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Opinión

12 de Diciembre de 2009

Aún no sé cómo voy a votar

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Por Hermógenes Pérez de Arce Ibieta

Primero quiero dejar estampada una protesta por la forma cómo The Clinic hace habitualmente tabla rasa de los valores morales y religiosos que yo profeso, lo que me disuadiría de enviarle estas líneas, como me ha sido solicitado. Pero, de otra parte, debo reconocer que en el orden político esta publicación es una tribuna abierta y libre y que no ejerce censura alguna sobre la expresión de posiciones a que da cabida, lo cual es, en sí, un valor cívico respetable y en atención al cual he decidido acceder a lo solicitado.
He manifestado reiteradamente que en la elección presidencial anularé mi voto, por considerar que ninguno de los postulantes está siquiera cerca de los requerimientos que mi conciencia ciudadana reclama de quien esté llamado a ejercer la Primera Magistratura.
Personas que, en general, piensan políticamente como yo dicen que votarán por Piñera por considerarlo un “mal menor” frente a sus adversarios. Pero en comparación con el estatismo insano al que se ha convertido (¿o debería decir “pervertido”?) Frei, y que comparte Arrate, Piñera no lo hace mal. Ha dicho: “Soy partidario de un Estado poderoso, que norme, regule, controle y supervise” y ha hecho ofertones de gasto público multimillonarios que, si se van a cumplir, implicarán aumentar todavía más la participación del Estado en la economía. Por comparación con un Enríquez-Ominami que propone privatizar el 5 por ciento de Codelco y cuyo representante en el tema económico-social es Paul Fontaine, un hombre del libre mercado, el “mal menor” parece representarlo, sin duda, el candidato de edad también menor.
De otro lado, no veo a los supuestos “males mayores” provenientes de la Concertación haciendo un llamado como el que quedó perpetuado en la grabadora Kioto, dirigido a “cagar” (perdóneseme el término, pero quiero ser textual) a un adversario político. No me gustaría que un Presidente telefoneara de manera similar a su Director de Investigaciones para enervar a algún adversario político y no tengo base de presunción alguna que me permita suponer que alguno de los supuestos “males” concertacionistas, mayores o menores, sería capaz de proceder de aquella manera.
En cuanto a probidad, también la calificación de “mal menor” que suele hacerse resulta discutible. Que se sepa, ninguno de los aspirantes concertacionistas ha pasado por la experiencia de estar prófugo tras resoluciones de primera y segunda instancia, dictadas en procesos donde su probidad haya sido cuestionada. Ninguno, tampoco, ha sido sorprendido ni sancionado por conductas como la de “adquirir acciones… teniendo conocimiento de información privilegiada”, como textualmente imputó la Superintendencia de Valores a Piñera haberlo hecho, sancionándolo, y sin que éste siquiera apelara de la sanción.
Ello dio lugar a que el caso pasara a los anales de las denuncias de corrupción en el sector privado formuladas por Transparencia Internacional, un título que ciertamente no honra a Chile, aunque todo el episodio se haya pretendido ocultar acá bajo una insólita maraña de desinformación dirigida a convencer a la opinión pública de que “comprar acciones teniendo conocimiento de información privilegiada” era algo completamente distinto de la figura delictiva de “usar información privilegiada”. Es que en el “país de los cerebros lavados” todo es posible.
Si como particular Piñera no pudo resistir la tentación de ganar 330 millones de pesos en una “pasada”, ¿qué garantía tenemos de que va a resistir, como Presidente de la República, la de ganar 330 millones de dólares o más en otra “pasada”, contando con toda la información privilegiada de que se goza por la naturaleza de ese cargo?
En resumen, si me logran convencer de que no vote nulo, como hasta ahora me propongo hacerlo, sino de elegir el “mal menor”, tal vez podría favorecer entonces a mi pariente Enríquez-Ominami. Pues él es nieto de una señora Rivas González, hija a su vez de una señora González Ibieta, apellido este último que es el mismo de mi madre y que nos entronca, al candidato y a mí, a un antepasado común que en 1814, en Rancagua, supo anteponer el interés de la Patria al de su propia vida, impronta que garantiza en la respectiva sangre la disposición de servir al país antes que servirse de él y que podría ser decisiva para determinar la futura acción de aquél como gobernante y también mi voto en el minuto de que dispondré el domingo, dentro de la cámara secreta, para saber qué hacer con el lápiz que voy a tener en la mano.

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