro concepto de lo errado a secas.

Todo esto para explicar por qué sería más correcto tratar al candidato Cristián Espejo simplemente de equivocado o imbécil. Si el suyo es un error extendido entre la población, es otro punto. Porque disparar contra la estupidez de muchos es como tratar una plaga de langostas a escopetazos. ¿Para qué?

Entonces concentrémonos en persona puntual y error concreto.

Primero, Espejo demuestra tontera al caer en las ficciones jurídicas. Según la ley podemos deportarlos. Y según las leyes debemos multar a los peatones u obligar a la gente a poner banderas en determinadas fechas. Pero si un policía se dedica a cursar infracciones con esos motivos, estamos llamados a creer que se trata de un fanático que odia a la sociedad. De acuerdo a la Ley de Trenes (1931), un maquinista de Merval fue recientemente multado con $50 por conducir un convoy en estado de ebriedad. Las leyes y la realidad no son íntimas amigas. Ahí, precisamente, donde el tinterillo peca, el político está llamado al lucimiento, entendiéndose con la realidad y captando la dificultad e injusticia de deportar a unos 70 mil hombres, mujeres, ancianos y niños.

Pero principalmente… Que Espejo es un bobalicón se puede demostrar recurriendo directamente a las matemáticas. En Chile habrían, según se estima, 100 mil peruanos (30 mil de ellos inmigrantes legales), que constituyen la mayor colonia de extranjeros del país. En el resto de la Tierra hay alrededor de un millón de chilenos. Solo en Argentina somos 500 mil. Pero no puede saberse bien, debido a la cantidad de compatriotas que no han regularizado su situación migratoria. Entonces de poco vale quejarse, como hace Espejo, de que los peruanos ocupen nuestro sistema de salud, porque por cada uno de ellos existen diez de los nuestros atendiéndose en algún consultorio extranjero.

Y si Espejo no se calla solo, debieran aconsejarle todos los demás que lo haga. Porque sencillamente somos un país que, en materia de migración e indocumentados, debiera contentarse con pasar lo más piola que sea posible ante la humanidad… Porque si algún día a gobiernos extranjeros (tan palurdos como el candidato en cuestión) se les ocurriera tirarnos de vuelta a nuestros connacionales, ahí si que faltaría el ibuprofeno en el sistema público.

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