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Opinión

7 de Diciembre de 2009

Solos frente a la cáfila

Juan Pablo Barros
Juan Pablo Barros
Por

POR JUAN PABLO BARROS

Pocas veces el electorado chileno ha estado más solitario el día de una elección.

En las últimas décadas se recuerda sólo una carrera presidencial que haya sido igual de árida y poco apasionante. Diciembre de 1993. Match entre esas dos sombras. Ambos homónimos a personajes de los libros de texto: Arturo Alessandri Besa y Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Allí terció el breve entusiasmo de Manfred Max Neef, especie de Askargorta de la política, rotulado con una fecha de vencimiento que coincidía –curiosamente- con el día siguiente de la elección. El cura Pizarro personificaba la muerte cerebral que aquejaba todavía al Partido Comunista (tras el cisma interno del 89 y las sordas purgas encabezadas por Gladys Marín). Pizarro era lanzando cual cordero al cubil de los lobos, sin siquiera un palo en la mano. Era una de las decisiones electorales más cobardes que se hayan visto en esta comarca. Al poco tiempo supimos que su mente había colapsado, estragada por los rigores de la mezquina campaña y la amarga derrota. José Piñera, hermano del magnate y actual candidato, desplegaba -en una personal carga de caballería- las banderas de los chicago boys, cosechando toda la justa impopularidad ganada durante el desastre en el que postraron al país, diez años antes. Y había más. Los humanistas tenían su propio candidato, Cristián Reitze. Pero sobre él no hay casi nada que decir.

Como se puede apreciar, la abundancia numérica de postulantes no implica la existencia de alternativas. En ese mismo sentido, la presente elección es, a su manera, mucho peor que la del 93. Veamos.

SIN AMIGOS

Tenemos a los hijos de la Democracia Cristiana. Frei y Piñera. Y ya se repiten dos de los apellidos del anticlímax noventero. Ambos surgieron de los negocios amasados durante la década ominosa del militarismo. Los dos eran inversionista que repentinamente se autoproclamaron servidores públicos, apenas se abrió el mercado político. Corrieron, abandonando sus cómodas posiciones anodinas, como si se tratara de aprovechar una fiebre del oro en el Yukón o el boom de las puntocom.

Sí. Se asemejan mucho más de lo que la gente parece darse cuenta. Y por otras razones que la biografía. Si hubiera que escoger una característica que los hermana sería inevitable decir que ambos son los principales hinchas de sí mismos. Créalo. Ni Frei, ni Piñera tienen seguidores o admiradores convencidos. Y menos si se busca entre la gente que los conoce en directo. Mientras más cercano sea el círculo, más imposible resultará encontrar una pizca de entusiasmo o cariño por sus personas.

En el fondo, es triste la posición de Piñera, por ejemplo. Porque ni sus aliados más cercanos lo consideran un hombre moral. Si cayera en la bancarrota todos huirían de él como si fuese un leproso, y nadie voltearía la cabeza para saber qué fue de su persona, a menos que sea para cobrarle. Porque los cráneos fracturados están esparcidos en toda su trayectoria. Que le pregunten a Evelyn Matthei si no lo creen. Por lo mismo, los enemigos jurados de Piñera no están en la Concertación, sino que en sus propias filas. ¿O alguien piensa que su hijo fue mandado a secuestrar por el PC, el PPD o el Pato Aylwin?

Claro, no tendrá amigos, pero le sobran empleados y aduladores. Y esto último se explica también porque es financista de campañas de políticos de baja estofa. Esos diputados, concejales, alcaldes y senadores están en eterna deuda con él. Y aquí lo tenemos de candidato incuestionable de la derecha desde el mismo día en que asumió Bachelet. Raro privilegio.

En el caso de Frei, su falta de carisma o capacidad para infundir entusiasmo es de larga data. Con él, en 1994, surgieron por arte de magia todas las inseguridades y la mala autoimagen de la Concertación. El término “autoflagelante” es, sin ir más lejos, una palabra de la era Frei II. Pero ganó en esos años por bocover. Fenómeno que se repitió en el proceso de convertirse en el actual abanderado oficialista. Es tan hincha de sí mismo, que resultó ser el único que realmente tenía ganas de convertirse en candidato.

Además de parecidos, Frei y Piñera se entienden entre ellos. El secreto a voces dice que Piñera ha aceptado bajarle el perfil al problema del Transantiago, asumiendo que en el mejor de los caso ese muerto va a tener que cargarlo él.

LA PANDILLA TRÁNSFUGA

Pero si hay alguien que descorazone y refleje la descomposición de una era, ese es MEO. No tanto por el candidato en sí, del que poco más se podrá decir que es una especie de personaje mediático, que encarna la muy pragmática alianza entre política y televisión.

Esclarecedora es la suma de apoyos tránsfugas que ha edificado. Max Marambio, ex mirista y actual millonario por decreto, pues detenta el monopolio de la leche en Cuba. Es el generalísimo y financista. Rodrigo Danús, pinochetista, ex Patria y Libertada, antiguo asesor de Cecilia Bolocco y empresario de farándula es el otro hombre fuerte de la candidatura. En ningún caso pareciera un par de idealistas.

Por si faltaran personajes oscuros, se suma la reciente incorporación del “cazamapuches” Juan Agustín Figueroa.

La recolección de apoyos ha sumado a toda suerte de grupos que no tienen nada en común. Por ejemplo los colectivos pro-legalización del autocultivo de marihuana y el recién citado Figueroa.
Max Marambio también se convierte en el sospechoso nexo de la candidatura con el mundo piñerista. Está casado con Esperanza Cueto, que pertenece al Grupo Cueto, controlador de LAN junto a Piñera. Incluso hay un jugador en calidad de préstamo; Paul Fontaine, economista del grupo Tantauco.

Arrate, por su parte, es un personaje curioso. Fue la vanguardia de la renovación socialista en los ochenta. Ahora dio la vuelta completa al globo y aparece como adalid de los viejos tercios allendistas. Posiblemente es el mejor candidato que ha tenido el PC en los últimos años, pero la dispersión de esta elección, con sus efímeros Navarro y Zaldívar, le han jugado en contra. Y todos saben que él no puede ni quiere ganar.

Solos frente a esta cáfila los dejo. Suerte para nosotros, que la vamos a necesitar.

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